Un lugar tranquilo: terror en silencio

Un lugar tranquilo: terror en silencio

Un lugar tranquilo (con título original A quiet place) se desarrolla con un silencio con el que uno empatiza a respetar. Eso hace que su disfrute en el cine pueda darse en toda su magnitud, algo cada vez menos posible. Es una película novedosa, que toca muchas teclas correctas, aunque éstas no suenen –recordad, no se puede hacer ruido- y una de las más interesantes y logradas del género de terror de los últimos diez años.

Vemos a una familia caminar por el bosque. Van descalzos. La comunicación es no verbal. El sigilo debe llegar al extremo. Con calma y una narración bien estructurada nos van explicando el porqué de estos comportamientos post apocalípticos. Estamos de acuerdo en que la narración de una historia es tan importante como la historia en sí misma y aquí el director John Krasinski realiza un trabajo muy meritorio, introduciendo ideas frescas y algunos encuadres impactantes, que los fans exigentes agradecerán. Obvio que hay elementos típicos de las películas de terror pero es algo que no distorsiona el entretenimiento. Ni la tensión, que es mucha. Es la única -y supongo que última- vez en mi vida que en un cine no escucho a un solo espectador pronunciar una sola palabra durante la película, desde la primera escena hasta la última, esto es, un silencio del cien por cien. Durante una hora y media. Puede que hayamos sentado jurisprudencia y no porque fuéramos todos mudos. Esto no viene a ensalzar a nivel de prodigio -ni mucho menos- la película, que es muy inteligente y está fantásticamente hecha, pero lo comento como anécdota, una de mimetización inconsciente del público con la historia. Como si hablarle al compañero de al lado pudiera destrozarle la vida a esa familia de la pantalla. O quizás estábamos embrujados.

El mencionado John Krasinski -foto- es el director, guionista y coprotagonista de la película, muy habilidoso en las tres facetas. A su lado, la gran protagonista es Emily Blunt, que está firme como lo es su personaje, pese al continuo desasosiego en el que vive junto a su marido y sus hijos. Curiosa esta actriz que alterna, si miras su filmografía, papeles tensos en thrillers con otros ligeros en comedias románticas, como quien mezcla salado y dulce, melón con jamón. En Un lugar tranquilo trasciende algo más allá de la química entre ambos, como una confianza extraordinaria. Uno descubre que en la vida real están casados desde hace ocho años, tienen dos hijos y forman una de las parejas más encantadoras de Hollywood. Ved este magnífico Timeline de Cosmopolitan donde desprenden complicidad, es un ejercicio sano.

Tienes escenas de verdadera incomodidad y largos segundos de sufrimiento. Como es astuta y apenas recurre al susto habitual, buscando sus propias maneras, nos lleva a lo que aludía al principio: tanto -o más- importa la forma de contar una historia como la historia en sí. No es cine independiente ni tampoco es el típico blockbuster. Ambos tienen sus clichés y Un lugar tranquilo no es una excepción, pero se forja una personalidad propia a base de esfuerzo, algo que todo el mundo termina por reconocer. Las energías se transmiten.

La hija mayor es sorda y experimentamos su perspectiva del mundo. Son algunos de los mejores momentos de la película. Es como darle al mute, podéis hacer la prueba. O esta otra. Venden tapones para los oídos en droguerías por apenas dos euros, muy útiles para estudiar y la concentración. El mundo parece totalmente distinto. Es un filme sobre la sordera, sobre los monstruos y por encima de todo sobre adaptabilidad y supervivencia. Ya hemos visto películas de padres protegiendo a sus hijos, pero es que ésta lo hace muy bien. Tan bien lo hace que logra permanecer en la cabeza durante los días siguientes. Sobrevive. Uno la va recordando. Eso, en nuestra era de consumo masivo -consumir y olvidar- y expuestos a más estímulos que nunca ya es un logro. Y sin hacer apenas ruido.

