¿No es este rostro de una pureza evocadora? La película más emotiva de la Berlinale llega de manos de una debutante en el largometraje, la bilbaína Estíbaliz Urresola. La más clara candidata al Oso de Oro, si no la gran favorita, es muchas cosas, entre ellas la película más redonda, más completa del festival, pero es que además es una película adelantada a su tiempo.

20.000 especies de abejas afronta una temática hasta ahora casi inexplorada en el cine, la transexualidad en la infancia. El único precedente conocido con cierta repercusión internacional es el de Petite Fille, el sentido y sincero documental del francés Sébastien Lifshitz, estrenado hace tres años en la sección Panorama de la Berlinale.

En el caso de la película de Urresola la comprensión y la sensibilidad son apabullantes, una incursión en la sociología alrededor de la infancia trans con el punto de vista más inteligente de todos: el de los otros. ¿Cómo nos perciben los demás? La pequeña Lucía (que aún no es Lucía) nos representa, nos metemos bajo su piel y atónitos observamos la parálisis y estupefacción de los adultos ante un ser humano en evolución. Porque, ¿qué es Lucía? El nacido y conocido como Aitor transita una etapa de pupa, una intermedia y necesaria para su desarrollo, conocida como Coco. Con este nombre unisex se presenta ante los otros niños, pero, sin embargo, no gusta que su familia le llame por ese nombre. Efectivamente, esto resulta muy confuso. En uno de los videos, podríamos decir, de autoayuda de Alejandro Jodorowsky se nos indican unos pasos necesarios para la liberación: libérate de tu nacionalidad, de tu sexo, de tu profesión (que tampoco te define) y de tu nombre. Una vez liberados de todas las etiquetas, podremos ser nosotros mismos. La labor de deconstrucción de las identidades es un tema capital en el discurso político actual, es casi un rugido en las calles.

Una excepcional Patricia López Arnaiz interpreta a Anne, la madre de la inminente Lucía, quien proyecta en su hija sus inseguridades, fruto de unos padres conservadores, hijos de una época y contexto heteropatriarcal y machista. Anne es una excelente escultora, igual o más que lo fue su padre, pero la condescendencia de ambos con su talento devino en una cierta cárcel de frustración en la que Anne vive. Una falta de confianza que es un velo que le impide ver lo que tiene delante: el desconcierto que está atravesando su crianza con su identidad.

La película es una representación de la sociedad a través del panal que forman los miembros de la familia de Aitor/Coco/Lucía y su entorno. Y la reina de 20.000 especies de abejas es la niña, quien ayuda a su madre tras atravesar un proceso trascendental ante el asombro del espectador. Explicaba la directora en rueda de prensa que su relación con el cine era el de construir puentes, tratando con esta película de unir diferentes mundos para ayudar a la comprensión. Estos dos mundos están hábilmente representados por las dos abuelas de Lucía: por un lado, la conservadora Lita, que culpa a Anne de la confusión de su hijo, asegurando que es solo una fase que ya pasará. Y por otro la apicultora Lourdes, un alma libre, el verso suelto de la familia, una mujer atípica acostumbrada a ser señalada por miradas ajenas y a luchar contra adversidades; esto hará que tenga una empatía especial con esa niña a la que todo el mundo llama Aitor. Junto a Lourdes, el gesto de la niña (portentosa actuación de Sofía Otero) es de una sororidad liberadora y sonriente.

En el guion sagaz de 20.000 especies de abejas encontramos sirenas, esculturas abstractas y un ramillete de referencias a lo corpóreo, a identidades no normativas, que maridan una trama soportada por fantásticas actuaciones durante las dos horas de película. Todo ello conforma un tejido social y psicológico que, en última instancia, deviene en una pangea emocional. Y es que, gracias a un fluido montaje, el parpadeo es más inconsciente que nunca ante la historia que acontece ante nuestros ojos. Unos ojos exhaustos los de Estíbaliz Urresola cuando nos cruzábamos durante estos días en los correcalles habituales del festival. Iba de compromiso en compromiso, de entrevista a entrevista, nacionales e internacionales, me decía. Y yo la animaba y sentía una tremenda admiración por esta mujer y por todo el mundo que intervino en hacer esta película posible. Además, si un rayo de hielo nos traspasara el corazón tornándonos insensibles, podríamos apreciar más siquiera la excelente película que es en sí misma, por su talento cinematográfico y su lección de planteamiento, desarrollo y conclusión de una historia.

Quien me suela leer, conocerá de mi cierta tendencia a la grandilocuencia, la cual no responde a la exacerbación gratuita sino a una sensibilidad consecuente, sustentada por un considerable conocimiento y estima por el buen cine. Dicho lo cual, sin el menor atisbo de duda, llegará un día, dentro de mucho tiempo (esperaríamos que no tanto) en el que se hayan producido enormes avances en la integración de la visibilización y comprensión de la transexualidad en la infancia. En ese día, la desmemoria del paso del tiempo hará que muchos no sean conscientes de que 20.000 especies de abejas fue una piedra de toque para haber llegado hasta ahí.