Para los periodistas de siempre

Para los periodistas de siempre

Este texto es resultado de un consenso. Tampoco yo estoy a favor de la ética de los resultados, como dice Martín Caparrós en el libro dialogado que es El viejo periodismo (2020), editado por la Revista 5W. De lo contrario no estaría escribiendo estas palabras, tomándome con relativa importancia la tarea no siempre sencilla de ordenar las ideas, para luego volcarlas de la forma más legible y atractiva posible.

Aquí, sin quererlo, ya aludí al estilo, a la labor del escritor – o escribidor, como dice Agus Morales, el otro protagonista de la conversación–, y además utilizando la primera persona del singular, tan temida por unos y tan auspiciada por otros en el mundo del periodismo.

Y es que esta colección de diálogos celebra su quinto aniversario en un 2020 en el que como sociedad caminamos al borde del abismo; un año en el que no hace falta viajar hasta el fin del mundo para toparse con suicidas, y en el que una lectura consigue paliar tantos y tantos abrazos prohibidos. 

Para quienes no conozcan la revista, ésta se estructura en base a los 5 principios fundamentales del reporterismo, las 5W: Who, what, when, where, why [Quién, qué, cuándo, dónde, por qué]. También bajo esta premisa se articulan sus libros-diálogo que consiguen reunir a dos personajes afines y expertos en algún tema concreto, durante varios días, en una misma habitación de hotel, con el objetivo de compartir experiencias, opiniones y de teorizar acerca de, por ejemplo, qué carajo pasa con el oficio periodístico.

El libro ‘El viejo periodismo’, editado por Revista 5W

Who

Caparrós presenta a Morales. Morales presenta a Caparrós. Se nota que se conocen bien, se aprecian, se respetan.

El primero recuerda su libro Larga distancia (1992), aquellas crónicas de sus viajes por algunos de los países que conformaban la Latinoamérica de entonces y, primero se indigna al pensar que, quizás, le habían robado su título para una revista, pero luego recapacita, y se cerciora que aquello es una especie de homenaje a posteriori.

El segundo aprovecha la figura del escritor argentino para reivindicar que la literatura y el periodismo son una “carrera de fondo” en la que el esfuerzo es el motor principal. También deja al descubierto sus ínfulas de éxito cuando confiesa que ojalá Caparrós ganase el Nobel de Literatura en un futuro y así poder reeditar su libro No somos refugiados (Círculo de tiza, 2017), del que Caparros, a su vez, dice: “No somos refugiados trata con solvencia, sensibilidad, inteligencia, uno de los dos o tres grandes temas –intratables– de estos tiempos: las migraciones, sus historias, sus razones y sinrazones y desastres, sus hallazgos”.

La verdad es que se merece el Nobel y Morales una reedición con su prólogo de altura.

What

En esta sección Caparrós nos describe qué es el periodismo Gillette, por qué lo detesta y le aburre tanto. Según el escritor, lo que este tipo de periodismo persigue, y muchas veces consigue, es “mejorar un poquito los errores y excesos del sistema para que el sistema pueda seguir funcionando”. Una lección – de honestidad, de lucidez – que no amedrenta a Morales, más joven y, en apariencia, menos abatido.

Él, Morales, le replica aludiendo a la reputación del periodismo anglosajón, que tuvo “mucha influencia en mi forma de pensar”. Las discrepancias cesan cuando sale a colación el término, en palabras de Caparrós, de fuck-checking, esa fiebre por la comprobación exhaustiva y milimétrica de la información publicada. ¿No estaremos volviendo todos un poco locos con tanta verificación? Si el periodista investiga, el editor revisa y el medio responde por su equipo, ¿por qué tanto embrollo? ¿O es que acaso ya no existe equipo de periodistas, editores con solvencia, medios que respondan? Silencio. 

También a lo largo de estas páginas se habla sobre el “clima de excelencia técnica bajísima” en el que vivimos; sobre las formas diversas de hacer periodismo, que no deja de ser siempre, una y otra vez, resultado de una misma premisa: “averiguar, pensar y contar”; sobre el (sin)sentido de la pandemia de coronavirus en nuestras vidas, también en la de aquellos que ya no están; y, sobre todo, se reflexiona en torno a la figura de un hipotético lector o lectora, la “inmensa minoría” como la llamaba Juan Ramón Jiménez, referente para Morales. 

