Entrevista a Katharina Konradi

Entrevista a Katharina Konradi

La joven soprano Katharina Konradi ganó la edición de 2016 del Deutscher Musikwettbewerb y desde 2015 forma parte de compañías de ópera alemanas, donde interpreta, entre otros papeles, Pamina (La flauta mágica), Susanna (Las bodas de Figaro), Zerlina (Don Giovanni) o Zdenka (Arabella), además de realizar conciertos con prestigiosas orquestas y recitales en solitario. Este pasado viernes fue la encargada de inaugurar la presente edición de la Schubertiada de Vilabertran, dando testigo una vez más del compromiso del festival ampurdanés con los nuevos talentos. Aprovechando su debut en España, Konradi tuvo la amabilidad de concedernos la entrevista que presentamos a continuación.

 

Empecemos con un apunte biográfico. ¿Puedes contarnos como te convertiste en cantante?

Cuando era una niña, mi padre quería que fuera cantante e hizo todo lo que pudo para que pudiera introducirme en el canto. Vivíamos en un pequeño pueblo lejos de la ciudad en Kirguistán y cada semana me llevaba a la ciudad para las clases de canto. Había lecciones de pop y canciones tradicionales en kirguís y ruso. A los 18 años descubrí la música clásica y a los 21 empecé a estudiar canto lírico. Antes de llegar a Alemania la música clásica me parecía muy complicada y difícil de entender. Vengo de un pueblo y de la música tradicional.

Tu agenda incluye ópera, conciertos y recitales. ¿Tienes alguna preferencia?

Las tres opciones son igual de importantes para mi. La ópera, por el hecho de transformarte en otra persona; los conciertos, por la oportunidad de hacer música con grandes orquestas, es divertido…; y el Lied, para mi corazón.

¿Como preparas un recital de canciones, especialmente en un lugar íntimo como la Canónica de Vilabertran?

Primero, pienso en obras que me gusten y signifiquen algo para mi. Estas son las primeras que escojo. Luego está la fase de aprendizaje, en la que me enfrento a los poemas y comparo diferentes versiones, como por ejemplo “Suleika” de Schubert y Mendelssohn, para ver las diferencias. También leo sobre el origen de las canciones. Y no menos importante, practico las canciones técnicamente para conseguir cada vez más libertad en la interpretación.
Este trabajo dura varios meses. Y en el caso de Vilabertran tuve un buen “ensayo general” hace unas semanas durante la maravillosa Schubertiada en Tuesta (País Vasco), con mi prometido al piano.

Tu programa para Vilabertran combina elegantemente obras de compositores claves de la tradición germánica (Schubert, Mendelssohn y Strauss) con canciones francesas y rusas de Debussy y Rachmaninov. En tu opinión, los compositores ajenos a esta tradición germánica ¿están suficientemente representados en recitales de lied o canción?

En Alemania, por ejemplo, Rachmaninov se canta muy raramente, o nunca. Se considera duro, para voces dramáticas o menos valioso en la tradición de la canción. También Debussy se canta raramente. Puede que sea por la lengua.

Recientemente has sacado un precioso álbum (Gedankenverloren, Genuin, 2017) con el pianista Gerold Huber. En él se puede encontrar una combinación aún más estimulante de autores, estilos y tradiciones, incluyendo obras contemporáneas. ¿Cuales són tus sentimientos acerca de las nuevas composiciones? ¿Qué papel crees que deben tener en los conciertos?

Mi opinión es que la música moderna pertenece al presente, como todo lo que se produce hoy en dia: vivimos aquí y ahora y los compositores modernos, como los cantantes, son hijos de este tiempo y deben/debemos tener su/nuestro lugar en el escenario. Me gustaría intentar integrar repertorio moderno en mis programas porque aporta distintos colores e ideas frescas a la tradición. Por desgracia no lo he hecho en mi debut en Vilabertran. Pero si vuelvo a venir, ¡definitivamente lo voy a hacer!

En tu album se encuentran obras de dos mujeres, Lili Boulanger (1893-1918) y Lori Latiman (1955 – ), esto es muy poco usual en la mayoria de conciertos y grabaciones. Como intérprete, ¿qué piensas de esta situación? ¿Tienes alguna idea de qué se puede hacer para cambiarlo?

Por mi parte solo veo una manera: interpretar tantas obras de compositoras como sea posible y acercarlas al público. Mostrar lo bella y valiosa que es esta música. Así el público puede decidir por si mismo si le gusta o no.

