“Lo personal es político.”

Carol Hanisch

El Teatro del Barrio acogió del 1 de septiembre al 2 de octubre la obra de Angélica LiddellMi relación con la comida”, interpretada por Esperanza Pedreño.

El texto de Liddell es de una crudeza aplastante, de esos que se le meten a uno en las entrañas y empiezan a remover todo lo que se encuentran; y Esperanza Pedreño lo defiende con fuerza durante los 80 minutos que dura el monólogo.

Todo comienza con el rechazo a una invitación. Una artista se niega a comer en un restaurante lujoso para hablar de su obra, sosteniendo que ni su obra ni ella pertenecen a un lugar como ese. Su obra es pobre, como ella, y se ha creado en la precariedad, entre las canciones de karaoke de los filipinos y las vomitonas de los colombianos borrachos, las camas calientes, el desprecio de los obreros y las cucarachas de su piso.

“Llorar a causa del dinero es infame, es una bajeza moral.”

En la desnudez inicial del escenario (ocupado únicamente por unos zapatos negros de flamenco y la enorme pelota de fitness roja que trae la intérprete) el vestuario se convierte en el elemento dramatúrgico nuclear de la obra, con él, la actriz se transforma, transita espacios y nos presenta imágenes diversas.

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El monólogo se compone de acciones poéticas cargadas de crítica y otras demasiado ilustrativas para mi gusto. El espacio semivacío del inicio empieza a ocuparse con objetos y más objetos que parecen salidos de la nada. Con una tiza, la intérprete va escribiendo palabras clave, como “privilegios”, “hambre”, “instinto de conservación”, etc. Dichas palabras estructuran la obra, aportan un mayor significado a cada fragmento del monólogo y poco a poco van llenando todo el escenario.

Aunque considero que es un acto de valentía llevar a cabo esta obra, hay ciertas cosas que me han chirriado, como por ejemplo la caracterización vocal, muy poco naturalizada para mi gusto, y la excesiva comicidad que pretende darle a la obra al recalcar cada palabra con ironía.

El afán por llenar cada momento física y conceptualmente con algo diferente cada vez, resulta contraproducente, satura al espectador y hace difícil que la actriz transite la escena, lo que se traduce en una falta de organicidad. Juega a incomodar al espectador y lo consigue, pero falta algo, supongo que debido a la carencia de verdad que he comentado anteriormente.

El teatro social es un bien muy valioso y necesario, pero no creo que se logre demasiado a base de aleccionar y hacer salir a escena a varias personas del público para exponerlas e interactuar con ellas. Existen otras vías para incomodar y concienciar al espectador desde la belleza. Y a efectos dramatúrgicos, a menudo, lo que no suma un valor diferente sobra.