Je suis Narcissiste, la nueva ópera de Raquel García-Tomás

Je suis Narcissiste, la nueva ópera de Raquel García-Tomás

La ópera cómica Je suis Narcissiste, coproducida por Òpera de Butxaca i Nova Creació, Teatre LliureTeatro Español Teatro Real, llegó este abril al Teatre Lliure de Barcelona después de estrenarse en Madrid el pasado día 7 de marzo. Su programación fue una feliz rareza a múltiples niveles dentro del panorama musical catalán actual: en primer lugar, por ser una obra contemporánea; en segundo lugar, por haber sido creada enteramente por mujeres (por desgracia lo más raro de todo); y en tercer lugar, por el excelente resultado de la producción en todos y cada uno de sus aspectos.

Raquel García-Tomás, Helena Tornero y Marta Pazos han creado un espectáculo fresco, actual y divertido, que logra conectar con el espectador por su calidad y por la relevancia de un tema que nos concierne a todos. Se respira comedia por todos lados, no solo por las divertidas situaciones que se nos presentan, también por los juegos de palabras del libreto y el uso que hace Tornero de los sinónimos y los registros exageradamente formales. García-Tomás explica que para la partitura se inspiró en el mundo sonoro de la edad de oro del cine, y el resultado es una música desenfadada, irónica y llena de guiños. En lo escénico lo primero que destaca es el aspecto visual, ya que cada personaje va vestido y maquillado de un vistoso color (azul la protagonista, rojo el psiquiatra…), pero lo más interesante de la escenografía de Marta Pazos es la gran dirección de actores y la atención a los detalles. Se trata de una ópera verdaderamente divertida, una comedia actual con referencias contemporáneas, que nada tiene que ver con los argumentos pasados de moda de la mayoría de óperas bufas del repertorio cuyo humor se basa en equívocos y en prejuicios que deberían avergonzarnos en lugar de divertirnos. Tornero, García-Tomás y Pazos incluso se permiten jugar con nuestras expectativas, presentándonos una serie de situaciones que parecen caer en típicos clichés sexistas que vemos constantemente en los escenarios y las pantallas (una protagonista histérica que se derrumba ante acontecimientos aparentemente triviales, un psiquiatra sabelotodo y condescendiente, un novio infiel que colecciona amantes, una sugerente escena de sexo en la que la mujer parece adoptar un rol sumiso, una enfermera menospreciada…) para luego darles la vuelta con ingenio y convertirlas en burlas o críticas.

El reparto de lujo contó con Elena Copons y Toni Marsol en los papeles principales de Clotilde y Giovanni, mientras que el resto de personajes corrieron a cargo de María Hinojosa y Joan Ribalta. Los cuatro interpretes demostraron que cantar con gusto, afinar y actuar de forma creíble es posible, a pesar de lo raro que es hoy en día ver reunidas esas cualidades en los repartos de los más prestigiosos teatros. La brillante dirección de Vinicius Kattah al mando de una reducida Orquestra Simfònica Camera Musicae completó el magnífico resultado.

La sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure es ideal para óperas de pequeño formato como Je suis Narcissiste. En el Gran Teatre del Liceu no se habría podido disfrutar igual ni de la música ni de la divertida dirección escénica. Sin embargo, eso no debería haber sido un impedimento para que el teatro de las Ramblas participara en la coproducción, como sí ha hecho el Teatro Real (a pesar de que en Madrid la ópera se representó en el Teatro Español). Con su ausencia, el Liceu -que desde su reconstrucción no ha programado ninguna ópera escrita por una mujer- ha perdido una vez más la oportunidad de conectar con la realidad de la sociedad. Y no solo por la deuda pendiente que tiene con las mujeres compositoras, sino también por tratarse de una ópera que es de nuestro tiempo sobre todo por la actualidad de su temática y no solo por su fecha de composición.

