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El pasado miércoles día 3 de junio, los concursantes de Operación Triunfo -obedeciendo, supongo, a las directrices del programa- terminaron su actuación grupal arrodillándose en señal de respeto y homenaje al joven afroamericano asesinado en EEUU por un agente de policía. El programa hizo, según he podido leer, una excepción al informar a los cantantes de un suceso “del exterior”, como se le suele llamar en los reality shows a la vida real. Desde que el suceso ocurriera el 25 de mayo en Mineápolis (Minesota), las revueltas se han extendido a lo largo y ancho del país y las reivindicaciones se han ampliado a las diversas redes sociales en forma de hashtag, eslogan o imagen. Uno de los gestos extendidos por diversas vías ha sido el de arrodillarse con la cabeza gacha en señal de protesta frente a este hecho atroz y como símbolo de respeto hacia la víctima. Los concursantes -o, quizás, habría que decir el concurso- se unen así al movimiento antirracista que se viene sucediendo los últimos días. Sin pretender juzgar el hecho en sí, teniendo en cuenta que el objeto de la reivindicación es absolutamente respetable, creo, sin embargo, pertinente realizar una reflexión en torno a la escenificación y al uso que se ha hecho de esta reivindicación en este programa emitido, cuestión no baladí, en la televisión pública.

No soy seguidora de Operación Triunfo. Mi desconocimiento de las personas que forman parte de este engranaje audiovisual hace que las imágenes de la mencionada actuación se hayan revelado ante mí sin ninguna información previa sobre el concurso. Soy una persona, pues, del exterior, que no ha tenido ningún contacto con nada de lo que haya ocurrido ahí dentro. Por eso, la visualización del vídeo que me llega sin quererlo -como llega otra tanta información no solicitada hoy día- me deja realmente desconcertada. El tendencioso titular me hace morder el anzuelo: “Los pelos de punta. El aplaudido homenaje de ‘OT2020’ a George Floyd”. Sin embargo, asisto perpleja a una actuación mediocre de un tema de ABBA sobre un amor posesivo en el que los jóvenes concursantes realizan una aprendida y encorsetada coreografía, sobreactuando la gesticulación vocal (levantando la cabeza, frunciendo el ceño y cerrando los ojos) y cada uno de los intérpretes potenciando su peculiar timbre de voz en un intento de mostrarse diferente al otro -ser auténtico lo llaman-. Al final, eso sí, se arrodillan. Cuando termino de verlo no puedo evitar volver a hacerlo. No soy capaz de asimilar tanta información. Ni tanto despropósito.

Por un lado, el homenaje es inexistente. Añadir un gesto a la actuación, como un pegote, no es hacer un homenaje. Pasar de la sonrisa forzada en la interpretación de un tema disco y bailable a un gesto de supuesta introspección y respeto hacia una persona asesinada y llamarlo homenaje es, por decirlo suavemente, una absoluta banalización del movimiento. Supongo que el tsunami virtual nos arrastra a veces a considerar que el activismo de pantalla tiene algún tipo de impacto social. Cuando las redes se llenan de hashtags antirracistas, uno puede sentirse obligado a hacer visible su postura ante la causa del momento, no vaya a ser que el resto piense que no la apoya. Sin embargo, la profundidad y seriedad que la causa pueda tener, lejos de verse reforzada, se banaliza cuando compartes la foto de tu desayuno justo después de cambiar tu foto de perfil y ponerla en negro junto con un #blacklivesmatter. Y eso es exactamente lo que la actuación de OT hace: banalizar el gesto final al incluirlo por exigencias del guion y sin ningún tipo de conexión con la canción que previamente había sonado. Para eso, mejor no haber hecho nada.

Por otro lado, este homenaje se ha llevado a cabo mientras en las televisiones se ha incluido un crespón negro como símbolo del luto nacional de diez días decretado por el Gobierno el pasado 27 de mayo. Resulta cuando menos paradójico que un programa de la televisión pública rompa la burbuja en la que viven los concursantes del programa para incluir un homenaje a George Floyd y no realice ningún gesto hacia las decenas de miles de personas muertas en España durante estos tres meses. Y, para que no se me malinterprete, no quiero decir que el homenaje a Floyd no tenga que tener espacio en TVE (siempre que, por supuesto, se hubiera hecho con respeto, y no con esa actuación bizarra), ni siquiera considero que se tenga que abusar del dramatismo y la sensiblería en estas circunstancias, pero, ya que se ha dejado en evidencia que la norma es quebrantable, quizá habría sido adecuado romperla para homenajear (también), con previsión y respeto, a los miles de fallecidos que el crespón de la esquinita de la pantalla nos pretende recordar. Supongo que habrán pensado que necesitamos entretenernos, que nos protegen de algún tipo de dolor. Porque, en realidad, ese pequeño gesto oportunista del miércoles no mira al exterior, sino que, simplemente, se mira el ombligo.