[Especial Festival Mixtur] Mix-tour 4

[Especial Festival Mixtur] Mix-tour 4

Seguimos con el día 22. La función comenzó poco después de terminada la mesa redonda. La gente se había dispersado, y la situación ya no estaba construida a partir de la confrontación frontal entre un grupo con poder de palabra y otro con obligación de audición. En este paisaje caótico que se da en los intermedios, la gente se segregaba y deambulaba en el espacio y la conversación. Yo seguí cavilando sobre las cuestiones que habían quedado suspendidas tras la discusión anterior. Me era difícil estar allí jugando al espectador iluso, dejándome conducir por la facilidad del itinerario ritual y sus codificaciones. El crítico no deja de ser una pieza en el engranaje de la maquinaria artística. La condición ritual del festival que antes me había parecido una observación curiosa ahora me era incómoda. Las luces azules se volvieron insultantes, con su oscuridad, sus sillas y sus tarimas nubladas. Comencé a sentir alguna especie de repulsión intelectual por la pretensión gandallista de una propuesta artística  que enmascaraba sus intenciones de absolutismo cronológico tras un rótulo autojustificativo y de apariencia neutra. Era el inicio de una especie de náusea.

La cortina de humo era el sonido. El sonido era el objeto de contemplación sobre el cual se erigía una estructura ideológica que pretendía despolitizar a la música y “elevarla” al pedestal incontestable de las ciencias formales. La “composición contemporánea” pretendía desligarse de las tramas narrativas para volverse una entidad de belleza más allá de lo humano, autónoma y eterna, indiscutible, pues quedaba fuera del ámbito de todo argumento. Qué sencillo era cubrirse las espaldas con el cuento de la incomprensión, de la ultramodernidad, de la excelencia intelectual.

En tal contexto debe posicionarse el crítico: elegir entre la permisión o la confrontación. Pero la confrontación debía venir desde abajo, desde el principio, precisamente porque se espera que la crítica se inserte en la jerarquía del medio y se limite a hablar de lo sonoro. Una crítica legal es sólo parte de la burocracia. El objeto sonoro está constituído sobre tal armazón ideológico y trazado con tal complicación composicional que cualquier crítica que parta de la experiencia inmediata del concierto peca insalvablemente de ingenuidad e insuficiencia. Se trata de una estrategia de reversión del sentido, o más bien, de espejismo de la dirección: una opinión contraria emitida desde las reglas de juego es una fuerza a favor. Pero qué otra opción hay. Mantenerse declarada y completamente al margen, jugando la partida de la diferenciación, simplemente lleva a anular la capacidad de agencia y de oposición. Se mueve uno en otro escenario con un funcionamiento propio.

Al final el tiempo de espera se hizo corto y enseguida entré al cuadrilátero congelado de la sala. Tras los telones negros todo estaba igual: las bancas de madera en semicírculo, la tarima baja, los altavoces; la luz cuidadosamente seleccionada, la decoración abstracta de paraguas como columnas vertebradas. Pensé que estaban allí para ser una burla al sentido, un desdén hacia el contexto; su presencia era una reivindicación del arbitrio, de la voluntad absoluta, y al tiempo un encarcelamiento del lector dejándolo solo en la llanura.

Pero entonces no supe hacer sino lo que sabía. Tomé asiento y saqué la libreta para jugar al crítico que atrapa sonidos como mariposas. Fanny Vicens entró resuelta al escenario. Se introdujo con los largos y aglutinados conjuntos sonoros de Tremble (2012) del brasileño Januibe Tejera. Siguió una obra que me había predispuesto al desagrado por su título antipático Les obnubilacions ontològiques (2016), de Manel Ribera -de la que nos habló su autor aquí– pero finalmente acabó gustándome mucho. Comenzaba con un coral microtonal de movimiento lento y pausado que acariciaba a veces la tonalidad y sus giros distintivos; paulatinamente iban interrumpiendo episodios intermedios que terminaron por darle a la obra una estructura dispersa. La obra de Mayu Hirano, Instant Suspendu (2014), me pasó bastante desapercibida. Además de una interacción poco clara entre el acordeón y la electrónica, el repertorio sonoro inhibido no despertó demasiado mi curiosidad. El concierto cerró con Natura Morta (2014) de Carlos de Castellarnau, una obra veloz de movimientos granulares, fragmentados, frenéticos, pero no escandalosos; exploraba una interacción muy estrecha entre el timbre del instrumento y la electrónica.