En Norteamérica M. Night Shyamalan nos ofrecía siempre algo nuevo con sus historias, llenaba de riqueza y diversidad al terror con El sexto sentido, El bosque, Señales y La joven del agua entre otros, pero ya son diez años que giró hacia la ciencia ficción y los thrillers, dejándonos muy huérfanos desde el otro lado del charco. Solo Bone Tomahawk de Kurt Russell en 2015 y Get Out en 2017 dieron un soplo de aire fresco, despiadada la primera, enigmática la segunda. Desde entonces el terror inteligente y que arriesga, el que sigue aportando cosas nuevas, viene de Europa con joyas como Déjame entrar (Suecia), Martyrs (Francia), Goodnight Mommy (Austria) o Mientras duermes (España). La coreana Bedevilled, la australiana Babadook y la canadiense Pontypool completan los títulos más singulares de esta última década. La norteamericana mother! de Aronofsky está fuera de concurso por ser inclasificable, por si alguno la echabais de menos.

En Un lugar tranquilo, un análisis puritano, detallado, nos arrojaría que la película parece mejor de lo que en realidad es, no es demérito en absoluto. Es genial la habilidad con la que esconde sus debilidades, que no pasa nada por verlas y reconocerlas. Porque tenemos hordas de gente que derrochan hipérboles y la ensalzan ya como obra maestra del género. A los extremos sabemos que no hay que tomarlos muy en serio. Basta con ver la película. Se pasa lo suficientemente mal -ni poco ni demasiado- para que salgas del cine con esa sonrisa satisfactoria de quien ha finalizado una gran aventura. Un terror apto para casi todos los públicos, con poca sangre de por medio y mucha destreza.

Es bonito porque su éxito reside en un amor muy cómplice, el de Emily Blunt y John Krasinski en la vida real, que trasciende a la pantalla en forma de cinta de terror. Ahí está ese “algo” que engancha a la gente y explica el éxito de taquilla. Lo original, los grandes aciertos de la película nacen del ingenio que crea su complicidad. Descubrirlo me hace sentir un tanto culpable, como quien rompe la magia explicando un truco muy logrado. Espero al menos haberlo hecho en silencio.

Dar la voz, hablar del conflicto: sobre Ciro y yo, de Miguel Salazar

Dar la voz, hablar del conflicto: sobre Ciro y yo, de Miguel Salazar

Basada en la historia personal de Ciro Galindo,  Ciro y Yo (2018) reconstruye la dolorosa historia de Colombia, más concretamente de las más de seis décadas de conflicto armado que ha vivido el país. Desde el nacimiento de la guerrilla hasta la firma del famoso acuerdo de paz firmado en septiembre de 2016.

Ciro y yo es un documental fácil en cuanto a su narrativa y su construcción audiovisual. Basándose en la entrevista y en la voz en off del propio director, Miguel Salazar conduce al espectador a través de una historia personal dolorosa, que sirve como eje para articular los diferentes sucesos acontecidos en la historia del conflicto armado colombiano . La historia personal es la de Ciro, desplazado por el conflicto armado y cuya vida se vio rodeada de la muerte y el asesinato de sus seres queridos: “donde quiera que ha ido la guerra lo ha encontrado…”.

Nacido en el Tolima, tras varias idas y venidas debido a la guerra y a la precariedad, Ciro acabó asentándose cerca del paradisiaco Caño Cristales en los noventa, en el parque nacional de la Sierra de la Macarena. Justo antes de que en el 99 fuera convertido, por el entonces presidente Pastrana, en la famosa zona de distensión o de despeje. Allá vivirá del incipiente turismo junto con su esposa Ana Margarita Barreto, y sus tres hijos: John, Elkin (o Memín) y Esnéider. En este punto, más de veinte años atrás, la vida de Ciro y la del director, Miguel Salazar, se entrecruzaron. Partiendo de unas fotografías que el director tomó a la familia de Ciro cuando los conoció en Caño Cristales, inicia la historia de Ciro y de su familia.

