La doble sesión de conciertos del festival Sampler Series del pasado 21 de mayo tenía como protagonistas de la segunda parte los músicos Otomo Yoshihide (guitarra) y Paal Nilssen-Love (percusión). La sala 2 de L’Auditori, la Tete Montoliu, estaba dividida en dos: una parte no sorprendía, sólo había la habitual grada con asientos. Por su parte, la otra mitad había tomado forma de bar, con barra para bebidas incluidas. Una proyección de una luna, rodeada de colores algo psicodélicos, daba la bienvenida a los oyentes. Tal disposición del escenario quería hablar por sí misma, quería tomar distancia con un concierto clásico, avisar a los despistados que allí pasaría otro tipo de evento.

Con tal disposición afectiva del público aparecieron sobre el escenario los dos músicos y, sin decir nada, comenzaron a tocar. Todos los temas (largos y densos) tuvieron la misma estructura, que podremos entender gráficamente con un rombo. Los comienzos eran tenues, lentos, meditativos, que poco a poco iban creciendo en intensidad, velocidad y complejidad para volver a cerrarse, a encontrar un lugar similar al del inicio. Tal estructura, además, estaba construida basándose en algunas premisas de dudosa calidad musical, como la ingenua y, hasta cierto punto, inmadura creencia de que el piano es lento y el fuerte es rápido o que el contraste sólo aparece mediante cambios evidentes de dinámica y de tempo. Esto no sería tan problemático si el diálogo entre ambos músicos hubiera sido coherente, pero aquello no rozaba ni siquiera la discusión. Se trataba, simplemente, de dos líneas separadas que mostraron la indiferencia por encontrarse. Había dos discursos divergentes, un todo abigarrado, que además de no aportar, impedían que alguno de los dos pudiera contar correctamente lo que estaba construyendo. Yoshihide estaba más preocupado por explorar incansablemente todos los registros de los efectos de su guitarra, a veces tan en exceso que hacía que los efectos ya no pudieran considerarse como tales, sino como elementos constructivos que no llevaban a ningún sitio. Cuando todo es efecto, se pierde su fuerza. Algunos de ellos, como la utilización del arco de violín, sólo ocasionalmente estuvo justificada dentro de su discurso. Parecía, en muchas ocasiones, que su interpretación era más un juego de ensayo y error. Esto hacía que mucho de lo que probaba, si bien podría encajar bien en otro ámbito, no acababa de funcionar: mucho me temo que más bien lo contrario. Por su parte, Nilssen-Love, en general con construcciones mucho más atractivas que las de su compañero, trabajaba con pequeñas estructuras rítmicas que conseguían todo su sentido al final de la pieza, cuando conseguía deconstruirlas hasta un sonido más íntimo, con el trabajo minimizado de sus baquetas en algunos rincones de la batería. Tales momentos era en los que más brillaba su impecable dominio técnico del instrumento, por lo general protagonizado por una especie de horror vacui sonoro. No creo que la divergencia de discursos se debiera a falta de trabajo común, sino a un concepto subyacente del significado de dúo en el que uno más uno no suman dos, sino que se quedan como entidades tocando juntas, pero no unidas.

Eso sí: con su música demostraron la disolución de fronteras entre el free jazz y otros estilos, en este caso el rock progresivo y el noise. De hecho, especialmente en el tratamiento de la guitarra, recordaba más a estos dos estilos que al free jazz de otro corte. Así también lo evidenció el comportamiento del público. Se veían numerosas cabezas haciendo movimientos típicos de un concierto de heavy, esta ondulación que permitía ondear las melenas, dentro de la norma no escrita de ser recatado en los espacios que, oficialmente, sirven para música académica. Así que la ondulación se quedó en un gesto dentro de los límites de lo que tácitamente apropiado. Tal detalle, aparentemente insignificante, es un elemento de dislocación espacial y temático. Mientras colectivos como Ojalá esté mi bici trabajan de forma incansable para llevar (naturalmente, con escasos recursos y apoyos) en pequeños espacios y centros cívicos de la ciudad condal grupos de estilos similares y, en muchas ocasiones, con más fuerza que este dúo, que no han sabido entender como tal, espacios como L’Auditori abren sus puertas a estos conciertos donde el público potencial no acaba de encajar, porque es de suyo poder moverse y mover la cabeza a placer mientras que el público fijo abandona la sala mucho antes de que termine el primer tema, de más de media hora de duración.

Este texto fue publicado en su edición en catalán en http://www.nuvol.com/critica/otomo-yoshihide-i-paal-nilssen-love-dues-veus-divergents/