Un beso en medio de la catástrofe. Sobre la novela del escritor colombiano Giuseppe Caputo, Un mundo huérfano.

Un beso en medio de la catástrofe. Sobre la novela del escritor colombiano Giuseppe Caputo, Un mundo huérfano.

(Foto sacada de: http://www.puntoycoma.pe/bohemia/resena-un-mundo-huerfano-de-giuseppe-caputo/)

Un beso ácido es el beso que se da como un consuelo, una felicidad infinita en medio del abismo de lo terrible. Como ir a un parque de diversiones con la barriga vacía, como encontrarse sumergido en el tumulto de la fiesta sintiendo al mismo tiempo la soledad innegable, esa fiesta que se da en medio de la cruel intemperie; ese es el tema principal de la primera novela del escritor colombiano Giuseppe Caputo, Un mundo huérfano. Pocas veces recibe un primer libro de un escritor hasta ahora desconocido tanta atención por parte de los medios, y esto con justa razón.

La novela es una tragedia entre dos fuerzas muy claras y muy distintas, tal vez las más distintas: la luz y la oscuridad, el bien y el mal, el amor y el odio, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Como una vuelta al principio de los afectos (Dios creando la luz entre la oscuridad absoluta), la novela revela los espacios grises, las fusiones y los saltos histéricos entre la luz y la oscuridad de ese individuo novelesco lanzado al mundo como un títere de fuerzas superiores, un huérfano absoluto. La misma forma de la novela (fragmentos que saltan de un lado a otro) trata de ensartar una narración entre realidades totalmente antagónicas, fiel reflejo de la ácida situación colombiana. Es decir, de esa Colombia al filo del abismo, sosteniéndose como una fiesta en medio de una balacera.

Los nombres caricaturescos de la novela (Peligroso, Los Tres Peluquines, Ramón-Ramona, entre otros) son máscaras que esconden lo que parece ser una crónica muy personal del autor, pero que en su plasticidad innegable permanece en el más claro terreno de lo ficticio. La novela narra la vida miserable de un hijo y su padre, de las acrobacias de los dos personajes para mantenerse a flote en una sociedad que los ha arrinconado en las tinieblas. Trata del amor y la tristeza de unas existencias al filo del hambre, de la podredumbre extrema. Así mismo se trata de los laberintos de la sexualidad del hijo, una sexualidad ahogada en la insensibilidad del espacio virtual, una sexualidad bañada de violencia y de anestesia, una sexualidad con carencia de comunión, la sexualidad de los solitarios.

Las descripciones homoeróticas podrían ser consideradas como las primeras desde hace muchos años en las que la narración no tiene pelos en la lengua, se aleja de la mojigatería ya clásica al momento de abordar estos temas, no le teme a la verdad, es decir, finalmente una narración no homofóbica.

Por otro lado la violencia colombiana no se escapa esta vez tampoco de jugar un papel importante en la novela. Las terroríficas descripciones de una matanza paramilitar (por sus claras motivaciones homofóbicas y su característica sevicia) vienen a converger con las imágenes sexuales. El empalado se vuelve el penetrado, la violencia se infiltra en la cotidianidad, hasta en la sexualidad. Entonces la religión aparece como puente, ese momento en el que la trascendencia, el sexo, la violencia y el sacrificio comulgan. La novela de Caputo conecta de forma extraordinaria distintísimos ámbitos en un contexto ficticio, una ciudad utópica y desagradable en la que parece reflejarse una Colombia sumida en la tristeza profunda, un mundo absolutamente huérfano.

Al final está el epitafio, la dedicatoria que abre nuevos caminos interpretativos, un vínculo parásito con la realidad que hace de la novela una mucho más enigmática de lo que de por sí es. La lectura de la novela es electrizante, su belleza es extraña, en suma se trata de una gran novela queer colombiana.

 

Suturas detectivescas. Sobre «Cementerios de neón», la nueva novela de Andrés Felipe Solano.

Suturas detectivescas. Sobre «Cementerios de neón», la nueva novela de Andrés Felipe Solano.

(Foto sacada de: http://www.elespectador.com/noticias/cultura/andres-felipe-solano-los-vivos-son-falsos-muertos-articulo-679077)

 

Se estaban alejando a gran velocidad, como dos cuerpos celestes que se repelen.

