Suturas detectivescas. Sobre «Cementerios de neón», la nueva novela de Andrés Felipe Solano.

Suturas detectivescas. Sobre «Cementerios de neón», la nueva novela de Andrés Felipe Solano.

(Foto sacada de: http://www.elespectador.com/noticias/cultura/andres-felipe-solano-los-vivos-son-falsos-muertos-articulo-679077)

 

Se estaban alejando a gran velocidad, como dos cuerpos celestes que se repelen.

Andrés Felipe Solano

Cementerios de neón

 

Pocos recuerdan que Colombia fue el único país latinoamericano en participar en la guerra entre las dos Coreas. Mucho menos se recuerda a los caídos colombianos en esa guerra violenta, algunos ni saben dónde están esos cementerios sobre los que se erigieron entonces dos naciones antagónicas y sobre los que hoy se levanta también la Colombia del posconflicto: entre Asia y Latinoamérica está ese locus común de la Guerra Fría, la guerra entre una izquierda y una derecha, una guerra que sigue intacta como una tumba incandescente. Nuestra propia tragedia ya estaba implícita entonces en una trinchera asiática. El escritor colombiano Andrés Felipe Solano, cuya primera novela ya ha sido discutida aquí en Cultural Resuena, ha sacado un nuevo thriller novelesco que se instaura entre estas dos naciones al parecer totalmente ajenas la una a la otra. Cementerios de neón es una novela a caballo entre Colombia y Corea del Sur, una novela policiaca que persigue lo que pareciera ser un secreto del espionaje anticomunista, pero que termina siendo una incursión al interior de sus propios personajes, esos seres opacos y escurridizos.

La novela relata la investigación de Salgado, un hombre tan miserable y perdedor como Boris Manrique —personaje de la primera novela de Solano, Sálvame, Joe Louis, tras las huellas de lo que pareciera ser el Otro, pero que no es más que él mismo. Ayuda a su tío, El Capitán, a buscar a Vladimir, un alter ego suyo que esconde un secreto con visos oficiales cuya naturaleza es más íntima de lo que se piensa. La persecución de un fugitivo que no es más que el reflejo del detective recuerda la prosa del mejor Bolaño o el mejor Piglia y se instaura en la tradición más clásica de la novela, es decir, en esa que ve el género novelesco como el retrato del individuo atrapado en su propio laberinto de soledad. Cementerios de neón no es solamente una apasionante novela policiaca, es un hermoso y poético viaje a un capítulo olvidado de la historia colombiana en el que se revela la esencia de los acontecimientos recientes. Por otro lado, la novela parece responder a impulsos vitales del mismo escritor, la necesidad de una sutura muy personal entre las dos naciones que han sido su hogar.

El estilo de Solano es simple sin dejar de ser poético, es chistoso sin ser liviano. La laboriosidad del lenguaje es innegable, corre riesgos zafándose de vez en cuando en un humor frívolo pero exitoso. La prosa de Solano tiene fuerza, es densa y electrizante.

En medio de velos y cortinas que van revelando historias ocultas, al final todo parece converger en un tema común: la novela de Solano es la historia oculta de un amor prohibido. Detrás de todo está una historia latente que aparece solamente representada, sugerida, viniendo constantemente como un recuerdo opaco. La novela es opaca y clara a la vez, da pistas para una lectura en movimiento constante, una lectura detectivesca que parece devolvernos una y otra vez a lo explícito, a la vida misma y los reflejos de un trasfondo que tal vez solamente es el vacío mismo. Es por eso que la novela se alinea con su primera predecesora, Sálvame, Joe Louis, donde el instinto detectivesco, el del lector, se ve siempre limitado por la inmediatez de la vida: detrás de todas esas historias está ese abismo, la soledad insondable, y todas ellas no son más que la vida misma hecha escritura.

Solano ha demostrado con su nueva novela que la promesa de grandeza literaria de sus libros anteriores será cumplida. La novela muy seguramente no pasará desapercibida en los próximos años y augura una producción literaria que exige ser seguida detenidamente.