Cuales son tus prioridades a la hora de diseñar el programa de un concierto?

Siempre procuro escoger piezas que encajen con mi desarrollo en ese momento. Schubert y Strauss casi siempre están ahí, ya que estos dos compositores mantienen mi voz sana. Siempre intento incluir algo ruso, porque es parte de mi alma y puedo dejar fluir mi voz. Definitivamente tienen que haber algunas piezas conocidas, pero también otras desconocidas, de modo que al público le llegue siempre algo fresco para sus oídos.

¿Cual debería ser, en tu opinión, el papel de la música en nuestra sociedad? Y, en particular, qué puede ofrecer el Lied (o, en general, la canción de autor) al público de hoy?

Me gustaría hablar especialmente del canto: me parece que cada diía hay menos canto en nuestras vidas. Las madres ya no cantan canciones de cuna. Los teléfonos lo hacen por nosotros. Las familias ya no cantan cuando se reúnen. Los niños en la escuela en lugar de cantar miran sus smartphones.

Una canción puede llevarnos al fondo de nuestra existencia y de nuestras emociones. A partir de las canciones podemos aprender a mostrar los sentimientos. El mundo actual es tan rápido y pragmático que la gente no tiene tiempo para ello. Cuando escuchas o cantas una canción, tradicional o de autor, empiezas a abrirte al mundo y a pensar sobre el dolor o la felicidad. Pero creo que ya estamos muy lejos de ello en esta época capitalista. Estoy muy contenta con los festivales como la Schubertiada de Vilabertran, que acercan el Lied a la gente. Deberían existir más eventos como estos alrededor del mundo.

¿Tienes algun compromiso a la vista que te haga especial ilusión?

Hay muchos compromisos que me hacen ilusión: Fledermaus en la Elbphilharmonie esta Nochevieja. Recitales de lied con Daniel Heide y Eric Schneider en septiembre, Elias de Mendelssohn con Thomas Hengelbrock in Zürich, mi compromiso en Bayreuth el próximo verano y, por supuesto, mis apariciones en la Ópera Estatal de Hamburgo como Oscar (Un ballo in maschera, Verdi), Marzeline (Fidelio, Beethoven) y mi querida Woglinde (Rheingold, Wagner). A partir de septiembre formaré parte del programa BBC’s New Generation Artists, y tengo muchas actividades estimulantes durante los próximos dos años, incluyendo conciertos y grabaciones. Estoy muy feliz por ello.

¿Hay algunas obras en particular que desearías cantar en algun momento en el futuro?

Sí. Sueño con Violetta, en La Traviata. No se si podré cantarla alguna vez. Me encantaría cantar también Erlkönig de Schubert, pero debe ser una interpretación muy convincente. Y en concierto, el Oratorio de Navidad, de Bach, que no he cantado nunca antes.

 

Festival d’Avignon: Arctique, de Anne-Cécile Vandalem

Festival d’Avignon: Arctique, de Anne-Cécile Vandalem

Tras recibir una misteriosa invitación por carta, cuatro personas sin relación aparente embarcan clandestinamente en el Arctic Serenity, un crucero que quedó inutilizado por una supuesta acción terrorista durante su viaje inaugural, diez años atrás, y que ahora está a punto de ser remolcado hasta Groenlandia para ser reconvertido en hotel de lujo. A partir de este escenario clásico -la novela Diez negritos de Agatha Christie sería su antecedente más célebre- Anne-Cécile Vandalem desarrolla Arctique, una compleja historia de venganza con elementos de thriller político, denuncia medioambiental, humor y un toque de surrealismo.

La autora y directora belga es también la responsable de la puesta en escena, que combina de forma inteligente teatro y cine: en escena se nos muestra la sala de fiestas del crucero, mientras que un circuito cerrado de televisión permite seguir, en directo, lo que sucede en otros rincones del buque a través de una gran pantalla situada encima del escenario. Vandalem usa este recurso narrativo de forma muy efectiva para mostrar tanto acciones secuenciales como paralelas, además de algunos flashbacks que ayudan a clarificar (o no) la trama. A medida que avanza la obra, sueños y escenas imaginarias se infiltran en las imágenes, mientras que la misma realidad deviene cada vez más inverosímil, lo que lleva al espectador a cuestionarse qué debe considerar real y qué no. El pasado y el presente entran en contacto a medida que los personajes ahondan en su propia historia y, en el proceso, reescriben la del barco y su accidente. La música en directo, además de proporcionar una sugerente ambientación, simboliza esta presencia del pasado: la banda, situada en el escenario de la sala de fiestas del barco e invisible para los personajes, es la misma que actuó en la fiesta de inauguración del barco diez años atrás.