Andrés Felipe Solano

Cementerios de neón

 

Pocos recuerdan que Colombia fue el único país latinoamericano en participar en la guerra entre las dos Coreas. Mucho menos se recuerda a los caídos colombianos en esa guerra violenta, algunos ni saben dónde están esos cementerios sobre los que se erigieron entonces dos naciones antagónicas y sobre los que hoy se levanta también la Colombia del posconflicto: entre Asia y Latinoamérica está ese locus común de la Guerra Fría, la guerra entre una izquierda y una derecha, una guerra que sigue intacta como una tumba incandescente. Nuestra propia tragedia ya estaba implícita entonces en una trinchera asiática. El escritor colombiano Andrés Felipe Solano, cuya primera novela ya ha sido discutida aquí en Cultural Resuena, ha sacado un nuevo thriller novelesco que se instaura entre estas dos naciones al parecer totalmente ajenas la una a la otra. Cementerios de neón es una novela a caballo entre Colombia y Corea del Sur, una novela policiaca que persigue lo que pareciera ser un secreto del espionaje anticomunista, pero que termina siendo una incursión al interior de sus propios personajes, esos seres opacos y escurridizos.

La novela relata la investigación de Salgado, un hombre tan miserable y perdedor como Boris Manrique —personaje de la primera novela de Solano, Sálvame, Joe Louis, tras las huellas de lo que pareciera ser el Otro, pero que no es más que él mismo. Ayuda a su tío, El Capitán, a buscar a Vladimir, un alter ego suyo que esconde un secreto con visos oficiales cuya naturaleza es más íntima de lo que se piensa. La persecución de un fugitivo que no es más que el reflejo del detective recuerda la prosa del mejor Bolaño o el mejor Piglia y se instaura en la tradición más clásica de la novela, es decir, en esa que ve el género novelesco como el retrato del individuo atrapado en su propio laberinto de soledad. Cementerios de neón no es solamente una apasionante novela policiaca, es un hermoso y poético viaje a un capítulo olvidado de la historia colombiana en el que se revela la esencia de los acontecimientos recientes. Por otro lado, la novela parece responder a impulsos vitales del mismo escritor, la necesidad de una sutura muy personal entre las dos naciones que han sido su hogar.

El estilo de Solano es simple sin dejar de ser poético, es chistoso sin ser liviano. La laboriosidad del lenguaje es innegable, corre riesgos zafándose de vez en cuando en un humor frívolo pero exitoso. La prosa de Solano tiene fuerza, es densa y electrizante.

En medio de velos y cortinas que van revelando historias ocultas, al final todo parece converger en un tema común: la novela de Solano es la historia oculta de un amor prohibido. Detrás de todo está una historia latente que aparece solamente representada, sugerida, viniendo constantemente como un recuerdo opaco. La novela es opaca y clara a la vez, da pistas para una lectura en movimiento constante, una lectura detectivesca que parece devolvernos una y otra vez a lo explícito, a la vida misma y los reflejos de un trasfondo que tal vez solamente es el vacío mismo. Es por eso que la novela se alinea con su primera predecesora, Sálvame, Joe Louis, donde el instinto detectivesco, el del lector, se ve siempre limitado por la inmediatez de la vida: detrás de todas esas historias está ese abismo, la soledad insondable, y todas ellas no son más que la vida misma hecha escritura.

Solano ha demostrado con su nueva novela que la promesa de grandeza literaria de sus libros anteriores será cumplida. La novela muy seguramente no pasará desapercibida en los próximos años y augura una producción literaria que exige ser seguida detenidamente.

 

 

La miel amarga del nihilismo. Sobre «American honey» de Andrea Arnold

La miel amarga del nihilismo. Sobre «American honey» de Andrea Arnold

American honey (2016) es una película sobre el desamor. La obra de Andrea Arnold es un colorido filme que logra atrapar al público en la contemplación del abismo terrorífico del nihilismo norteamericano. La película muestra los colores sintéticos de ese nihilismo azucarado, del pop que habla constantemente de un amor que no llega, de esas canciones nostálgicas en un paisaje deprimente y despojado de toda profundidad. La película recuerda inevitablemente a esa tradición del cine americano que ha llevado a la pantalla grande la triste realidad white trash, el patio trasero del American dream, el desierto del consumismo norteamericano: pienso por ejemplo en dos clásicos como Gummo (1997) de Harmony Corine y Kids (1995) de Lary Clark. La película de Arnold logra sin embargo dar en el centro de lo que se han propuesto retratar las otras películas: la realidad norteamericana es aquella de la soledad profunda, la soledad en medio de una sociedad llena de promesas de comunidad (banderas, agrupaciones, sindicatos, etc.). Estados Unidos es una pancarta desolada en medio del desierto de una carretera sin fin, una pancarta prometiendo una felicidad rápidamente adquirible, como el destapar de una Coca-cola.