“El error contemporáneo, en muchos casos, es pretender que el consumo de periodismo sí sea masivo. Entonces, para conseguirlo, se desvirtúa todo lo demás”, sentencia Caparrós. Los modelos de negocio, a examen.

El periodismo Gillette intenta mejorar un «poquito los errores y excesos del sistema para que el sistema pueda seguir funcionando», argumenta Caparrós.

When y Where

Buenos Aires, Madrid, París, Pakistán… Son muchas las ciudades y los países que conforman el mapa vivencial de ambos periodistas. Pero, quizás, de todos ellos, sea el continente africano el que más les une. Caparrós ha retratado el hambre y la miseria de sus gentes; Morales, las enfermedades contagiosas y otra gran epidemia, la del Ebola.

En estos dos capítulos abordan la no menos controvertida labor de la acción humanitaria. “El cinismo a veces nos devora. Yo creo en el valor absoluto de la vida: si no salvas a esa gente, va a morir. No hay vuelta atrás. Y por eso creo en el modelo de emergencias”, argumenta Morales. Por su parte, Caparrós cree que la responsabilidad, pero sobre todo la solución, va más allá de la actuación de las ONG sobre el terreno. Saben de lo que hablan pues ambos han trabajado de la mano de Médicos Sin Fronteras (MSF) por medio planeta y han sobrevivido a la “pornografía de la miseria”.  

Tanto Caparrós como Morales coinciden en que el mundo comenzó a resquebrajarse a partir del 11-S, bajo la atenta y conspiranoica mirada de Occidente, que vive siempre con el anhelo del protagonizar los logros y desastres de la humanidad, y que se agravó con la muerte de Bin Laden y la desestabilización de la región de Oriente Medio y Norte de África. Vivimos continuamente en “mundos en ebullición”, recordando a otro argentino venerado, Jorge Luis Borges.

Why

Para los seguidores de Caparrós, reconforta leer su opinión acerca de la posición de la crónica como género periodístico: “[en una situación] marginal en el sentido de que no se convierta en una formula consagrada. Que esté siempre mirándose desde fuera, extrañada, criticándose, recreándose. Que, más allá de su capacidad de comunicación, sea además un objeto estético que merezca la pena”. Pero, sin caer, como más adelante advierte, en un tipo de “estetización inane” de las que no pueden escapar ciertas crónicas.

“El cinismo a veces nos devora. Yo creo en el valor absoluto de la vida: si no salvas a esa gente, va a morir. No hay vuelta atrás. Y por eso creo en el modelo de emergencias», asegura Morales.

Como decía al principio, este es un libro-diálogo que habla del oficio periodístico, por eso en él abundan las referencias y agradecimientos a quienes ejercieron de maestros, aun sin saberlo, de entre quienes destaca el poeta Juan Gelman. Quizás a esta reseña le falta visión crítica y le sobra adulación, pero, a fin de cuentas, en ningún momento prometí lo contrario.

 

 

 

Abbott, Meier y la fotografía en Nueva York

Abbott, Meier y la fotografía en Nueva York

A la fotógrafa neoyorquina Vivian Meier alguien la salvó del olvido al encontrar los 120.000 negativos que, sin revelar, se habían abandonado en un sótano oscuro de la ciudad. Foto Colectania se hizo eco de la fotógrafa “misteriosa” y expuso su obra en Barcelona en 2016, en colaboración con la Fundación Canal de Madrid. Ahora, la Fundación Mapfre expone la obra de Berenice Abbott, otra mujer pionera en la fotografía y ligada irremediablemente a la ciudad que nunca duerme.

No es del todo casual que Estrella de Diego sea la comisaria de esta muestra que reúne hasta 200 imágenes de una de las fotógrafas más destacadas de la primera mitad del siglo XX. La conexión, el viaje que en 1934 emprendieron el pintor Salvador Dalí y Gala -la Gala “creadora”– a Nueva York, en plena reforma de su casa en Portlligat. Un viaje que años más tarde culminaría con en el Pabellón El sueño de Venus, construido por la pareja con motivo de la Exposición Universal de Nueva York en 1939.

