Las historias sobre figuras de poder encontraron un caldo de cultivo importante en el formato de la serie de televisión hace ya bastante tiempo (pensemos en aquella The West Wing, 1999-2006). No obstante, la convergencia entre este género y el de las series sobre antihéroes (madurado eminentemente con Breaking Bad, 2008-2013, pero en plena forma ya desde The Sopranos, 1999-2007) ha dado lugar a una evolución del género hacia un terreno nuevo, que desata en la pequeña pantalla todo el potencial de las ideas de Maquiavelo sobre la naturaleza del poder. Si este nuevo terreno ya fue abierto al gran público por la increíble House of Cards de Netflix (2013-), el genio del director italiano Paolo Sorrentino, de la mano de Sky y HBO, nos ha traído este año con su primer trabajo en este formato una obra que lo asienta: The Young Pope.

En diez episodios nos plantea el escenario del papado de Lenny Belardo, Pío XIII (Jude Law), un papa ficticio que sería el más joven de la historia y el primero originario de Estados Unidos. Sus rasgos más evidentes son su juventud y su belleza (de los que él mismo es sobradamente consciente), pero Pío XIII es además, en sus propias palabras, «intransigente, irritable, vindicativo y de una memoria prodigiosa». Enseguida descubrimos el descaro con el que trata sus subordinados en el Vaticano: desde pedirles una Cherry Coke Zero para desayunar o fumar hasta nombrar como asistente personal a la hermana Mary (Diane Keaton), la monja que lo crió en un orfanato de pequeño. Además, desdeña abiertamente sus responsabilidades como Sumo Pontífice, no reconoce el valor de la experiencia, el consenso o la reputación, y no tiene problema en humillar a otras figuras importantes del Vaticano, en especial al Secretario de Estado, Angelo Voiello (Silvio Orlando), que representa los métodos habituales de la Santa Sede.

A diferencia de Frank Underwood de House of Cards —que nos revela sus estrategias secretas dirigiéndose a nosotros, espectadores, en breves apartes—, Pío XIII no siente la necesidad de maquinar para ocultar la naturaleza egoísta y autocomplaciente de sus planes. Acaso la mayor diferencia yazga en el hecho de que Underwood gestiona el poder desde el gobierno de una nación —una institución que bebe de la opinión popular—, mientras que Pío XIII ocupa una posición sin ningún tipo de contrapoder. Como él dice, solo responde ante Dios, y este «no publica su opinión en las redes sociales». Precisamente por lo explícito que es este egoísmo sin remilgos, Pío XIII nos ofrece intervenciones que van más allá de lo meramente paródico, y llegan plenamente a ser sátira. A diferencia de Underwood, que no se puede permitir regodearse en el poder que ostenta si quiere mantenerlo, Pío XIII no tiene que fingir: él encarna poder irrefutable. Lo vemos especialmente en una soberbia escena en la que discute con el primer ministro de Italia (que recuerda bastante al defenestrado Renzi), donde Sorrentino pone en máxima tensión el poder político y el poder de la fe. No obstante, a pesar de la desfachatez sin tapujos con la que muestra su despotismo, sus motivos no siempre están claros y dejan constantemente al espectador con ganas de entenderlo mejor. No deja de sorprender, además, la forma en que toda la parafernalia ritualística alrededor de la figura del papa (besarle las manos o los pies, llamarlo «Padre Santísimo», etc.) legitima en cada escena el despotismo del personaje de Jude Law de una manera tan natural que reduce cualquier otra posible reacción de fingida humildad a evidente hipocresía. El personaje de Jude Law nos hace plantearnos si su despotismo es un añadido narrativo a la posición que representa, o si acaso se trata de la revelación de la verdadera naturaleza del oficio del papa.

La serie muestra, además, en toda su problematicidad el debate interno de la Iglesia sobre apertura o tradición, toda vez que nos perfila a un «santo padre» que actúa movido por sus traumas: se tocan los temas de la aceptación de la homosexualidad, el fanatismo, etc. Pío XIII es un papa esencialista, conservador y de corte tradicionalista, aunque no parece que lo sea por convicción: cree en el poder del misterio y el ocultismo para hacer la Iglesia atractiva a más fieles. Lenny Belardo, por otro lado, es un huérfano empecinado, que no supera sus traumas infantiles y que prefiere universalizar su orfandad a aceptar la pérdida de sus padres en su infancia.

La serie destaca sobre todo por sus diálogos de un nivel intelectual exquisito y un ritmo electrizante, que son las piezas fundamentales sobre las que se elabora toda la trama. La ironía y los dobles sentidos son constantes, llegando en ocasiones a rozar lo esperpéntico —con este toque tan personal de Sorrentino—. En algunos, como los que tiene Pío XIII con el cardenal Gutiérrez (Javier Cámara) o con su amigo de la infancia vuelto cardenal Andrew Dussolier (Scott Shepherd), vemos su lado más sincero, enmarcado en el respeto mutuo. El apartado visual cobra asimismo una especial relevancia (esos escenarios majestuosos y solemnes del Vaticano) como se aprecia en el trabajo de cámara en el que se ve la maestría del director de Il Divo (2008), La Grande Bellezza (2013) y Youth (2015), con un nivel de desarrollo artístico sin parangón en una serie de televisión.

The Young Pope es una serie de autor con un reparto de lujo que viene no solo a hacer un aporte más a este género sobre figuras de poder, sino que también contribuye a la madurez del formato de narrativa audiovisual seriada en general al incorporar un estilo propio claramente diferenciado de lo visto hasta ahora. Jude Law, además, reaparece con fuerza y nos brinda uno de esos papeles que, sin duda, marcarán su carrera. The Young Pope es, con permiso de Stranger Things y The Man in the High Castle, probablemente la mejor serie de este año. Hay comentaristas que la han leído muy precipitadamente como una crítica a la Iglesia y al catolicismo, pero acaso lo que Sorrentino busca con esta obra sea enseñarnos de verdad el contenido de la religión católica como institución. La premisa ficticia de un papa que lleva el poder eclesiástico al extremo quizás no sea nada más que el mejor recurso para lograrlo.