La oferta musical -y artística en general- de Londres es frustrantemente incompatible. Separadas por el Támesis pero coincidiendo en el tiempo, dos de las mejores orquestas de la ciudad -y del mundo- ofrecían dos atractivos programas sinfónicos. En el Royal Festival Hall la Philharmonia Orchestra ofrecía la posibilidad de escuchar un monográfico dedicado a Stravinsky, en particular a sus obras de inspiración mitológica: OrpheusApollon musagète y Perséphone. En el Barbican Centre la London Symphony Orchestra (LSO) combinaba dos platos fuertes del repertorio como son el concierto de violín de Sibelius y la cuarta de Mahler con un estreno mundial: Lung, de Jack Sheen. La tentación de escuchar en directo tres rarezas de Stravinsky era grande, pero el estreno de una nueva composición no es algo común (bueno, en Londres mucho más que aquí) así que, con la emoción del descubrimiento de lo desconocido y la ilusión de poder compartirlo en Cultural Resuena, renuncié a la velada mitológica.

Hay que reconocer que los británicos saben como dar soporte a la nueva creación y a los jóvenes compositores. La LSO posee un programa llamado Panufnik Composers Scheme que cada año selecciona a seis compositores emergentes. Los seleccionados tienen la oportunidad de trabajar durante un año entero con la orquesta y componer una obra de tres minutos de duración, que al final del programa es interpretada por la LSO en un ensayo abierto. Además, a dos de los compositores se les encarga una obra para ser estrenada durante la temporada siguiente en uno de los conciertos en el Barbican Hall. Este fue el caso de Jack Sheen, que recibió el encargo en la edición de 2014. Hay que felicitar a la LSO, no solo por la excelente iniciativa de que supone este programa, sino también por la información que ponen a disposición de los espectadores tanto a través de sus cuidados programas de mano como a través de la red. En su blog podemos encontrar una entrada dedicada a Lung, la composición de Sheen. En ella su autor nos habla del proceso de composición así como de cinco piezas que le han influenciado y que según él nos permiten entender mejor la obra. La posibilidad de escuchar estas obras en la misma entrada del blog y los ilustrativos comentarios de Sheen hacen muy recomendable su lectura.

Según el programa, la obra se construye alrededor de las ideas de contracción y expansión -en inglés Lung significa pulmón. Los encargados de desarrollarla son pequeños grupos instrumentales -flauta alto y arpa; piano, flauta, clarinete y trompetas; trompas, cuarteto de violas y contrabajo. Al margen de estos y de toda la orquesta, tres solistas de cuerda interpretan su parte a su criterio, basándose sólo en unas pocas indicaciones del compositor, lo que hace que cada interpretación sea única. Sobre el papel suena todo muy estimulante, el problema es que la estructura no queda nada clara en directo. La masa orquestal es tímbricamente muy homogénea y es casi imposible aislar los grupos instrumentales de ella. Los tres solistas independientes tocan siempre en piano o pianissimo y usando armónicos, por lo que sus intervenciones van apareciendo y desapareciendo sin llegar a ser nunca bien audibles. El resultado es una obra indeterminada, cuyo principal interés es la creación de atmósferas o ambientes que evolucionan muy lentamente, lo que no evita que resulte algo estática. Es agradable y fácil de escuchar, pero la sensación es que hay demasiadas cosas que quedan escondidas. No se trata para nada de una mala obra, y probablemente sucesivas audiciones permitan descubrir en ella muchos elementos de interés. Pero en mi caso no se produjo esa sensación de entusiasmo instantáneo que siento al escuchar por primera vez algunas obras.

