[Texto escrito a cuatro manos por Antonio y Marina Hervás]

El Santander Music se está consolidando como una de las citas fundamentales del indie tras ocho años en los que no hace más que crecer en número de asistentes y ambición. Este año, pese a sufrir la baja a última hora de uno de sus cabezas de cartel y reclamo para los no tan duchos en indieBunbury y haber coincidido su clausura con el inicio del Festival Internacional de Santander con llenazo en el Palacio de Festivales  y un explicable aforo bien nutrido de Melendi, ha registrado el número más alto de asistencia, rozando las 25.000 personas que, durante tres días, disfrutamos en un enclave único de los conciertos.

Papaya afrontó la siempre complicada tarea de abrir el festival, que el horario de verano hace que los primeros grupos tocasen aún con sol del día. Yanara tuvo que dar lo mejor de sí dada la falta de azúcar y de sal de sus acompañantes que, salvo tocar sus instrumentos, no la ayudaron en nada a generar espectáculo. Pero como Papaya es mucha Papaya, ella sola nos hizo desengrasar la cadera y nos regaló un directo lleno de simpatía, picardía y papayeo del bueno. Al igual que comentábamos sobre De La Purissima, Palito o Le ParodyPapaya pertenece a un necesario colectivo de mujeres que está emergiendo en el ámbito nacional para dar cabida por primera vez a la libertad sexual de las mujeres, sin tabús y sin complejos, o sin que las letras tengan que pasar por edulcorante. En el caso de Papaya, además, se muestra un lado canalla a nivel musical con sus poderosos ritmos ochenteros, caribeños, new wave y disco. Lo dijimos en Twitter y lo repetimos aquí, merece estar en más carteles y más alto. Esperemos que el tiempo nos de la razón.

La cancelación de Bunbury dio paso a Zahara, uno de los hitos del fenómeno fan en el colectivo indie. Nosotrxs celebramos enormemente el giro de la línea que llevaba la carrera de la ubetense hacia ritmos más bailables y cañeros, pero aún así el directo no terminó de convencernos. Pese a su impecable corrección sonora y su divertida y cariñosa presencia escénica, no consiguió sacar su energía del escenario al público no convencido, a los que no lucíamos la peluca blanca de su videoclip de «Caída Libre» (aunque nos habíamos aprendido religiosamente el baile -si quieren vernos bailar, dejen sus comentarios en la entrada y ya veremos lo que hacemos…). Precisamente Zahara representa lo contrario de lo que defendemos de Papaya: y es que sigue en una línea similar al modelo de dama frágil y con letras sólo sobre amor, sobre sacar a bailar a la chica y todas esas lindezas. No obstante, somos conscientes de que nuestra opinión choca diametralmente con la de la mayoría presente en el festival.

A continuación aparecieron los Second, que aunque son frecuentemente criticados por hacer gala un punto prepotente, consiguieron un directo rotundo y mejorar sobremanera el sonido del disco, aunque con algunos problemas en la voz debidos a un exceso de tensión en el cuello. Su cierre con «Rincón Exquisito» fue todo un acierto: consiguieron poner a todo el público en pie. Ahora el siguiente reto se encuentra en hacer que la fuerza del directo aparezca en los discos.

La aparición de las Hinds estuvo marcada, por desgracia, por un grupo de borrachos dignos de lo peor de San Fermín: su cometido era dedicar improperios de la peor calaña machista y cuñada a Carlota y a Adela. Qué pesadez tener que seguir soportando a garrulos de tal nivel y encima comentarios buenistas de que el feminismo es feminazismo etc. Pero no nos meteremos con eso ahora. Las Hinds fueron las más afectadas por un problema que recorrió todo el festival como un fantasma: la nivelación del sonido. Su sonido fue sucio -que, aunque es lo que pretenden, no convencía- y no nos llegó a cautivar el toque garage que las ha impulsado allende España. Son un grupo para salas más pequeñas y en otro ambiente: el escenario del Santander Music les quedaba grande. Nos da lastima comprobar que el repertorio más moderno no nos cautiva y nos seguimos quedando con su primer EP.

Paula Quintana fue la encargada de pinchar entre conciertos, y demostró su buen gusto y actualidad de la selección. A veces nos daba pena que parase de pinchar.

El segundo día era el más prometedor. Nuestra gran apuesta de grupos emergentes iba para Belize, que se encargaron de abrir boca. Se nota su juventud, tanto literal como sobre el escenarios, que los vuelve un poco estáticos, tímidos y poco naturales, pero la madurez de su música es rotunda: mezclan a The Who con la bossa nova, el chill out, la electrónica, el indie y el pop-rock con un gusto excelente. También ellos tuvieron que sufrir los desajustes del sonido: a María Fernández, a la viola eléctrica, sólo se la oyó con nitidez al final. Belize es puro buen rollo y podrán lanzarse hacia donde quieran con su proyecto, aunque es cierto que no mucha gente lo entenderá directamente. Muy buen hacer y calidad musical que seguro les llevará a lo más alto en un tiempo.

Novedades Carminha nos regaló una de las actuaciones más gamberras y divertidas del festival. Teníamos serias dudas con el grupo porque sus canciones no son nada pretenciosas y su objetivo es hacer hacer bailar al público hasta el éxtasis, algo que puede hacerse un poco pesado. Pero su sonido fue infinitamente mejor que en los cedés -algo no siempre fácil de conseguir- y el peso de lo escénico fue genial: lo llevaron tanto el cantante como el bajista, que se dejaron la piel -y seguramente unos cuantos kilos- sobre el escenario. Eso demuestra que con un material sonoro ajustado se puede dar un muy buen concierto. Nos gustaría, eso sí, que salgan de su zona de confort y evolucionen su sonido para ofrecernos un repertorio de ritmos más variado.