Josep-Ramon Olivé estrena «Chansons trouvées», de Raquel García-Tomás

Josep-Ramon Olivé estrena «Chansons trouvées», de Raquel García-Tomás

Después que el pasado mes de septiembre Josep-Ramon Olivé inaugurara el Festival LIFE Victoria, ahora nos toca hablar de su debut en el Palau de la Música junto al pianista Ian Tindale, dentro del ciclo ECHO Rising Stars. Este ciclo, iniciativa de la European Concert Hall Organisation (ECHO), es una estupenda plataforma para los nuevos talentos, y no solo de la interpretación, ya que a menudo incluyen obras de estreno. En este caso, l’Auditori de Barcelona, la Fundació Orfeó Català-Palau de la Música Catalana y la citada ECHO encargaron una nueva obra a la compositora Raquel García-Tomás. El estreno nacional -ya se había escuchado en conciertos previos de la gira- de sus Chansons trouvées era el principal atractivo de un programa por lo demás pensado como carta de presentación de un liederista: selección de lieder de Schubert y Strauss, Lieder eines fahrenden Gesellen de Mahler y una rareza, los Lieder des Abschieds op.14 de Korngold. Estas últimas unas canciones eran otro de los atractivos del recital, ya que a pesar de enmarcarse en la misma tradición que las demás, aportaban un poco de variedad dentro del repertorio germanocéntrico dominante.

El recital se desarrolló en las dos partes de rigor, y bien podrían haber sido dos actuaciones distintas. Puede que fuera por la presión de actuar en casa, por una menor afinidad con las obras, o por cualquier otra razón, el caso es que en la primera parte ambos artistas ofrecieron una interpretación contenida, casi tímida. No lograron traspasar la superficie emocional de los deliciosos lieder de Korngold, mientras que en la preciosa selección de canciones de Schubert la cuidada expresividad de Olivé en los pasajes en piano contrastaba con un fraseo comparativamente más plano a partir del mezzoforte.

En la segunda parte experimentaron un drástico cambio, empezando por su magnífica interpretación de las Chansons Trouvées de Raquel García-Tomás. Se trata de una pieza cuyo texto consiste en sílabas sin sentido que pretenden evocar la sonoridad de la lengua francesa. Sin la restricción que suponen las palabras, García-Tomás construye una obra que explora un amplio abanico expresivo. Olivé, que en la primera parte ni siquiera se movía, se mostró a partir de aquí mucho más desinhibido, con gestos que acompañaban a su fraseo, mucho más expresivo e intencionado. Después de su excelente interpretación de las Chansons Trouvées, continuó con una versión intensa y dramática de los Lieder eines fahrenden Gesellen y cambió sin problemas de registro para el último bloque dedicado a Strauss, con un planteamiento más íntimo y cantando con una gran delicadeza. Ian Tindale también se mostró más inspirado en la segunda parte, y sobretodo en el bloque Strauss con el que demostró una gran sutileza en la creación de sonoridades desde el piano.

El Cuarteto Casals aborda la integral de Beethoven

El Cuarteto Casals aborda la integral de Beethoven

Al Cuarteto Casals le van los retos grandes y para celebrar su 20 aniversario han escogido uno mayúsculo: interpretar los 16 cuartetos de Beethoven en una sola temporada. El pasado agosto presentaron por primera vez la integral, y lo hicieron en la Schubertíada de Vilabertran, en una maratón de 5 conciertos en solo 8 días. Ahora la han presentado en l’Auditori de Barcelona en un formato de 6 conciertos (dos en octubre y cuatro en mayo) que repetirán a lo largo de la temporada en Londres, Berlín, Lisboa, Turín, Viena, Amsterdam, Madrid y Tokio.

Como parte de la celebración del 20 aniversario cada uno de los seis conciertos incluye una obra de estreno, encargada por el Cuarteto Casals. Esta espléndida iniciativa no solo promueve la creación de nueva música e incluye algo de variedad en un ciclo por lo demás monográfico. Al tratarse de obras compuestas especialmente para complementar los cuartetos de Beethoven es de esperar que queden bien integradas con ellos. Así sucedió por lo menos en el concierto del pasado 5 de octubre con el Cuarteto «Otzma»  [footnote] Otzma se puede traducir como fuerza o fortaleza.[/footnote] de Matan Porat, programado junto a los cuartetos 6, 15 y 16 de Beethoven. La obra de Porat transmitía la sensación típicamente beethoveniana de la música que avanza imparable en una dirección definida, como si cada nota fuera inevitable.

El Cuarteto Casals demostró un gran dominio del estilo clásico, con una interpretación precisa, emocionante y, sobretodo, idiomática. Su versión de los cuartetos de Beethoven es sin duda de referencia y promete ser una de las sensaciones de la temporada. Quedan cuatro conciertos para vivirlo en directo, no se los pierdan.

Mención a parte merecen las notas de programa a cargo de Jonathan Brown, viola de los Casals. Nos hemos quejado muchas veces de la pobre calidad de los textos de los programas de l’Auditori. En esta ocasión es un lujo y un placer leer los penetrantes comentarios de Brown sobre de los cuartetos de Beethoven, mezclados con sus reflexiones -avaladas por 20 años de experiencia- sobre la esencia del cuarteto de cuerda como grupo de músicos.

