El pasado miércoles 19 de noviembre, en una charla en el Zentrum für Literatur- und Kulturforschung de Berlín, el filósofo de origen ruso Boris Groys comentó el sintomático hecho de que en nuestra época impere una sensación de miedo por pertenecer a un cosmos enorme que ya no se deja controlar: desde principios del siglo XX sabemos que ‘cosmos’ ya no es sinónimo de ‘orden’ (como sugiere la etimología), sino que se asocia a la idea de un caos impredecible. Es nuestra acción humana (guiada por la tecnología y la ciencia empírica) la encargada de aportar un cierto grado de orden sobre este cosmos caótico; pero dicha actividad tecnológica (y precisamente esto es lo nuevo en el clima intelectual de los últimos veinte años), se revela siempre insuficiente. Esto se ve, decía Groys, en el auge reciente de distintos tipos de filosofías materialistas en los discursos académicos actuales (realismo especulativo, aceleracionismo, etc.), pero también en el cine: el ejemplo que él puso fue la elegía apocalíptica de Lars von Trier Melancholia (2011) pero, en mi opinión, esta idea se puede apreciar mucho mejor en una serie de películas del cine de masas hollywoodense más reciente.

Se trata de una línea bastante clara que une tres películas de ciencia ficción que, sin embargo, no se presentan formalmente de manera seriada (no es una «saga», ni quiera son películas que compartan director o productora, aunque algunas comparten reparto). Hablo de la línea que une Gravity (que sería el parteaguas: Alfonso Cuarón, 2013), Interstellar (la que más de «ficción» aporta a la «ciencia»: Christopher Nolan, 2014) y The Martian (que parece querer ser un punto intermedio entre ambas: Ridley Scott, 2015). Cualquiera que las haya visto convendrá en que estas películas comparten esencia y responden a una misma inquietud, aunque cada una hace un aporte muy diferente.

Cuarón supo ver una carencia en la representación del espacio en el cine y nos hizo conscientes de todo lo que ello implicaba. La idea detrás de su Gravity es muy elemental: desde que el ser humano (supuestamente) pisara la luna a finales de los sesenta, se ha dado por sentado en el imaginario colectivo que ya era solo una «cuestión de tiempo» que la tecnología se desarrollara hasta tal punto que «pasear por el espacio» fuera una cuestión rutinaria. Este progreso tecnológico se veía de forma lineal, sin grandes baches, y, así, se proyectaban nuestras inquietudes y quehaceres terrestres a un escenario mayor, pero no sustancialmente diferente. De ahí que menos de una década más tarde apareciera esa obra que solo puede calificarse de épica: la primera Star Wars (George Lucas, 1977). Nuestra imaginación saltó muy rápido a un escenario en el que el universo está dominado por un «imperio intergaláctico» (que surge de la caída de una república) y en el que los problemas que tienen sus habitantes solo son una versión sobredimensionada de las guerras y politiqueos de la historia de los terrícolas, ahora con el universo entero como escenario, sí, pero igual de conocido e igual de domeñado. En las películas de ciencia ficción de los setenta, e incluso hasta en la primera década de nuestro siglo, el espacio como medio nunca es tematizado, porque se da por sentado al igual que en entornos terrestres. Gravity nos recuerda el error que supone asumir esto, que no es sino una abstracción ingenua: al no estar sometidos a la gravedad terrestre con la misma intensidad que en la superficie, los cuerpos se mueven en el espacio de una forma totalmente diferente. Es decir, el mero movimiento en situaciones de gravedad considerablemente inferior a la de la superificie de la Tierra es motivo de extrañación y desolación para la experiencia humana corriente. Este detalle impensado (cuando no voluntariamente ignorado) limita enormemente nuestra posibilidad de acción bajo los patrones habituales en entornos humanos. En el espacio uno no necesita villanos, dictadores ni enemigos malvados de los que escapar o a los que vencer. Darth Vader no hace falta, ni tampoco ordenadores malogrados que tomen el control de la nave. Mostrar de forma realista, descarnada y directa cómo se mueven (cómo nos movemos) los cuerpos en el espacio es, ya en sí, lo suficientemente sobrecogedor como para articular una historia. Esta es, por otra parte, la esencia de todo materialismo filosófico: mostrar cómo existe algo real que se resiste a nuestra representación de la realidad (el concepto de materia precisamente recoge lo opuesto a la forma conceptual, desde Aristóteles).

