“Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Esta frase, atribuida a Voltaire, pero que en realidad nunca pronunció, sino que fue su biógrafa británica Evelyn Beatrice Hall quien la utilizó para reflejar las ideas progresistas del pensador francés en el libro Los amigos de Voltaire, es lo bastante poderosa para resumir a la perfección el tema que aquí me he propuesto abordar. Si algo tienen de bueno las redes sociales es que han dejado en evidencia que el concepto que tenemos sobre la libertad de expresión es bastante sesgado, oportunista e interesado. Porque el problema no parece estar en que una diga lo que quiera en el ámbito privado, sino en que lo haga en el público. La cuestión es que ya nadie puede controlar cuándo y cómo coge una el altavoz y dice, literalmente, lo que le da la gana. Así, los censores se multiplican y el insulto fácil sale del teclado anónimo de cualquiera en el momento en el que alguien decide opinar sobre lo establecido. Lo vemos y vivimos cada día cuando, por ejemplo, una persona decide dar su opinión política en cualquiera de las direcciones y se encuentra con ofendidos que desde su smartphone le regalan insultos. Sin embargo, lo curioso no es tanto esto, sino que quienes profieren las lindezas en cuestión se escudan en un concepto para defenderse que, por trillado, carece casi de significado: la libertad de expresión. La cuestión es, por tanto, que la libertad que no nos gusta es la del otro, pero defendemos a wifi y espada la nuestra.
Las redes dan visibilidad y hacen que un mensaje naturalmente minoritario pueda llegar a mucha más gente de lo que en un inicio podría. Ahora escuchamos, vemos y leemos casi sin querer aquello que en otras circunstancias jamás conoceríamos, porque no moveríamos un dedo para hacerlo. Y en este batiburrillo de información, en el que todos somos emisores, receptores y mensajes, a través de estas vías que, dicen, democratizan mucho nuestras vidas, nos podemos encontrar con mensajes que las instituciones del Estado preferirían que se quedaran donde, supongo, creen que deberían estar. Y es que cuando lo alternativo, lo underground y lo subversivo deciden utilizar las mismas vías de comunicación que utiliza el establishment, esa tensión se convierte en conflicto y censura.
Todo nos ofende hoy. Siempre hay algún colectivo que, ante cualquier opinión, chiste, anuncio de televisión, canción, viñeta o publicación se siente ofendido. La cuestión es que, como hacemos las veces de emisores y de receptores, nos convertimos, según el caso, en ofendidos u ofensores. Sin embargo, cuando el ofendido toma una posición activa en el asunto y pretende callar voces ajenas, deja de serlo y se convierte en censor. He escrito varias veces sobre este tema porque es una cuestión que me resulta especialmente preocupante. Me permito, pues, el lujo de citarme a mí misma y volver a compartir un par de artículos que abordan este tema desde diferentes perspectivas (Ofensa, delirio y censura/¡Bailad lo que yo digo, malditos!).
Las diferentes expresiones artísticas se han movido siempre durante la historia en ese terreno tenso entre lo que política y socialmente está aceptado y lo que no. El arte, pues, trata siempre de jugar con esos límites para ensanchar el espacio en el que se mueve. El problema se agrava, sin embargo, cuando la palabra entra en juego. La tolerancia del receptor ante una determinada expresión artística depende, pues, de su literalidad. Una imagen no figurativa creará más problemas a la hora de interpretarla políticamente, por lo que su oposición será menor y la indiferencia con la que se encontrará, por eso mismo, será mucho mayor. Sin embargo, ahí tenemos, por ejemplo, la polémica con la canción Cuatro Babys de Maluma, polémica que no reside tanto en sus ritmos reguetoneros como en lo explícito de su letra. Pero esta canción no ha recibido ningún castigo judicial -cosa que, espero, no suceda nunca-. Y la razón sólo puede ser que, al fin y al cabo, aun teniendo en cuenta su explícito contenido sexual y su mensaje misógino, esta y otras canciones del mismo tipo envían un mensaje, en cierto modo, políticamente aceptado en una sociedad machista como la nuestra. ¿Escandaliza? Puede que sí. Pero, en realidad, se mueve en un terreno políticamente aceptado y económicamente rentable, por lo que no hay razones para la censura.
¿Qué ocurre, sin embargo, con otros géneros y canciones cuyos mensajes se dirigen, directamente y sin disimulo, contra el statu quo?, ¿esas canciones cuyos mensajes violentos, literales, sin poesía ni maquillaje, que han salido de los locales de ensayo, de la periferia de las ciudades y los pueblos toman Youtube y consiguen de esa manera que sean escuchadas? Pues que te caen dos años y un día de cárcel, como les ha ocurrido a doce raperos del colectivo La Insurgencia. No entraré aquí a valorar lo que personalmente me parecen sus letras, porque eso no le interesa a nadie. Lo que sí diré es que, al margen de lo que yo o cualquiera pueda opinar, creo que el delito de este colectivo no parece residir únicamente en lo que sus letras dicen, sino en su intención de organizarse como colectivo. Porque, como ellos mismos explican, “la insurgencia es un colectivo musical que pretende fomentar el internacionalismo, difundir y expandir la cultura revolucionaria y elevar el nivel de conciencia de las masas trabajadoras”. Lo harán con mayor o menor torpeza y ofenderán, seguro, a muchísima gente, pero enviarlos a la cárcel es una auténtica aberración. Una ya no sabe cuántas veces tendrá que morir Voltaire.