El film se articula alrededor de diferentes medios que le sirven al director para acercar lo personal a la historia mediática del país en estos años. La película se construirá mediante el uso de fotografías, entrevistas a Ciro y a su hijo menor Esnéider en la actualidad, materiales personales del director, diferentes vídeos de archivo de los canales de televisión Caracol y RCN, archivos que difundían las FARC y también tomas de seguimiento rodadas en la actualidad con Ciro. En la proyección del film, el propio Miguel Salazar explicaba cómo prácticamente todos los materiales de archivo que se encuentran en el documental son materiales que todos los colombianos y colombianas han visto en los medios de comunicación en alguna ocasión, solo que fragmentados y sin una unión de tipo causa-consecuencia entre ellos. La película consigue recapitular de forma muy resumida, todos estos acontecimientos, dándoles un recorrido histórico y sí, causal, pero obviamente limitado, tal vez, poco reflexivo.

Ciro y yo no puede huir de cierto tipo de panfleto político, pues el director sabe cómo conducir las emociones del espectador hacia una dirección: alabar la labor realizada por el gobierno del presidente Santos. La articulación del discurso, con toques melodramáticos (acentuados por la música), acerca al film a un documental, en muchos aspectos, gubernamental.

Supongo que tras tantas décadas de conflicto, la cinematografía colombiana necesita de películas que pretendan retratar las vidas de aquellos que sufrieron la guerra y el desplazamiento en primera persona. Como bien Juan Carlos Arias escribía en Fronteras Expandidas. El documental Iberoamericano “dar voz” a las “víctimas” del conflicto es uno de los métodos más recurrentes e institucionalizados:

Hoy en Colombia parece haber un consenso alrededor de la importancia histórica de darles voz a las diversas víctimas que han sido afectadas por más de seis décadas de conflicto interno. A pesa de que todavía puedan darse discusiones acerca de cómo definir a través de casos particulares qué tipo de personas o grupos poblacionales deben considerarse como “víctimas”, el ejercicio de dar la voz a quienes han sido reconocidos como tales, ha sido aceptado y hasta promocionado como un propósito nacional .

Después de la proyección, en la Cinemateca Distral de Bogotá, un espectador preguntaba al director: “¿Y no quiere realizar otra película documental que cuente la historia de otra víctima del conflicto?”, a lo que el director respondió que no, que había sido un proceso muy intenso y que en la actualidad se encontraba realizando una ficción. Las “víctimas” y esa necesidad de retratarlas, y al mismo tiempo esa necesidad de escucharlas, como para curar una herida difícil de sanar. De nuevo, en palabras del propio Juan Carlos Aria : “Hoy dar la voz ya no parece ser iniciativa de unos pocos; por el contrario, este ánimo se corresponde con un movimiento institucional que abarca diversos ámbitos sociales y culturales, empezando, claro está, por los medios masivos y la producción de imágenes. Estas se han constituido en un medio fundamental para vehicular los testimonios a través de los cuales se busca acceder a una faceta del conflicto que hasta ahora había permanecido oculta. La voz de las víctimas, amplificada en la forma de testimonio audiovisual, se ha convertido en un medio privilegiado para hacer imaginable una realidad intolerable que de otro modo permanecería inaccesible para los espectadores del conflicto.”

No hay duda alguna, de que films documentales como Ciro y Yo serán aplaudidos y llorados, en Colombia y fuera de ella, pues los espectadores y espectadoras necesitan escuchar y entender. Aún así, el cine como medio, tiene fuertes implicaciones ideológicas; y la construcción y reconstrucción de la historia que queda marcada en esos 90 minutos de “verdad” nunca escapa de la subjetividad del realizador y de todos los intermediarios que se implican en la producción del film. Dar la voz implica escuchar, entender y poder escribir (filmar), pero la materialización final del film siempre quedará inscrita bajo la ideología del realizador/realizadora. En el caso de Ciro y Yo, la materialización del film une lo personal a lo político pero siempre desde una subjetividad muy marcada, la del propio Miguel Salazar, quien reconstruye estas dos historias (la personal y la política) encaminándolas en una dirección política, para él, esperanzadora.

 

Oscars para todos y todos contentos ¿Y tú?

Oscars para todos y todos contentos ¿Y tú?