 

Fe de etarras, una comedia muy seria

Fe de etarras, una comedia muy seria

Hoy se ha estrenado en Netflix la última y esperada película de Borja Cobeaga titulada Fe de etarras. He de decir que, después de la exitosa Ocho apellidos vascos, no esperaba demasiado de este nuevo film del director donostiarra. Al ser estrenada, además, en esta plataforma, pensaba que sería un producto concebido para el mero entretenimiento. Pero, nada más empezar a verla, se me han caído a los pies todos mis prejuicios. Porque he de reconocer que la película ha «decepcionado» mis expectativas con creces y me ha dejado un sabor amargo y la necesidad de una profunda reflexión. Esperaba una comedia vacua, banal, llena de tópicos y gags previsibles, pero Fe de etarras, en realidad, ni siquiera es una comedia. Lo que hace Cobeaga con verdadera maestría es contar, desde el humor, una historia real y dolorosa sobre Euskadi, personificando en un comando etarra algo sui generis las tensiones internas de la banda terrorista ETA en un momento histórico muy concreto.

La narración acontece en el verano de 2010, el verano del Mundial de Fútbol de Sudáfrica del que la Selección Española salió campeona. Sin embargo, ese verano es también el previo a que ETA declarara un alto al fuego el cinco de septiembre de ese mismo año. Como Didi y Gogo en Esperando a Godot, los cuatro integrantes del comando esperan la llamada de Artetxe, jefe de ETA, para que les dé indicaciones sobre el siguiente gran golpe. La espera es, pues, casi un acto de fe de estos cuatros personajes: el jefe del comando, un riojano de nacimiento e integrante histórico de la banda, que “si puede jugar en el Athletic, también puede ser etarra”; una pareja de jóvenes que, más allá de las consignas románticas de la kale borroka, poco pueden aportar; y un anarquista de Albacete del que tienen que echar mano porque ya nadie dentro de la organización sabe manejar explosivos. De esta manera, Cobeaga nos muestra una ETA venida a menos, en la que la inercia y la incapacidad de los personajes de vivir de otra manera les llevan a continuar una vía sin saber en realidad por qué ni para qué. Esperan a Godot, pero éste, como no podía ser de otra manera, no se hace presente.

La tensión interna es evidente durante toda la película, tanto entre los integrantes del grupo como dentro de cada uno de los personajes. La pareja sueña con una vida en común, en Uruguay o como comando itinerante. Sin embargo, no pueden escapar del todo de lo que han sido y son, de esa ansia de hacer historia de Euskal Herria. Se quieren ir, pero no pueden. Se quieren quedar, pero no tienen nada que hacer. El jefe del comando juega a mantener viva la ilusión de un gran acto terrorista, pero a la vez manipula y evita la llamada de Artetxe. El anarquista quiere formar parte de esa idea romántica de la lucha, quedándose, de esa manera, en la parte estética del asunto, obsesionado por euskerizar su nombre e imaginándose en los titulares de los informativos como un mártir.

El título de la película no es casual, porque ser etarra en 2010 es un acto de fe, una cuestión religiosa. Pero la organización interna de ETA ha entrado ya en un proceso de secularización que no tiene marcha atrás. Ahogada tanto por los agentes externos, simbolizados aquí en el entorno hostil en el que se mueven, en el ambiente generalizado de orgullo patrio futbolístico -valga la redundancia-, el comando sólo existe en el claustrofóbico piso franco en el que pasan los días. Fuera no son nada y dentro, las tensiones entre ellos sólo se palían gracias al deseo irracional que tienen en común de continuar un camino a todos ojos absurdo y patético. Sin querer hacer  de spoiler, solamente mencionaré una de las frases que el gran Ramón Barea pronuncia hacia el final de la película: “a los cobardes se les espabila a hostias, pero cuando no hay fe, no hay nada”. Y Cobeaga retrata esta pérdida de fe interna, el paso de la idea romántica de los personajes históricos de ETA a una nueva realidad dentro y fuera de la organización de manera brillante. Y lo hace a través de un humor fino y sutil, sin dejar de ser, sin embargo, incisivo y serio, muy serio a ratos.

