¿Cuál fue el mundo que uno creyó poder tener?

¿Cuál fue el mundo que uno creyó poder tener?

Título: Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI

Autor: Erik Olin Wright

Akal (2021)

188 pgs.

Esta reseña debería haberla escrito hace unos meses, pues fue entonces cuando terminé de leer Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI. Sin embargo, una conversación con Jorge Riechmann, poco después de terminar el libro, tiñó de incertidumbre el entusiasmo que en mí había desatado. Decía Jorge que el libro le había gustado mucho, pero que debería haberse titulado Cómo ser anticapitalista en el siglo XX pues el proyecto emancipador de un socialismo como democracia económica que Orin Wright planteaba dejó de ser biofísicamente posible en la década de los 70. El argumento de Riechmann era convincente y afectaba no solo a la obra de Olin Wright sino a la de muchos otros sociólogos y economistas marxistas que, definiendo su metodología como materialista, no atendían a los determinantes materiales fundamentales, a saber, los límites físicos de un planeta finito que tornan imposible, por el gasto energético que supone, la transformación social planteada en el texto. Quizá donde esta ingenuidad se haga más patente sea en aquella sección del libro que dice:

Las adaptaciones necesarias al calentamiento planetario exigirán una expansión masiva de bienes públicos proporcionados por el Estado. […] Serán necesarios sustanciales aumentos de impuestos y de planteamiento estatal para la provisión de bienes públicos medioambientales por parte del Estado. (p. 125)

Es más que evidente que el neoliberalismo es ciertamente incompatible con algunos de los retos que el cambio climático plantea y planteará a nuestras sociedades. Pero parecería que en la posición de Olin Wright la solución a esos retos radicaría únicamente en un redireccionamiento de los sectores productivos que, públicamente gobernados, serían puestos al servicio de la resolución de los problemas climáticos. Sin embargo, en las puntuales menciones al cambio climático como problema político que aparecerán a lo largo del libro, no se considera nunca el problema de los limites energéticos y materiales a los que todo proyecto de emancipación social habrá de enfrentarse.  

Mi entusiasmo primero se ha convertido, en estos meses, en escepticismo ponderado. Sin embargo, una relectura del libro durante estas navidades me ha devuelto parte del convencimiento que la primera lectura me produjo. Bien es cierto que el gran punto ciego del libro es el que Riechmann señalaba y ese punto ciego lastra cualquier lectura programática o estratégica que podamos hacer de él. Sin embargo, es un texto ineludible para respondernos a la pregunta blumenberguiana «¿cuál fue el mundo que uno creyó poder tener?», pregunta que creo deberíamos hacernos, aunque haya atisbos de que ya todo está perdido. Las circunstancias biográficas en que Olin Wright escribió el texto añaden una capa de sentido a la pregunta previa pues, para cuando estaba terminando el libro, ya le habían anunciado que padecía leucemia mieloide y que sus posibilidades de recuperación distaban mucho de ser absolutas.

En este contexto de pérdida, duelo y certeza del final, lo que más sorprende de Cómo ser anticapitalista en el siglo XXI es la lúcida y firme esperanza que emana de la claridad con que se diagnostican los perjuicios del capitalismo y la audacia con que se proponen alternativas. El libro está dividido en seis breves capítulos que siguen un orden argumentativo nítido. El primer capítulo ofrece una exposición normativa de los valores que justifican el anticapitalismo. Los fundamentos normativos de la propuesta política de Olin Wright dejan traslucir el espíritu del lema revolucionario francés:  igualdad/equidad, libertad/democracia y comunidad/solidaridad. Para Wright una sociedad justa no será aquella que asegure la igualdad de oportunidades sino la que blinde el igual acceso a los medios materiales y sociales para llevar una vida próspera (p. 22). Dicho ideal no ha de lograrse por vía de una imposición arbitraria sino mediante la participación libre y democrática de todos los ciudadanos en aquellas decisiones que afecten a su propia vida. Es a través de dicha participación que podrá desarrollarse una comunidad de ciudadanos en la que todos los individuos sientan «una firme preocupación y existencia moral por su bienestar» (p. 31). 

Como congruente continuación, el segundo capítulo se dedica a exponer los múltiples obstáculos e impedimentos que el funcionamiento inherente del capitalismo impone a la realización de estos fundamentos normativos. Quizá el caso más patente sea la desvinculación capitalista entre el trabajador y sus medios de subsistencia. En la medida en que el trabajador está desposeído de los medios para subsistir se ve constantemente sometido a interferencias arbitrarias en su libertad. Enfrentado ante unas condiciones de explotación en el espacio de trabajo, carece del poder de negociación para aspirar a una mejora y, es más, de la libertad para renunciar al mismo, acuciado por la necesidad de alimentarse. Asimismo, dado que nuestras relaciones con la sociedad se inician antes de que podamos determinarlas, nuestro acceso de partida a los medios materiales y sociales para llevar una vida próspera están de antemano condicionados por una fuerte desigualdad. Por último, señala Olin Wright que los dos valores paradigmáticos de las culturas capitalistas —el individualismo competitivo, piensen en Masterchef y productos masivos afines, y el consumismo privatizado— están en relación inversamente proporcional con la extensión de valores comunitarios.

El tercer capítulo es un recorrido, tanto diacrónico como sincrónico, por las distintas lógicas a partir de las cuales se han tratado de transformar, subvertir o paliar los obstáculos que el capitalismo impone a la realización de una sociedad justa. Para Wright, los intentos de ruptura radical ensayados a lo largo del siglo XX constituyen una enseñanza de la imposibilidad de instaurar un socialismo democrático mediante una ruptura radical con el capitalismo. Su propuesta consiste, más bien, en «erosionar el capitalismo» combinando las distintas lógicas que le ejercen una resistencia con el objetivo de ir desarrollando las formas de vida (económicas y sociales) cuyo funcionamiento no se rige por la ley de la competitividad y el beneficio.

