Quienes vivimos los años noventa estamos de luto. Los adolescentes de hoy, que visten pantalones de talle alto, camisetas con estampados y sudaderas extra grandes, llenan las calles recordándonos que vamos ya cumpliendo años. Las grandes cadenas textiles están recreando la estética de una época para consumidores que no la han vivido y a quienes, precisamente por eso, les resulta novedosa. Ya hay quien, en pleno siglo XXI, se viste de pin-up idealizando los años cincuenta. Los noventa son, pues, los nuevos cincuenta. Los que aún sufrimos al ver las fotos de nuestra infancia y adolescencia asistimos perplejos al entusiasmo con el que la juventud actual abraza las plataformas de ante, las camisetas por encima de la cintura y las series nostálgicas. Nuestras calles se han convertido en un decorado de Sensación de Viviro Salvados por la Campana. Y esto no es más que una evidencia de que, como sabiamente dijeron Les Luthiers, cualquier tiempo pasado fue anterior.
Hoy ha muerto Chiquito de la Calzada. Para estos adolescentes este nombre no querrá decir nada, y a quienes sentimos su muerte nos resultará verdaderamente difícil explicarles lo que ha significado. Podremos ponerles sus vídeos en Youtube, pero dudo que entiendan algo cuando sus padres ríen al dar saltitos mientras sueltan ese “no puëdor” (la diéresis es importante) o “diodeno vaginarl”. Simplemente se avergonzarán de ellos, como lo hicimos nosotros cuando los nuestros hablaban de guateques. Porque hoy, no sólo nos ha dejado Chiquito, hoy también ha muerto definitivamente la época dorada del chiste.
Ahora tenemos el meme, el sketch o el youtuber gracioso. Hasta el monólogo está ya de capa caída. Pero ese microrrelato humorístico con final apoteósico nos ha dejado abruptamente hoy mismo. Aún rulan por las redes sociales imágenes con conversaciones chistosas, pero ya nadie los cuenta. La figura del pesado que suelta el repertorio completo de chistes en las comidas familiares es hoy una rara avis, una especie en peligro de extinción que, seguramente, mucha gente no echará en falta. Incluso habrá algunos desalmados que se alegren de esta tragedia. Quienes me conocen bien saben que yo soy una gran amante de los chistes, que los he contado en reuniones de amigos y en cenas de trabajo. Pero hoy me he dado cuenta de que hace ya mucho tiempo que no lo hago. Y es que, señoras y señores, el chiste ha muerto.
En esta era de la inmediatez y del eterno deseo de novedad en la que todo se hace viejo antes de nacer, una sueña con volver a escuchar el nombre de Jaimito, un “van un inglés, un francés y un español”, un “se levanta el telón”, un “cómo se dice en japonés” o un “cuál es el colmo de los colmos”. Esas frases hechas que te predisponen para la risa y que te dejan un buen sabor de boca, hasta cuando el chiste no tiene gracia, dejarán de escucharse en unos pocos años. Y eso es triste, muy triste.
Pero no todo es pena hoy, porque el legado de Chiquito de la Calzada trasciende del medio en el que éste se desarrolló. Por eso, sus chistes son lo de menos y su verdadera revolución fue la de ser capaz de ampliar y enriquecer los medios de expresión de toda una época. Fue inventor de fonemas y de palabras, y, a través de sus metáforas, pudo esquivar las limitaciones del horario infantil, conectando así con personas de todas las edades y condiciones a través de un lenguaje personal que todos entendíamos, aunque no supiéramos lo que quería decir.
Por eso yo te pido hoy, querido lector, que, si alguna vez reíste con Chiquito, les hables a tu hijos de lo que es un fistro, del caballo de Bonanza, que les digas jarllas veces que haga falta mientras unes tus dedos y levantas las manos en ese gesto italiano adaptado, que les hables de que hubo un señor que llenó de chiquitazos nuestras mochilas y estuches, que les enseñes ese saltito con la rodilla en alza para que el patrimonio cultural de los noventa no sea enterrado hoy. Porque los vaqueros de talle alto quedarán olvidados al fondo del altillo, pero Chiquito de la Calzada tiene que seguir formando parte de nuestro outfit diario. ¡Muy buen viaje, pecador de la pradera!
Ayer comenzó uno de los eventos en los que la Haus der Kulturen der Welt (HKW) de Berlín más dinero se ha gastado en publicidad, bien pensada y muy dirigida a un público joven guay, hípster y cool: el festival No Music!, centrado en prácticas punk y DIY. En su cabeza de cartel estaban las Pussy Riot. No voy a hacer una crítica al uso, sino una reflexión al estilo de la “reguetonización de la izquierda”. Esta vez, seguimos hablando de forma y contenido, pero también sobre la falsa adscripción de potencial político a grupos declarados como comprometidos o algo por el estilo, como las Pussy Riot.
