Sociedad porvenir-amorosa

Sociedad porvenir-amorosa

¿Qué es eso que estás esperando leer? Desanticipa la idea. Suelta el cuerpo. Centra tu
atención en el pálpito. Pregúntate en qué instante del día te encuentras. ¿Es este no más
que un entretanto de lo que hay que hacer? ¿Sientes ansiedad por el tiempo que te tome
llegar a término?

Por mi parte, ahora mismo, pretendo hendirme en la propia dinámica que conlleva
escribir un texto, me despego paulatinamente de la intención cortocircuitada en pos de
practicar una originariedad, esa que se hoy día se nos deslinda entre los dedos. No
obstante, como dice Hölderlin, “donde está el peligro, está la salvación”, y ella, a mi
parecer, se desliza latente unos compases más allá de nuestros pasos. Si levanto la vista
y reparo en la direccionalidad de su mirada en descenso, habré aprendido algo más de
nuestro mundo y de las posibilidades de despegar no se sabe hacia qué parte, pero al
menos, habría aparecido la oportunidad de un encuentro.

Hubo un día, en el metro, en el que la música entrelazó la mirada de la señora sentada
enfrente de mí, y la mía. El brío motivó el desenlace de un comentario aterrizado de
manera anacrusa, me dijo algo sobre el volumen desmesurado, pero la realidad es que
no fue más que un pretexto para salvar las sonrisas, luego risas, que la melodía había
generado entre nosotras. Después invitó a su hijo pequeño a la conversación, que
introdujo algún comentario típico de la edad “yo soy mayor” y mostró una disensión
forzada que no encubría más que un gateo con el que empezar a decir “yo”. Esto me
produjo una ternura inmensa. El resto de pasajeros se unió a la complicidad, nos
sonreímos.

No hace falta cantar a propósito de Dios para que emerja lo divino entre (y con)
nosotras, pensé al bajarme del metro. Nos habíamos despedido y presentado de una vez
en ausencia de todas las determinaciones que usualmente adornan nuestro discurso
. Un
día, por una vez, no fuimos más que amor. Performamos conocernos desde siempre al
encontrar en nuestro “entre” un latido desposeído que aparece y desaparece con la
misma fuerza y levedad con la que las manos apenas se rozan y se sueltan al despedirse.
Agradecemos, entonces, la posibilidad de rememorar el vuelo, nos hemos convertido
ahora una fotografía que no detengo.

Rememoro y celebro el tacto, lo aludo sin capturarlo.

Este es el “Andeken” presentado por Heidegger como la alternativa al pensar
representacional que se perpetúa en la mímesis y en el deseo de poseer lo inasible.
Quizá debamos comenzar ya a ensayarnos en la aceptación de esta condición nuestra
inasible, asumir –y ojalá, comenzar a amar- la consistencia de mi pálpito en este
momento que me hallo leyendo estas líneas, relegar la dominación del tiempo y
destrenzar la difícil -si no imposible- conjunción entre pretender amar al otro si no me
asumo ya en el movimiento mismo de amar que me ha sido donado. Volveremos a
reencontrarnos, mil veces, si espiro mi pertenencia.

Sin embargo, la melancolía –sentimiento que pienso que ha de sacarse del plano de lo
íntimo y traerlo aquí ahora- me contradice teórica y espiritualmente. Responde
directamente a una dicotomía sujeto-objeto asumida por la que deseo exasperadamente
la presencia del otro, o quizás, repetir la imagen ya vivida, sin reparar en el interludio
que en algún momento nos llevó a sentir nuestras manos alejándose. Propongo, ante
esto, trabajar en una serenidad con el mundo que aceptaría y ama lo que acontece como
un continuum,
sin corte temporal ni espacial, en el sentido de que no habría ya un
distanciamiento que apresar, sino que cabría la posibilidad del reconocimiento de sí
misma como un ser conformado por esa experiencia vivida, por la otredad que fuimos
en coexistencia. Una parte de mi ser es ahora su sonrisa, su saludo, su abrazo.

Quizás si reparásemos más en el motor de nuestros pasos, iríamos paulatinamente
generando una sociedad porvenir-amorosa.

Imagen portada: Rafael Arocha.