We found love in a hopeless place” dice la canción que suena en el desahuciado escenario de un supermercado, justo allí donde la protagonista Star (Sasha Lane) se enamora al comienzo de la película de Jake (Shia LaBeouf). El encuentro es eso, un encuentro en medio de la desesperanza, justo el impulso necesario para descarrilar la monótona y tediosa vida de la protagonista. Star es todo lo contrario a una estrella, si bien es atractiva, es al mismo tiempo melancólica y triste, su brillo, sus pequeñísimas felicidades esporádicas dependen de su entorno, de la inmediatez de sus banales diversiones. Es por eso que le queda fácil entregar su vida a Jake: se une a su manada, a su grupo de adolescentes desesperados que deciden llevar una vida on the road vendiendo o estafando a las personas con revistas. El grupo está al mando de Krystal (Riley Keough), una matriarca que recolecta al final del día todas las ganancias de sus súbditos prometiéndoles así un ambiente de diversión entre drogas, sexo y alcohol, moteles y un contexto de manada en el que el más fuerte tendrá mayores ganancias. Las reglas del grupo son sencillas: todo debe encarrilarse a una sola meta, ganar dinero. El dinero es la primera máxima y es la que le da sentido, no solamente al grupo, sino a la vida de cada uno. La problemática principal de la película es que el descarrilamiento de Star, su deseo de estar con Jake se ve frustrado, ya que el amor y el dinero no se entienden en absoluto.

Jake termina, al parecer, enamorándose de Star y esto amenaza la supervivencia del grupo. Jake es un desahuciado como los demás y su fuerza radica en la protección que le proporciona Krystal al ser el maestro del engaño y el dandy recolector de seguidores. Jake es un nihilista juicioso y se ve en una situación problemática cuando su camino se bifurca por Star. El amor llega entonces como un accidente de luz. Jake le promete a Star, en una escena memorable de la película, mostrarle su secreto al responder a la pregunta de ella sobre sus deseos de futuro: la tensión crece al aclarar que nunca antes Jake le había mostrado este secreto a alguien más. Según él, el secreto solamente puede ser mostrado, su presencia basta para justificar todo. Sin embargo, al revelar que se trata solamente del tesoro de todos los objetos robados y del dinero acumulado durante todo ese tiempo, la idea de un secreto, de una promesa o de un sueño de futuro se frustra en el deseo consumista de la acumulación. Este banal deseo compartido es un deseo sin final pero manteniendo paradójicamente la falsa promesa de una vida futura, una vida feliz que, como una valla publicitaria, es solamente una promesa que termina en ella misma: el dinero, solamente el dinero.

La soledad americana, la soledad del individuo en la ácidamente dulce realidad de los Estados Unidos viene a expresarse en la cámara: los close-ups de Star le dan protagonismo a la perspectiva de este personaje, a su soledad en medio de la manada en la que trata de sobrevivir. Las imágenes de afecto (véase Deleuze) son el recurso principal estilístico de la película y no ha sido elegido en vano. El filme se hace a la búsqueda del individuo en medio del desamor del consumismo. En el contexto del consumismo, la alteridad se esfuma, el ego se alimenta hasta explotar y el desamor es tan amargo como la miel del pop, la amarga miel del nihilismo.

El Golem y nosotros. Sobre la exposición «Golem» en el Museo Judío de Berlín.

El Golem y nosotros. Sobre la exposición «Golem» en el Museo Judío de Berlín.

Foto sacada de: http://www.exponiert.berlin/expb11-juedisches-museum-berlinjuna/

¿Qué tiene de judío un robot? ¿Qué papel juega hoy en día la cábala en nuestra forma de ver el mundo? ¿Qué hay en común entre poesía, inteligencia artificial y religión? Estas preguntas están en el centro de la extraordinaria exposición del Jüdisches Museum de Berlín que lleva el lacónico título de „Golem“. La exposición no pretende solamente mostrar la historia de un tópico literario importante, más bien trata de llegar hasta el fondo de un imaginario, y sí, de una metáfora en el sentido de Blumenberg que nos revela una pregunta esencial del ser humano, una pregunta en torno a un misterio insondable: la creación de la vida. La figura del Golem, ese monstruo cabalístico que se levanta por medio de la magia del lenguaje para proteger una comunidad judía, o bien a veces para destruirla, es una figura que no se agota en el ámbito de la mística judía y que viene a echar raíces en muchísimos otros ámbitos. Ese es el propósito de la exposición del museo judío de Berlín, cartografiar la red de influencias de esta metáfora singular, desde Meyrink hasta Borges, desde Loew hasta Los Simpsons, desde Wegener y Scholem hasta Trump y el iPhone.