 

 

La gran carcajada, el espectáculo de sangre. Sobre la violencia colombiana y la paz según Evelio Rosero, Óscar Muñoz y Antoni Muntadas.

La gran carcajada, el espectáculo de sangre. Sobre la violencia colombiana y la paz según Evelio Rosero, Óscar Muñoz y Antoni Muntadas.

(Foto sacada de: http://www.agence-captures.fr/catalogue/)

Hay una nube grande que engloba, la que pretende cubrir los cuerpos con banderas de derecha o izquierda, empapelar cadáveres ensangrentados, los que llenan estadísticas. Está nube que aglutina números, ensarta discursos sobre las víctimas sin nombre, elabora historias oficiales, despersonalizadas, aquella que empaqueta la tragedia en el espectáculo de las ideologías. Colombia se ve ante este problema, el problema de una ilusión: la política que se instaura en la posición privilegiada bogotana y que mira desde la audiencia el espectáculo de la guerra que se da abajo, en la provincia, en medio del pueblo. Esa perspectiva bogotana, la del espectáculo, es considerada como la oficial. Lo que ve la élite colombiana es lo que cree consecuencia de un conflicto de intereses políticos y cuya verdadera cara es de otra naturaleza, una muy distinta. El espectáculo que cree ver en la violencia una revolución o bien una justicia de seguridad democrática, no es más que la tragedia sin sentido de hombres y mujeres que han perdido sus nombres en medio de una guerra que desconocen pero que padecen. Las artes y la literatura se han puesto entonces a la tarea de soplar sobre la niebla que esconde la realidad cruda y crispante. Dos ejemplos de radiografías similares son la aclamada novela de Evelio Rosero Los ejércitos (2007) y la actual exposición, que va hasta el 13 de marzo del 2017, en el Museo del Banco de la República en Bogotá y que lleva el título de Formas de la memoria.

Las artes le imparten entonces una agenda política a Colombia, una de la memoria, aquella que recorra las huellas del conflicto armado, los testimonios y los tejidos de la tragedia colombiana. Solamente tomando al toro por los cuernos, viendo a los ojos del basilisco ya cansado y viejo, afrontando la violencia no solamente de la guerrilla y del paramilitarismo sino del estado, solamente entonces el país estará dispuesto a darle la vuelta a la página de un conflicto armado de décadas. Hay que acabar con la indiferencia y la ignorancia bogotana, la auto-anestesia, la masturbación mental de que esto es una guerra política, de que hay diferencias entre los ejércitos. El antídoto a esta ceguera se encuentra entonces en las artes:

Evelio Rosero retrata el sucumbir de un pueblo a la deriva del estado. San José es un pueblo arquetípico colombiano cuya tragedia se asemeja a la infinita que ha tenido que padecer San José de Apartadó en el municipio de Urabá (Antioquia): un pueblo al que le llega la guerra como la lluvia, irracional y fatídica, sin sentido pero igualmente destructiva. Ismael es un profesor, un viejo verde y machista que se ve introducido en la tragedia de ver caer su pueblo en la violencia más cruel y en la de perder a su única compañía, Otilia, su esposa. La novela de Rosero recuerda al tono de Gabriel García Márquez en Crónica de una muerte anunciada (1981), al mostrar también a un individuo encarcelado en el laberinto de una violencia y una incomunicación que lo abarca todo. Cojeando, Ismael busca a su esposa en vano y espera la muerte como quien espera una plaga divina. Ismael olvida su nombre, los nombres de los demás y se pregunta, al enterarse de la lista de muerte paramilitar, guerrillera o del ejército: “¿Para qué preguntan los nombres? Matan al que sea, al que quieran, sea cual sea su nombre. Me gustaría saber qué hay escrito en el papel de los nombres, esa «lista».” Las listas, los proyectos, el plan, la guerra ideológica, todo aquello le es indiferente a la víctima que solamente vive la inmediatez de los desmembramientos, las desapariciones, las masacres. En el caos del infierno el orden de la matanza es de una frivolidad inmensa y carece de toda importancia, es la crueldad misma. En un país que afronta una Paz formal, la sangre a borbotones del conflicto relativiza todo texto firmado. Es este dolor a carne viva el que se instaura en el centro del conflicto y exige un cese al fuego inmediato. En la absurdidad de una guerra guiada por el espectáculo de papeles, Ismael se refiere constantemente a una risa, la gran risa inminente de la fatalidad del conflicto armado. Es por esto y por muchas otras razones que la novela de Rosero se ha visto como fundamental para la lectura y la elaboración del conflicto armado colombiano. El conflicto en el que da igual quién aprieta el gatillo, solamente hay ejércitos y ejércitos que invaden e inundan. No hay diferencias entre las botas de caucho y las de cuero, solamente hay hombres con armas y gente padeciendo una tragedia como el caer de la lluvia.