Lung fue generosamente aplaudida y a pesar de no cumplir del todo con las expectativas siempre es interesante ser testimonio del inicio de un compositor que tiene mucha trayectoria por delante. La verdadera decepción llegó con la siguiente obra, el Concierto para violín y orquesta en Re menor Op.47 de Jean Sibelius. Ya con la entrada del violín quedó claro que sería una versión contenida. La propuesta sería interesante si su ejecución no hubiera resultado incoherente a ratos – por ejemplo, dejando caer el arco en los ataques provocando un sonido sucio que acababa con el clima introspectivo creado. La dirección de Harding pecó de la misma incoherencia. La sutileza con la que inició el concierto y con la que acompañó a Znaider contrastaba con los excesos dinámicos y expresivos en algunos tutti de la orquesta. El problema es que no parecía que estos contrastes respondieran a ninguna lógica, más bien parecían arbitrarios. El segundo movimiento fue el más logrado, ahora sí con un discurso coherente. Znaider demostró una gran capacidad expresiva en este complicado movimiento, manteniendo la tensión en las largas y lentas frases que deberían condicionar el pathos del tercer movimiento. Este último es famoso por su terrible dificultad. Muchos solistas lo aprovechan para hacer alarde de su técnica y lo interpretan a un tempo vertiginoso sin importarles lo que puede expresar la música. Para mí, este movimiento sólo tiene sentido más lento (allegro, ma non tanto, indica la partitura), de este modo deja de ser simple pirotecnia musical y se aprecia el carácter siniestro de la pieza, que es lo que la hace tan interesante desde el punto de vista expresivo. Parece que el mismo Sibelius hablaba de este final como una danza de la muerte y entendida así produce mucho más efecto que si lo imaginamos como una «polonesa para osos polares», como dijo Donald Tovey -aunque ya me gustaría a mi ver un oso polar seguir el tempo de algunos solistas. Eso no significa que no pueda funcionar más rápido, pero hay que asegurarse de no perder claridad en la articulación y mantener el carácter. En cambio la versión que ofrecieron Znaider y Harding no cumplía ninguno de estos requisitos. No se percibía ninguna intención clara que diera dirección a la música más allá de una sensación de precipitación. El ostinato rítmico con el que empieza la orquesta sonaba atropellado, y lo mismo sucedió con la melodía del violín, que solventaba sin esfuerzo todos los problemas técnicos pero no conseguía evitar transmitir una cierta sensación de impaciencia.

La segunda parte del concierto fue muy distinta, con una Cuarta sinfonía de Mahler exuberante y muy bien planteada por Harding, manteniendo la tensión a lo largo de toda la obra. Excelente, como era de esperar, la prestación de la orquesta, y también la de la soprano Christiane Karg, que participó en el último movimiento. Resulta sugerente el emparejamiento de Mahler y Sibelius. Ambos fueron dos de los más grandes sinfonistas del pasado siglo, contemporáneos y con unas trayectorias más o menos paralelas, como mostraba un esquema cronológico en el programa de mano. Ambos representaban concepciones radicalmente opuestas del género sinfónico, sintetizadas en la célebre conversación entre los dos compositores, relatada por Sibelius:

Admiro su estilo y severidad de forma, y la profunda lógica que crea una conexión interna entre todos los motivos… La opinión de Mahler era justamente la opuesta. «¡No!» dijo él, «la sinfonía debe ser como el mundo. Debe abrazarlo todo».

Sin embargo, juntar la más moderada de las sinfonías de Mahler con el concierto de Sibelius -a pesar de que en él también se aprecia la original aproximación del finlandés al problema de la forma- no es la mejor opción para compararlos. Mucho más interesante habría sido poder escuchar las respectivas cuartas juntas, la genial Tercera, o bien la Séptima sinfonía, uno de los mayores logros de Sibelius y la culminación de su estilo orgánico. Ya hemos reivindicado en otra ocasión estas perlas del catálogo sibeliano, pero parece que la enorme popularidad del concierto para violín y las sinfonías segunda y quinta no les deja lugar.


Ficha

Domingo 25 de septiembre de 2016. Barbican Hall, Londres
London Symphony Orchestra
Daniel Harding, director
Nikolaj Znaider, violín
Christiane Karg, soprano

Obras:
Jack Sheen: Lung (estreno mundial, encargo del programa LSO Panufnik Composers Scheme).
Jean Sibelius: Concierto para violín en Re menor, Op. 47.
Gustav Mahler: Cuarta sinfonía.