“Sentia que mi quincuagésimo año era un punto de inflexión. Miro atrás y veo tres periodos en mi vida. Primero fui un prodigio, después un exitoso compositor en Europa hasta la llegada de Hitler, y luego un compositor de películas. Cincuenta años es una edad muy avanzada para un niño prodigio. Siento que tengo que tomar una decisión ahora, si no quiero seguir siendo un compositor de Hollywood el resto de mi vida.”

Estas palabras que Erich Wolfgang Korngold escribió en 1946 resumen a la perfección la tragedia de su vida. Durante su infancia, en Viena, fue aclamado como niño prodigio por gigantes como Strauss, Mahler o Zemlinsky, y sus obras eran estrenadas por los mejores intérpretes del momento. El Trio para piano Op.1, escrito con tan solo 13 años, sorprendió a todo el mundo por su originalidad, y para el estreno en Munich contó con el concertino de la Filharmónica de Viena y con el ya entonces famoso director Bruno Walter al piano. La Schauspiel-Overtüre Op.4, su primera obra orquestal compuesta a los 14 años de edad, la estrenó la Orquesta del Gewandhaus de Leipzig, bajo la dirección del legendario Arthur Nikisch, mientras que la Sinfonietta Op.5, escrita con 15 años, fue estrenada por la Filharmónica de Viena dirigida por Felix von Weingartner. Su mayor exito llegaría a sus 23 años, con el estreno simultaneo en Hamburgo y Colonia de su tercera ópera, Die Tote Stadt (La Ciudad Muerta). Sin embargo, a partir de este momento la crítica le volvió la espalda, y sus nuevas y ambiciosas obras (especialmente la monumental ópera Das Wunder der Heliane) no eran capaces de conectar con las tendencias de su tiempo, a pesar de ser bien recibidas por el público. Al respecto es muy revelador el excelente artículo de Michael Haas, The False Myths and True Genius of Erich Wolfgang Korngold, en el que se analiza entre otras cosas el recibimiento de estas obras, y también la ambivalente influencia del padre de Erich, Julius Korngold, un influyente crítico musical de gustos muy conservadores.

Precisamente intentando liberarse de la nociva influencia de su padre, Erich se pasó a la opereta, arreglando obras de Johann Strauss II, entre otros, para una serie de montajes que le reportarían notables ingresos. A través de ellos entró en contacto con el director de cine Max Reinhardt, quien le encargó que arreglara la música incidental de Mendelssohn para su película  A midsummer night’s dream (1935). Fue su puerta de entrada a Hollywood. El estilo de Korngold -sus atractivas melodías, su sentido dramático, su dominio de la orquestación- llamó enseguida la atención de directores y productores, que vieron en su música el complemento perfecto para sus películas. Empezó una exitosa colaboración de una década con la Warner Bros que le reportó dos premios Óscar y tres nominaciones. Se trataba del primer compositor «serio» que llegaba a Hollywood y, por si fuera poco, con enormes éxitos a sus espaldas. Por ello el estudio accedió a firmar un contrato enormemente ventajoso para Korngold: solo tenía que trabajar en un par de películas al año, que además podían ser de su elección, tenía un control casi total sobre el proceso de composición y grabación, y conservaba los derechos de su música. Pero fuera de Hollywood la música de cine no era considerada música «seria», y la reputación de Korngold se resintió de ello. Con la anexión de Austria al Tercer Reich, lo que al principio era un trabajo lucrativo y voluntario se convirtió en un exilió forzado para Korngold, que era judío. Su interés inicial en la música para cine se fue desvaneciendo y para 1946 tomó la decisión de abandonar Hollywood y dedicarse de lleno a la música de concierto. El primer paso en esa dirección lo dio ya en 1945, cuando revisó un concierto de violín que compuso entre 1936 y 1939 usando temas de cuatro de sus bandas sonoras (un autoprestamo posible, recordemos, gracias a las condiciones privilegiadas de su contrato, que le reconocían derechos sobre su música). Finalmente, el Concierto en Re mayor, Op. 35 se estrenó el 15 de febrero de 1947 en Saint Louis (Missouri), con el célebre Jascha Heifetz al violín.

Caricatura publicada en el Neues Wiener Tagblatt que muestra a un Erich Korngold todavía bebé al piano, rodeado por algunos de los mejores músicos de su época, que le escuchan con admiración. De izquierda a derecha encontramos a Siegfried Wagner, Max Reger, Arthur Nikisch, Richard Strauss y Eugene d’Albert.

El concierto está estructurado en los habituales 3 movimientos, un primero (Moderato nobile), en forma sonata, un segundo (Romance) en forma ternaria de carácter más cantable, y un tercero (Finale) rápido y virtuoso. A continuación comentamos cada uno de ellos.

Primer movimiento: Moderato nobile

Korngold construye el primer movimiento a partir de dos temas, uno más afirmativo y otro más lírico. El primero de ellos está sacado de la banda sonora de Another Dawn, un film de 1937 con Errol Flynn y Kay Francis que narra un triangulo amoroso entre una bella americana y dos oficiales del ejercito inglés. En un giro muy británico, el marido toma el lugar del amante (que, como no podía ser de otro modo, es su mejor amigo) un una misión suicida, para que su mujer y su amigo puedan ser felices juntos.