José Javier Rosa observa en un veterano podcast de cine llamado El Octavo Pasajero que estamos acostumbrados a decir “vaya mierda” o tildar de injusto un premio cuando no es el que deseábamos, al olvidar que no gana el que tú quieres sino el que es. Advierte en la gente cuando habla de cine una radicalización de la opinión, esa ida de madre de la indignación absurda tan habitual en el fútbol y los programas del corazón.

La Forma del Agua me pareció un cuento de fantasía dulzón de Antena 3 de ritmo perfecto para dormir la siesta el domingo e ir despertando entre los anuncios sin problemas para seguir la historia, esto mientras se filtra el sol por la persiana del fondo del comedor. Un largo etcétera de desaciertos unido a un hombre anfibio que es un monstruo cutre de los Power Ranger de los noventa. Así pues, me indigné cuando Guillermo del Toro recogió los premios a mejor director y mejor película porque no ganó quien yo quería. Pero, entonces, me emocionó su discurso y aplaudí. Y la emoción de la actriz principal cuando Del Toro agradeció entre lágrimas a su madre transformo el cáncer de mi indignación en alegría. La Forma del Agua ha ganado cuatro Oscar, le encantó a la crítica y tiene un gran éxito de público en las taquillas. Detrás de ella habrá el mismo o más trabajo que en las películas que yo creía “merecedoras” de ganar. Estoy en proceso de madurez.

Una mujer fantástica ganó como mejor película de habla no inglesa, que afianza la buena salud de Chile. Su protagonista Daniela Vega es la primera actriz transgénero en conseguir un Oscar, un hecho histórico y un triunfo para el propio cine, como viento que impulsa el progreso de la sociedad y visibiliza la riqueza de la realidad. Progreso fue también ver a una mexicana-keniata y a un pakistaní criado en Iowa hablar sobre el sueño americano. Los actores Lupita Nyong’o y Kumail Nanjiani recordaron a los 800.000 inmigrantes menores de edad que Donald Trump quiso deportar del país. Estancamiento es, sin embargo, que Greta Gerwig fuera la única mujer directora de las ocho películas con más nominaciones. En el Hollywood actual 21 de cada 22 películas están dirigidas por hombres. Así pues, movimientos como #TimesUp y #MeToo deben de ser la punta del iceberg de mucho más que ha de llegar. Pero es un inicio.

Roger Deakins obtuvo una merecida estatuilla tras catorce nominaciones en su larga carrera por la mejor fotografía en Blade Runner 2049, que también ganó el de efectos visuales. Muchos seguimos perdidos buscando una salida en ese insondable desierto amarillento. Y con ochenta y nueve años se convirtió James Ivory en la persona más longeva de la historia en ganar un Oscar, por el mejor guion adaptado en Call me by Your Name y protagonizando uno de los momentazos de la noche: homenajeó al actor protagonista Timotheé Chalamet vistiendo una camisa con un dibujo de su cara. Un homenaje original y a la atura de la actuación inolvidable del joven.

El cine es sin duda magia. La del exbaloncestista Kobe Bryant ganó una estatuilla por Dear Basketball, un poema animado basado en su emotiva carta de retirada. La de Coco y el valor del recuerdo, la familia y la fe en uno mismo: un premio por unanimidad a otra maravilla de Pixar. Magia es el lenguaje de signos y así agradeció Rachel Shenton el Oscar por The Silent Child, un cortometraje acerca de una niña sorda de cuatro años. Y mágico es Christopher Nolan y Dunkirk una experiencia auditiva, ganando tres estatuillas a mejor montaje, sonido y efectos sonoros.

Finalmente, Frances McDormand como madre desgarrada en Tres anuncios a las afueras y Gary Oldman por su mimetismo con Churchill en La Hora más Oscura cumplieron todas las quinielas a las mejores interpretaciones. Ambos son dos de los mejores actores de su generación. Ella, con su segunda estatuilla después de Fargo, hizo levantarse a todas las mujeres nominadas de la gala para visibilizarlas y abogar por una mayor inclusión. Él, con su primer Oscar, protagonizó el discurso más largo al recordar su vida, sus inicios y cerrando con el agradecimiento a su madre casi centenaria. Merecido y casi obligado premio el suyo tras treinta años de grandes actuaciones.