Pasamos casi inmediatamente a la sala contigua para el concierto de Mario Prisuelos. Seguía sintiendo que intentar tomar notas era una actividad innecesaria, pero no pude desistir de ella. Comenzó con el tríptico Visiones (2011) de Joan Magrané, me sorprendió su manejo libre y fluido de la atonalidad, así como la unidad y direccionalidad de que dotaba a las piezas sin recurrir a motivos diferenciables, sino más bien a una coherencia textural. Jerez desde el aire o el aire de jerez (2009) de Mauricio Sotelo no huía de las citaciones y las referencias, haciéndolas más bien continuamente a estilemas como las cadencias frigias o a algunos giros que recordaban al pianismo de Albéniz; se movía continuamente entre las fronteras elásticas de lo conocido y lo extraño, con una predominancia de la textura a dos voces y un uso constante de las imitaciones a dos y tres voces. Siguió la Pianosculpture or Mario Prisuelos  (2015) de Josué Moreno, una obra que ejercía notablemente un régimen mayor sobre el cuerpo y la gestualidad que sobre lo sonoro, desarrollándose en un conjunto limitado de combinaciones sonoras más bien moderadamente disonantes. Finalmente la estridente y dispar Shadows (2013) de Rebecca Saunders selló el programa, contrastando tanto con lo anterior como con ella misma, llena de dicotomías diametrales, como el sonido de las teclas contra los armónicos liberados durante los silencios.

La velada había sido intensa y sin pausa hasta entonces. Terminados los conciertos no me quedaban fuerzas ni para escuchar, ni para escribir, ni para pensar. Decidí tomar un descanso antes del último concierto de la velada así que salí solo y apresurado, fuera de los callejones terrosos de Fabra i Coats.

[Especial Festival Mixtur] Mix-tour 4

[Especial Festival Mixtur] Mix-tour 2

 

Los enjambres fueron replegándose de nuevo a la estrecha boca de la sala. Nos esperaba el segundo concierto de aquel primer día: Videocreacions i Dansa. Daba la impresión de que el tono estaba definido por entero desde el comienzo. Las premisas eran claras y presumían ser estables. Este segundo acto estaba presidido por una gran pantalla blanca. La tarima había sido excluida, y en su lugar había una serie de colchonetas para acomodarse al ras del suelo. En la retaguardia los cuerpos permanecían controlados sobre sus sillas.

La primera proyección fue Rewrite (2016), un encargo de Mixtur para el compositor Roger Costa y el bailarín Albert Quesada en colaboración con la Muestra Insitu. Frente a un fondo nebuloso e indeterminado yace un cuerpo desnudo y fetal. Poco a poco despliega sus miembros, siempre al margen de la pared-pantalla que lo soporta. Pero el cuerpo se muestra despersonalizado, es un cuerpo anormal que camina con las manos y confina su rostro a un tajo vertical. Los atributos de la persona son contradichos por su disposición: de espaldas e invertido. Provoca una desorientación general, así del cuerpo ciego como del espectador aturdido. Pese a este morboso interés por el cuerpo macabramente degollado y anónimo, encuentro aspectos para revisar. Este cuerpo presentado así no es solamente una imagen inquietante del desnudo humano: es una imagen angelical. Se trata de una desnudez abstracta, des-sexualizada. La propuesta huye de la parcialidad del cuerpo individual y lo suscribe en los rasgos que no lo identifican como sujeto. Es un cuerpo común, un cuerpo general pero irreal. ¿Por qué hay esta necesidad de esquivar la lacerante singularidad de un cuerpo? ¿Por qué mantener este decoro que acaricia los límites de la vergüenza y la exposición? También es un cuerpo privado de sensualidad. Su desnudez, más que seducirnos, nos incomoda: nos molesta la danza errática y torpe de esas piernas-brazos, nos molesta ver ese torso sin ombligo, ese pubis-nuca con su vello acicalado. La música parece ser una exteriorización del cuerpo interno e invisible, con sus ritmos y flujos sordos, interiores, húmedos. La proyección era rica en tonalidades terracota y ámbar, colores que pueden sugerirnos al mismo tiempo una energía centrípeta, una inmovilidad fría y húmeda, y una referencia al barro original. En algún momento parecían levitar algunas ventanas entreabiertas ¿proyecciones del aquel cuerpo que pide ser expuesto, de aquel misterio que busca la profanación de la curiosidad?