Justamente, hace unos días discutía con unos amigos la tendencia entre los filósofos a considerar análisis estéticos aquellos que no rebasan los sociológico. Por ejemplo, el análisis del punk en términos de impacto social o político o de organización colectiva. En pocas ocasiones, se considera un elemento fundamental la articulación formal o la técnica artística. Eso, claro, debe ser campo de los musicólogos o los historiadores del arte. Así que los filósofos, tan críticos ellos consigo mismos siempre -¡e incluso con el concepto de filosofía, sobre el que se ha discutido tanto y desde el propio origen de la disciplina!-, han claudicado y han caído en la separación disciplinaria. Claro, no se puede saber de todo. Y menos ahora, donde Wikipedia ha preformado las formas de aproximación a la información, travestida de conocimiento.
El colectivo Pussy Riot llegó a todas las redes sociales y periódicos en 2012, por un vídeo en el que se burlaban de Putin y de la iglesia ortodoxa. Tres (Maria Aliójina, Yekaterina Samutsévich y Nadezhda Tolokónnikova) de sus supuestos miembros (¡o miembras!) fueron condenadas a dos años de prisión lo que provocó una ola de condena a la política rusa, especialmente de Amnistía Internacional. Este hecho, para un filósofo de bien, sería suficiente para considerar a las Pussy Riot revolucionarias, o como música verdaderamente implicada políticamente o algo por el estilo.
Quizá es que desde 2012 a 2017 las cosas se han calmado o es que es difícil mantenerse o que la lucha nunca se llevó a la práctica artística. Pero lo de ayer en la HKW fue una burda banalización del arte comprometido. Lleno de clichés y supuestos tabúes sociales que se saltaban a la torera, el concierto de las Pussy Riot fue más una especie de montaje escolar bastante caro más que un espacio de protesta serio dentro de las herramientas de la música y la performance. Coreografías dignas de las Spice Girls (las cuales, al menos, no tenían más pretensiones que las que mostraban fríamente en sus vídeos y explotaban su caricaturización como la del tertuliano de los programas del corazón), letras que se podían resumir en “somos super malas y antisistema, míranos, ¡qué provocación!” y una estética dudosamente feminista definieron su espectáculo. Su música, fácilmente bailable, tenía a gran parte del público haciendo lo que tenía que hacer, bailar, mientras veían su conciencia política dirigirse a la estratosfera. En resumen: la simplicidad fetichizada. Incluso, pensaba yo en mi butaca, suponiendo que todo fuese adrede, que se mostrase sin tapujos las herramientas más básicas de la industria cultural (rítmicas dignas de los coches más bakalas del barrio, la dicotomía simple entre el policía y las presas -totalmente inesperado, claro-, bailecitos casi de para-para -para no sudar mucho, antes muerta que sensilla-, símbolos fácilmente politizados -bandera anarquista, por ejemplo- o la cosificación de la mujer con un acompañamiento basado en gemidos -tan moderno y rompedor que se nos borraba el verdaderamente erótico “Je j’aime ma non plus” de Brigitte Bardot y Serge Gainsbourg-), la puesta en escena era de una ingenuidad -en el grupo y presupuesta al público- casi insultante. Me enoja, no sé si se nota, que no se asuma un oyente inteligente, capaz de comprender estructuras complejas, de entender lo implícito. Me enoja, mucho más, la reducción de lo político al contenido (véase, en este caso, las letras) y se pase por alto la repetición de modelos de consumo en lo formal. La selección de rítmicas radicalmente comerciales o la puesta en escena adolescente (a là Britney Spears) disuelven de un plumazo las pretensiones políticas del texto, pues firman la paz con aquello que denuncian. Las situaciones límite, como la tendencia al ruido y a lo in-formal, el cuestionamiento del espacio ocupado por el artista y el oyente, la puesta entre paréntesis de las formas alienadas de cultura trascienden ese supuesto contenido y nos hacen ver que la forma es ya contenido. Qué tipo de ficción se abre cada vez que se articula una propuesta artística, qué tipo de colaboración (o negación de ella) se abre con el oyente, qué relación con la tradición de la que se viene (sí, también formal) son las claves, a mi juicio, para entender el compromiso con el posicionamiento político desde el que se “hace arte”. Se suele pensar -peligrosamente- que la forma en que se articula un contenido es indiferente a él: si queremos denunciar a Rajoy, dará igual que sea en un soneto o en una canción. Error. No da igual. Porque mientras creemos que denunciamos a Rajoy en una canción de reguetón, por ejemplo, repetimos estructuras de poder que refrendan las políticas neoliberales de Rajoy. Se simplifica o, incluso, se obvia, lo que redunda en una igualación en el conocer, convirtiéndola en la mera confirmación de aquello que ya queríamos encontrar en el producto cultural. Si quier refrendar mi posición política, debo escuchar x o b, ver a o h películas, vestir de una forma y no otra y todas esas cosas. Las Pussy Riot colaboran en su conversión en producto en el que el oyente supuestamente comprometido se encuentra y se reafirma, y entiende inmediatamente la rebeldía en el irónico «I love Russia. I am a patriot». A ver si vamos a empezar a reflexionar y se nos cae el chiringuito. Dice Rancière: «La política y el arte, como los saberes, construyen «ficciones», es decir, reordenamientos materiales de signos e imágenes, de las relaciones entre lo