Y así llegó lo mejor que hemos visto en años: el directazo de León Benavente. ¡Qué difícil es explicar lo bueno que ha sido algo! León Benavente están dando una lección de cómo hacer música buena, letras buenas, y encima defenderlo en el escenario con un espectáculo lleno de energía, imborrable para todos los que estábamos allí. Así se pasa de abrir el Santander Music hace dos años a ser cabeza y comerse todos los patrones de concierto que teníamos aprendidos hasta ahora. Joder, los tíos son rotundos, dan ganas de subirse con ellos y destrozar las guitarras por la rabia de mundo de mierda que nos hace hacer esa música porque no queda mucho más por hacer. Aquella noche se conjugaron todas las virtudes que ya conocíamos de los sus LP con una clase magistral de cómo mejorar todo lo presente. Mira que vamos a conciertos: esto fue un hecho único. Y eso acarreaba un problema: todo, a partir de ellos, iba a ser decadente.

Creemos que con ese papelón se encontró Izal, que ofreció un concierto correcto pero que decepcionó a los que esperaban que fuese el concierto del festival. Nosotros teníamos nuestras dudas -pues sólo nos convencen parcialmente los discos: es decir, algunas canciones- y se confirmaron. Lo dieron todo empezando con los dos hits y agotaron ahí sus energías. Les entendemos: después de lo que hicieron los de León Benavente, no sabemos si nos hubiésemos atrevido a salir al escenario como si nada. En la línea de la decadencia post-León llegaron los de  Sunshine Underground, una apuesta claramente dirigida a internacionalizar el festival sin excesivo éxito. Quizá porque el día ya había sido bastante intenso, quizá porque no supieron estar a la altura pero llegaba el momento de retirarse.

Los montajes de escenario los orquestó el ridículo colectivo de Bitches Deejays, que consideraron que la música más adecuada para el festival era El Canto del Loco y las Spice Girls, entre otros. Preferiríamos que hubiesen desconectado por error su equipo.

El último día lo abrió La Maravillosa Orquesta del alcohol (la M.O.D.A), una banda que nos tiene desconcertados. Por un lado porque su vocalista tiene la voz que desearían muchos cantantes de punk o de garage pero al mismo tiempo tienen un sonido entre country y rockerillo apto para muchos oídos y algunas letras que se parecen a las de coro de iglesia, como «Hay un fuego», con la que falsamente se despidieron: «hay un fuego dentro que nos guía desde niños/ la llama se quema si detrás no hay un latido». Este mix tan peculiar tenía tantas papeletas para salir mal como para hacerlo bien: venció la segunda alternativa, con un concierto que supo calentar motores para lo que seguía. Lo mejor: una humildad muy bien gestionada y la entrega de los grupos que aún no se han endiosado.

El siguiente grupo era Love of lesbian. Nosotros los seguimos desde el primer disco y cada vez nos decepcionan más. Les hemos visto en escenarios pequeños dando lo mejor de la locura de sus integrantes: vestidos sólo con un delantal y haciendo hablar a muñecos. No es necesario, claro, que continúen en esta línea: evidentemente los modelos de banda cambian. Pero sí que parece que se han contentado con menos que anteriormente. Pese a tener un rotundo sonido en directo y muchísimas tablas, poco a poco, han dejado de cuidar sus letras (aunque en revistas recientes justamente indicaban que su pretensión era la opuesta) y sus canciones suenan sospechosamente a lo que más gusta en los festivales (precisamente cuando decían que no querían volverse un grupo de festivales. Por eso, y quizá en homenaje a Prince, han probado con temas largos y supuestamente complejos, que han dado como resultado una aburrida «Psiconautas», minutos y minutos de música con escaso interés y sin prácticamente desarrollos; y que, en directo, nos hizo desconectar absolutamente. Su actuación se tuvo que ver apoyada por unos vídeos de dudosa calidad artística -algunos rozando lo hortera-: algo sospechoso si lo que está en el escenario tiene peso por sí mismo. El hilo conductor de los vídeos eran los signos ortográficos, a lo Karl Kraus, pero no terminaba de crear una totalidad coherente de sentido con los vídeos que acompañaban cada canción. Nuestra teoría de hacer música para festivales se vio reforzada porque de las canciones de siempre eligieron las, a nuestro gusto, peores pero las que más público han atraído, como «Algunas Plantas» o «John Boy». «John Boy», por cierto, habla en sentido inverso de nuestra experiencia con LOL: nos encantaban y ahora, cada vez más, no nos sentimos identificados con su música.

Hugo Le Loup se encargó de pinchar el tercer día y fue más dj en el sentido en que lo entendemos el común de los mortales, probando con más mezclas.

El festival terminó con Miami Horror, que hicieron un concierto divertido pero con exceso de exhibicionismo de piruetas y saltos. Fuel Fandango, que no son santo de nuestra devoción, dio un concierto sorprendente y fresco, que los convirtió en una guinda para un pastel con actuaciones excelentes, otras buenas, y sólo algunas decepcionantes. Como con lo que se queda el público es con el principio y el final, entonces el Santander Music ha sido un éxito, aunque el verdadero regalo  estuvo a la mitad. Ya os lo hemos dicho: llegó con León Benavente.