La pieza siguiente fue Zwei Planquadrate (2013/2015) de Bernard Schumann. En este caso la videocreación personificaba dos modalidades de la destrucción. La primera parte presentaba un escenario que aludía a un paisaje citadino construído con bloques de madera. Sobre la inmovilidad del paisaje comenzaban a granizar grandes canicas transparentes que terminaban liquidando la escenografía. La segunda parte presenta un juego de ajedrez que va desarrollándose con lentitud hasta que las piezas comienzan a caer repentinamente mientras las empuja desde abajo la fuerza de un césped que crece. Una visión descendente y humana de la autodestrucción de la especie y otra destrucción fatal debida al levantamiento de lo incontrolable; también una propuesta tal vez un poco naïve sobre la oposición entre las fuerzas humanas y naturales, con unas implicaciones morales tan evidentes como discutibles. La realización era buena sin embargo, y agradable por su claridad y concisión, así como por su coherencia: a una propuesta guiada por cierta ingenuidad correspondía una serie de imágenes tomadas del contexto lúdico infantil.

Speech 2 (2015) de Francesc Martí Pérez mereció un nutrido aplauso. Se trata de una obra compuesta por cantidad de fragmentos audiovisuales, tomados del programa televisivo Open Mind, que son sometidos a procesos de síntesis granular y loop. La repetición incesante de la toma y su acoplamiento con otras produce efectos sonoros de los que emergen nuevos ritmos, texturas, e incluso nuevos textos. En cierta forma hace una guiño al Come out de Steve Reich   aunque la elaboración de Speech 2 aumenta el grado de variedad y complejidad en la composición. De la trama sonora emergían ritmos enérgicos que incitaban al movimiento corporal. Así mismo, cuando las repeticiones alcanzaban una prolongación remarcable se producía un efecto de alienación del sonido: lo que antes nos había parecido decir una cosa ahora nos dice otra, y este nuevo mensaje interactúa o se complementa de alguna manera con el otro fragmento paralelo. Una obra sincera y amena al tiempo que irónica.

De nuevo cerrando la velada tuvimos a Luis Naón con Lascaux (2004), también parte de su Cycle Urbana. En este caso se trata de una pieza inspirada en la Cueva de Lascaux, uno de los mayores exponentes de la pintura rupestre. Toda la obra musical está acompañada por un video de obras gráficas de Abel Robino a cargo de Diego Pittaluga. El interés de Lascaux es explotar las relaciones que mantiene el ser humano con su entorno, la forma en que materializa las proyecciones de su mente a partir de su cuerpo. Es por tanto una reflexión sobre la interacción entre lo exterior y lo interior. Varios elementos se conjugaron para que sintiera este último trabajo como especialmente tedioso: la repetición del mismo nombre en el mismo lugar para dos programas sucesivos, la misma relación de desequilibrio en cuanto al ritmo y la duración de sus piezas con respecto a las demás de cada programa, la misma estética mística y oscura en busca de los originales míticos.

Este primer día concluyó con una muestra de música electroacústica. Recorrí de vuelta las tenebrosas callejuelas de la Fábrica hasta llegar a mi bicicleta. El aire fresco de medianoche me ayudó a mantenerme alerta mientras bajaba por la Meridiana. Al día siguiente me esperaba otro día exhaustivo de festival. De inicio, todo pintaba de maravilla.

[Especial Festival Mixtur] Mix-tour 4

[Especial Festival Mixtur] Mix-tour 1

El pasado domingo terminó la quinta edición del Festival Mixtur. Fueron diez días llenos de actividad tan incesante como provechosa.