Guillermo del Toro cerró estos Oscar 2018 agradeciendo a Steven Spielberg y a los padres del género fantástico que le abrieran un camino que él luego ha seguido y animando a todos los jóvenes cineastas a seguir adelante.

El cine es a veces como el reflejo en un lago cristalino, donde montañas heladas, nubes y cielo azul se duplican con exactitud milimétrica. Otras veces es un charco en la carretera en el que a duras penas distinguimos nuestro propio rostro. Siempre se ha dicho que el cine es un reflejo de la realidad. Ha llegado la hora de que el cine sea la realidad.

 

Lo que se esconde tras el oso y bajo la alfombra: comienza la 68. Berlinale

Lo que se esconde tras el oso y bajo la alfombra: comienza la 68. Berlinale

                                                                                                      © Internationale Filmfestspiele Berlin / Velvet Creative Office

Anoche soñé que volvía a Manderley. Me encontraba ante la verja, pero no podía entrar, porque el camino estaba cerrado. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí poseída por un poder sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que se alzaba ante mí. El camino iba serpenteando, retorcido y tortuoso como siempre. Pero a medida que avanzaba, me di cuenta del cambio que se había operado: la naturaleza había vuelto a lo que fue suyo y, poco a poco, se había posesionado del camino con sus tenaces dedos. El pobre hilillo que había sido nuestro camino avanzaba y, finalmente, allí estaba Manderley. Manderley, reservado y silencioso.   (Rebecca, 1951)

335.000 entradas vendidas, 500.000 visitantes, 1085 proyecciones, 20.000 profesionales acreditados de 127 países, 9.000.000.000 de lectores potenciales online…son números de la Berlinale 2017. Con un incremento en la venta de entradas de casi un 50% en la última década, el festival engorda acorde a la expansión de la ciudad.

Pero ¿qué hay detrás de unas cifras tan grandes como un oso berlinés y tan largas como la alfombra roja de Potsdamer Platz?

De dónde venimos

El 6 de junio de 1951, Hitchcock viajó con Joan Fontaine desde Manderley a Berlín, inaugurando con el film Rebecca la primera Berlinale de la historia. Como un viejo rico que no se ha olvidado de sus orígenes, el festival de público más grande del mundo rinde culto desde 1977 a sus clásicos en cada certamen. Así, detrás del glamour de la sección estrella Competition, encontraremos los Berlinale Classics, restauraciones en alta calidad de grandes clásicos –El Cielo sobre Berlín – o a la sección Retrospektive, que se centra este año en el cine de la República de Weimar, la historia de Alemania comprendida entre 1918 y 1933.

Donde estamos

Estamos en la innovación, en el atrevimiento y en la experimentación. Abundan los cortos, las películas heterodoxas y los formatos vanguardistas. Tenemos decenas de talleres, charlas, exposiciones y nuevas formas de interacción que se ramifican cada jornada por la ciudad, transformando el evento en un mastodóntico punto de encuentro para todos. El cine es una excusa para intentar explicar la realidad y reivindicar el derecho a que todos podamos expresarnos libremente. Por supuesto, siempre habrá gente que lo conciba como puro entretenimiento y eso está bien, faltaría más.

Estamos junto a quienes volverán a decir que el festival está politizado, porque esta edición vuelve a poner un foco potente en los refugiados y en las guerras. Asimismo, es alta la presencia de películas africanas, de protagonistas homosexuales y transgénero, de filmes en un sinfín de lenguas, como farsi, quechua o gallego, de sexo explícito e incluso una que toca el canibalismo. La diversidad es fundamental para que el amor gane terreno al odio. Para que el conocimiento se imponga a la ignorancia. Básicamente de eso se trata todo esto. De amplitud de miras. La Berlinale intenta generar conciencia y deconstruir el lenguaje: hablar de temática social, sexual o política es quedarse corto. Se habla de la realidad. Y los cientos de formas que ésta toma tienen visibilidad durante diez días en la capital alemana, en un total de 385 producciones, entre largometrajes, cortos y documentales.