Sólo espero que esta película se reciba como lo que es: una crónica de una muerte anunciada, pero no una banalización del mal. La película molestará a algunos sectores de la sociedad, pero eso es seguramente lo que el humor serio de Cobeaga pretende. Ahora que la equidistancia está tan mal vista, el director nos muestra una película llena de grises y matices, como lo está también de frustraciones, miedos y dolor. Pero esto es, en definitiva, lo que ha dejado en todos nosotros una época marcada por el patriotismo y el fanatismo. Y, para que no se me malinterprete, diré que me refiero aquí no sólo a la cuestión de la lucha armada en la que Cobeaga se centra más, sino a lo que se ve en los vecinos de la comunidad en la que se encuentra el piso franco. Una comunidad que recoge una muestra algo sesgada, pero real, de las diferentes simplificaciones de las que hacemos uso para comprender mejor la complicada realidad que nos rodea. Porque, al final, lo que hemos sido y lo que somos siempre puede volver a llamar a la puerta. Y no diré más.

 

 

Una invitación a dejar de esperar

Una invitación a dejar de esperar

Hace algunos meses escribí en estas mismas páginas, un artículo sobre el documental Demain (2015), dirigido y producido por la francesa Mélanie Laurent y su marido, el también cineasta Cyril Dion. Ahora, desde otra ciudad que nada se le asemeja a Barcelona, vuelvo sobre mis propias divagaciones para hablaros sobre el film, Qu’est-ce qu’on attend? (2016), de la francesa Marie-Monique Robin.

Desde principios de este mes, el documental puede verse en la mayoría de cines de Bruselas, incluida la sala independiente Vendôme, donde tuvo lugar la Avant-Première y en la que Robin se mostró más bien resuelta ante un público hastiado por el calor. A qué esperamos, preguntó como si la respuesta fuese obvia y, al mismo tiempo, ninguno supiese qué contestar. Así es como el documental interpela al espectador, tan sólo mostrando un modo de vida posible, una realidad que de hecho ya existe: la cerca de los 2200 habitantes de Ungersheim, un pequeño pueblo situado en la región francesa de Alsacia.

Ungersheim es una localidad denominada «en transición», esto es, en proceso de abandonar los recursos fósiles como el petróleo para reducir así la huella ecológica. Por ejemplo, con terrenos adquiridos por el ayuntamiento que ahora son huertos ecológicos y de reinserción social; con cooperativas y comedores que abastecen a varias localidades aumentando la empleabilidad local y el autoabastecimiento; con construcciones que respetan el medioambiente y en las que trabajan los propios vecinos, algunos ya jubilados; con una moneda local, los radis; y con jornadas de concienciación en la escuela, a la que los niños, por cierto, llegan cada día en coche de caballos. Éstas son algunas de las imágenes que se muestran en el documental cuyo protagonismo absoluto lo tienen sus vecinos y, en especial, su alcalde y promotor del proyecto, Jean-Claude Mensch.

El documental ha de entenderse como una carta de presentación, también como una invitación a unirse a este «movimiento» que aglutina ya a 460 localidades en todo el mundo. No obstante, se echa en falta una perspectiva crítica por parte de la periodista, quien se limita a filmar –en muchas ocasiones sin previo guión– el día a día de unos vecinos orgullosos con su nuevo estilo de vida. Pero, ¿cómo trasladar estas prácticas a otras localidades? ¿Es posible llevar a cabo estas medidas en grandes ciudades? Fueron preguntas como éstas las que llevaron a Marc de la Ménardière y Nathanael Coste a su particular aventura, a recorrer el mundo en busca de respuestas, a producir a su vuelta a Francia la película Enquête de Sens (2016).

Que en los últimos años el debate sobre el medioambiente y el cambio climático ha ido desplazándose de ciertos sectores afines al ecologismo hasta convertirse en tema de agenda de partidos políticos es un hecho esperanzador. Ahora bien, la Cumbre de París de 2015 fue un fracaso pese a que los medios la catalogaran como el gran «acuerdo histórico» sobre el medioambiente, lo cual explica también por qué el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ahora parece querer salirse del grupo. Y es que ya no se trata tanto de buscar posibles soluciones a los problemas actuales –entre otros motivos porque algunos de los cambios experimentados por el planeta ya no tienen marcha atrás– sino de interrogarse acerca de por qué no los ponemos en práctica. De la importancia de la cohesión social y de los movimientos colectivos, pero también de la necesidad de un cambio de paradigma en el que los valores de sostenibilidad primen más allá del rendimiento económico, versan todas estas producciones cinematográficas. De lo que vendrá en un futuro si no aprendemos de nuestro presente.