El cuarto capítulo del libro recolecta algunos de los componentes institucionales que deberían formar parte del socialismo como democracia económica. Consciente de que nociones como capitalismo o estatismo son tipos ideales y de que nuestra sociedad es más bien el resultado de la combinación e interacción de formas económicas capitalistas y socialistas donde, sin embargo, predominan fuertemente las primeras, Olin Wright expone su propuesta como un ahondamiento y extensión de aquellas formas de organización socialistas que existen, de modo embrionario o minoritario, en nuestras sociedades. Es el caso de políticas como la renta básica universal —de la que se han ensayado proyectos piloto en varios lugares del mundo—, las iniciativas cooperativistas —ya sean cooperativas de crédito, de trabajadores o de vivienda— y la democratización de las empresas capitalistas mediante la regulación de los derechos que acompañan a la propiedad de los medios de producción.

El quinto capítulo constituye un brillante análisis de los sesgos capitalistas de las políticas estatales, tanto por su contenido como por sus ejecutores. Sin embargo, señala Wright los casos históricos en que se han implantado desde el Estado políticas socialistas que han subvertido algunas de las dinámicas más perversas del capitalismo, aunque a largo plazo hayan servido para apuntalar algunos de sus componentes más esenciales. La propuesta de Wright pasa, una vez más, por ahondar en la democratización del estado mediante nuevas instituciones de representación democrática y la recuperación de un órgano legislativo cuyos componentes sean ciudadanos elegidos por sorteo.

No podían quedar fuera del libro las discusiones actuales sobre cuál ha de ser el agente de la transformación social. Frente a los intentos nostálgicos y fantasmagóricos de recuperar la identidad obrera, Olin Wright plantea la discusión sobre la agencia colectiva atendiendo a tres polos: las identidades, los intereses y los valores. Los intentos de recuperación de la identidad obrera parten de la presuposición de que la estructura de clase acoge a un conjunto de individuos que comparten un destino y que tienen una experiencia de vida común: los trabajadores, los obreros, los proletarios. Sin embargo, la fragmentación de la estructura de clase que ha experimentado la sociedad a lo largo del siglo XX no ha supuesto la bienhadada unión de todos los proletarios del mundo sino, más bien, la aparición de posiciones contradictorias dentro de las relaciones de clase. El declive de la una identidad obrera no es el producto de la alienación sino una trasformación inherente a la sociedad capitalista. Ello no obsta para que los valores emancipatorios de igualdad, libertad y comunidad sigan siendo sacrificados en beneficio del capitalismo. Sin embargo, su defensa no puede hacerse atendiendo a los intereses de clase —dadas las posiciones contradictorias con respecto a la clase— ni apelando a la identidad obrera —dada la aparición de nuevas identidades emancipadoras no fundadas en la clase—, sino que ha de construirse en torno al reconocimiento tanto de los intereses contradictorios como de los valores compartidos entre múltiples identidadades.

Esta reseña ya ha ocupado mucho más de los que debería, pero su extensión es índice de la ilusión que generan sus ideas. Quizá la factibilidad o plausibilidad de las propuestas de Olin Wright no atienda a las condiciones energéticas reales de nuestra sociedad, sin embargo, siguen brillando con fuerza como aquel mundo que creímos poder tener.

Las costumbres en común perdidas

 

Título: El origen del capitalismo

Autora: Ellen Meiksins Wood

Siglo XXI España (2021)

223 pgs.

 

La publicación en la editorial Siglo XXI de El origen del capitalismo (2021) de la historiadora Ellen Meiksins Wood viene a unirse a un conjunto reciente de reediciones de obras de historiografía marxista sobre los orígenes del capitalismo que se han ido publicando en España. Me refiero a La formación de la clase obrera en Inglaterra de E. P. Thompson editado por Capitán Swing en 2012 y al volumen que le sigue Costumbres en común que apareció en 2019. A estos dos se añadió la reedición en la editorial Virus de La gran transformación (2016) el clásico del historiador y antropólogo Karl Polanyi. Más allá de la aceptación de las premisas principales del marxismo, todas estas obras comparten una misma preocupación por el cuestionamiento de aquellas explicaciones de la génesis del capitalismo como la realización de un universal antropológico, históricamente limitado por las deficiencias tecnológicas, comerciales y políticas. De acuerdo con estas explicaciones, una vez liberadas de las dominaciones y servidumbres feudales y habiendo alcanzado un nivel de desarrollo tecnológico y comercial, las sociedades habrían asumido su forma de organización capitalista.

 

El libro de Ellen Meiksins Wood parte del debate Brenner, una discusión historiográfica sobre los orígenes del capitalismo que tuvo formato libro y que es, quizá, la última pieza que resta por reeditar para disponer en español de un panorama exhaustivo de esta corriente de la historiografía marxista del último siglo. Uno de los principales logros de El origen del capitalismo es la diversidad de sus lectores potenciales. El texto puede resultar útil y concluyente para aquel historiador que quiera conocer con exhaustividad y rigor el panorama académico de las discusiones en historiografía marxista sobre el origen del capitalismo, pero también puede ser una sugestiva lectura para aquella persona preocupada por las contradicciones en que el sistema capitalista basa su funcionamiento y que se hacen, hoy día, especialmente patentes en el choque entre globalismo y antiglobalismo. A aquel primer lector le interesará especialmente la primera parte del texto «Historias de la transición» mientras que el último lector responderá mejor a sus inquietudes acudiendo a los dos últimos capítulos, en los que se ofrece una crítica ácida y vehemente de aquel movimiento por el cual la Modernidad se convierte en una época de dominación de la razón instrumental, obliterando los procesos de autoafirmación del ser humano que tuvieron lugar durante la Ilustración y que, por su potencial emancipatorio, hemos de conservar.