El tema principal de Another Dawn consiste en una melodía amplia y expresiva que nos anuncia la nobleza de los sentimientos de los protagonistas (en apenas cinco notas la melodía escala dos octavas). Se trata de un amor de tintes heroicos, como sugiere el sonido de los metales, pero también trágico, como indican las disonancias. Pero los arpegios que encabezan las frases no consiguen completar exactamente las dos octavas, quedándose medio tono por abajo o uno por arriba, reflejando los deseos y angustias de los protagonistas. Podemos escuchar el tema en el siguiente tráiler:

Para el Concierto, Korngold mantiene la melodía pero altera radicalmente la orquestación, con lo que el tema adquiere un carácter más contemplativo. Así empieza el primer movimiento:

El segundo tema proviene de la banda sonora de Juarez (1939). Así suena en la banda sonora el llamado «tema de amor»:

En el Concierto para violín, Korngold de nuevo mantiene la melodía intacta y modifica la orquestación para darle un sonido más pulido y sutil. También elimina algunas repeticiones y añade al final pasajes de lucimiento:

Segundo movimiento: Romance

Para el segundo movimiento Korngold utilizó un tema de la banda sonora de Anthony Adverse (1936), con la que ganó su primer Oscar. Lo podemos escuchar al inicio del siguiente vídeo (hasta 1:30):

Y así suena en el segundo movimiento del concierto para violín:

Tercer movimiento: Finale

El último movimiento es el más virtuosístico y está basado en el tema principal de la película El príncipe y el mendigo (1937), basada en la novela de Mark Twain y de nuevo con la presencia de Errol Flynn. Lo podemos escuchar en el tráiler de la película (del segundo 15 al 55):

Y, con mayor calidad, en el siguiente corte de audio.

El Principe y el Mendigo, tema principal:

Observamos que el tema de la película tiene dos partes, una primera más épica, con dominio de los metales, que dura unos 20 segundos, y una segunda parte más lírica, con predominio de los violines, que va desde el segundo 22 hasta el 32.

Korngold construye el tercer movimiento de su concierto como un tema con variaciones, y empieza así:

De entrada es complicado reconocer la melodía de El príncipe y el mendigo, y es que Korngold, de forma ingeniosa, no empieza con el tema, sino con una variación en forma de giga, derivada de la primera parte del tema. Podemos ver en la imagen siguiente la primera frase del violín, con los característicos grupos de tres corcheas. Se trata de una melodía muy violinística que se presta bien al tratamiento virtuosístico.

Podemos escuchar el fragmento correspondiente a la imagen, más lento para que se aprecien los saltos y los descensos encadenados de tres notas:

Puede que, por el momento, todavía no se aprecie la conexión con el tema original. Para esta variación, Korngold toma las notas del tema, y añade otras para completar los grupos de corcheas. En la siguiente imagen podemos ver coloreadas las notas originales del tema (en violeta encontramos una nota del tema original pero rebajada una octava):

Si tocamos la frase destacando las notas coloreadas, y volviendo el mi en violeta a su octava original, obtenemos el siguiente resultado:

Con un poco de imaginación para reconstruir el ritmo ya podemos reconocer el tema que aparecía en el tráiler.

A continuación Korngold nos presenta y desarrolla algunas variaciones más. Una de ellas, a cargo de la orquesta, despoja a la giga inicial de las notas añadidas, y nos permite vislumbrar el tema original, aunque todavía con un ritmo distinto:

No es hasta la siguiente variación que el violín nos presenta el tema original entero, con sus dos partes, y ya perfectamente reconocible a pesar de un ritmo más homogéneo y un fraseo ligado:

Siguen más variaciones con fragmentos de gran lucimiento para el solista y, transcurridos aproximadamente dos tercios del movimiento, aparece por fin el tema original, en una cita literal de la banda sonora:

La primera parte (pueden compararla con el audio correspondiente) es idéntica a la banda sonora, usando exactamente la misma orquestación. La segunda parte, en cambio, es asignada al violín solista, con lo que preserva la sonoridad de las cuerdas pero adquiere un carácter más íntimo, realzado por el uso de armónicos.

Recepción

Igual que pasó con algunas de las obras de su época Europea, el Concierto para violín fue bien recibido por el público, pero no por la crítica. Raymond Kendall, que reseñó el estreno con el titular «decepcionante concierto de Korngold», afirmó que faltaba «oro» (gold) entre tanto «grano» (Korn) y que se trataba de «música prácticamente carente de inventiva y desarrollo». Korngold regresó a Viena donde se programaron algunas de sus obras anteriores a la guerra y estrenó otras obras importantes, como la Sinfonía en Fa (1957). Sin embargo, los horrores vividos en Europa dejaron una herida profunda que alteró también los gustos musicales. No eran tiempos para la música de Korngold, que parecía querer retomar la estética de preguerra, y al final acabó volviendo a los Estados Unidos. Su salud empeoró y en 1956 sufrió una embolia de la que se recuperó parcialmente, pero acabó muriendo en 1957 a los 60 años, con solo 42 obras en su catálogo. Como apunta Michael Haas en su ya citado artículo, «murió por el estrés de la irrelevancia. […] Murió creyendo que era un niño prodigio que nunca creció».

Su Concierto para violín debía ser su pasaporte de vuelta a la élite de la música «seria», pero no fue así. Tuvieron que pasar largos años tras su muerte para que su música fuera apreciada de nuevo y, aunque hoy en día la mayoría de sus obras siguen siendo desconocidas por el gran público, el Concierto para violín -igual que La Ciudad Muerta- se ha convertido en parte del repertorio estable de los grandes violinistas. Que precisamente el concierto se base en temas de sus bandas sonoras permite además reivindicar el valor de su producción cinematográfica. Una música que para nada es «de segunda» y cuya influencia se percibe todavía en compositores actuales como John Williams.