Allí estaba Berenice Abbott (17 de julio de 1898, Ohio – 9 de diciembre de 1991, Maine) para capturar a través de su objetivo el desarrollo y la transformación urbanística de la ciudad, que vivió un momento de expansión y boom económico al tiempo que se esforzaba por resurgir de la gran crisis del crack de 1929.

La exposición Berenice Abbott. Retratos de la modernidad, disponible hasta el próximo 19 de mayo, se divide en tres grandes secciones. Una primera parte dedicada al arte del retrato, con grandes figuras de la época inmortalizadas por su cámara, como James Joyce, Djuna Barnes, Jean Cocteau o Edward Hopper. También una serie dedicada a Eugène Atge, fotógrafo con quien Abbott descubrió el “documentalismo artístico” y la fotografía testimonial que años más tarde desarrollaría de vuelta a Estados Unidos.

La ciudad de Nueva York, monumental, ambigua, impotente y contradictoria en su propia definición, constituye la segunda parte de la exposición, y a mí manera de ver la más interesante. Y por último, una amplia producción fotográfica relacionada con la ciencia, especialmente con la física, en colaboración con el Massachusetts Institute of Technology (MIT).

Abbott fue pionera en muchos aspectos. Por ser mujer, artista y viajera en una época en la que la libertad femenina era una excepción, pero también por lo revolucionario de su visión fotográfica, por esas imágenes de rascacielos enormes que parecen hechas con drones; de ese Autorretrato-distorsión, fechado en 1930, y que bien podría considerarse precursor del uso ahora indiscriminado de los filtros.

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* Fotografía: Berenice Abbott  West Street, 1932 | © Getty Images/Berenice Abbott
Miradocs, no sólo cine documental

Miradocs, no sólo cine documental

Ayer se inauguró en Barcelona la nueva edición del Miradocs, el ciclo de cine documental que muestra las obras realizadas por autores catalanes en el último año, con un especial interés en dar voz a jóvenes realizadores y estudiantes de cine. Y lo hizo con la película, que no documental -o no sólo-, Penélope (94min, 2017), de la guionista, directora y música Eva Vila.

La película, que se presentó en la Sección Oficial del 14º Festival de Cine Europeo de Sevilla en 2017, reescribre el relato de la Odisea, de Homero, adaptándolo a nuestra época y códigos sociales, a través de la realidad y las experiencias vitales de dos personajes reales: Carme y Ramón. Ambos se convertirán, bajo las ordenes de Vila, en Penélope y Ulises, a saber dos de los grandes personajes de la historia de la literatura universal, para hablarnos de la espera, el paso del tiempo, el retorno al hogar y la muerte. Todo ello enmarcado en un espacio físico concreto, Santa Maria d’Oló, un pequeño pueblo del interior de Cataluña, situado en la comarca del Moyanés, que hace a su vez de Ítaca.

Uno de los aspectos a destacar del ciclo es la voluntad de crear espacios de diálogo entre directores, guionistas y equipo técnico con el público asistente. Y así ocurrió ayer, Vila presentó Penélope como una obra que chupa de la “realidad” pero que al mismo tiempo se nutre de referencias mitológicas, historiográficas y de una buena dosis de actualidad y también de cierto costumbrismo.

Penélope es, sin duda, una pieza audiovisual híbrida, que transita entre distintos géneros cinematográficos, sin acabar de decantarse por ninguno en concreto, y quizás sea eso lo que deja en el espectador una sensación de agotamiento y lentitud narrativa. La delgada línea que separa los elementos ficcionales de los reales hacen pensar, en parte, en la utilización del lenguaje treatral, con cierta impostura o exageración en los movimientos de los personajes. Los escasos diálogos y la repetición de escenas casi idénticas, que bien sirven para reflejar ese sentimiento de espera, de tránsito hacia la muerte, hacen no obstante compleja la identificación con Carme y Ramón. Ella, solitaria, algo maniática y todavía jovial pese a su avanzada edad; él, reflexivo, huraño y nostálgico por lo que perdió al abandonar su pueblo natal.

