El domingo 4 de mayo se escenificó la obra Miguel de Molina en el Real Coliseo de Carlos III en San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Además, la compañía encargada de dicha representación está de enhorabuena porque su actor, Ángel Ruiz, ha ganado el Premio Max al mejor actor protagonista. La obra trata sobre este artista innovador que mezcló la exaltación del arte nacionalista con la vanguardia, colaborando con grandes figuras de aquella época como Manuel de Falla, con quien estrenó El amor brujo.

Miguel Frías de Molina (1908-1993), más conocido como Miguel de Molina, fue uno de los cantantes españoles más importantes y reconocidos de la primera mitad del siglo XX y uno de los máximos representantes del folclore español. Su repertorio abarcó principalmente la copla, que por aquel entonces era patrimonio casi exclusivo de las mujeres -de hecho, una de sus rivales profesionales fue Concha Piquer-, por lo que fue uno de los pioneros en este estilo. En sus espectáculos mezclaba el arte, el carisma y una gran presencia escénica. Llegó a ser el artista mejor pagado de la Segunda República y llenaba los teatros.

Escenificar la vida, la personalidad y la obra de Miguel de Molina es muy complicado por todo el contexto político, sociocultural y personal. No obstante, el domingo con la fabulosa actuación de Ángel Ruiz, el pianista César Belda, un baúl y un inteligente juego de luces, se representó una gran obra. Nos presentaron a un personaje extraordinario con una enorme vitalidad y ansias de libertad cuya necesidad era trabajar como artista. Hubo críticas a los gobiernos, a la sociedad tan cruel e intolerante en determinadas épocas y facetas, al desinterés por el arte y la cultura.

En las letras de estas canciones era típico incluir guiños a determinadas realidades que no se podían decir abiertamente en público y se contaban con humor en ellas, como en Compuesto y sin novia. Además, dada su homosexualidad se le ha relacionado a nivel personal con Federico García Lorca. Pero una de sus canciones más conocidas no se la debe a él, sino al poeta Rafael de León: Ojos verdes.

Sin embargo, su vida profesional se vio truncada con el inicio de la Guerra Civil, ya que a partir de entonces el panorama artístico cambió y él fue reclutado por el bando republicano para animar a las tropas por buena parte del país. Allí vio los estragos que la guerra causó en la población, sobre todo en los jóvenes. España resultó ser una cara mujer, como La bien pagá.

Una vez que se impuso la dictadura de Francisco Franco, se le permitió seguir actuando pero fue doblemente discriminado por su condición política y sexual, por lo que le insultaban en las representaciones. Y una noche en su camerino se lo llevaron y en una carretera de Madrid vivió la humillación y la tortura. Al parecer era culpable de un doble delito: ser republicano y gay. Se ensañaron con él y le vejaron como se solía hacer para alcanzar la máxima denigración: le obligaron a beber aceite de ricino y le raparon el pelo, una práctica habitual con las mujeres republicanas, como conté en El grito silenciado de las mujeres en la posguerra. Después, le encarcelaron durante más de un año. Al final se exilió en Argentina pero hasta en América la censura española le hizo la vida muy complicada porque le echaron de ese país y lo mismo le volvió a suceder en México.

Estuvo casi toda su vida partiendo de cero y reinventándose para sobrevivir. Hasta que Eva Perón, la esposa del presidente argentino Juan Domingo Perón, le ayudó para poder vivir legalmente en ese país y desarrollar una fructífera carrera. Por esto también fue muy criticado porque parecía haberse cambiado de bando político.

Abarcar casi toda la vida de una personaje tan interesante con una vida tan rocambolesca, con tantos giros vitales inesperados y con una música tan significativa durante varias décadas, podría resultar una ardua tarea. En cambio, nos narraron en clave de humor su vida, como si Miguel de Molina estuviera en una rueda de prensa y le contestara a esos –en ocasiones- impertinentes periodistas contando su verdad. Ángel Ruiz nos llevó desde la carcajada hasta la emoción de las lágrimas por el más profundo dolor del artista y del hombre. Fueron especialmente emocionantes las escenas en las que narró con desgarro la paliza sufrida y la muerte de un joven soldado republicano y la simbología con la luz que se acaba apagándose fue preciosa.

He de admitir que estuve la hora y media que duró –sin descanso- absolutamente inmersa en el espectáculo. Un enorme esfuerzo interpretativo que me llevó a recorrer canciones que escuché desde mi infancia y que me hizo abrazar un gran abanico de emociones. Fue un sentir unánime porque el público les rindió una ovación en pie. Sin duda, es uno de los mejores espectáculos que he visto. Si tienen oportunidad, no se lo pierdan.