 

La tesis principal del texto se desarrolla en la segunda parte del libro titulada «El origen del capitalismo» que nos lleva de las fábricas industriales que se han convertido en el símbolo del capitalismo a los procesos de expropiación de las tierras comunales y de cercamiento de los campos que tuvieron lugar en la Inglaterra de los siglos XVI y XVII. Frente al modelo mercantilista, que explicaba el capitalismo como la maduración tecnológica de prácticas mercantiles antiguas, Meiksins Wood postula que el capitalismo fue producto de una transformación radical de las relaciones sociales en la Inglaterra del siglo XVI como consecuencia de procesos de expropiación de las tierras campesinas.

 

En la Inglaterra del siglo XVI y XVII la titularidad de la propiedad le correspondía al señor feudal que delegaba en arrendatarios con título reconocido por la corona para su gestión económica. Estos, a su vez, sin conceder título legal, cedían, el uso de la tierra a campesinos o «copyholders» que estaban expuestos a la dominación arbitraria del señor desde el momento en que la renta que pagaban por el uso de la tierra no estaba legalmente fijada y dependía de las condiciones del mercado. El proceso de expropiación no consistió únicamente en el cercamiento de tierras de uso comunal sino en el establecimiento de un conjunto de exigencias económicas en el uso de tierras y la producción agrícola. La agricultura de subsistencia dejaba de ser practicable por un campesino que se veía coaccionado por la variación del precio de su renta.

 

 Mientras que antes los campesinos gozaban de los medios de producción para asegurar su subsistencia, la expropiación de las tierras comunales y transformación de la administración político-económica de la labranza, obligaron a muchos de ellos, bien a abandonar la agricultura, incapaces de asumir los precios de alquiler de la tierra, bien a someterse a los imperativos de las leyes del movimiento capitalista. Dicho proceso propició la creación de una masa ingente de productores directos legalmente libres que había de recurrir al mercado para asegurar su subsistencia y culminó con la conversión en mercancía de dos bienes que eran difícilmente concebibles como tales: la tierra y el trabajo.

 

Cabría preguntarse por qué este proceso de implantación de las leyes del mercado capitalista se produjo en el campo inglés y no así en otros países europeos.  Según Meiksins Wood, ello fue producto de la particular composición de la sociedad inglesa. La clase aristocrática inglesa no era dueña de poderes extraeconómicos –pues fue una de las primeras en desmilitarizarse– ni tampoco gozaba del dominio de la propiedad políticamente constituida. Sin embargo, la falta de poder militar y de legitimidad política era compensada por la ingente cantidad de tierras de las que eran propietarios pero que no trabajaban pues esta tarea era legada a los arrendatarios. De acuerdo con la explicación de Meiksins Wood, la carencia de medios coactivos extraeconómicos para extraer una mayor productividad de la tierra labrada por los productores directos constituyó un incentivo determinante para el aumento de la productividad del trabajo. Como señalaba previamente, en la medida en que el precio del arrendamiento era fijado por las condiciones del mercado, la coacción para extraer el beneficio de sus tierras se realizaba por medios económicos, es decir, mediante el sometimiento de los productores directos a las variaciones arbitrarias del precio de sus rentas. La variabilidad del precio de los alquileres de las tierras fue un estímulo fundamental para el aumento de la productividad y el progresivo establecimiento de las leyes del movimiento económico capitalista.

 

Esta explicación del origen del capitalismo, si bien es cierto que evita la petición principio que Meiksins Wood identifica en el modelo mercantilista, no deja de esconder una definición de capitalismo que no se ofrece de manera sistemática en el principio del texto, sino que se va destilando lentamente a lo largo de sus páginas. Para Meiksins Wood, el capitalismo es aquel conjunto de leyes del movimiento económico entre las que se encuentran los imperativos de maximización del beneficio, la compulsión a reinvertir el excedente y la necesidad sistemática de aumentar la productividad del trabajo y desarrollar las fuerzas de producción. Meiksins Wood insiste en que estos imperativos económicos no fueron sino consecuencia de la transformación de las relaciones sociales de producción, aunque sean estas leyes económicas del movimiento las que lo definen como entidad. Es precisamente esta concepción económica del capitalismo la que funda uno de los criterios primordiales en la distinción entre formas de organización capitalistas y feudales: mientras que estas basan su dominación en coacciones de tipo extraeconómico aquellas las realizan únicamente según imperativos económicos. Bien es cierto que esta distinción no resulta del todo clara pues los impuestos a través de los que el estado absolutista francés extraía extraeconómicamente beneficio de sus súbditos parecen regirse por la economía, aunque no funden su lógica en la competitividad capitalista y el aumento de la productividad del trabajo.

 

En todo caso, el libro de Meiksins Wood es un dechado de claridad y persuasión que ofrece una argumentación tan convincente como densamente argumentada de los orígenes del capitalismo con el objetivo de mostrar su carácter contingente. Con la sospecha de que a la autora no le habría gustado esta caracterización, podríamos decir que El origen del capitalismo es un gran estudio de construccionismo social que muestra los componentes políticos, jurídicos y económicos del capitalismo para poner de manifiesto su carácter histórico y contingente y, de tal modo, su posible transformación. Dejo en el tintero muchas ideas valiosas que el texto ofrece, como la contextualización histórica y social de la teoría de la propiedad de Locke o las precisas distinciones sobre mercado y mercado capitalista que podrían servir para imaginar otro tipo de sociedades donde el mercado verdaderamente constituya una oportunidad y no una exigencia. Sirvan estas menciones como una última invitación a su lectura.