El espectáculo en si es un auténtico reto por la coordinación que requiere y su presentación en el Festival d’Avignon fue un rotundo éxito. El buen ritmo de la trama, la gran labor de los actores y los aspectos escénicos ya comentados consiguen mantener en vilo al espectador durante las poco más de dos horas de duración. Desconocemos si esta producción llegará a España en algún momento. Si fuera así, no se la pierdan.

 

El Ángel de Fuego de Prokófiev en el Festival de Aix-en-Provence

El Ángel de Fuego de Prokófiev en el Festival de Aix-en-Provence

Llevar a escena El ángel de fuego de Prokófiev es un auténtico reto. En primer lugar por la exigencia musical de un reparto numeroso que además contiene uno de los papeles para soprano más diabólicos de todo el repertorio. Pero sobre todo por su argumento complejo, extraido de la novela homónima de Valeri Briúsov, en la que plasma desde una perspectiva simbolista su complicado triángulo amoroso con la poetisa Nina Petrovskaya y el poeta Andrei Bely.

Después de sufir una crisis espiritual, Bely abandonó a Petrovskaya, quien se refugió en los brazos de Briúsov, principal rival de Bely y fundador del movimiento Simbolista. Sin embargo, Petrovskaya no logró olvidar nunca a su antiguo amante, al que se referia como su «angel con alas de demonio». Los siguientes años fueron un torbellino de pasiones y celos entre los tres. Unos años marcados por un «duelo mental» entre ambos pretendientes, que recurrieron la magia negra e incluso a un duelo real (que Bely rechazó, respondiendo a su vez con un poema). Briúsov fue víctima de recurrentes sueños sanguinarios, tras uno de los cuales despertó reconciliado con su enemigo. Su relación con Petrovskaya prosiguió, a pesar de que ella continuaba obsesionada con Bely, ahora amigo también de Briúsov. Fue durante esta época de harmonía común cuando Briúsov escribió la novela, cuyos elementos fantásticos no se quedan nada cortos ante la realidad que los inspiró.

 

Festival d’Aix-en-Provence 2018 © Pascal Victor.

 

No es de estrañar que sea una ópera de difícil comprensión, que el libreto del propio compositor no ayuda a hacer más digerible. Sin embargo, su potencial dramático es inmenso y, en esta nueva producción del Festival d’Aix-en-Provence, el director de escena Mariusz Treliński lo aprovecha para plantear una estimulante aunque por momentos confusa historia de perdición moral colectiva. Confusa porque convierte el quinto acto (cuando Renata, alter ego de Petrovskaya, sufre una posesión demoníaca en un convento que se extiende a toda la congregación, y es por ello condenada a la hoguera) en un flashback, que nos traslada a un tiempo anterior al del inicio de la obra y nos obliga a replantearnos todo lo visto hasta ese momento. La «posesión»  tiene lugar en un internado de chicas, mientras que el Inquisidor, convertido ahora en profesor o tutor de las chicas, tiene el mismo aspecto que Heinrich (la encarnación humana del Ángel de Fuego según el argumento original y alter ego de Bely en la novela) en las visiones de Renata. A la luz de este epílogo (retrospección lo llama Treliński), más que una poseida o visionaria Renata deviene una «alumna aventajada» del sádico profesor, cuya influencia traumática la acompaña el resto de su vida y origina su caida, que vemos durante los primeros actos y que arrastra también a otros personajes, especialmente Ruprecht. Es también crucial el nuevo rol de Jakob Glock en el segundo acto: originalmente un traficante que proporciona a los protagonistas manuales de cábala y magia con la ayuda de los cuales pretenden encontrar al desaparecido Heinrich, aquí se convierte en un traficante de drogas, cuyas substancias consumen los protagonistas provocándoles las diversas visiones que aparecen durante la obra. Con este planteamiento Treliński elimina el elemento espiritual, tan importante en las obras simbolistas. Sin embargo, mantiene una difusa frontera entre lo real y lo imaginario que respeta el espiritu original y proporciona riqueza interpretativa a la propuesta. Como no podia ser de otro modo, la acción se traslada de la Colonia medieval del original a un paisage urbano de temporalidad moderna pero indefinida que, gracias al decorado de Boris Kudlička y al vestuario de Kaspar Glarner, realza eficazmente el vicio y la decadencia que sugiere el argumento. El toque voyeur del decorado (la mayor parte del tiempo una estructura de plataformas móbiles que parecian una  especie de 13, Rue del Percebe versión las Vegas) no podía ser más adecuado al carácter autobiográfico, casi exhibicionista, de la novela de Briúsov.