También estamos en la época de la búsqueda de espacio y la contraprogramación. Paralelamente a la Berlinale, durante exactamente las mismas fechas, confluyen dos peculiares festivales: Woche der Kritik, donde críticos de cine y cineastas debaten sobre el cine de autor antes de cada película, y la Boddinale, con películas, conciertos y fiestas de acceso gratuito en el R.A.W, la zona de arte urbano más alternativa de la ciudad y un hervidero de cultura callejera.

Y por supuesto estamos en el #metoo y el speak up, en unos meses históricos cuya dimensión alcanzaremos a valorar pasado un tiempo. Donde cada vez más mujeres se atreven a denunciar a sus agresores, el cine da ahora un paso de gigante. Berlín es tan pionera que ha instalado una asesoría para asistentes al festival, una asesoría para aquellas que se hayan sentido violentadas o abusadas durante el transcurso del mismo.

Adónde vamos

Nos encaminamos a una Berlinale, no muy lejana, en la que el festival lo abrirá un corto, un clásico de los sesenta remasterizado por su aniversario o, quien sabe, un mediometraje grabado enteramente con un iPhone. A un futuro donde Netflix no es el enemigo sino un aliado. Los directores de la exitosa serie Dark charlaran en Berlín sobre el making of y los secretos de una de las series de moda.

Y, por último, vamos hacia el final de una era. El año que viene concluye el contrato de Dieter Kosslick, director de la Berlinale durante los últimos 17 años, el periodo de mayor expansión y éxito del festival. Una comisión de expertos trabaja desde hace meses en la búsqueda de un sucesor. Para ser sinceros, en Berlín se respira melancolía y miedo en el ambiente. El listón está muy alto. Pero hasta entonces, hasta que pase o no todo esto, nos permitiremos disfrutar de esta edición, del presente. Y ser valientes y temerarios, tratando de apartar al oso de la alfombra roja y mirar la realidad, esa otra que hay debajo.

Algunos nombres a seguir en la Berlinale 2018

El prolífico y polifacético Williem Dafoe (Platoon, Arde Misissippi, La última tentación de Cristo) será galardonado con un Oso de Oro honorífico por su trayectoria.

Nuestra Carla Simón -que nos llevará a los Oscar con Verano 1993– será cabeza de cartel en una charla pública dentro de la sección Berlinale Talents, donde expondrá sus estrategias para poner de nuevo en boga al cine de autor. Dicha sección reúne a 250 jóvenes cineastas en Berlín, procedentes de 81 países y con amplia mayoría femenina.

Kim Ki Duk, que estrena una nueva película no apta para todos los estómagos: Human, Time, Space and Human. El director coreano nada como pez en el agua en la controversia y lo subversivo.

Nuestra Isabel Coixet con La Librería, recientemente multipremiada en los premios Goya. Pese a estar fuera de concurso por el Oso de Oro, la expectación entre el público es notable.

Y la miel para el postre con Lav Díaz, un extraño filipino que hace poesía en blanco y negro con películas kilométricas.Season of the Devil es su última obra, de «tan solo» cuatro horas. En la Berlinale 2016 estrenó una cinta de ocho. Cuatrocientos ochenta y seis minutos. El impacto de su duración, unido a unas imágenes que eran versos, le cambió el ADN a Meryl Streep, dicho literalmente.Nunca he escuchado una mejor definición del cine.

The Killing of a Sacred Deer y la justicia divina

The Killing of a Sacred Deer y la justicia divina

The Killing of a Sacred Deer (2017), la última obra del griego Yorgos Lanthimos, conocido por sus ya célebres Kynodontas (Dogtooth, 2009) o The Lobster (2015), es una cinta que, a pesar de que podría ser introducida como perteneciente al género del thriller psicológico, maximiza su inteligibilidad en cuanto se la analiza desde la perspectiva del experimento metafísico. Es decir, cuando se la entiende como uno de aquellos intentos (ensayos, juegos) de especulaciones contrafácticas, aquel terreno del «¿y si?» o del «imagina que…». Y no se trata de cualquier tipo de experimento, sino antes bien de uno muy particular que podríamos denominar un paracronismo. (más…)