Hola Ainara,
Respeto tu opinión pero no la comparto. En estos artículos sueles «pontificar» como propietaria única de una también «única» verdad. La libertad de expresión es algo loable, obviamente, pero la libertad de cada uno termina donde comienza la del otro.
Seguro que si te califico como «vasca de mierda» no verás mi calificación como el ejercicio de una libertad sino como lo que es, un claro ataque a ti como persona que merece un respeto.
¿No consideras esa libertad de expresión precisamente – piensa en la violencia de género – como un claro ataque de uno de los cónyuges haciendo uso de toda la artillería de la que es capaz para hacer daño al otro y que, por desgracia, provoca que el otro utilice también toda su artillería desembocando, por desgracia, en lo que vemos día sí y día también?
¿Por qué nos cuesta tanto ser considerados en la expresión y tener en cuenta – en lo privado y en lo público – una empatía que sería necesaria para una mejor convivencia? ¿No crees que uno se puede expresar sin ofender?
Bien, pues dicho esto, viene la lógica pregunta. ¿Niegas la legalidad que nos hemos dado y por la cual jueces, magistrados de tribunales superiores y demás expertos en esta cuestión, deciden cuándo algo es delito y cuándo no lo es?.
Si lo niegas, te sitúas minoritariamente frente a lo que todos hemos decidido.
Podrás, como una niña caprichosa enfurruñada, situarte en la esquina haciendo morritos, pero no pasar de ahí. Porque si pasas, una de dos. O bien actúan estos magistrados y pagas por tu capricho, o bien otro vendrá a ejercer su libertad – extrema, espejo de la tuya pero en el lado contrario – y bien verbalmente, bien con un tortazo, ejercerán su «libertad» de expresión, sea con palabras o con extremidades.
Llevando esto ad infinitum, elige, hombre de las cavernas o lejano oeste.
Porque recuerda: todo lo que dices te esta permitido gracias a toda esta legalidad por la que hemos optado.
Por cierto, si te citas a ti misma deberías pedir disculpas o permiso, no «permítanme el lujo de citarme a mí misma»
un saludo,
A.
Hola Antonio:
Muchas gracias por tu comentario. Y me alegra, también, que no estemos de acuerdo. Precisamente en el texto evito comentar lo que me parecen las letras de La Insurgencia, porque personalmente no me gustan. Sin embargo, creo que eso no es lo importante. Si quieres escribir una canción llamándome «vasca de mierda», evidentemente, no me gustará. Lo único que dejarás en evidencia será tu mala educación y grosería. Espero,sin embargo, que no termines en la cárcel por ello. Esa misma libertad de expresión es la que permite (como digo en el artículo) que letras reguetoneras misóginas y machistas llenen canales audiovisuales. No me gustan, pero no creo que haya que meter a Daddy Yankee en la cárcel. La aleatoriedad con la que estas penas suceden invita a pensar que el rasero no es el mismo en todos los casos. Sea lo que me expongo al publicar. Y siento que te parezca una niña caprichosa. Sin embargo, me alegra que me lo digas sin que te pase nada. Y siento que mi autocita te haya parecido vanidosa y poco elegante. No era mi intención.
Un saludo
Hola Ainara,
Precisamente lo que comento es para que la convivencia de todos, tan dispares en forma y fondo, mejore. No que tengamos que ir escuchando o leyendo evidencias de mala educación y grosería. La cosa empieza en la familia, continúa en el colegio y, si el árbol continúa sin enderezarse, nos hemos dado un mecanismo legal. Este mecanismo no sólo es coercitivo y represor sino también reeducador y pretende ser reinsertador.
Efectivamente no te niego el doble rasero. Se permiten barbaridades en foros públicos y últimamente se reprimen comentarios en un foro tan privado como puede ser un grupo de whatsapp.
Aclaro algunos puntos:
– No te he llamado vasca de mierda. Es una hipótesis. De hecho, ningún vasco por el hecho de serlo me produce sentimiento alguno. En todo caso, aprecio. He conocido a muchos y me da envidia su formación y sobre todo, su capacidad de emprendimiento. Por algo están en cabeza (además de por el cupo, quiero pensar). Por cierto, soy gallego.
– No me pareces una niña caprichosa. Vuelve a ser una hipótesis. Puedes hacer una cosa, como «A», o bien otra, como «B».
– Tampoco he dicho que me parezca vanidosa o poco elegante la autocita. Por lo general lo es, y por ello te sugería (como consejo) una alternativa. Pero es sólo una sugerencia. En esta libertad – para mí, libertinaje – que defiendes, casi parece insultante pedir disculpas o permiso para autocitarse.
Por lo demás, gracias por tomarte la molestia y os animo a todos a seguir como hasta ahora.
Unos, y unas, mejor. Otros, y otras, peor. Pero todos interesantes.
un saludo,
A.
pd.- El desdoblamiento del lenguaje va con ironía, dentro de esta libertad 😉
Por cierto, deberían los administradores habilitar algún tipo de aviso por correo. Sólo de casualidad he visto tu respuesta.