 

Festival d’Aix-en-Provence 2018 © Pascal Victor.

 

Crucial para el éxito del montaje, que llegaba al Festival de Aix-en-Provence después de estrenarse en Varsovia el pasado mayo, fue el altísimo nivel interpretativo, tanto vocal como escénico, de cantantes y bailarines. Aušrinė Stundytė destacó por la dificultad de su papel y la intensidad de su versión. La contínua histeria de Renata puede cansar facilmente, pero la soprano lituana fue capaz de dotar al personaje de los matices expresivos necesarios para que aflorara la lucha interna que la hace dramáticamente interesante. A su lado, el sólido Ruprecht de Scott Hendricks resultó igualmente interesante. Más que el héroe que está siempre al lado de Renata (en la novela original es el alter ego del autor, Briúsov), Hendricks perfiló a un Ruprecht con unas intenciones no siempre claras y arrastrado al abismo, al margen de su voluntad, por Renata.

El resto de personajes, menos interesantes a nivel dramático que los protagonistas, fueron igualmente bien cantados. Destacamos al tenor Andreï Popov – un ambivalente Agrippa en el segundo acto y espléndido como Mefistófeles en el divertimento del cuarto-, al bajo Krzysztof Bączyk -imponente como Fausto e Inquisidor, así como en el papel mudo de Heinrich- y la mezzosoprano Agnieszka Rehlis -bruja y madre superiora.

La Orquesta de Paris sono espléndidamente bajo la batuta de Kazushi Ono, que controlo con destreza la gran acumulación de tensión que es la columna vertebral de esta ópera. Al maestro japonés se le conoce bien en Barcelona, donde ocupa la titularidad de la OBC, sin embargo algunos de los mayores éxitos de su carrera han sido en el terreno de la ópera. ¿Lo veremos alguna vez en el foso del Liceu?

 

Festival d’Aix-en-Provence 2018 © Pascal Victor.

 

Esta nueva producción del Festival de Aix-en-Provence y el Teatro Nacional de Varsovia se podrá ver en directo el próximo 15 de julio en Culturebox. No dejen pasar la oportunidad y no olviden compartir sus impresiones en los comentarios.

 

Lise Davidsen triunfa en Aix-en-Provence

Lise Davidsen triunfa en Aix-en-Provence

Se esperaba esta nueva producción de Ariadne auf Naxos de Richard Strauss, que se estrenó la pasada semana en el Théâtre de l’Archevêché dentro del prestigioso Festival de Aix-en-Provence, tanto por la dirección escénica de Katie Mitchell -residente en el festival- como por la presencia de Lise Davidsen en el rol titular. La joven soprano sueca, de tan solo 31 años, se reveló com una de las voces más prometedoras de la actualidad cuando empezó a recorrer escenarios internacionales allá en 2016. Desde entonces ha demostrado una madurez poco habitual entre los cantantes jóvenes -y no tan jóvenes- que suelen sucumbir a las tentaciones ofrecidas por las agencias, mantenido una prudente agenda con una actividad reducida e introduciendo progresivamente unos pocos roles adecuados a su voz, de los cuales hasta ahora solo ha repetido el de Ariadne. Su interpretación en Aix-en- Provence fue una prueba más que Davidsen es mucho más que una promesa. Lo que llegue a lograr en un futuro y como evolucione su voz solo depende de ella y de sus decisiones artísticas, pero ahora mismo no hay duda que, a pesar de su limitado repertorio, es una de las mejores sopranos de la actualidad. Su instrumento, de timbre cálido y volumen enorme, posee el peso y la densidad de las grandes sopranos dramáticas a la vez que mantiene una frescura que le permite una pureza y una flexibilidad en la emisión nada común en este tipo de voz. A estos aspectos técnicos hay que añadir la sensibilidad con la que interpreta a la heroína Straussiana y su imponente presencia escénica.