A su favor, destaca una banda sonora muy cuidada y que juega un papel crucial en la ambientación poética del relato, dejando así constancia de la formación musical de la directora. Y también el toque estético de cada uno de los planos, de la luz de los atardeceres y de la combinación de espacios abiertos y cerrados, entre el paisaje montañoso y el interior de sus viviendas.

Consulta aquí la programación completa del MiraDocs, coorganizado por Barcelona Espai de Cinema (BEC) i La Casa Elizalde.

Bollywood Bombay Barcelona o la inmigración en primera persona

Bollywood Bombay Barcelona o la inmigración en primera persona

“Nadie abandona su hogar…” –Y cruza la frontera, vagabundea en el aeropuerto, se siente solo, echa de menos, busca trabajo, duerme en una litera, conduce un taxi, vende cerveza, siente el rechazo, sueña– … si su hogar no es como la boca de un tiburón”.

Bollywood Bombay Barcelona narra la historia de tres inmigrantes indios –Rajú (Marc Tarrida), Vikram (Abel Reyes) y Karan (Francesc Marginet)– que por casualidad acaban compartiendo un pequeño piso al llegar a Barcelona. Basada en la historia real de Pawlinder Níjar, que emigró de Punjab a Barcelona pasando por Budapest junto a un grupo de danza Bhangra y que, además, ejerce de coreógrafo en la obra, se teje esta historia que derrocha energía, música y crítica social.

La inmigración es el tema central de esta tragicomedia colorida en la que también se abordan conceptos como el rechazo, la diversidad o el racismo. El miedo a lo desconocido, al “otro”, a esa persona con la que ahora compartimos ciudad pero cuya cultura y experiencia vital desconocemos, le sirve a su director, Juanjo Cuesta-Dueñas, para hablar de la realidad del hecho migratorio. Una propuesta concebida desde la comedia que provoca risas y aplausos entre el público pero también cierta reflexión conjunta. Conforme el espectador va adentrándose en los sueños y el pasado de los tres protagonistas, se produce una especie de confrontación con la realidad del inmigrante pero también con su rol como ciudadano de la sociedad de acogida.

La obra funciona como un espejo en el que se muestran aspectos cotidianos de la vida de Rajú, Vikram y Karan, como son la dificultad a la hora de encontrar empleo, el aprendizaje de un nuevo idioma o la convivencia entre vecinos. Más allá del conflicto que plantea, la obra reluce, por un lado, gracias a la versatilidad de los actores en interpretación y baile y en la naturalidad con la que se dirigen al público, creando un espacio cercano; y por otro, debido a la idoneidad del vestuario elegido, el buen uso del reducido espacio de la sala y el atrezzo, bien integrado en el hilo argumental, casi como un personaje más del relato.

La misma naturalidad que transmiten durante la representación nos la regalan minutos después actores, director y productora (Blanca Pascual) mientras conversamos sobre los inicios de este proyecto. Producida por Líquido Teatro junto a Dúo Fàcil y en colaboración con la Fundación Caja Burgos, Bollywood Bombay Barcelona es ya el segundo trabajo conjunto de estos tres actores formados en el Institut del Teatre. Ante la pregunta de si su propuesta pretende cambiar ciertas actitudes discriminatorias e incluso racistas, confiesan que su intención no es tanto “romper estereotipos” como mostrar la realidad a través de las artes escénicas. Ya en su espectáculo anterior, Y me morí. Cabaret Mexicà tragicòmic per a tres difunts, con el que se estrenaron en el Escenari Joan Brossa en octubre del año pasado, apostaron por tratar otro tema controvertido en la sociedad como es la muerte.

Los tres jóvenes coinciden en la importancia de reflexionar sobre un tema tan candente como es la inmigración, pues de alguna u otra manera, “todos hemos vivido situaciones que pueden ser racistas”, apostillan. Por su parte, Cuesta-Dueñas, que además de director de ambos espectáculos fue también profesor de Tarrida, Reyes y Marginet durante sus años de estudio, ha recalcado la “dedicación” y las horas invertidas en la preparación del proyecto.