Una renta básica para liberarlos a todos

Una renta básica para liberarlos a todos

Título: La renta básica. ¿Por qué y para qué?

Autor: Daniel Raventós

Libros de la Catarata (2021)

190 pgs.

Quizá uno de los rasgos característicos de las disputas y querellas que se suceden cíclica y recurrentemente en Twitter, con un resultado siempre rayano en la intraducibilidad de los argumentos propios con los del otro, sea que estas contiendas tienen un componente puramente normativo o ideológico que nunca termina de materializarse en alguna propuesta de reforma de nuestro sistema legislativo, jurídico o institucional. Los enfrentamientos se suelen dar siempre en esos términos puramente valorativos sin que la discusión se asiente sobre una reforma concreta. Una de las disputas que, en los últimos años, ha concitado reacciones más fervorosas fue la que alcanzó su punto de ebullición con la publicación de La trampa de la diversidad (2018) de Daniel Bernabé y en la que se enfrentaban a un lado del ring, los defensores de la auténtica clase obrera, adalid de la revolución socialista y verdadera agente de la emancipación, tristemente menospreciada y vituperada en estos fatuos tiempos posmodernos (pueden ustedes ponerles las caras y nombres conocidos a nuestro boxeador), al otro lado del cuadrilátero, la estirpe de todos los feminismos, los hijos de los subalternos y todas las otras identidades que se consideraban herederos legítimos del cetro de la emancipación y nueva vanguardia política. Más allá de un análisis mesurado de la justicia y pertinencia histórica de cada uno de los contendientes, ambos comparten una misma predisposición a mantener el combate en un plano normativo, a saber, aquel que orbita en torno a la querella: ¿quién es el agente de la emancipación en torno al que se condensa la respuesta contestataria de nuestro tiempo?

El interés que reviste una propuesta de política económica como la renta básica es que usa una técnica de lucha distinta a la del boxeo, en lugar de enfangarse en la pura disputa normativa o ideológica plantea la resolución hipotética de sometimientos socialmente transversales, en tanto que emanan del extendidísimo e implacable hecho de que “quien pan quiere algo le cuesta”. La asignación de una renta básica universal, incondicional, individual y monetaria al total de la población de un Estado constituye una posible solución tan sencilla como ambiciosa al conjunto de problemas derivados del hecho de que nuestra existencia material depende de un trabajo remunerado en un país con una tasa de desempleo del 16%.

A esta propuesta de política económica ha dedicado Daniel Raventós su último libro La renta básica. ¿Por qué y para qué? (2021) cuyo espíritu circunstancial, nacido al albor de las terribles consecuencias económicas y sociales derivadas de la pandemia del COVID-19, no impide que el texto transcienda la anécdota para analizar de forma brillante, exhaustiva y clarísima los grandes problemas de un tiempo que se inició con la consolidación del modo de producción capitalista. Circunstancial por cuanto el libro dedica su primer capítulo a ofrecer una rigurosa y exhaustiva relación de razones que ponen de manifiesto la ineficacia y la carestía de los subsidios condicionados, en un país que acaba de instaurar el Ingreso Mínimo Vital, cuya fortuna está siendo tan triste como previsiblemente escasa. Digo previsible porque, pocos días después de su aprobación, el propio Daniel Raventós participaba en la Comisión de Reconstrucción Económica y Social para exponer los argumentos que, desarrollados en el primer capítulo de este libro, hacen de los subsidios condicionados una medida ineficiente, tan económica como socialmente.

Meme de @neuraceleradísima

 

Entre los argumentos que Daniel Raventós ofrece se encuentran los siguientes: los subsidios condicionados conllevan un fuerte desincentivo a la búsqueda activa de trabajo remunerado, por cuanto su percepción es dependiente o parcialmente dependientemente de la situación de desempleo, suponen un alto coste administrativo causado por la minuciosa tarea de control que exige la condicionalidad, es decir, un ejército de burócratas que certifiquen el cumplimiento de las condiciones necesarias para su percepción, obligan a comparecer institucionalmente como pobres a los solicitantes, lo que lleva, bien a la estigmatización social, bien a la negativa a ser reconocido institucionalmente como tal y, de forma más sonada con respecto al IVM, no alcanzan a cubrir el porcentaje de la población que habría de ser beneficiaria de los mismos y, en el caso de  aquellos que podrían ser potenciales beneficiarios, no llegan nunca a solicitarlos por las dificultades administrativas que implica su solicitud.

En este sentido, el libro se inscribe de lleno en una discusión actual de política económica y pretende funcionar como una sosegada reflexión con respecto a la parcialidad y la ineficacia del Ingreso Mínimo Vital que ha sido presentado, en la inflamada retórica política de nuestro tiempo, como un “nuevo derecho social”. No obstante, como señalaba previamente, el hecho de que el libro pretenda responder a una cuestión política de actualidad no obsta para que su defensa de la renta básica se desarrolle en el contexto de una reflexión sobre la justicia. A esta justificación normativa de la renta básica frente a los subsidios condicionados dedica Daniel Raventós el segundo capítulo del texto. En él la renta básica aparece como una medida de política económica basada en principios republicanos socialistas, el primero de los cuales es una concepción de la libertad como ausencia de dominación. Esta tradición republicana democrática entiende que el ejercicio pleno de la libertad tiene como requisito una existencia material garantizada pues, en una situación tal de dependencia material que impida asegurar la mera subsistencia, uno se ve forzado a subrogarse a los intereses de terceros.  Un Estado regido por principios republicanos democráticos habría de asegurar la existencia material de sus ciudadanos como salvaguarda de su libertad frente a interferencias arbitrarias de terceros. Esta concepción de la libertad es la que ha llevado a algunos de los miembros de la escuela de Raventós (destacablemente Antoni Doménech) a hablar de “la naturaleza propietaria o propietarista del republicanismo” desde el momento en que la existencia material presupone el control de un conjunto de recursos que la aseguren.