El resto del elenco, como suele suceder en las producciones de Aix-en-Provence, fue globalmente muy satisfactorio, empezando por la excelente Zerbinetta de Sabine Devieilhe, que lució una coloratura impecable, a pesar de que su voz de volumen limitado fue la más perjudicada por la acústica del Théâtre de l’Archevêché, situado al aire libre. Angela Brower fue una compositora apasionada y adecuadamente temperamental y Eric Cutler un Bacchus de voz potente y expresiva, aunque algo seca. Los maestros de música y danza (Josef Wagner y Rupert Charlesworth respectivamente) destacaron en el prólogo junto con el actor Maik Solbach, que interpretó el papel hablado del mayordomo. La inspirada dirección musical de Marc Albrecht (excelente el control de los tempi, el fraseo y los contrastes) también sufrió por la localización al aire libre. En lugar de reforzar las cuerdas (que al aire libre tienden a proyectar peor que los vientos), Albrecht siguió fielmente las indicaciones de la partitura y reunió en el foso, con músicos de la Orquesta de París, una orquesta de cámara con una sección de cuerda limitada a tan solo seis violines, cuatro violas, cuatro cellos y dos contrabajos, tal como especifica Strauss. Esta distribución que funciona a la perfección en un teatro cerrado con la reverberación adecuada, en el Théâtre de l’Archevêché acabó produciendo, en lo que se refiere a las cuerdas, un sonido apagado y sin relieve que perjudicó el excelente papel de la orquesta en algunos momentos de la representación.

 

Decorados de Chloe Lamford para la puesta de escena de Katie Mitchell de Ariadne auf Naxos, en el Festival d’Aix-en-Provence 2018. La ópera tiene lugar en a parte derecha, en la que vemos el escenario y al fondo el backstage. A la izquierda algunos personajes del prólogo siguen con atención la función. © Foto:  Pascal Victor.

 

Y llegamos, por fin, a la puesta de escena de Katie Mitchell. Recientemente elogiamos el trabajo de la directora británica, que posee un largo historial de exitosos montajes operísticos que enriquecen y complementan tanto el texto como la música. Seguramente por ello la decepción fue mayor, ya que en esta ocasión su propuesta resultó tan saturada de elementos e ideas (interesantes tomadas aisladamente pero no siempre coherentes entre si) que en un momento dado dejó de complementar a la música para pasar directamente a competir con ella.

Mitchell está fascinada por los elementos metateatrales de la obra (en la que somos testigos de la preparación y representación -¡simultánea!- de dos obras, la ópera seria sobre el mito de Ariadne y el entretenimiento ligero de la compañía de Zerbinetta) y los explota con gran eficacia, partiendo de un decorado único (obra de Chloe Lamford) que representa un gran salón de la mansión del «hombre más rico de Viena». La idea de simultaneidad está presente ya desde el prólogo, durante el cual los operarios desmontan la decoración de la parte derecha del salón y montan un escenario en paralelo a la acción del libreto. Esta es sin duda la parte más acertada de la puesta en escena, con una cuidada dirección de actores que refleja el caos previo a una función teatral y que, además, realzaba el carácter ensimismado del compositor, el único personaje que, sujeto solo a sus cambios de humor, parece ajeno a todo el barullo que lo envuelta.

En la segunda parte (que es propiamente la representación del espectáculo que se ha preparado durante el prólogo) la mitad izquierda del escenario la ocupa el público y personal técnico (como el mayordomo o el compositor, a quien veremos dirigir toda su ópera dentro de la ópera). Ello también le permite a Mitchell introducir en escena al «hombre más rico de Viena» y su esposa, ausentes del libreto original, con la intención de «interrogar la relación entre la ópera y sus mecenas». A pesar de los diálogos adicionales elaborados por Martin Crimp para dar voz también durante la segunda parte a los personajes del prólogo y a los mecenas (en la primera versión de Ariadne también habían interrupciones habladas similares), este aspecto de la puesta en escena acaba resultando superficial y anecdótico, llegando incluso a crear confusión cuando el mecenas y su esposa suben al escenario para interactuar con los intérpretes del metaespectáculo. En cambio, lo que si produce un efecto altamente teatral es la sensación de improvisación que Mitchell logra recrear en el escenario durante la representación simultánea de los dos espectáculos. La orientación lateral del decorado nos permite ver lo que pasa entre bambalinas, mientras que los gestos y expresiones del compositor y de los maestros de música y danza en el patio de butacas nos revelan a nosotros, observadores privilegiados, las continuas salidas de guión y la falta de coordinación que el público del escenario no puede detectar. Es en este tipo de acciones paralelas donde el talento de Mitchell suele brillar, pero en esta ocasión parece que no supo encontrar la medida justa y terminó por atiborrar el escenario con situaciones innecesarias, algunas por repetitivas y otras por ofrecer nuevas ideas que, ni parecían quedar integradas con el planteamiento del montaje, ni estaban suficientemente desarrolladas como, por ejemplo, el hecho que Ariadne estuviera embarazada y diera a luz justo cuando las ninfas anunciaban la llegada de Bacchus.