que se ve y lo que se dice, entre lo que se hace y lo que se puede hacer». El problema es, como en el caso de las Pussy Riot, cuando la «ficción» no abre otra ficción de lo posible, sino que confirma acríticamente lo existente. No hay una reordenamiento, sino que «se ve y se dice» lo que se espera que se vea y se diga. Es la obediencia radical. Obediencia, por cierto, viene de «audire», de escuchar: literalmente se refiere al que escucha y hace lo mandado. No habla, no opina. Repite. Hace lo que le toca. Que esto no se enfatice es lo que ha llevado a que haya camisetas en el H&M que rezan “I am a feminist”. La capacidad de absorción de formas preestablecidas de articulación de “contenidos”, como formas petrificadas de salsa -que unifican un fenómeno muy complejo- o el uso del compás 4 por 4 o de la estructura armónica I-V-VI (si queremos dramatismo)-IV-I, son las que reducen la multiplicidad posible de la expresión cultural. Me explico: si siempre utilizamos las mismas formas, y éstas han venido articulándose por cierta adscripción a modelos de expresión (por ejemplo, las escalas menores son “tristes”, las mayores son “alegres”) no habrá forma de crear otras expresiones. Ya no solo de lo aún no expresado, sino también de lo que aún es invisible, inverbalizable, de lo que no tiene presencia porque queda fuera de las formas preestablecidas, cómodas, de creación. Eso por expresar, eso que aún no ha adquirido su forma, así como la búsqueda de formas no petrificadas, es la resistencia política desde el arte. Todo lo demás es, me parece, una tranquilidad falsa (e ideológica) de conciencia.
De un tiempo a esta parte estamos viviendo una evolución en los medios de comunicación y entretenimiento porque proliferan los personajes que tienen un perfil muy distinto al del prototipo de mujer que sigue siendo mayoritario en series, películas y libros. Esto es, lo que podríamos denominar «mujeres princesas» porque viven por y para ser rescatadas por un hombre y así supuestamente alcanzar la felicidad. Sin embargo, algo está cambiando, las chicas son guerreras, y nos podríamos plantear ¿por qué ahora hay esta explosión de superheroínas/personajes femeninos tan activos con un carácter tan marcado?
El tipo de protagonistas dependientes tienen una connotación histórica y cultural muy arraigada en la sociedad desde hace siglos y este estereotipo se repite constantemente ya adentrados en el siglo XXI y a veces nos llega disfrazado con dosis de (supuesto) humor. Sirva como ejemplo la serie La que se avecina. Aquí tenemos todo un elenco de personajes femeninos que, en su inmensa mayoría, están desesperadas por encontrar un hombre -pasada determinada edad nos transmiten que ya da igual el que sea porque lo importante es estar con uno- y hacen todo tipo de disparates para conseguirlo, incluyendo someterse a cirugía y mentir sobre si tienen o no hijos dependiendo de lo que esté buscando el hombre en cuestión.
Otro ejemplo lo constituyen las arquetípicas películas románticas en las que las mujeres suspiran y ponen ojitos (nada que ver con las miradas de la gran Marlene Dietrich) y todo tipo de mohines para enamorar a su objeto de deseo en situaciones en las que, de una o varias maneras, las protagonistas dependen del amado.
No obstante, algo está cambiando y cada vez podemos ver más mujeres de otro tipo tanto en las series como en la gran pantalla. Son inteligentes, independientes, seguras, fuertes, decididas y bellas. Luchan por lo que quieren en la vida, hasta de manera literal. Con el universo de los cómics Marvel y DC, se han hecho aún más populares las superheroínas como Viuda Negra de The Avengers (Los vengadores) y la película Wonder Woman (2017) fue un éxito en taquilla. En este último trabajo se nos muestra el lado humano de la supuesta hija de Zeus en esta versión y su capacidad de lucha a todos los niveles. Hay que resaltar el dato de que al contrario que sus compañeros masculinos cuyas películas podemos disfrutar desde hace años, Wonder Woman ha tenido una película propia en 2017 y que incluso se vaticinó que sería un fracaso. Cabe plantearse si es por el antecedente de la película Elektra (2005), por ser la protagonista encarnada por Gal Gadot una superheroína y/o si tuvo que ver en la formulación de esa hipótesis que la dirección estuviera a cargo de una mujer, Patty Jenkins.