La renta básica sería, por tanto, una medida de política económica fundamental para universalizar la libertad republicana al conjunto de los ciudadanos. Y es, en este punto, donde radica una de las diferencias normativas fundamentales entre la renta básica y los subsidios condicionados en la medida en que los subsidios condicionados son concebidos como una ayuda ex post que el Estado ofrece a un conjunto de ciudadanos que han sufrido graves pérdidas o que han fracasado en su lucha por encontrar un trabajo remunerado, mientras que la renta básica se concibe como un forma de asegurar ex ante el pleno ejercicio de la libertad republicana en tanto derecho de ciudadanía. La renta básica constituye un derecho de ciudadanía por el simple hecho de pertenecer a una sociedad política en la que, gracias a la renta básica, poder participar más plenamente.

Meme de @postmomemes

Como señalaba arriba, el interés que pueda tener la renta básica en los debates políticos actuales es que su propuesta normativa está necesariamente imbricada con una herramienta práctica de realización de sus presupuestos ideológicos. Si en su contraste con los subsidios condicionados, la renta básica revelaba su particularidad normativa por cuanto es concebida como un derecho de ciudadanía, en su forma de financiación la renta básica muestra otro de sus presupuestos ideológicos: que toda concentración oligopólica de la riqueza, como la acontecida a partir del siglo XIX y que, a día de hoy, está en su momento dulce, atenta contra la libertad de la mayoría no rica por cuanto dichos grandes oligopolios pueden imponer su concepción del bien privado. Este poder se hace evidente, a día de hoy, en los conflictos sobre la libertad de expresión en las redes donde las grandes empresas son soberanas a la hora de censurar determinadas cuentas personas, en lugar de que esta limitación del derecho a la libertad de expresión emane de decisiones públicas y transparentes cuya legitimidad sea democrática. Como señala el propio Raventós “quien ejerce un dominium sobre los objetos amparado en una supuesta soberanía absoluta sobre su propiedad también tiene la capacidad de ejercer imperium poniendo a sus órdenes los poderes públicos y a sus conciudadanos” (96). Ante las grandes fortunas, el Estado, para asegurar la neutralidad, debe impedir la formación de grandes fortunas. Si bien es cierto que este no es el tema central del texto, se echa en falta una justificación normativa más pormenorizada de la potestad del estado para impedir la formación de fortunas que gocen de la capacidad de determinar el bien común o, al menos, una explicación de cómo es compatible esta regulación con la concepción liberal y antipaternalista del estado.

El tercer capítulo del libro es el más técnico y en el se exponen los modelos formales de financiación de una renta básica para el estado español. No voy a entrar a describir la reforma del sistema fiscal que propone Raventós pues no creo que esté en condiciones de igualar su claridad expositiva. En todo caso, si merece la pena señalar que el principio que rige la reforma fiscal planteada para financiar la renta básica es el de una redistribución de la riqueza que mejore la renta del 70% de la población. Según Raventós, junto con los colaboradores en este modelo, la renta básica podría financiarse sin generar un déficit neto estructural sustituyendo cualquier prestación social preexistente por una renta básica igual al umbral de la pobreza y exenta de IRPF, de modo que aquellos subsidios sociales que suponían una renta inferior desaparecerían en beneficio del importe de la renta básica y los que la superaran serían sustituidos por la renta básica más la diferencia del subsidio eliminado. Junto con la sustitución de cualquier otro subsidio condicionado, Raventós plantea que la financiación de la renta básica sería factible mediante un tipo único del 49,02%. En la fundamentación de la financiación de la RB se hace patente otro de sus aspectos normativos fundamentales: frente a las propuestas neoliberales que conciben la renta básica como una oportunidad de desmantelamiento del estado bienestar, la propuesta de Raventós la concibe como un complemento del estado bienestar que, al tiempo, ayude a restañar las grandes diferencias de riqueza entre los ciudadanos y asegure universalmente su existencia material.

Meme de @neuraceleradísima

Los tres últimos capítulos del libro están dedicados a aspectos más tangenciales pero no menos significativos: el capítulo cuarto se dedica a justificar la necesidad de una renta básica en un contexto socioeconómico de progresiva pérdida de empleos por la robotización y contraargumenta las críticas que, desde el sindicalismo, se han hecho de la RB por cuanto podría poner en peligro la capacidad de negociación colectiva de los trabajadores o que supondría un descenso generalizado de los salarios. Frente a esta última, Raventós apunta, como en muchas otras secciones del libro, que la RB solo es una medida de política económica, no toda una política económica y que, en ese sentido, debe ser complementada con otros mecanismos como el salario mínimo interprofesional. En el capítulo quinto, Raventós hace un repaso de los proyectos piloto de RB que se han desarrollado a lo largo del mundo, dedicando especial atención a la incidencia que han tenido en la mejora de la salud mental de las poblaciones donde se han implementado, al verse liberados de la angustia derivada de la posibilidad de la pobreza. El último capítulo, es una clarividente distinción sobre la categoría de trabajo que comprende tanto el trabajo remunerado, el reproductivo y el voluntario y una prometedora argumentación de los efectos positivos que la RB podría tener sobre cada una de esas esferas, especialmente en la redistribución de los deberes comprendidos en el trabajo reproductivo, tradicionalmente realizados por mujeres y sistemáticamente excluidos tanto de la remuneración como del reconocimiento de su función vital para la esfera productiva.