La absurdidad de la guerra se refleja en todo su esplendor por medio de las distintas perspectivas: para la víctima la idea de una seguridad democrática o de una revolución marxista en medio de un mar de sangre no puede ser más que un chiste de mal gusto; por otro lado la celebración del conflicto armado por parte de la élite bogotana no carece de reflejos cómicos y este es justamente el gran valor del video “El aplauso” (1998) del artista español Antoni Muntadas presentado en la exposición Formas de la memoria. En la video-instalación conformada por tres proyecciones a manera de tríptico o bien de atrio del público, se muestra a una audiencia aplaudiendo e intermitentemente imágenes clásicas de la violencia en Colombia: la explosión del avión de Avianca, la masacre de la toma del Palacio de Justicia, etc.. Lo que produce la ácida crítica de Muntada es una carcajada que también está implícita en el personaje de Ismael: es allí donde Colombia se une, en una carcajada de resignación y de miedo, una carcajada ante la violencia convertida en cotidianidad, en telenovela y espectáculo.

Meryl Streep dio un precedente en la crítica Anti-Trump en su último discurso en el que aclaró su dolor producido por una burla del presidente de los Estados Unidos a un periodista discapacitado, un dolor que se dio entre otras cosas por la certeza de que no se trataba de una película, de una ficción. El poder ignorar el dolor ajeno es una cfacultad del espectáculo, de la ficción, es justamente allí donde nos permitimos no sentir total empatía por sufrimiento de otro ser y podemos continuar nuestras vidas como si no hubiera pasado nada. Es más, es justo por medio de la ficción que capitalizamos ese dolor en una crítica, con mente fría. ¿Qué ocurre entonces cuando la guerra se vuelve espectáculo, cuando vemos el dolor ajeno, el verdadero de la misma forma que vemos el asesinato de Medea o el suicidio de Judas? Es entonces cuando nos convertimos en seres irrisorios, cómicos, grotescos y nuestra realidad no viene a distinguirse de aquella de un coliseo romano. Muntadas revela de cierta forma ese espectáculo que nos ha vuelto ciegos e inhumanos, una violencia que se acepta como parte del día a día, una resignación inaudita: la pasividad extrema, la expectación cómplice.

Olvidamos el dolor ajeno como quien diluye sus recuerdos en agua. Esa imagen es el folio sobre el que trabaja Oscar Muñoz en su instalación para la misma exposición en el Banco de la República. Sobre una mesa se proyectan varias fotos que vienen a ser lavadas en un lavamanos dejando diluir la memoria en su forma más efímera. Olvidamos la tragedia como a una película, sufrimos la noticia y nos volvemos a acostar en paz. La guerra se consume entonces como las imágenes mediáticas, como el chorro de agua que alguna vez describió Paul Valéry refiriéndose a la fotografía. El consumo de la guerra nos ha hecho olvidarla, enajenarla, desprenderla de su carne, de su realidad.

¿Colombia se olvida para sobrevivir? ¿Qué políticas de olvido y memoria necesitamos para no acostumbrarnos a la barbarie? Preguntas sin respuesta, incómodas pero necesarias, preguntas para una agenda que es más urgente que nunca, en el marco político para la Paz, el cual exige una actuación de cada uno de los ciudadanos. Hay que hacer el esfuerzo de subir al podio, dejar la posición cómoda bogotana, la expectante, la enajenada, simpatizar con el que sufre y entonces así tomarse en serio la urgencia de un cese al fuego inmediato, en todas los frentes, en todos los pueblos, en toda Colombia.