Otro caso es el de la evolucionada Alice Abernathy, interpretada por Milla Jovovich en la saga de seis películas de Resident Evil (2002-2017), dirigida mayoritariamente por Paul W. S. Anderson y que está basada en una colección de videojuegos. Esta mujer se enfrenta a su amnesia, sus temores, malvados seres humanos sobrevivientes y un desolado mundo infestado de zombis y monstruos. Para ello cuenta con sus increíbles habilidades y su inteligencia.
Una de las actrices a quien más se ha criticado por cómo vive su vida es Charlize Theron, quien juega a placer en su papel de ¿heroína o antiheroína? durante todo el largometraje de Atomic Blonde (2017). Este personaje está sacado de la novela gráfica The Coldest City (2012) de Antony Johnston y Sam Hart. En esta película vemos a una mujer con lesiones por todo el cuerpo tras haber realizado su trabajo como espía más que eficaz, luchando en la época de la caída del muro de Berlín en 1989 y además podemos escuchar una banda sonora representativa de esa década. Ella es preciosa, inteligente, eficaz y letal.
Tal vez el ejemplo más notorio de los últimos años de que las chicas son guerreras, lo tenemos en Game of Thrones (Juego de tronos).Hace un tiempo escribí sobre cuatro de las mujeres que son reinas de hielo y fuego en esta serie (las que encabezarían este elenco serían las reinas Cersei Lannister y Daenerys Targaryen) pero podría incluir a muchas más por diferentes razones. Aquí nos volvemos a encontrar con superheroínas y antiheroínas, con y sin poderes, que luchan por ellas y por lo que quieren. Son inteligentes, astutas y casi todas son letales con estilos muy dispares.
Esta evolución que podemos contemplar en la pequeña y en la gran pantalla, en general, está sacada del mundo de la literatura, de los videojuegos y del cómic, donde las protagonistas no están tan limitadas como estamos acostumbrados a ver. Dejando a un lado la importancia que supone la industria en todo esto, lo que planteo es ¿por qué no seguimos con esta re-evolución y que se extienda a otros/todos los campos?
¿Pensáis que la ciudadanía tendría que estar más enterada de los progresos de la ciencia? ¿Pontificáis ante vuestros familiares y amigos que el gobierno tendría que meter más pasta en investigación? ¿Sois profesores de secundaria y les habláis a los alumnos de la importancia de los avances científicos? ¿Os pasa todo esto pero luego os dais cuenta de que no tenéis ni idea de avances como, por ejemplo, el Nobel de química de este año? No os preocupéis, yo tampoco tengo ni idea, pero os propongo un itinerario más o menos llano y asequible a través del cual podamos entender un poco de qué va el tema (y si no quedáis satisfechos, en la propia web de la Academia se encuentra información más divulgativa y más avanzada del premio). (más…)
El Premio Nobel de Física 2017 no ha sido ninguna sorpresa. Desde que la colaboración LIGO (Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory) anunció el 11 de febrero de 2016 la detección por primera vez de ondas gravitacionales, estaba cantado que el hallazgo se llevaría el ansiado galardón. Solo faltaba saber cuándo. (más…)
Empezamos octubre y en ReCiencia no podemos dejar de hablar de los Premios Nobel, que están siendo anunciados a lo largo de esta semana. Hoy mismo se ha desvelado el ganador del Nobel de Literatura 2017, Kazuo Ishiguro, mañana será el turno del Nobel de la Paz y, el próximo lunes le tocará al de Economía.
Tradicionalmente los premios de ciencias son los primeros en anunciarse, empezando por el de Medicina o Fisiología, que se anunció el lunes, seguido de los de Física y Química. El equipo de ReCiencia ya está trabajando en artículos dedicados a cada uno de ellos para contaros, de forma comprensible pero rigurosa, en qué consisten y que repercusión tienen las investigaciones galardonadas. Mientras tanto, os dejamos los anuncios oficiales:
Premio Nobel de Medicina o Fisiología 2017
Concedido a partes iguales a Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young, por sus descubrimientos de los mecanismos moleculares que controlan el ritmo circadiano.
Premio Nobel de Física 2017
Concedido a científicos de la colaboración LIGO/VIRGO (la mitad del premio para Rainer Weiss, la otra mitad a medias entre Barry C. Barish y Kip S. Thorne), por sus contribuciones decisivas al detector LIGO y a la observación de ondas gravitacionales.
Premio Nobel de Química 2017
Concedido a partes iguales a Jacques Dubochet, Joachim Frank y Richard Henderson, por desarrollar la microscopía crio-electrónica para determinar la estructura de biomoléculas en solución.