El libro de Raventós que, en realidad, es el libro de los múltiples colaboradores con los que ha trabajado para dar a luz las distintas investigaciones que contiene el libro (entre los que se encuentran Nuria Alabao, David Casassas, Sergio Raventós o Jordi Arcarons) cumple como contribución circunstancial a la crítica de la parcialidad del IVM y como alegato en favor de la necesidad de una renta básica para paliar las consecuencias de la crisis de la COVID-19. En ese sentido, es un libro certero por oportuno, se escribe y publica en el momento exacto. Pero también es un libro certero por cuanto cierto, que nada tiene que envidiar a los de Van Parisj (2017) y Standing (2017) sobre la misma cuestión, y que defiende con rigor, claridad y distinción la renta básica como un derecho de ciudadanía necesario para asegurar la libertad efectiva de todas las personas en la era de la automatización del trabajo y los trabajos de mierda.

«Sí sé Rick»

«Sí sé Rick»

Conocimiento expropiado. Epistemología política en una democracia radical

Fernando Broncano

Akal

456 pps.

 

El último libro de Fernando Broncano, Conocimiento expropiado. Epistemología política en una democracia radical (2020) constituye un creativo y ambicioso compendio de epistemología política cuya virtud más sobresaliente quizá sea la de hacer de su estructura una sistemática y transparente síntesis de su orden de argumentación. Así, el libro queda estructurado en tres grandes partes: la primera sección, donde se establece una definición de conocimiento como agencia, según la cual el conocimiento es un logro que se realiza no por suerte sino por el ejercicio de las virtudes epistémicas del sujeto; la segunda en la que se analizan las injusticias epistémicas que frustran o sesgan el ejercicio de estas virtudes y la tercera y última en la que se hace un defensa decidida de la preeminencia epistémica de la democracia como modo de organización social.

 A pesar de que la definición del conocimiento que Broncano emplea en la primera sección ha nacido en los últimos años, el autor decide realizar una genealogía de la noción de conocimiento como proyecto de emancipación en la tradición filosófica de la modernidad, donde rastrea la idea del conocimiento como agencia en Descartes o Hegel. Esta primera parte, sin embargo, resulta ser la menos lograda del libro puesto que las exposiciones que Broncano realiza de Descartes, Schiller o Hegel, no consiguen conectar con la naturaleza necesariamente social del conocimiento desde la que se construyen los argumentos centrales del texto. Si bien es cierto que la propuesta de recuperar la idea moderna en virtud de la cual el conocimiento como agencia constituye un proyecto de emancipación se imbrica convincentemente con la defensa del conocimiento en una democracia radical, creo que la noción del conocimiento como un proceso social basado en la institución del testimonio es inconmensurable con las propuestas de la filosofía moderna y que, entre ambas épocas, se dan diferencias difíciles de salvar.

El paso de esta primera sección del libro a la segunda se realiza mediante un análisis de las determinaciones exteriores del conocimiento como ejercicio de las virtudes epistémicas del sujeto. Se muestran así las múltiples dependencias sociales que condicionan pero que también constituyen la capacidad individual de conocimiento del mundo. Estas dependencias son múltiples: semánticas, conceptuales, causales, epistémicas, técnicas…  Desde el audífono que una persona con pérdida de oído precisa para tener noticia auditiva del mundo que le rodea hasta las instrucciones que un operario ofrece sobre el funcionamiento de una máquina. El propósito de este capítulo que introduce la segunda sección del libro es compatibilizar la defensa del conocimiento como manifestación de la autonomía personal y la radical dependencia epistémica que lo constituye. En este proyecto de hacer compatible la autonomía con la dependencia epistémica la institución social del testimonio como relación social normativa, de la que se derivan un conjunto de normas y deberes, es fundamental. En este sentido, el origen del conocimiento deja de ser la experiencia directa de lo acontecido, o los hechos reducibles a contenidos observables, para convertirse en las palabras escuchadas de la boca de otra persona, que son revestidas de autoridad por cuanto otro las reconoce y acepta. Es precisamente en la medida en que el conocimiento constituye una empresa social cooperativa regulada por la institución del testimonio que existen fenómenos de distorsión epistémica que atentan contra el funcionamiento de la institución. En esos compases del libro parece bordearse la cuestión de si merecerían algún tipo de castigo determinados daños epistémicos o si debería de implantarse algún tipo de control para que estos no ocurrieran.

Son estos fenómenos los que, bajo el nombre de injusticias epistémicas, se analizan en la segunda sección del libro. Apunta Broncano que la estructura epistémica de una sociedad puede analizarse en dos niveles: uno epistémico o social, que refiere la función del conocimiento en la reproducción de la sociedad y otro normativo, que nos pemite enjuiciar cuándo se está produciendo una cierta distorsión epistémica o incluso una forma de injusticia propiamente epistémica. Habla Broncano de injusticias epistémicas no solamente por cuanto se ofrecen imágenes deformadas o viciadas de la realidad, sino porque la mentira daña la confianza en la institución del testimonio y atenta contra esta forma de construcción cooperativa del conocimiento. Resulta, en este contexto, especialmente significativa la reformulación que Broncano realiza del concepto de imaginario criticando las elaboraciones tradicionales que lo han considerado como exento de atributos epistémicos normativos por cuanto estaría más allá de la dicotomía de verdad/ficción o conocimiento /creencia, operando como una interfaz global en nuestra relación con el mundo. Sin embargo, en palabras del propio Broncano, es su “propiedad estructurante la que convierte a los imaginarios en la mediación cultural entre la posición social y la posición epistémicas y por ello en el mecanismo más poderoso de producción de injusticia epistémica” (Broncano 226).

