Quatuour Ardeo: Schubert vs. Bartók

Quatuour Ardeo: Schubert vs. Bartók

Quatuor Ardeo
Carole Petitdemange, Mi-Sa Yang – violines
Noriko Inoue – viola
Joëlle Martínez – violonchelo


Obras: Cuarteto n. 1 en la bemoll, op.7 de Bela Bartók. Cuarteto n.14 en re menor, D810, «La muerte y la donzella» de Franz Schubert.

La serie de conciertos ECHO Rising Stars es una feliz iniciativa de la organización europea de salas de concierto, de la cual l’Auditori y el Palau de la Música forman parte. El funcionamiento es simple: cada miembro de la organización nomina a un artista o conjunto joven que tendrá la oportunidad de realizar una gira por las distintas salas europeas. El resultado es un ciclo con músicos de altísimo talento y motivación que aprovechan al máximo esta oportunidad para darse a conocer internacionalmente en un mundo en el que, por desgracia, la fama sigue valiendo más que el talento. Asistir a un concierto de esta serie es, casi siempre, una revelación para el espectador. La juventud de los músicos asegura entusiasmo y frescura, a la vez que la elección del repertorio suele ser más original que la de la mayoría de conciertos de cámara.
El Quatuor Ardeo fue nominado por el BOZAR de Bruselas y el Concertgebouw de Amsterdam. Se trata de un joven cuarteto constituido el año 2001 en el Conservatorio Superior de París. Su propuesta de programa fue un compromiso entre clasicismo y modernidad: Bartók en la primera parte y Schubert en la segunda.
El nivel técnico mostrado en las dos obras fue impecable. Las cuatro interpretes consiguen una sonoridad cohesionada y dúctil, capaz de moverse sin problemas desde el sonido claro y luminoso mostrado en el cuarteto de Bartók hasta las resonancias más oscuras que reclama el de Schubert.
El cuarteto número 1 de Bartók es muy exigente para los músicos. Requiere una gran coordinación en un continuo juego de interacciones entre los distintos instrumentos, que las integrantes del cuarteto Ardeo realizaron con gran precisión. Los pasajes a terceras entre los violines y entre chelo y viola fueron de una limpieza admirable y el equilibrio dinámico fue tan cuidado que ningún instrumento sobresalía del conjunto. El fraseo sugería frases largas y combinado con la estructura acelerante lento-allegretto-allegro vivace  logró una gran sensación de direccionalidad que conducía inevitablemente hacia la conclusión de la obra.
El cuarteto de Schubert se reservó para la segunda parte, invirtiendo el orden cronológico. En esta ocasión el cuarteto Ardeo mostró un sonido algo menos cohesionado, con el primer violín sobresaliendo ligeramente en algunos momentos, aunque en otros, como en el delicado segundo tema del primer movimiento, se reintegraba perfectamente al conjunto. En el coral que inicia el segundo movimiento -que contiene el material de la canción que da nombre a la obra- se echó en falta la precisión demostrada en la primera parte. El sonido resultó sorprendentemente superficial en el piano inicial y no recuperó la sustancia hasta que alcanzó el forte. A partir de aquí el nivel se estabilizó rápidamente logrando momentos de gran intensidad y belleza, especialmente en la segunda variación, con la melodía interpretada apasionadamente al chelo. El resto de movimientos fueron interpretados con mucha energía y entusiasmo, lo que se tradujo en una versión muy apasionada, más atormentada que trágica.
Por Elio Ronco Bonvehí
La OBC con Emmanuelle Krivine y Camilla Nylund

La OBC con Emmanuelle Krivine y Camilla Nylund

 

Intérpretes
ORQUESTRA SIMFÒNICA DE BARCELONA I NACIONAL DE CATALUNYA
Emmanuel Krivine, director
Camilla Nylund, soprano

Obras
W.A. Mozart: Sinfonía n. 31 «París»
R. Strauss: Cuatro últimas canciones
D. Shostakovich: Sinfonía n. 5