 

Bollywood Bombay Barcelona. Del 8 de noviembre al 2 de diciembre de 2018 en Escenari Joan Brossa (Barcelona).

Gala Salvador Dalí, esa extraña pareja

Gala Salvador Dalí, esa extraña pareja

Pareciera que todo está dicho ya de Gala, aquella maravillosa mujer, de “cuatro ojos grandes agrupados en corazones concéntricos, crueldad, inteligencia, crueldad y juventud”, según testimonio del escritor André Breton, analizado y recogido por la investigadora Estrella de Diego. Eso podría pensarse antes de visitar la exposición Gala Salvador Dalí: una habitación propia en Púbol, hasta el 14 de octubre en el Museo de Arte Nacional de Cataluña (MNAC) y de la que, por cierto, De Diego es su comisaria.

Esta exposición, la segunda monográfica dedicada a una mujer que ofrece el museo en sus 23 años de historia reciente, nos permite acercarnos a la figura de la Gala “creadora”; esa mujer de carácter y fuertes convicciones que influenció a los dos grandes amores de su vida: el poeta francés Paul Éluard y el pintor excéntrico Salvador Dalí. Porque el objetivo de este recorrido por la vida y obra de Gala es claro: ir más allá de la imagen de Gala como mujer-maniquí, conocer a “la Gala que es y no solamente a la que está”.

Uno de los ejemplos más claros de esa “participación activa” de Gala en la producción artística de Dalí fue el Pabellón El sueño de Venus, construido con motivo de la Exposición Universal de Nueva York en 1939. Estrella de Diego deja patente su pasión por la figura de Gala y disemina a lo largo de la muestra la tesis de que la “musa y mujer de Dalí” fue una de las primeras artistas conceptuales, precursora en muchos aspectos que ahora se abordan en el arte contemporáneo. La historia detrás de cada una de las pinturas firmadas como Gala-Salvador Dalí es la prueba tangible de su existencia más que ornamental, al tiempo que abren la puerta al debate sobre la autoría en el arte, muy candente en la actualidad.

Es por ello que el Castillo de Púbol, regalo del artista a su mujer, ha de considerarse como la última gran obra conjunta de la pareja, y no tan sólo como una muestra de amor. De hecho, este refugio al que Dalí sólo podía acceder previa invitación, podría considerarse como el tercer personaje en la vida de ambos artistas, la unión que entre ellos existía materializada en un espacio concreto.

Gala, que nació en Kazan en 1894 bajo el nombre de Elena Diakonova, visitó Cadaqués por primera vez en 1929, acompañando al que era su marido por aquel entonces, el poeta Paul Éluard. Fue allí donde conoció al joven Dalí, que aunque ya apuntaba maneras, todavía era un desconocido en el circuito pictórico europeo. Ese mismo año, la escritora Virgina Woolf publicó su ensayo A Room of One’s Own, una obra en la que se defiende la necesidad de poseer una “habitación propia” para que así una mujer pudiese dedicarse también a la escritura, en igualdad de condiciones, en una época en la que el oficio estaba claramente copado por hombres.

Al recorrer la muestra, sorprende la capacidad creadora de Gala -escritora, poeta, diseñadora- y la escasa predominancia cultural que la historiografía del arte le ha otorgado en los años posteriores a su muerte. Incluso años después de encontrarse sus memorias (2005), que tan pulcramente escribió y editó, se duda de su creatividad, empeño y capacidad decisiva, tanto en su vida personal como en su imagen pública. Podríamos decir que Gala fue también, o ahora se le etiquetaría de esta manera, una performer del mundo del arte, de la farándula si me apuran. “Las pistas que en esta exposición sirven de punto de partida para subvertir la imagen de Gala como musa estaban allí desde siempre, esperando a ser leídas para transformar la narración, como pasa a menudo con las mujeres”, escribe De Diego en uno de los textos introductorios del catálogo. Cuántas otras relecturas del pasado están pendientes todavía.

*Fotografía: Gala, Salvador Dali’s wife and muse. Gudlin Ingvarsdottir. Flickr.