En esta breve reseña no puedo dar cuenta de todas las propuestas interesantes del texto que, como señalaba, tiene el carácter expansivo de un compendio. La síntesis panorámica de los estudios de agnotología que Broncano ofrece en el último capítulo de la segunda sección es muy útil como introducción a esta corriente de estudio. La última de las secciones del texto constituye una defensa de la democracia radical como un modo de organización social cuya legitimidad no emana solamente de la mayor justicia de sus procedimientos de representación mayoritaria – a pesar de los múltiples y recurrentes errores a los que da lugar – sino que procede de su preeminencia epistémica frente a otros modos de organización epistocráticos. Apoyándose en el texto de Helen Landèmore, «Democratic Reason: Politics, Collective Intelligence, and the Rule of the Many», realiza Broncano una defensa de la democracia independiente de sus procedimientos, haciendo descansar su primacía en la eficiencia de las decisiones y soluciones tomadas según criterios democráticos. En este sentido, la agregación de las preferencias mayoritarias, la deliberación pública, la participación pública ciudadana y la asignación pública de autoridad epistémica constituirían todos ellas virtudes que sostienen la superioridad epistemológica de la democracia. Si el libro se iniciaba con una defensa de una concepción social del conocimiento, cuya institución reguladora es el testimonio y avanzaba a su segunda sección analizando las injusticias epistémicas que atentaban contra esta institución, minando la confianza que la fundamenta, se cierra con una defensa de la democracia como aquel modo de organización política que mejor protege  y mejor se sirve del conocimiento, articulando un espacio social que protegiera la institución del testimonio y que fundara sus decisiones en la cooperación cognitiva.

Donde el libro de Broncano resulta más potente e iluminador es en el análisis del carácter normativo de la institución del testimonio como fuente del conocimiento. De acuerdo con este análisis, la estructura de la institución del conocimiento se fundaría en el reconocimiento de la autoridad de la persona experta la cual a su vez se ve compelida a responder verdaderamente identificándose y responsabilizándose de la legitimidad que el otro le asigna. El carácter normativo de la institución hace que la persona experta goce del derecho a ser creída, así como la persona que hace la pregunta o busca el conocimiento tiene el derecho a la respuesta verdadera del experto. La rigurosidad y sistematicidad en la exposición de los argumentos no obstan para que Fernando Broncano consiga mostrar la relevancia social y política de esta reconsideración filosófica de la noción de conocimiento, conectándola con determinados problemas contemporáneas como los Panamá Papers o los conflictos sobre la redefinición de la noción de clase, aka, la supuesta trampa de la diversidad.  En definitiva, a pesar de las múltiples erratas que jalonan el texto, que, aunque no obstaculizan la comprensión en ocasiones llegan a introducir cierta ambigüedad, el libro constituye una inigualable contribución a la redefinición del concepto de conocimiento pero, también, un urgente alegato político en defensa (epistémica) de una democracia radical.

¿Dónde están aquellos maravillosos griegos? Que yo los vea

¿Dónde están aquellos maravillosos griegos? Que yo los vea

Título: Dioses contra microbios. Los griegos y la Covid-19

Autor: Alejandro Gándara

Editorial Ariel (2020)

221 páginas

 

El último libro de Alejandro Gándara que publica la editorial Ariel pretende ser una actualización de la filosofía antigua a la situación de crisis desatada por la pandemia de coronavirus. Mediante un juego metafórico con la noción de contagio, el autor postula que no solo vivimos en una pandemia porque el virus se transmita comunitariamente, sino que estamos también contagiados de modelos de pensamiento dominantes enfermos e incapaces para sobrevivir a una crisis. La filosofía antigua constituye aquel bastión al que el autor retorna y desde el cual resiste las embestidas del pensamiento dominante.

En una mezcla libérrima de autobiografía, ensayo y diario, el autor desgrana sus ocurrencias sobre la metamorfosis que está experimentando una sociedad -en el tiempo de la redacción del texto, todavía confinada- por la emergencia de un nuevo virus. El género en el que se podría inscribir el texto de Alejandro Gándara es aquel en el que Marco Aurelio escribió sus Meditaciones, los hypomnemata, un conjunto de reflexiones que uno escribe para sí mismo, como un recordatorio, una clarificación o una actualización de verdades que se ponen en práctica ante nuevas situaciones vitales. Los hypomnemata son, por tanto, soportes escritos de recuerdos que condensan máximas de actuación y a los que se retorna en situaciones vitales novedosas o especialmente traumáticas.

En la antigüedad clásica los hypomnemata podían ser también enviados como cartas, transcendiendo así su carácter privado para que las máximas y reflexiones allí contenidas se reactivaran al ponerse a disposición de otro. El riesgo que aquí se corre es el del anacronismo por cuanto dicha correspondencia se realizaba entre familiares o miembros de una misma escuela de pensamiento que compartían un conjunto de presuposiciones, no solo morales sino también cósmicas, sobre el mundo. El contexto actual, tanto el del mercado del libro como el de las presuposiciones morales sobre el mundo, no es el mismo y lo que en la antigüedad clásica era una forma de cuidado de sí y de los otros puede ser leído, en la situación presente, como el intento de reanimación de aquel mundo que ya fue, como una carta sin destinatario.