El jueves 21 de abril cambié mi rutina vespertina. Monté la bicicleta y me encaminé, Meridiana arriba, al concierto inaugural del Festival Mixtur. Pedaleaba de prisa ante la preocupante aproximación de la hora esperada. Poco antes de las siete aparqué y me adentré en el laberinto rojizo de la Fábrica de Creación Fabra i Coats, buscando angustiado un letrero que me condujese. Después mi preocupación se vería resuelta y mi desorientación explicada: había entrado por la puerta trasera. Pese a todo, llegué con suficiente antelación al concierto inaugural a cargo del Ensemble Diagonal. La disposición del espacio ya comenzaba a dar las primeras anacrusas silenciosas: la altitud del techo, las tonalidades azules, el mobiliario reciclado y la amplitud de las salas eran un preludio helado; vaticinio de esa frialdad tan característica de la modernidad epigonal del nuevo milenio. El movimiento calculado y sombrío del personal aparecía congelado en la pléyade de sombrillas que decoraban la estancia. Entramos en una sala enmarcada por pesados telones negros; allí esperaba un escenario brevemente alzado al que flanqueaban micrófonos, instrumentos y altavoces. Tomamos asiento y se atenuó la luz. Al punto me extrañó la delgadez del público, que no superaba a las 60 personas según observé. Poco a poco fueron aflorando las sospechas: se había levantado un proscenio infranqueable y enmascarado aún antes de la entrada de los músicos. Cuando subieron a la palestra sentí que estaban más próximos al horizonte que a las gradas. La ficción aterrizó sobre nosotros con el peso de lo sacro y entendí que estábamos en un mundo de tundras infinitas, como imaginadas por la mano de Rothko.

El Ensemble Diagonal interpreta con una precisión apabullante. Comenzaron con Air Pressure (2011) de Sivan Cohen Elias, una obra que explora timbres frenéticamente, con una urgencia de variedad en las combinaciones instrumentales y un desarrollo vertiginoso; los intérpretes parecen prolongaciones del instrumento, meandros oscuros de la exploración sonora y gestual que guían los instrumentos. La coherencia parece dada por las relaciones que mantienen entre sí los retazos mínimos de material simbólico-sonoro. Termina con una abrupta exclamación silenciosa, que en cierta forma remite a Partiels de Grisey. En seguida, un contraste abismal con Como vengono prodotti gli incantesimi? (1985) de Salvatore Sciarrino. con su avance gradual basado en una discretización del tiempo, una continuidad ligada a un redescubrimiento de la respiración, una amplificación de la boca y el aliento. Si a las primeras dos obras las distinguía la oposición, a las composiciones de Ugurcan Öztekin (Ars morendi, 2016) y Antonio Juan-Marcos (El afilador, s.a.) las emparentaba la semejanza.  Ambas se movían en un ámbito de lo aéreo, continuo y suave, y comparten una cierto tratamiento homogéneo de la textura.

Silence must be (2002) de Thierry De Mey causó revuelo en el público, y no sin razón. La directora Rut Schereiner encara rotundamente al público y declara el pulso de su corazón, que guiará los ritmos silenciosos de la obra. La marcación del compás se convierte pronto en un aliciente para la emergencia del sonido imaginado, un sonido despierto en la intimidad de cada individuo que observa la dura coreografía del director. Pronto el gesto se relaja y ondula, se indefine temporalmente y provoca nuevas lecturas. Enseguida regresa a la dimensión de la expectativa rítmica con una palmada que preconiza la interacción del gesto con unos sonidos de percusión grabada. En este momento la tensión es máxima: el oyente queda maravillado con la precisa síncresis entre el gesto y el sonido. Finalmente el ademán vuelve emanciparse evocando timbres y texturas, en conjunto con una ampliación del campo espacial y el desenvolvimiento corporal. La conclusión del concierto fue Ka III (2007/2016) de Luis Naón, en la cual volvió a participar el elenco completo junto con la presencia acentuada de un actante: la electrónica. La obra corresponde a una revisión del séptimo número de un ciclo de piezas titulado Cycle Urbana. Esta pieza en particular se inspira en un concepto de la mitología egipcia: Ka es a la vez una especie de alter ego adscrito a cada individuo y una presencia de la fuerza divina mantenedora del orden universal. A esta figura se suma la importancia de dos números místicos (el 5 y el 7), y una serie de conceptos clave: el cuerpo, el aliento, la vibración, las batallas y las profundidades de lo desconocido. La electrónica intercede en todo el devenir sonoro, lo modifica, lo extiende.