 

Al final de la ópera la tropa de cómicos celebra el nacimiento del bebé de Ariadne (Lise Davidsen), mientras una de las ninfas cierra el telón. Festival d’Aix-en-Provence 2018 © Pascal Victor.

 

Al final, sobre las últimas frases de la orquesta, el propietario de la casa y mecenas, con el texto añadido de Crimp, concluye que el experimento ha tenido buenos momentos, pero que, sin duda, el futuro de la ópera será algo totalmente distinto. En ese preciso instante algo sobresalta a todos los reunidos y mientras baja el telón un lacayo muestra la culpable: una rata, como las que aparecen en la ópera Into the Little Hill, la primera colaboración entre Crimp y George Benjamin cuyo exito provocó que el Festival de Aix-en-Provence les encargara su segunda ópera, Written in Skin. ¿Intentaban Mitchell y Crimp señalar con este detalle cual creen ellos que debe ser ese futuro?

 

Lessons in Love and Violence, la nueva ópera de George Benjamin

Lessons in Love and Violence, la nueva ópera de George Benjamin

La primera colaboración entre el compositor George Benjamin y el dramaturgo Martin Crimp se remonta al año 2005, cuando se empezó a gestar la ópera de cámara Into the Little Hill. Para su segunda ópera, Benjamin repitió colaborador y surgió Written on Skin, una obra maestra y una de las óperas más exitosas de nuestro tiempo, que a España (Barcelona y Madrid) llegó en versión concierto hace un par de temporadas. En Londres se programó dos veces en cuatro años, una hazaña tratándose de una obra contemporánea y, en vista del éxito, la Royal Opera House decidió encargarles un nuevo trabajo que se acaba de estrenar: Lessons in Love and Violence. Esta vez ni el Real ni el Liceu han querido conformarse con una función en versión concierto y son dos de los seis teatros que coproducen el montaje dirigido por Katie Mitchell. La nueva ópera se podrá ver en España la primavera del 2021, pero en Cultural Resuena no hemos querido esperar y hemos viajado a Londres para contároslo.

La obra

Igual que en sus dos anteriores colaboraciones, Crimp y Benjamin han escogido una historia medieval para representarla desde una perspectiva contemporánea. El argumento sigue las líneas generales de la obra histórica Edward II, de Christopher Marlowe, pero introduce modificaciones relevantes que, además de condensar la acción, le otorgan mayor fuerza dramática y vigencia. La ópera empieza con los reproches de Mortimer, el utilitario consejero real, quien considera excesivos los derroches que el rey consiente a su amante Gaveston, que se deleita con caros espectáculos musicales mientras los súbditos mueren de hambre. Gaveston responde exigiendo al rey que despoje a Mortimer de sus títulos y posesiones. Al principio el rey se niega, pero acaba aceptando cuando Mortimer no es capaz de disimular el disgusto que siente por su relación homosexual con Gaveston. Más tarde Mortimer logra convencer a Isabel, la esposa del rey, de la necesidad de asesinar a Gaveston por el bien del reino. Ante un rey deprimido por la muerte de su amante y políticamente debilitado, Isabel se marcha con su hijo a vivir con Mortimer, ahora convertido en su amante. Ambos educan al joven heredero para que sea su títere y sustituya a su padre, sometiéndole a crueles lecciones dignas de Maquiavelo que muestran al joven la cruda visión que tiene Mortimer de la política y la justicia. Este logra que el rey abdique en favor de su hijo, tras lo cual manda asesinarle. La ópera acaba con el nuevo rey ofreciendo un macabro espectáculo a su madre y al resto de la corte: la ejecución de Mortimer, de quien ha aprendido perfectamente las lecciones.

 

 

El rey (Stéphane Degout, izquierda) en un encuentro íntimo con su amante Gaveston (Gyula Orendt, derecha). La hija del rey (Ocean Barrington-Cook) los observa de cerca como si fuera invisible. Foto: Stephen Cummiskey.

