Durante las últimas 72 horas hemos visto el revuelo que ha causado la nueva acción de Banksy en Sotheby’s. La obra “Girl With a Balloon” del artista, creada el año 2006, se “semi-destruyó” después de que el martillazo de la famosa casa de subastas señalara su venta final por 1’04 millones de libras. La forma en que se auto-mutiló sorprendió enormemente a los asistentes: tras vender la obra, una alarma empezó a sonar y la obra se deslizó por el marco de la pieza, en cuyo borde había una trituradora (que, al parecer, el autor había instalado en el caso de que la pieza saliera alguna vez a subasta). En menos de diez minutos, la pieza ya era otra cosa, y Banksy publicó un post en su Instagram con la frase “going, going, gone”.

¿Por qué digo que era otra cosa? Porque en el mundo del arte, la (casi) autodestrucción de una pieza no es algo nuevo, ni significa la muerte de la pieza, ni significa que Banksy haya, por fin, dado una puñalada a la rueda del mercado del arte. La idea de que Banksy ha burlado al sistema es más una ilusión que un hecho: a pesar de que la pieza ya no exista como tal, su transmutación a un montón de pedazos sigue conformándola como una pieza valiosa. Vamos a explicar cómo funciona el sistema para entender el por qué.

En las casas de subastas inglesas (como Christie’s o Sotheby’s) suele haber una cifra de salida para la pieza, que establece el mismo vendedor. Esa cifra es confidencial y se establece entre la casa de subastas y el vendedor. En la subasta, la puja para la obra empieza a la baja y aumenta en función de los postores, quienes van aumentando la oferta; el vendedor no puede participar en ella para evitar una inflación del precio. Cuando la puja se para, el precio de la venta se salda a golpe de martillo (en el caso de la pieza de Banksy, algo más de un millón de euros). El martillo marca, pues, el precio final de la obra, que solo se vende si el “precio de martillo” excede el precio de la reserva inicial: éste fue el caso de “Girl With a Balloon”. Para los curiosos: si el precio que el martillo ha marcado no es igual o superior al de la reserva, la obra no se adjudica.

Generalmente, las únicas sorpresas que suelen ocurrir en las casas de subastas son los desorbitados precios por los que se venden las obras. La venta de piezas como el “Orange Dog” de Jeff Koons, vendido en Christie’s el año 2013 por 58,405,000$, o el “Salvator Mundi” de Leonardo Da Vinci, vendido también en Christie’s en 2017 por la escalofriante suma de 450 millones de dólares, evidencian cómo la obra es un producto que no necesariamente se basa en términos de “calidad” (un término muy relativo que se determina más bien por la posición del artista en el cúmulo de intereses y poderes que existen en el mundo del arte), sino que es una mercancía compleja. Digo compleja porque la pieza, al ser única, no es intercambiable por otras: es un bien que llamamos “fungible”. La economía del arte se apoya precisamente en esta singularidad del objeto, sumada a un capital cultural y simbólico (por ejemplo, el prestigio, la clase o una apariencia social). Esta lógica permite que, en términos económicos, se pueda traducir el arte, algo con un valor abstracto, en dinero (o una inversión). En toda la cadena de valorización, las casas de subastas son las que validan este último paso, porque establecen el valor “máximo” de la obra y transfieren el bien fungible en liquidez. También dan, de paso, prestigio y visibilidad tanto al artista (y a su obra) como a los demás implicados.

Sabiendo esto, pensar que Banksy ha burlado al sistema es bastante naif. Para empezar, la obra de Banksy ya ha alcanzado un valor que se ajusta, como todas las obras que pasan por subasta, a las dinámicas del mercado. “Girl With a Balloon” era una versión pocket de una obra que ya tenía un precio de reserva y que, además, era conocida anteriormente. Ahora, la pieza, aunque medio triturada, sigue siendo una pieza única con un nuevo valor único añadido: la performance. Según declaraciones del co-fundador de My Art Broker, Joey Syer, en The Evening Standard, “Girl With a Balloon” es una obra icónica que ya había incrementado su precio en más del 20% en los últimos años, y el resultado de la subasta “dará, también gracias a la atención mediática de su acción, un retorno de más del 50% de su valor, posiblemente de más de 2 millones de libras”. Por otro lado, Sotheby’s ha lanzado una declaración posterior en la que se declara que el “incidente inesperado se ha convertido instantáneamente en folklore en el mundo del arte” y marca “la primera vez en la historia de la subasta que una obra de arte se tritura a sí misma después del golpe de martillo”. La sorpresa de la subasta de “Girl With a Balloon” no fue tanto que la obra de Banksy se vendiera por más de un millón de libras, un precio bastante habitual para las obras del artista, sino que se transformara en una “obra + performance” tras su venta.

Es tentador pensar que Banksy, un artista cuyos manifiestos anti-establishment han marcado su ascensión en la escala de valor del arte, ha dado otro golpe de gracia al sistema, como ya intentó hacer en el célebre documental Exit Through The Gift Shop. Nada más lejos de la realidad: le guste a Banksy o no, el establishment del que se burla ha absorbido enteramente al artista y a su obra, y la acción que tuvo lugar en Sotheby’s ha resultado ser más bien un divertimento para la élite que la manipula. Lo que podemos sacar de ahí es otro tipo de debate, que gira en torno del retorno mercantil de su trayectoria. Su ascensión a las cumbres del mercado evidencia los choques y luchas entre artistas e intermediarios, y la compleja interdependencia entre quienes defienden la integridad artística y el valor moral y quienes lo monetizan. También evidencia hasta qué punto el mismo Banksy ha sido una pieza clave en su comercialización: en un contexto de celebridades como el actual, su estatus es prácticamente el de una marca o negocio, que contrasta la fantasía del público con la realidad del sistema.   

En 2007, la pieza “Morons” (“Idiotas”) de Banksy se vendió en Sotheby’s por 16.250 libras. La pieza reproduce una subasta donde se vende un cuadro con la inscripción “I can’t believe you morons actually buy this shit” (“No puedo creer que vosotros, idiotas, compréis esta mierda”). Hechos como éste son la contradicción de la contradicción. En realidad, el interés de Banksy no recae en su obra, sino en cómo su obra opera de maravilla en el sistema que tanto desprecia. Roland Barthes nos sugería que nosotros, la audiencia, deberíamos separar al artista de la interpretación que hacemos de su arte; pero hacerlo dentro de un sistema que lo engulle todo sigue siendo un reto, sobre todo en casos en que esto, quieras o no, acaba definiendo tu calidad.  

Fuente: Banksyeditions.com