Existen conceptos complejos que utilizamos a diario cuya definición exacta resulta extremadamente difícil. La cultura es uno de ellos. Hay muchas posibles definiciones de cultura, dependiendo del contexto y de los matices que queramos resaltar, aunque seguramente todos estaremos de acuerdo en que la mayor parte de ellas tratan de productos del intelecto humano.

En el día a día, las palabras cultura y culto/a suelen ir asociadas a las artes y las humanidades. Una persona con conocimientos amplios de literatura, por ejemplo, es culta o cultivada, mientras que otra con conocimientos de ciencia o tecnología es nerd o geek, con las connotaciones negativas que esos términos pueden conllevar. Sin embargo, la ciencia y la tecnología son igualmente productos del intelecto humano, e implican no solo un conjunto de conocimientos, también una forma de pensar y ver el mundo característica de nuestra sociedad.

El conocimiento científico y los valores científicos son indudablemente parte de nuestra cultura y encajan perfectamente en cualquier definición moderna del término. Es más, si consultamos la entrada correspondiente en la RAE, encontramos que la segunda acepción de cultura es: «Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico». Actualmente, poseer una mínima cultura científica es imprescindible para desarrollar este juicio crítico y mantener una cierta libertad en un mundo plagado de información científica de mala calidad -o incluso errónea-, argumentos seudocientíficos con fines comerciales o políticos, y divulgadores que se pasan a la publicidad. Esta alfabetización científica no debe basarse solamente en almacenar conceptos técnicos, sino más bien en una comprensión de como funciona la ciencia y la asimilación de una actitud científica.

Desgraciadamente predomina una visión de la cultura -no solo de la científica- como una simple acumulación de datos. Es la cultura del Trivial Pursuit. Que la gente sepa quien eran Shakespeare o Cervantes no significa que los lean. Y aunque lo hicieran, leer Hamlet como si de un thriller se tratara puede no aportar nada. Igual que no aporta nada que puedan nombrar a un puñado de científicos como Einstein y Hawking, o que puedan enunciar la paradoja del gato de Schrödinger. Los nombres, los datos y las anécdotas son irrelevantes. Lo importante son las ideas que transmite la cultura, ya sea por medio de los dilemas de un atormentado príncipe danés, o por medio de una metáfora -encarnada por un desdichado minino– de un sorprendente y fascinante fenómeno que escapa a nuestra comprensión.

En Cultural Resuena defendemos esta visión integral de la cultura y su necesidad en la sociedad. Por este motivo estrenamos una nueva sección, ReCiencia, donde encontrareis artículos relacionados con la ciencia y la tecnología, orientados a acercar esta cultura científica a un público general. Con el compromiso de ofrecer un contenido accesible y, sobretodo, riguroso, gracias a la colaboración de expertos en sus campos, algunos de ellos investigadores en activo. Estamos muy emocionados con esta nueva aventura. ¿Nos acompañáis?