 

Si en Written on Skin la música era estática y contemplativa -como si emanara de las iluminaciones realizadas por el protagonista-, en Lessons in Love and Violence adquiere un ritmo más ágil, acorde con la trama, trepidante y condensada. Lo que sí tienen en común ambas óperas -tanto en lo que se refiere a la música como al texto- es la capacidad de absorber por completo la atención del espectador durante la poco más de hora y media que dura cada una. El lenguaje sugerentemente distante de Crimp encuentra el complemento necesario en la música de Benjamin, que con su dominio de la orquestación crea la atmósfera adecuada a cada momento y amplia la perspectiva con la dimensión adicional que proporciona la música. Pocos compositores actuales escriben tan bien para las voces como él, combinándolas entre ellas y con la orquesta con suma pericia y logrando algo tan esencial en teoría como raro en la práctica: que se entienda el texto en todo momento. Sus expresivas líneas vocales describen las emociones -y las intenciones- que se esconden detrás de cada palabra y definen el carácter de cada personaje. En definitiva, Lessons in Love and Violence es un ejemplo perfecto de ópera en su estado más puro: la unión de teatro y música en la que ambos lenguajes interaccionan y se complementan para lograr un nivel de expresión superior.

 

El montaje

A pesar de que su trabajo empieza cuando el de Crimp y Benjamin ya ha acabado, la directora Katie Mitchell es un miembro más del equipo creador original. Igual que sucedió con Written on Skin, su propuesta escénica encaja tan bien con el espíritu del texto y de la música que puede considerarse tan definitiva como estos. El diseño de Vicki Mortimer sitúa la acción a nuestros días, siguiendo la intención de los autores -que en la ópera dejan al rey sin nombre- de reflejar la universalidad de unos mecanismos de poder que nos escandalizan si los leemos en una crónica histórica pero que no siempre somos capaces de detectar en nuestra sociedad actual. La acción tiene lugar en un único espacio -presumiblemente el dormitorio real- del que se nos muestran tres de sus paredes, y en cada cambio de escena rota 90 grados, mostrándonos todas las vistas posibles de la sala. Una gran cama preside constantemente el espacio, mientras que en las paredes aparecen, según la escena, una estantería con trofeos, una pecera (virtual) y tres cuadros del pintor irlandés Francis Bacon mostrando a su amante, George Dyer.  El poder simbólico de este espacio tan pequeño es enorme, con algunos detalles evidentes, como la corona que los personajes pasean por la habitación encerrada en una vitrina, la referencia a la relación homosexual del rey en las pinturas de Bacon o la omnipresente cama que nos recuerda que el poder también se ejerce a través de las relaciones sentimentales o carnales. Otros son más especulativos, como el paralelismo entre los peces y los personajes, confinados en su caso en una doble pecera: el escenario y la corte, con sus relaciones de poder que les atrapan y condicionan. La exhibición de los peces también invita a reflexionar sobre la frontera entre la vida pública y la privada. Mitchell insiste sobre ello desde la primera escena, cuando Mortimer discutie con el rey mientras este se viste delante de su séquito, y la presencia de la cama sigue recordándolo durante el resto de la ópera.

Pero el gran mérito de Mitchell es la fuerza, visual y dramática, con la que realza la violencia de la trama, ya sea cuando una resentida viuda -que fue despojada de sus tierras para beneficio de Gaveston- arroja las cenizas de su difunto hijo a la cama real, o cuando Mortimer estrangula a un pobre loco usando la comba de la hija del rey. Precisamente los hijos del rey juegan un papel clave en toda la puesta en escena, estando físicamente presentes durante encuentros privados entre otros personajes, como las reuniones amorosas entre Gaveston y el rey o Mortimer y la Reina, lo que pone de manifiesto que, por muchas precauciones que se tomen, lo privado acaba siendo siempre público. Y ello es importante para entender la sublevación final del joven rey que, sabedor de sus intrigas, no se deja dominar por Mortimer e Isabel.

Mitchell deja para el final -cuando Isabel es obligada por su hijo a presenciar la ejecución de Mortimer- la imagen probablemente más impactante de toda la obra: la hija de Isabel -todavía una niña- levanta decidida su brazo, apuntando a Mortimer con una pistola. El telón cae justo antes del disparo y la ópera nos deja con la duda de qué uso hara el nuevo rey de las lecciones recibidas.

 

Mortimer (Peter Hoare) a punto de ser ejecutado por la hija del rey e Isabel (Ocean Barrington-Cook). Foto: Stephen Cummiskey.

