Debe de ser duro. Actuar de un modo que sea tildado de excéntrico, así considerado por el sistema en el que todos convivimos. Lo reducimos a un “hacer el payaso”, nos disculpamos si nos comportamos fuera de lo esperado con un “es que a veces soy un poco payaso”. En esta sociedad, debe de ser duro el vivir siendo payaso. Nos regimos por unos estándares de comportamiento de cumplimiento no obligatorio, pero salirse del camino dirige generalmente a la incomprensión. ¿No deja de ser esto injusto? No hay dedo corrector que limite a los extravagantes, somos nosotros, la sociedad; eso requiere como mínimo una reflexión. Lo que uno recibe de Toni Erdmann incita a la misma.

La historia gira en torno a un jubilado de aspecto afable pero solitario que parece fuera de sitio. Todo en él invita a fruncir el ceño, como lo hace su hija, separándoles una especie de barrera invisible. Toni Erdmann es una película diferente, parece no pagar ningún peaje al género de la comedia ni a los cánones establecidos, portándolo con sencillez desde la primera escena hasta la última. Tiene una secuencia de desnudo de la que mucho se hablará, alocada e inimitable, que acaba por encumbrar la cinta. Esta escena y la película en general no pretenden tanto generar conciencia sino mostrar una realidad que hemos apartado; que tomemos o no esa conciencia no es más que intrínseco a cada uno.

Empaticemos con esos incomprendidos, no quieren faltar el respeto ni banalizar las situaciones, solo actúan en ocasiones apartándose del guion. ¿Hasta qué punto nuestra personalidad es forjada de una manera determinada? ¿Hasta que otro punto podemos y debemos decidir cómo actuar dependiendo de las circunstancias? Hemos perdido la perspectiva, juzgamos porqué somos como somos y porqué otros son como son. Se diría que tenemos siempre la obligación de cambiar, acorde a unas normas de conducta no escritas aceptadas como leyes.

La extravagancia, una barrera que separa a padre e hija.

Los principales causantes de estas cavilaciones son el veterano austriaco Peter Simonischeck en el papel de padre y la alemana Sandra Hüller en el de hija, encumbrada a estrella nacional por los medios de su país: geniales y totalmente entregados a sus papeles, son árboles que no deben impedir ver el bosque, el mensaje. Que reciban actores y filme premios y distinciones forma parte de la realidad principal en la que vivimos. Que saquemos alguna conclusión de las que seguramente la directora Maren Ade pretendía con la película, pertenece a esa otra realidad, menos glamurosa y más alejada de los focos: lo estrafalario, lo estrambótico, en última instancia lo diferente, habita en nuestra sociedad y tiene el mismo derecho a hacerlo con naturalidad como lo que aceptamos como normal u ortodoxo. Lo diferente es visto con misericordia y altanería, eso nos convierte en ignorantes si acatamos este absurdo dogma.

El ritmo es poco usual y algo desacelerado, atípico en las comedias, acostumbradas a cuantos más gags seguidos mejor. Toni Erdmann es consecuente y su cadencia es apropiada a su protagonista, un hombre ya de cierta edad pese a su actitud desenfadada e infantil: ni rápido ni despacio, como transcurre la vida por lo general, con sus picos de humor (excelsos por momentos en el filme), sus transiciones y sus descensos al drama.

Lo más difícil es hacer las cosas de manera fácil, de ahí que el ingenio tan singular de esta comedia -así como la manera en la que es contada y transmite- quede encuadrado en una atmósfera de simplismo la hace tan especial. Sin lugar a dudas, es para no perdérsela.