El principal director invitado de la OBC presentó en su último concierto de la temporada un programa incoherente que mezcló obras de Mozart, Strauss y Shostakovich. Aparentemente la sinfonía de juventud del salzburgués, las canciones de madurez del vienés y la espectacular sinfonía del ruso guardan poca relación, y el concierto no logró modificar ésta impresión.
La interpretación de la breve sinfonía de Mozart resulto poco más que un trámite. Con un sonido algo anémico, a la versión de Krivine le falto frescura y alegría. Tampoco empezaron bien las cuatro últimas canciones de Strauss. Ya con la plantilla orquestal al completo, el sonido seguía siendo pobre, superficial. Este aspecto mejoró a lo largo de la obra, que acabó con un Abendrot de sonido ya compacto y cuidado. La construcción, en cambio, no mejoró. Los distintos grupos instrumentales sonaron desequilibrados durante toda la obra desvirtuando su textura y hubo repetidos problemas de afinación en los violines y violas. La voz tampoco quedó bien integrada con el sonido orquestal. A pesar de ello, Camilla Nylund hizo una excelente interpretación, algo distante pero técnicamente impecable, con una línea de canto de gran elegancia por su legato sólido y unos agudos delicados y seguros. La melancolía que destilan las canciones se convirtió, a través de su voz, en serena resignación.
Solo en la segunda parte, con la quinta sinfonía de Shostakovich, la OBC se acercó a su mejor sonido. También Krivine mejoró su rendimiento, controlando mejor los distintos planos instrumentales. A pesar de todo, persistió la sensación de que Krivine no supo combatir los problemas acústicos de la sala, cosa que si han logrado muchos colegas suyos menos experimentados y sin su responsabilidad de ser el principal director invitado. Las cuerdas recuperaron el nivel y los vientos destacaron con muy buenas intervenciones, especialmente las solistas de oboe y fagot.
Es preocupante observar como oscila el nivel de la OBC esta temporada y, especialmente, que el peor rendimiento suela coincidir con los conciertos del director titular o el principal invitado. Esperemos que la situación se regularize con la nueva titularidad que estrenará Kazushi Ono la próxima temporada.
Por Elio Ronco Bonvehí

 

Die Schöne Müllerin en el Palau de la Música

Die Schöne Müllerin en el Palau de la Música

A pesar de la variada oferta musical de Barcelona el lied sigue siendo una asignatura pendiente, como demostraba la sala medio vacía del Palau. La escasa programación de lied y canción en las principales salas de la ciudad no es suficiente para crear un público amplio que llene regularmente ésta clase de acontecimientos. A pesar de todo, los aficionados que pudieron asistir el domingo por la tarde al recital de Padmore y Lewis disfrutaron de una interpretación ejemplar del célebre ciclo que premiaron con unos calurosos aplausos que lograron disimular la escasa asistencia.

Históricamente éste tipo de ciclos se han venido asociando voces graves. Desde Hans Hotter a Christian Gerhaher, pasando por el indispensable Fischer-Dieskau, han definido una sonoridad para estos ejercicios de introspección romántica que son los ciclos de Schubert. La versión del tenor Mark Padmore contrasta con éste cliché por su voz especialmente clara y brillante. Pero Padmore es un cantante inteligente con gran sensibilidad y logra, con un fraseo elegante y cuidado, compensar un timbre poco expresivo. A pesar de todo algunos cambios dinámicos bruscos perjudicaron al fraseo general resultando en algunas silabas aisladas que parecían desaparecer súbitamente.  Tampoco los cambios de tempo realizados en algunas de las canciones acabaron de funcionar, resultando algo forzados.

Paul Lewis era conocido en Barcelona como excelente solista, y ahora también como acompañante de lujo. Su técnica precisa y transparente encaja bien con la sonoridad de Padmore, pero en algunos momentos el piano quedo demasiado en segundo plano.

Este concierto tendrá continuidad en las siguientes temporadas, con los restantes ciclos de Schubert  –Viaje de invierno y El canto del cisne– interpretados por los mismos músicos. Los aficionados al lied no deberían perderse ninguna de las dos citas.

Por Elio Ronco Bonvehí