 

 

El equipo vocal

Una de las claves del éxito de Lessons in Love and Violence ha sido contar con un equipo de intérpretes seleccionados previamente, para los que Benjamin ha escrito su partitura a medida. El gran reclamo era Barbara Hannigan, la extraordinaria soprano (y directora de orquesta) que cautiva con cada una de sus creaciones por su fuerza interpretativa y su técnica prodigiosa. No decepcionó en esta ocasión en el complejo papel de Isabel, una suerte de Gertrudis shakesperiana modernizada, que participa voluntaria y conscientemente en las intrigas de Mortimer. Hannigan supo canalizar la ambigüedad del texto para dotar a un personaje contradictorio, que acaba siendo víctima de sus propias conspiraciones, de un trasfondo moral creíble, conviertiéndola, en definitiva, en un personaje humano y real.

 

Isabel (Barbara Hannigan) intenta recuperar el afecto del rey (Stéphane Degout), mientras este sigue obsesionado releyendo la carta en la que se relata la ejecución de su amante Gaveston. Foto: Stephen Cummiskey.

 

El barítono Stéphane Degout estuvo inmenso como Rey, tanto por su bella y noble voz como por su actuación. A diferencia de Isabel, el rey no sufre una evolución moral durante la obra, sus intenciones y su actitud son siempre las mismas. Pero sí que sufre una importante evolución emocional que Degout transmite magistralmente. La rotunda autoridad mostrada en la primera escena se fue desmoronando paulatinamente después de la muerte de Gaveston, hasta la escena de la abdicación, en la que la fragilidad mostrada movía irremediablemente a la compasión. El también barítono Gyula Orendt fue el encargado de dar vida al personaje más ambiguo, inquietante y misterioso, el amante real Gaveston, al que algunos súbditos toman incluso por mago. La suya fue una verdadera proeza interpretativa: su fraseo fue capaz de expresar la ambivalencia del personaje, resultando a la vez orgulloso y sensible, violento y sensual, o amenazador y tierno, según la ocasión. Otro tipo de ambigüedad, no intrínseca sino simulada, es la que tuvo que representar el tenor Peter Hoare en el papel del frío y calculador Mortimer. El consejero real se muestra inicialmente como un personaje íntegro, responsable y práctico, pero a lo largo de la ópera su ambición y crueldad salen a la luz, así como los métodos de dudosa ética que usa para salirse con la suya. Hoare nos “engañó” con su convincente interpretación y logró también revestir con algo de humanidad a tan antipático personaje. El último gran rol, a cargo del tenor Samuel Boden, es el hijo del rey. Aunque sea por la fuerza, él es el estudiante más aplicado de las “lecciones de amor y violencia” que se suceden a lo largo de la obra y que le revelan los horribles mecanismos del poder (¿qué son amor y violencia, sino formas de someter?). Observador inocente junto a su hermana (papel mudo elocuentemente interpretado por la actriz Ocean Barrington-Cook) durante la mayor parte de la ópera, protagoniza el golpe de efecto final al imponerse sobre los que pretendían usarle para gobernar, vengando así la muerte de su padre, pero legitimando y perpetuando a la vez las lecciones de Mortimer. Su breve papel debe reflejar esta maduración forzada y crucial. La tesitura aguda que le asigna Benjamin junto con el timbre claro y sincero de Boden simbolizaban la inocencia y la pureza iniciales del joven, a la vez que creaban unas expectativas que reforzaban el impacto y la sorpresa del giro final. Jennifer France, Krisztuna Szabó y Andri Björn Róbertsson completaron el reparto en una serie de pequeños roles impecablemente interpretados.

 

Mortimer (Peter Hoare) obliga al hijo del rey (Samuel Boden) a mirar como ejecutan a un loco que pretendía ser el heredero al trono. Foto: Stephen Cummiskey.

Paradojas de nuestro tiempo

Lessons in Love and Violence ha sido unánimemente bien recibida por el público, así como por la prensa. Sin embargo, algunos críticos han apuntado a la repetición de algunos recursos utilizados en las dos anteriores óperas de Benjamin y Crimp como un defecto. Es cierto que hay una clara continuidad estilística y que ello reduce el efecto sorpresa que uno desearía siempre que asiste a un estreno, pero no deja de ser curioso que en un mundo tan conservador como el de la ópera se critique como defecto algo que en las óperas de Verdi, Donizetti y tantos otros se considera una virtud. Conseguir un estilo propio es algo que lleva mucho tiempo, y eso es incompatible con la exigencia constante de renovación y originalidad de algunos críticos. Personalmente deseo que el binomio Crimp-Benjamin nos traiga nuevas óperas en el futuro, y tanto si optan por renovar su estilo o por consolidarlo, seguro que será una experiencia intensa, absorbente y, sobretodo, reveladora.