El pasado 22 de noviembre pudimos asistir, gracias a la programación de Conde Duque, a la premier de Samsara, la última película de Lois Patiño que obtuvo el Premio Especial del Jurado en Berlinale.

Samsara se revela como un tapiz visual que nos envuelve en un viaje transcendental atravesando paisajes impresionantes y culturas que percibimos lejanas. Esta película nos sumerge en la exploración de la conexión universal entre la humanidad y la belleza efímera de la existencia. Se nos invita a desafiar la literalidad del tiempo en tres partes diferenciadas.

Comenzamos el viaje conviviendo con los monjes de los templos de Laos, el libro tibetano de los muertos nos guía por los paisajes impresionantes y la esencia contemplativa de las imágenes.

Tras habitar en esta primera parte una sensibilidad hacia la belleza visual que constantemente evoca la inevitabilidad de la muerte, la narrativa, poco tradicional del cineasta, llega a su punto álgido; a través del cine expandido, transitamos entre la muerte y la vida en una experiencia cinematográfica cruda, en la cual las emociones más primarias desbordan el cuerpo. En este punto pasamos a ver la película con los ojos cerrados y a corazón abierto.

Al finalizar este viaje por el más allá, la belleza de la poesía visual vuelve a reconfortarnos. Nos encontramos ahora en Zanzíbar, reflexionando sobre la conexión humana con la naturaleza, algo que se siente recurrente en la obra del cineasta. En lugar de abordar la muerte de manera sombría, su presencia es utilizada en pantalla para fomentar la contemplación y la apreciación de la vida en todas sus manifestaciones, con un enfoque tan interesante como es la búsqueda activa de la belleza mediante la quietud. Emerge una danza entre lo real y lo onírico donde el paisaje natural se fusiona con la introspección humana.

Importantísimo el diseño de sonido y los paisajes sonoros de Xabier Erkizia, que completa la experiencia inmersiva. La elección del formato de 16 mm hace que la cinematografía, a cargo de Jessica Sarah Rinland y Mauro Herce, se presente como un testigo íntimo de la fragilidad/fuerza de la realidad. Cada fotograma se convierte en una reliquia visual. Las texturas y matices del celuloide añaden una capa de nostalgia y autenticidad y agrega una calidad táctil a las imágenes que consigue convertir cada frame en una ventana a esas culturas y comunidades.

El hecho de que cada directora de fotografía se encargue de un tramo del viaje, fundamenta todavía más la idea de cambio, de la transmutación mediante la reencarnación que sufrimos en ese tránsito intermedio. La fotografía de Laos (Herce) se siente etérea, vaporosa, meditativa; la de Zanzíbar (Rinland) se siente en cambio vibrante, tierna, vital.

De alguna forma, la estética poética de la película me ha llevado a pensar en el cine de Chick Strand y reflexionar que el cine etnográfico no trata solamente sobre la observación objetiva, sino que aborda también temas relacionados con la inmersión, la participación y la captura de la verdad subjetiva de una cultura. A su vez, en ambos cineastas, existe una distancia crítica, por lo que considero que Samsara contempla la representación de estas comunidades de una forma ética y autoconsciente. Así mismo, pretende no caer en exotismos, lo que implica una consideración cuidadosa de cómo se retratan las personas, culturas y entornos en la pantalla.

El cine es un espejo que refleja y refracta no solo nuestras realidades, sino también nuestras esperanzas, temores y, sobre todo, nuestras complejidades humanas. Samsara es una película que te hace pensar:

“que hermoso sería tener otro cuerpo, ahora que he muerto.”