 El Jüdisches Museum de Berlín siempre se ha caracterizado por su esfuerzo en abrir espacios de pensamiento; sus exposiciones no se limitan a informar, más bien postulan y proponen, exponen y abren espacios para nuevas formas de pensar, para nuevas hipótesis sobre la historia y sobre la sociedad. El museo logra mostrar por medio de sus exposiciones interactivas cómo el judaísmo con toda su complejidad y profundidad, sigue estando en el centro de nuestro pensamiento occidental y cómo sus influencias en la cotidianidad europea no se agotan en el recuerdo del holocausto sino que van más allá, o bien están más cerca de lo que creíamos. El museo pierde su forma estática y se vuelve carne, cotidianidad, presencia constante en el mundo. El museo revela cómo ciertas formas del pensamiento judío poco conocidas están implícitas en nuestra cotidianidad, siguen allí latentes y revelando así una poética judía que sigue creando nuevas formas, una poética que sigue en emergencia. Por medio de la contraposición de la cultura popular europea (y sobre todo la cristiana) con la ‘otra’ cultura judía, se logra abrir un espacio de investigación contrastiva y comparativa en la que el espectador mismo crea los lazos y logra sondear el Otro en nosotros mismos. El judaísmo logra por medio de estas exposiciones retomar el puesto que tenía antes de la segunda guerra mundial, ese puesto siempre existente y esencial en nuestra cultura cristiana. La exposición del Golem es un muy buen ejemplo de esto, es decir, de cómo un objeto de estudio académico y meramente religioso viene a exponerse con su gran bagaje cultural y su presencia innegable en el día a día de la sociedad de occidente.

Para nadie es un secreto que la idea de la “inteligencia artificial” ha minado nuestro imaginario popular desde hace siglos. Podríamos pensar en la película de Steven Spielberg A. I. Artificial Intelligence (2001), que representó en la pantalla grande de Hollywood un idea que anticipaba la película de Spike Jones Her (2014) o bien el dispositivo de Apple Siri. Esta idea tiene sin embargo precursores que se encuentran mucho más atrás en la historia de lo que muchos creerían: bastaría nombrar a Frankenstein (1818) de Mary Shelley o bien Le avventure di Pinocchio (1881) de Carlo Collodi o  L’Ève future (1886) de Auguste Viliers de L’Isle-Adam. Sin embargo la idea profunda detrás de la inteligencia artificial, es decir aquella referencia a la artesanía o  creación de la vida (la cual viene a encontrar también un actualización de alto impacto en el desciframiento del genoma humano) contiene en su interior a la figura del Golem, una figura que juega un papel cultural importantísimo en la tradición de la mística judía y sobre todo en sus rituales. El mostrar el origen específico de esta figura es casi imposible (podríamos encontrarlo en el Rabbi Juddah Loew o en escritores como Gustav Meyrink o en los estudios cabalísticos de Gershom Scholem), ya que éste está implícito en el imaginario de toda nuestra cultura europea. Es por eso que el Museo Judío de Berlín trata de cartografiar el completo mapa cultural que revela la complejidad de esta metáfora que responde a una pregunta esencial del ser humano: ¿podemos crear la vida como creamos un artefacto? ¿Podemos imitar a Dios en su creación? ¿Es la creación de Dios una artesanía de tierra, como se podría encontrar el Popol Vuh? ¿Es Dios un relojero (a propósito de William Paley) o bien un escultor? ¿Si creamos vida se revelará en contra de nosotros? ¿Qué ética nos permite crear vida y qué estatus social tendría ésta? El ser humano no se ha agotado de darle forma a esta imagen que responde a un misterio que nos seguirá agujereando el cerebro hasta el fin de nuestros días. Es una imagen que remite a un problema ontológico y antropológico, cuyas repercusiones culturales y políticas son innegables. He allí el gran mérito y actualidad de esta exposición que podrá ser visitada hasta el 29 de enero en Berlín.