Para aquellos que pensamos que el teatro es el arte político por excelencia, hablar de “teatro político” como género resulta casi redundante. Consideramos el hecho teatral como un hecho político, en tanto que ambos consisten en el intercambio de ideas entre distintas personas que se reúnen para ello. Partiendo de esta premisa, en el Teatro del Barrio siempre han apostado por las obras de contenido específicamente político, más aún, apuestan por creaciones contemporáneas que hablen de la situación social y política actual. Esta apuesta suele contar con un público ya politizado que asiste con ganas de ver en el escenario reflejadas sus propias ideas. Resulta ingenuo pensar a estas alturas que el teatro pueda realmente cambiar la sociedad, pero por intentarlo que no quede. En cualquier caso esta cooperativa, creada entre otros por Alberto San Juan, se convierte, como el propio barrio de Lavapiés, en un lugar donde se habla permanentemente de política desde una perspectiva de izquierdas (solo hay que pasear por las terrazas y poner un poco la oreja para darse cuenta de ello), proyectando alternativas, ilusiones y también nostalgias. No faltan en estas conversaciones escenas del tipo de aquella tan conocida de La vida de Brian:

-¿Sois del Frente Judaico Popular?

-¿Frente Judaico Popular? ¡Vete a la mierda! ¡Somos del Frente Popular de Judea!

Una extensión de esta escena, como metáfora de las divisiones de la izquierda española, podría considerarse la obra que representará en este espacio de jueves a domingo durante el mes de mayo: “A España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Se trata de un texto escrito a cuatro manos por Lucía Carballal y Víctor Sánchez Rodríguez, dirigido por este último junto con la compañía Wichita Co, recientemente galardonados con el premio Max al Mejor Espectáculo Revelación 2016 por “Nosotros no nos mataremos con pistolas”. El elenco formado por Ana Adams, Carlos Amador, Lorena López, Albert Pérez y Lara Salvador, representa a dos generaciones de jóvenes de una misma estirpe: en el primer acto, los que vivieron la victoria de Felipe González en 1982 y en el segundo, los mismos actores representan a los hijos de estos, tras la hipotética victoria de Podemos en 2018.

ACTO I: “El villano sevillano de socialista no tiene ná”

Amparo, la matriarca de la familia, se ha encerrado en el sótano: no quiere ver la victoria de Felipe. Sabe que con él no ganan los suyos: los que sufrieron las servidumbres de la lucha clandestina durante el Franquismo, los que formaron parte de la resistencia. Prefiere, por eso, encerrarse con sus recuerdos en el sótano y entonar la “famélica legión” en solitario. Mientras, en el piso de arriba, sus dos hijos, con sendas parejas, y la prima yonqui, venida de Londres, se plantean qué hacer con su madre y con la casa.

La obra presenta un retrato irónico de las distintas izquierdas de la Transición: por un lado el hijo de Amparo es soldador y está casado con una púdica chica católica que no entiende de política ni de lucha de clases. Quiere una casa de nueva construcción, con espacio para ellos y el hijo que espera su mujer, pues acabó harto de las estrecheces materiales de la disciplina comunista de su madre, de tener que compartir cuarto, e incluso cama, con su hermana para acoger a camaradas en la clandestinidad. Por otro lado, la hija de Amparo y su novio representan a los jóvenes liberados, acaso frívolos y pasotas, de la Movida madrileña. Tienen su propio grupo de música (“Peluquería de señoras”), quieren romper con la familia y con todo aquello que implique control, quieren hacer lo que les venga en gana a cada momento. Amparo, la matriarca, viendo cómo sus hijos esperan con ilusión el cambio que va a traer Felipe y, en general, las transformaciones de la Transición, trata de reconducirles a través de poemas de Miguel Hernández hacia la filosofía de la resistencia, “no sea que llegue la revolución y no hayamos leído lo suficiente”.

En estos arquetipos muchos reconocemos a la generación de nuestros padres y abuelos, y otros a sí mismos. Todos ellos forman parte del imaginario colectivo, y con eso juegan los actores para dar paso a una secuencia de momentos hilarantes e irónicos, que nos hablan del pasado para reflexionar sobre el presente.

ACTO II: “Nacimos en medio de la nada y vamos a reventar de nostalgias”

Para incidir en la analogía, la obra nos transporta a 2018, después de la victoria de Podemos. Los nietos de Amparo vuelven a la casa familiar para decidir qué hacer con ella, después de la muerte de la abuela. El panorama resulta casi más desolador que en el acto anterior: un país que es un páramo, una juventud que no ve posibilidades de futuro y culpa a sus padres por la situación en que se encuentra. De nuevo el binomio que funciona entre estos nuevos izquierdistas es el de la nostalgia, los símbolos de las luchas del pasado, las cámaras analógicas, el gusto por lo vintage frente a la ilusión del cambio, en el que se vuelcan deseos individuales y colectivos: el progreso entendido de mil maneras. La conclusión, parece decirnos la obra, es que ambos tienden al fracaso: los nostálgicos por recelosos y los ilusionados por la mala gestión de las expectativas.

Con la metáfora de la casa representando el país, los personajes presentan su alternativa, cada una de las cuales busca ironizar sobre las distintas pretensiones de las izquierdas. Considero, como nota negativa, que esta búsqueda del personaje alegórico, acaso excesivamente pedagógico puesto que tiene que explicarse a sí mismo, debilita su entidad dramática en aras del concepto que han de representar. Este suele ser uno de los defectos del teatro “político” en la actualidad: exceso de pedagogía, lo teatral sometido a la idea que se quiere transmitir. Sin embargo la obra no se queda en un sermón o en una reflexión política al uso desde el teatro, sino que gracias a su finísimo sentido del humor, a unos actores espléndidos (llama especialmente la atención la comicidad y la naturalidad de Lorena López, en ambos personajes) y a un texto muy bien trabajado salimos de la sala con la sonrisa en la boca y con la certeza de que el teatro es un muy buen lugar para pensar en común, para reírnos de nuestros propios fracasos y aprender de las ilusiones del pasado para no frustrarnos con las futuras.