Apenas hubo una breve pausa para respirar antes del siguiente concierto. Pequeños enjambres taciturnos circulaban por la cafetería y los corredores. Se extendía un silencio gris y amplio por las latitudes de la estancia, un silencio catedralicio. Esta fue una impresión general que dominó los primeros días de actividad: una continuo sostenimiento del aura mística. En cierto sentido es este pacto ficcional el que acredita esta música en tanto que evento; es necesaria la creación de un entorno hermético, casi monástico. El aislamiento y la desolación, el enclaustramiento iniciático, el sutil secretismo sonoro: todo ello se conjuga para la conformación de un ambiente propicio. Era el ecosistema perfecto del misterio.

 

Maerzmusik fest 2016 (II): composición algorítmica

Maerzmusik fest 2016 (II): composición algorítmica

El pasado 12 de marzo la cosa iba sobre composición algorítmica en el Maerzmusik (con lo que se desmuestra, además, cómo la capital alemana se enfrenta de una manera muy seria a problemas actuales en la composición). La definición de la composición algorítmica es un tanto compleja. Algunos apuntan a que se trata de un procedimiento, en realidad, centenario; otros, sin embargo, lolimitan al uso consciente de algoritmos en la composición y, sobre todo, mediante la utilización de ordenadores u otros medios electrónicos, como sintetizadores. Quizá uno de los representantes mas famosos fue Xenakis, que utilizaba herramientas de las matemáticas para sus composiciones.

La primera pieza del programa fue Illiac Suite: String Quartet No. 4, de Lejaren Hiller y Leonard Isaacson, una pieza de 1957. Comúnmente, se considera como la pieza fundacional de esta línea de trabajo, es decir, la primera obra compuesta por un ordenador (el Illiac I), que seleccionaba números y letras de forma aleatoria -números y letras que se podían transcribir a notación convencional. El ordenador sólo poseía algunas normas básicas de composición, que corresponden a los cuatro experimentos que componen la obra: el primero intenta construir un cantus firmi, el sengundo una melodía a cuatro voces segmentadas, el tercero se constituye siguiendo instrucciones de rítmo y dinámicas; y, por último, el cuarto se basa en cadenas mertonianas. Según señala J. L. Besada en su tesis doctoral Composición y modelos exógenos: aplicación en la música contemporánea española (2015, p. 110)

Un primera aproximación poco atenta podría ubicar la implementación informática dentro de la categoría propuesta como recubrimiento gnoseológico [es decir, «proceso mediante el que la instancia epistemológica de los modelos musicales sirve de soporte para de engendrar un metamodelo científico, o eventualmente musical»]. La identificación de unos conceptos y de unos signos musicales como un código y una sintaxis supone un primer ejercicio de formalización científica, y la transferencia de unas reglas y su lógica implícita garantiza el pasaje de un mero catálogo de signos a un lenguaje formal. No obstante, la experiencia de Hiller e Isaacson incluye un retorno artístico, al proponer la generación de música con ella. Tiene lugar por tanto una reelaboración estética, tras la etapa intermediaria de naturaleza formal.

Aquí es donde entran mis dudas: en la audición se desprende la falta de algo fundamental, a mi forma de ver, para pasar de ser un experimento aural a una composición  y, por tanto, alcanzar esa categoría de ‘reelaboración estética’: y es el carácter linguístico. Éste no se refiere, simplemente, a la capacidad de unir meramente unas cosas con otras, es decir, obedecer rigurosamente el algoritmo seleccionado, sino hacer de la composición una totalidad -no necesariamente de sentido como algo terminado y de una vez para siempre-, pero sí como algo «construido» y no meramente «hecho». La obra, a nivel estético, sólo remite a una suerte de pastiche, muchas veces kitsch, otras naif, que hace un flaco favor a la defensa de esa herramienta de composición, por más que sea interesante en la relación con la tecnología sy las matemáticas. No sé qué se ‘reelabora estéticamente’, la verdad, porque no se repiensan a través de estas categorías ninguna de las preguntas básicas de la estética y, lo que es peor, tampoco se hacen buenas preguntas a tratar de responder. Ni siquiera la pregunta por la autoría de una obra, que ya se venía discutiendo desde movimientos anteriores de vanguardia. No obstante, reconozco que la limitación de este espacio no permite una discusión y profundización de los temas que abre este tema. Para el que le interese, dejo aquí el enlace al texto que escribieron al respecto Hiller e Isaacson. La interpretación por parte del Ensemble KNM de Berlín fue bastante correcta, aunque tuvieron algunos problemas de afinación bastante notables. La obra uena a una unión entre Britten y Bártok descafeinada, que sólo se miestra interesante por la segmentacióndel continuum melódico y el fugato del IV movimiento. Destaca la simpleza de la construcción instrumental, básicamente dividida en dúos de violines y la viola y el chelo, que o bien recurrían al milenario eco o respondían a la voz principal sin demasiado ornamento.  Aquí les dejo el cuarteto para que juzguen ustedxs mismxs:

Las siguientes piezas fueron el estreno mundial Colossus, Proteus, Eidothea, Polygonus Telegonus (2016), compuestas por el ordenador Iamus, desarrollado por el Grupo de Estudios de Biomimética (GEB) de la Universidad de Málaga. Francisco Vico y Gustavo Díaz Jerez explicaron que lo interesante de Iamus, frente a otras composiciones hechas por ordenador (como la anterior), es que el ordenador no selecciona aleatoriamente materiales, sino que el ordenador aprende y compone sin seguir isntrucciones, sino conocimientos. Es decir, de una forma similar a como se supone que lo puede hacer un ser humano. De tal modo, Díaz Jerez insistió en numerosas ocasiones en señalar que el ordenador podría equivaler a un compositor de nueve años de edad. Aunque Colossus se presentó como una pieza estática y delicada, las demás no dejaban de hablar prácticamente igual y de lo mismo, con estructuras compositivas repetidas en las cuatro, como los grupetos ornamentales que hacían las veces de pseudodesarrollo de la línea melódica y los fuertes contrastes entre graves y agudos. La pregunta que guió el debate que muy amablemente propusieron Díaz Jerez y Vico fue «¿estamos preparados para introducir ordenadores en la creatividad?». Mi respuesta, de momento -y quizá porque soy un poco carca- es que primero habría que definir mejor la creatividad (no de manera definitiva, claro) y, segundo, pensar en cómo para qué se introducen ordenadores. La defensa del grupo de Málaga es que el ordenador nunca sustituirá al humano, sino que un ordenador sepa componer, y no meramente obedezca, puede ser una herramienta que ahorre mucho tiempo a lxs compositorxs: como el deep blue, decían. Esto demuestra, al menos, cómo la estética siempre -y de manera indisociable- está unida a la ética y, si me lo permiten, también a la política. A mí no me preocupa la creatividad, me preocupa (y no digo que esté necesariamente en estas obras, hablo en general), por un lado, el fetichismo del medio que -como demuestran estas obras- van en detrimento del fin y, por otro, la fascinación -que es ideología- por las herramientas, que terminan con psicólogos hablando del enganche al Whatsapp y al Facebook (ambas, al fin y al cabo -aunque útiles-, maneras empresariales de guiar nuestras formas de comunicación e interacción social -y de vivencia de la identidad). Eso sí, quedo muy interesada por ver cómo avanza esto. Simplemente creo que hace falta, como siempre, un poco más de filosofía.

Javier Marías inaugura el Int. Literaturfestival de Berlín

Javier Marías inaugura el Int. Literaturfestival de Berlín

Javier Marías el 09/09/2015 ©Hartwig Klappert

El Internationales Literaturfestival goza ya de una longeva tradición (¡decimoquinto año!) en el panorama cultural del Berlín de septiembre, umbral entre el ajetreo veraniego y el recogimiento no menos ajetreado del duro invierno. Si algo distingue a este festival de literatura, es el hecho de que consigue, por un lado, reunir autores de primerísima línea de todo el mundo y, por otra, ofrecer veladas verdaderamente exquisitas para todo aquel que dé en aparecer por allí, haya o no leído a los autores que tienen a bien presentarse. Un festival de literatura que afortunadamente sabe huir de ese errado deber moral que por desgracia sobrevuela todo evento literario en los países de habla germana: la soporífera tradición de la Lesung, o la lectura en voz alta de extractos de algún libro de los autores invitados. En lugar de ello, los ponentes se involucran en debates y conversaciones en las que ineludiblemente sale a colación su producción literaria, pero sacando de ella más una invitación a la reflexión, a la carcajada o al sobrecogimiento, que páginas y páginas de narración descontextualizada. (más…)