No obstante, y precisamente por su centralidad en esta representación realista del movimiento en el espacio, Gravity reduce su trama a un simple relato de supervivencia que, si bien permite lucir la física cinética espacial, deja bastante que desear a nivel narratológico: hay pocos giros argumentativos, poco trasfondo, pocas consecuencias y personajes planísimos (para más escarnio encarnados por Sandra Bullock y George Clooney). Nolan encontró el caldo de cultivo de su Interstellar precisamente en ese vacío y planteó una trama en la que, recogiendo el impulso de representar el espacio como los últimos avances de la astrofísica nos dictan, poder ahora recuperar las grandes cuestiones tradicionales de la ciencia ficción: salvar la humanidad, viajar a otros planetas, viajar en el tiempo, teletransporte, etc. Con ciertos elementos añadidos ad hoc en clave ficcional, Interstellar recubre todos estos lugares comunes de la ciencia ficción de una inquietante plausibilidad: aparece un agujero de gusano que puede llevarnos a galaxias distantes con solo atravesarlo, vemos por primera vez representada en el cine la paradoja de los gemelos de Einstein (en este caso entre el padre joven que se reencuentra con su hija anciana), se nos muestran planetas con gravedad extrema y sus extrañas consecuencias (mareas imprevistas, desfases temporales, etc.), se nos plantea la dicotomía de «salvarnos como especie o salvarnos a nosotros (los individuos actualmente existentes de dicha especie)», se muestra por primera vez en una pantalla un agujero negro, etc. Los científicos afirman que la película juega con ideas que se sabe que son ciertas, si bien las lleva hasta límites en los que solo se puede especular (por ejemplo: nadie sabe qué pasa si uno entra en un agujero negro, o si es posible un agujero de gusano tan grande y estable como para que lo atraviese siquiera un cuerpo humano): la especulación atraviesa además la base narrativa misma de la cinta, que está dominada por la posibilidad de que haya un grupo de seres más avanzados («ellos», seres para los que el tiempo es una dimensión espacial) que estén guiando a los protagonistas en su aventura. Además, podemos apreciar que la película no se centra tanto en los problemas concretos que plantea la física espacial por la presencia de los robots «multifunciones» (que recuerdan a R2-D2) que se encargan de realizar las operaciones «mecánicas» y poco importantes. Su presencia permite a los protagonistas centrarse en la gran tarea que tienen entre manos y no molestarse en resolver pequeñeces (cálculos, configuraciones de la nave, etc). La ausencia de estos robots en Gravity y The Martian es necesaria: si se hubieran introducido, muchos de los episodios que vertebran la trama de estas películas se hubieran resuelto solos. Pero a Interstellar le hacen falta para poder dar el protagonismo a las grandes cuestiones. Así, reduce la carga materialista que introdujo Gravity, y nos dice que en el fondo todo puede volver a estar bajo control. Nos ofrece una reconciliación con el cosmos indómito aún a riesgo de ir demasiado lejos en muchos temas e incluso caer en un misticismo que coquetea con el sensacionalismo.

The Martian intenta recuperar el materialismo de Gravity aportando, además, una estructura narrativa más compleja, pero huyendo decididamente de la megalomanía de Interstellar. No obstante, la gran contribución de The Martian es explicitar, además, las condiciones políticas del asalto al espacio, que en Gravity están ausentes pero que Interstellar nos insufla subrepticiamente. En cualquier caso, por la forma en que se desarrolla la trama de The Martian, esto termina configurando una crítica política meramente superficial, y la cinta acaba siendo mucho más ideológica y propagandística por ello. Pero eso lo veremos en detalle en el siguiente artículo.