Anti-Valentín. Escarbando en las oscuridades del amor

Anti-Valentín. Escarbando en las oscuridades del amor

Después de escuchar varios de los elogios a Eros, al Dios griego del amor, Sócrates rompe la cadena ingenua de discursos en torno al famoso Banquete, y revela lo que este entiende como la verdad misma del fenómeno amoroso: Eros y el deseo giran entorno a la ausencia, son en esencia negativos. Lo que se ama es lo que no se tiene, de lo que se carece. El amar es entonces necesariamente una unión imposible. Desde entonces una gran parte de las teorías alrededor del amor han tratado de entenderlo como algo muy distinto al amor romántico y a ese que se celebra en el Día de San Valentín, es decir el amor como unión indisoluble, como relación estable cuyo reino va mucho más allá de la muerte. El amor se muestra entonces en sus formas más trágicas: el amor de las cartas al vacío, el amor a una Laura inalcanzable, el amor suplente del deseo por una madre ausente, el amor narcisista, un amor en monólogo, solitario y mortal. En el día de San Valentín queremos entonces iluminar ese patio trasero del amor romántico, el matrimonio con sus monstruos, las nuevas formas de amor no convencional, las cuitas del amante al filo del suicidio. Defendemos entonces a Sócrates y le quitamos el velo a la fanfarronería del romanticismo y mostramos al amor con sus monstruos más horrendos.

EL MATRIMONIO Y EL INFIERNO

Nadie como León Tolstoi para retratar el infierno del matrimonio. Es por eso que La sonata a Kreutzer debería ser una lectura obligatoria para el día de San Valentín: la patología de los celos, el odio inminente en la relación amorosa, la dependencia afectiva y la muerte que parece asomarse en toda relación matrimonial. “Hasta que la muerte los separe” parece ser entonces, no una promesa unánime de amor trascendental, más bien una condena inherente a todo matrimonio. Por otro lado la película Escenas de un matrimonio de Ingmar Bergman parece complementar la novelita rusa a la perfección: en esta la presencia de un tercero no es tan importante como el laberinto neurótico implícito en el matrimonio: El odio es muchas veces el sótano del amor, su cimiento invisible del que emergen constantemente monstruos tremendos. Si celebramos al matrimonio como institucionalidad del amor, tenemos que considerar todos estos aspectos que sin duda alguna le son esenciales a la cotidianidad amorosa. El amor como lucha no deja de serlo en el marco de un contrato nupcial. Estas dos obras revelan la esencia misma del matrimonio como tragedia, la fatalidad de la institucionalidad y las acrobacias de un amor que trata de mantener su libertad en medio de las duras paredes del contrato.

Camilo del Valle Lattanzio

LAS POCIONES Y SUS MONSTRUOS

El amor sin matrimonio, otro topos de la cultura, ha pasado en muchos casos por la necesidad del envenenamiento para conquistar al ser querido, es decir, la anulación de la voluntad para poseer al amado. Es el caso de tantas historias que han estremecido a muchos públicos desde hace siglos y que siguen siendo modelo en versiones contemporáneas. Armida y Rinaldo, Tristán e Isolda, Adina y Nemorino… La cuestión de base es la polémica entre los fines y los medios. Si el amor es considerado como el gran fin, cercano a la verdad, la bellez ay la justicia (en términos platónicos), todo lo que se haga para alcanzar el amor se justifica per se. Es curioso cómo se ha  modificado el concepto de amor a lo largo de los siglos. Aún en el XVII, al pícaro Cupido se le quería “expulsar del mundo” (como en la obra de Sebastián Durón), porque era causa de locura, de perversión y de deformación de la moral. Hoy en día, sin embargo, se ha convertido en una suerte de muñeco simbólico, como Papa Noel, de ciertos valores culturales. Uno fundamental: el de la posesión. El amor, en términos de la industria cultural, se define por “ser mío” o “ser tuyo/a”. El “libre te quiero” sólo ser podría configurar verdaderamente en otro modelo social. Para pensar sobre esto, les dejo un fragmento de Minima Moralia, de Th. W. Adorno:

«Una vez convertida en posesión, a la persona amada no se la ve ya como tal. En el amor, la abstracción es el complemento de la exclusividad , que engañosamente aparece como lo contrario, como el agarrarse a este único existente. En este asimiento, el objeto se escurre de las manos en tanto es convertido en objeto, y se pierde a la persona al agotarla en su «ser mía». Si las personas dejasen de ser una posesión, dejarían también de ser objeto de intercambio . El verdadero afecto sería aquel que se dirigiese al otro de forma especificada, fijándose en los rasgos preferidos y no en el Idolo de la personalidad, reflejo de la posesión  Específico no es exclusivo: le falta la dirección hacia la totalidad. Mas en otro sentido sí es exclusivo: cuando ciertamente no prohíbe la sustitución de la experiencia indisolublemente unida a él, pero tampoco la tolera su concepto puro. La protección con que cuenta lo completamente determinado consiste en que no puede ser repetido, y por eso resiste lo otro. La relación de posesión entre los hombres, el derecho exclusivo de prioridad está en consonancia con la sabiduría que proclama: ¡Por Dios, todos son seres humanos,no importa de quién se trate! Una disposición que nada sepa de tal sabiduría no necesita temer la infidelidad, porque estará inmunizada contra la ausencia de fidelidad»

Marina Hervás Muñoz

EL CARIÑO

En el día de San Valentín se celebra el amor: fenómeno, concepto y emoción centrales en las relaciones e historia humanas, que ha sido analizado por la tradición filosófica y científica en sus muy distintas facetas y manifestaciones. Lo común a todas ellas consiste en la constatación de algún típo de tensión: el amante no alcanzado, la irreducible dualidad de los enamorados, la pertenencia a la familia y la emancipación de la misma, la estabilidad del matrimonio y el deseo de novedad, etc. No obstante, existe un fenómeno en la órbita conceptual de la idea de amor al que no se le ha dedicado la atención que merece y que tampoco tiene un día propio: el fenómeno del cariño. Se trata de una realidad mucho más cotidiana y menos solemne que la del amor, pero cuya fuerza de unión es en realidad mucho mayor, ya que el cariño es el amor liberado de tensión. Y no es una liberación que se produzca al radicalizar el amor hasta la incondicionalidad (como ocurre en el amor ágape, en el amor religioso, etc. que no vienen sino a sublimar y negar tensiones aún latentes), sino que es una liberación cuya causa es la materialidad: la suavidad de una caricia, de tales palabras cálidas, de miradas dulces o acaso de una simple sonrisa… en ocasionas es la mera asiduidad. El cariño es radicalmente material y corpóreo. No se opone al amor, sino que antes bien lo sustenta y alimenta en secreto: en ocasiones incluso se confunde con él (mucha gente quiere decir «cariño» cuando dice «amor»), pero su naturaleza es esencialmente diferente. Si la filosofía es el amor al saber, deberíamos plantearnos en qué consistiría una actitud intelectual basada no ya en amar al saber (desearlo, aspirar a él, querer ser uno con él), sino en tenerle cariño. Ese cariño que no tiene un día en el calendario, y que no lo tiene porque no nos quita el sueño ni nos obsesiona con metas lejanas, sino que es proximidad pura, es una palabra dulce o un beso tierno nunca idealizados, en un momento irrebasablemente concreto. Tiene además difícil traducción fuera del español, pero ello no le resta realidad.