El primero de los capítulos titulado «Metamorfosis, zona cero» creo que es uno de los más logrados del libro en tanto que es aquel que consigue exponer algunas de las problemáticas surgidas a raíz de la pandemia desde la perspectiva de la cosmovisión griega clásica sin caer en una enojada añoranza de la sociedad que aquella cosmovisión tramaba. La emergencia de un virus zoonótico que ha transformado radicalmente el orden mundial y que ha propiciado la muerte de miles de personas se presenta en el tapiz de la concepción griega clásica sobre los dioses como personificaciones metamórficas de las fuerzas prepotentes de la naturaleza. Así, si, por una parte, la mitología clásica servía como un procedimiento de ordenación simbólica de las amenazantes fuerzas de la naturaleza, también constituía una afirmación de su inasible carácter metamórfico. El autor, retomando una de las máximas más recurrentes de la Estoa, nos invitaba a aceptar la naturaleza metamórfica de la naturaleza condensada en esta máxima de las Meditaciones de Marco Aurelio: El tiempo es un río y una corriente impetuosa de acontecimientos. Apenas se deja ver cada cosa, es arrastrada; se presenta otra, y esta también va a ser arrastrada.

 Si algo ha revelado la pandemia de coronavirus es el límite de nuestros conocimientos, lo que, a su vez, ha puesto de manifiesto la impotencia humana para anticipar, controlar y domesticar los fenómenos de la naturaleza. La magnitud del acontecimiento, sin embargo, no trae consigo una justificación de su acaecimiento y es precisamente su carácter neutral y absolutamente indiferente para con las empresas y los empeños humanos el acicate de racionalizaciones teológicas; véase, por ejemplo, aquella que recurre al tropo de la venganza de la naturaleza para, en un antropomorfismo mitológico, interpretar moralmente la aparición de este virus como una reacción airada y violenta de la madre tierra contra la especie que más populosamente la puebla. Considérese aquella otra que postula la existencia de un gran secreto geopolítico para señalar, como responsables de la creación y expansión del virus, a una élite que, clandestinamente, planificaría el destino de las sociedades occidentales.

A esta necesidad de dar una explicación simbólica de la pandemia trata de responder el segundo capítulo del texto «Las palabras y los virus» postulando, creo yo, una dicotomía artificiosa y manida entre los números y las letras: la fría y dominadora cuantificación del mundo se opondría a su delicada y sensible simbolización lingüística. La dicotomía está transida de una melancólica añoranza por un mundo anterior a los descubrimientos de la ciencia natural moderna que consideraban el mundo como un libro de geometría. Compartiendo aquel diagnóstico según el cual la pandemia de coronavirus requiere de formas de justificación simbólica que la doten de sentido y aceptando, incluso, que la imaginación narrativa puede jugar un papel fundamental en dicho trabajo de simbolización, tanto para explicar como para orientar la acción, no me parece que dicha defensa de las formas de imaginación simbólica, de la palabra, en los términos de Gándara, tenga que estar reñida con el conocimiento científico del mundo.

Todo el capítulo segundo del libro constituye una crítica del acercamiento cuantitativo a los efectos y consecuencias de la pandemia y recuerda lejanamente a las críticas de Heidegger al espíritu de la técnica y el olvido del ser. La tesis general del capítulo es la oposición entre la cuantificación del mundo como un procedimiento de control y dominio político, presente en la multiplicidad de estadísticas sobre contagios, muertos, aumento del paro, ocupación hospitalaria, número de PCRs realizadas, etc. Y la comprensión griega clásica según la cual «el universo, la naturaleza, llevaba en sí el número» (112). Desde esta perspectiva, la razón cuantitativa y numérica no vendría sino a opacar las formas simbólicas, sensibles y delicadas, en la representación de la pandemia, imponiendo una ideología de la administración burocrática que «fagocita el nombre. Un nombre metido en un número vuelve transparente a la persona, pero no se trata de sentimientos ni de la guerra ingenua y romántica contra la cifra. Es que la persona, en un medio donde el nombre es sustituido o desvalorizado, se va sintiendo número» (122)

Si bien es cierto que la pandemia ha puesto de manifiesto la magnitud de nuestro desconocimiento y ha desatado un ansia de justificación simbólica que dé sentido a su emergencia azarosa, no creo que estos procedimientos de imaginación simbólica estén siendo opacados o defenestrados por la fuerza matematizadora que, en su avasallador dominio, desustancia al ser humano. La oposición resulta manida y artificiosa y adolece de una nostalgia por aquel tiempo primitivo de la oralidad salvaje donde el número estaba al servicio de la articulación rítmica de los versos y servía para fortalecer la memorización de los contenidos en ellos transmitidos y movilizaba todo el sensorio corporal en una fiesta colectiva donde se tramaba el sentido de la comunidad. Uno de los epígrafes del segundo capítulo se titulada Cuando el número era el ritmo. Las distintas ciencias puestas al servicio del conocimiento y el control de la pandemia no creo que sean una forma de olvido del ser sino, más bien, un modo de autoafirmación humana que ejerce una resistencia frente al poder arbitrario de la naturaleza. La oposición que vehicula este capítulo creo que adolece de los vicios que lastran el desarrollo de los siguientes: la nostalgia por las sociedades integradas de la Antigüedad clásica y la cosmovisión que aseguraba dicha integración se postulan como ideales para nuestro mundo sin que se tenga en cuenta todo lo que, desde entonces, hemos perdido, pero sin valorar pertinentemente aquello que hemos logrado.