Fecha de estreno: 24 de junio de 2016 (Estados Unidos)

Director: Thorsten Schütte

Guión: Thorsten Schütte

Distribuidora: Sony Pictures Classics

El pasado sábado 17 de septiembre se pudo disfrutar, dentro de la programación de la 64ª edición del Festival de Cine de San Sebastián-Donostiako Zinemaldia, de la primera proyección del documental sobre Frank Zappa (1940-1993) titulado Eat That Question: Frank Zappa in His Own Words dirigido por Thorsten Schütte. Se trata de una película basada íntegramente en la recopilación de diferentes archivos históricos de intervenciones públicas que el artista realizó a lo largo de su vida: entrevistas, debates y concursos de televisión o juicios sobre la censura. Schütte realiza una radiografía de Zappa en sus diferentes facetas, dejando que él mismo se retrate, sin intervenir en el discurso y situando al espectador en una posición de negociación constante con Zappa, que derrocha seguridad en sí mismo en cada intervención, a través de  un lenguaje directo, con frases cortas y sentenciosas, sin matices. Zappa no habla, sino que lanza dardos al centro de la diana y, una de dos, o los esquivas, o se te clavan.

«No creo que nadie me conozca. Las entrevistas son anormales. Una especie de inquisición», afirma el propio artista al comienzo de la película. Esta declaración supone, sin duda, un aviso para navegantes y un condicionante para cualquiera que se atreva a sacar conclusiones de este complejo personaje a través de sus intervenciones públicas. Pero también facilita la posición que el espectador crítico debe tomar frente a lo que escuchará en los siguientes noventa minutos. Puede que a Zappa no le interesara dar a conocer a la persona que había detrás de su música y por eso incurra en varias contradicciones. Por un lado, se empeña en despolitizar sus letras, cuando, a su vez, insiste en hacer llegar su “mensaje” a la mayor cantidad de gente posible. Quizá Zappa no fuera partidista, pero difícilmente podríamos decir que fuera apolítico, entendiendo la política como la preocupación por las libertades y la organización social de la realidad en la que se vive. Por otro lado, su antiautoritarismo casi exhibicionista contrasta con su exigencia y rigidez hacia las personas con las que trabajó. “A mí no me importa lo que la gente haga en su vida privada. Si alguien quiere drogarse en su casa, que lo haga. Pero cuando está de gira conmigo, me representa a mí y a mi música.”, dice el músico. Son muchas las declaraciones en las que Zappa dejó claro que su objetivo, o mejor dicho, su gran obsesión, fue dar a conocer su trabajo. Por lo tanto, lo mejor que en este caso puede hacer el espectador es intentar alejarse de la curiosidad morbosa que siempre suscitan las estrellas de rock e intentar acercarse sin prejuicios a su música. Quizá así pueda aprender algo del inetiquetable, pero sobre-etiquetado, Frank Zappa.

Es precisamente esa falta de prejuicio la que mejor define la música de Zappa. Su formación radicalmente autodidacta –valga el oxímoron- hizo que para él la música fuera una sola cosa, sin importar la naturaleza de la misma, siendo igual de importante una canción de rock, de doo wop, de R&B, que una ópera o una obra sinfónica. Porque, a pesar de ser conocido sobre todo por su faceta de músico de rock, por sus letras obscenas, sucias, controvertidas y satíricas, y por su irreverente sentido del humor, Frank Zappa fue un músico serio o, más bien, un músico que se tomaba muy en serio la música. Él mismo narra que su primer contacto con la música fue a través de las obras de Varèse, Stravinsky y Weber. Comenzó a componer –o a “dibujar la música”, como él lo llamaba- música de cámara y sinfónica a los 14 años, y no fue hasta la veintena cuando escribió su primera canción de rock con letra. Su objetivo era “encontrar el eslabón perdido entre Varèse, Stravinsky y Weber”. Un eslabón que buscó con su grupo “The Mothers of Invention” (1965-75), que le llevó a abrir las fronteras del rock a la música contemporánea en su carrera en solitario y con sus grabaciones con la London Symphony Orchestra (1983 y 1987). Un eslabón que quizá encontró en su ya mítico último disco de 1993 “The Yellow Shark” con el Ensemble Modern o que habría encontrado de no haber muerto tan prematuramente.

La falta de prejuicios otorga siempre libertad. Pero la libertad tiene sus límites. “Tengo cuatro hijos, pago mis tasas y tengo una hipoteca”. Zappa jugó, y creo que ese es el verbo adecuado, a moverse en esos límites impuestos por la realidad, sabiendo muy bien dónde estaban. Me refiero aquí a los límites del lenguaje, de la agitación social y de la censura. Pero Zappa jugó también a buscar sus límites artísticos, esos que el propio artista se autoimpone. Y Zappa se impuso muy pocos. En realidad, sólo aceptó los términos de la libertad musical. Fue un trabajador obsesivo, minucioso y rígido en cuanto a la forma y la estructura musicales. Su propia vida artística parece haber sido concebida con esa misma visión formal. Porque su obra, de principio a fin, puede asumirse como una sola, como un plan trazado de antemano, como una gran sinfonía en la que nada es en realidad casual.

Tuve la suerte de conocer en mi adolescencia la música de Frank Zappa sin entender ni una sola palabra de sus letras. Considero que fue una suerte porque, en el caso contrario, los árboles no me habrían dejado ver el bosque. Prácticamente todos los entrevistadores que aparecen en el documental se refieren a Zappa como “artista controvertido y obsceno”. Y realmente fue las tres cosas. Sin embargo, quizás todas las obscenidades de sus letras y las provocaciones fueran su manera de gritarle al mundo “¡escuchadme!”. Y eso es lo que deberíamos hacer. Pero claro, como bien dijo él mismo: “la gente no está acostumbrada a la exquisitez”.