Javier Santana Ramón

 

La miel amarga del nihilismo. Sobre «American honey» de Andrea Arnold

La miel amarga del nihilismo. Sobre «American honey» de Andrea Arnold

American honey (2016) es una película sobre el desamor. La obra de Andrea Arnold es un colorido filme que logra atrapar al público en la contemplación del abismo terrorífico del nihilismo norteamericano. La película muestra los colores sintéticos de ese nihilismo azucarado, del pop que habla constantemente de un amor que no llega, de esas canciones nostálgicas en un paisaje deprimente y despojado de toda profundidad. La película recuerda inevitablemente a esa tradición del cine americano que ha llevado a la pantalla grande la triste realidad white trash, el patio trasero del American dream, el desierto del consumismo norteamericano: pienso por ejemplo en dos clásicos como Gummo (1997) de Harmony Corine y Kids (1995) de Lary Clark. La película de Arnold logra sin embargo dar en el centro de lo que se han propuesto retratar las otras películas: la realidad norteamericana es aquella de la soledad profunda, la soledad en medio de una sociedad llena de promesas de comunidad (banderas, agrupaciones, sindicatos, etc.). Estados Unidos es una pancarta desolada en medio del desierto de una carretera sin fin, una pancarta prometiendo una felicidad rápidamente adquirible, como el destapar de una Coca-cola.

We found love in a hopeless place” dice la canción que suena en el desahuciado escenario de un supermercado, justo allí donde la protagonista Star (Sasha Lane) se enamora al comienzo de la película de Jake (Shia LaBeouf). El encuentro es eso, un encuentro en medio de la desesperanza, justo el impulso necesario para descarrilar la monótona y tediosa vida de la protagonista. Star es todo lo contrario a una estrella, si bien es atractiva, es al mismo tiempo melancólica y triste, su brillo, sus pequeñísimas felicidades esporádicas dependen de su entorno, de la inmediatez de sus banales diversiones. Es por eso que le queda fácil entregar su vida a Jake: se une a su manada, a su grupo de adolescentes desesperados que deciden llevar una vida on the road vendiendo o estafando a las personas con revistas. El grupo está al mando de Krystal (Riley Keough), una matriarca que recolecta al final del día todas las ganancias de sus súbditos prometiéndoles así un ambiente de diversión entre drogas, sexo y alcohol, moteles y un contexto de manada en el que el más fuerte tendrá mayores ganancias. Las reglas del grupo son sencillas: todo debe encarrilarse a una sola meta, ganar dinero. El dinero es la primera máxima y es la que le da sentido, no solamente al grupo, sino a la vida de cada uno. La problemática principal de la película es que el descarrilamiento de Star, su deseo de estar con Jake se ve frustrado, ya que el amor y el dinero no se entienden en absoluto.

Jake termina, al parecer, enamorándose de Star y esto amenaza la supervivencia del grupo. Jake es un desahuciado como los demás y su fuerza radica en la protección que le proporciona Krystal al ser el maestro del engaño y el dandy recolector de seguidores. Jake es un nihilista juicioso y se ve en una situación problemática cuando su camino se bifurca por Star. El amor llega entonces como un accidente de luz. Jake le promete a Star, en una escena memorable de la película, mostrarle su secreto al responder a la pregunta de ella sobre sus deseos de futuro: la tensión crece al aclarar que nunca antes Jake le había mostrado este secreto a alguien más. Según él, el secreto solamente puede ser mostrado, su presencia basta para justificar todo. Sin embargo, al revelar que se trata solamente del tesoro de todos los objetos robados y del dinero acumulado durante todo ese tiempo, la idea de un secreto, de una promesa o de un sueño de futuro se frustra en el deseo consumista de la acumulación. Este banal deseo compartido es un deseo sin final pero manteniendo paradójicamente la falsa promesa de una vida futura, una vida feliz que, como una valla publicitaria, es solamente una promesa que termina en ella misma: el dinero, solamente el dinero.

La soledad americana, la soledad del individuo en la ácidamente dulce realidad de los Estados Unidos viene a expresarse en la cámara: los close-ups de Star le dan protagonismo a la perspectiva de este personaje, a su soledad en medio de la manada en la que trata de sobrevivir. Las imágenes de afecto (véase Deleuze) son el recurso principal estilístico de la película y no ha sido elegido en vano. El filme se hace a la búsqueda del individuo en medio del desamor del consumismo. En el contexto del consumismo, la alteridad se esfuma, el ego se alimenta hasta explotar y el desamor es tan amargo como la miel del pop, la amarga miel del nihilismo.