Rosalía: ¿elegancia poligonera o más que Malamente?

Rosalía: ¿elegancia poligonera o más que Malamente?

Rosalía está de moda. Su álbum El mal querer (Sony Music), basado en una relación tóxica, fue estrenado en 2018 y supuso la catapulta que sorprendió al mercado musical con su tema de presentación Malamente, con el que ganó dos Premios Grammy Latinos. La crítica también se rindió ante este trabajo catalogándolo como uno de los mejores del año pasado aunque como no todo iba a ser un camino de rosas, la polémica se desató con el dilema de si en su trabajo hay apropiación cultural o no. Sin embargo, Rosalía ¿es más que Malamente o su trabajo no está al mismo nivel de esa gran presentación mundial?

El single Malamente, el trillado primer tema que supuso la revelación de este disco, presentó referencias unidas tradicionalmente -desde hace mucho tiempo- al mundo de los gitanos pero en el álbum no se quedan solo en este tema, sino que continúa con ellas, como sucede por ejemplo en relación a los toros o la religión. Esto tiene un halo de exotismo desde hace siglos, sobre todo como herencia del XIX, pero no deja de ser un estereotipo que se repite ad infinitum. En contraposición, uno de los motivos que enriquecen sus textos son algunos guiños lorquianos que aparecen en sus letras, que hacen que esa visión «tradicional» se vea en cierta manera enriquecida.

Por su parte, la estética visual acumula símbolos relacionados con lo anteriormente mencionado pero asociado también a una estética choni poligonera adornada con el mundo del motor. Un sonido elegante que contrasta con ese resultado visual que incluye uñas a lo Black Panther. Un auténtico contraste.

Otra de las características de este álbum es que se divide en capítulos con nombre propio que tienen también una referencia religiosa en determinados casos, como Liturgia (del tema Bagdad) o Éxtasis (de la canción Di mi nombre). De hecho, en la portada del disco ella aparece representada como si fuera la Virgen María con transparencias coronada por siete estrellas y encima de ellas la representación del Espíritu Santo en forma de paloma. En cambio, en bastantes fotos de cada uno de estos capítulos Rosalía tiene una apariencia que se puede relacionar con la de una Frida Kahlo contemporánea, especialmente en el tema Que no salga la luna, con una similitud con Las dos Fridas (1939).

Las influencias del flamenco también están presentes pero redefinidas bajo un nuevo prisma. ¿Apropiación cultural? No es algo nuevo, se lleva practicando en todos los géneros musicales desde hace mucho tiempo, incluida la música clásica, de manera que se utilizan elementos bajo una (re)visión artística personal a los que se pueden añadir otros estilos similares o muy diferentes para obtener un nuevo trabajo con diversas influencias.

El flamenco está presente en la voz de esta artista, el acompañamiento de la guitarra, la percusión corporal, los ritmos y la repetición de expresiones, como en Di mi nombre. Además, está fusionado con otros estilos como el rap, el pop y el cada vez más influyente trap, lo que hace que el resultado nos suene novedoso.

Para mí uno de los estilos más expresivos del flamenco lo constituyen las nanas. A pecho descubierto se transmite lo más íntimo. O no, dependiendo de la interpretación. En su Nana (capítulo 9: Concepción), Rosalía está a la altura de ese género aunque en su solo me sobró todo el sonido tecnológico que se añadió, ya que hubiera sido un tema aún más profundo sin ese sonoridad artificial que la envuelve.

Por tanto, El mal querer es un álbum que supone todo un descubrimiento que va mucho más allá del ritmo y la letra pegadiza de ese primer tema que me hizo pensar que tal vez su escucha fuera Malamente. No obstante, con el bombardeo -un tanto excesivo- que hemos recibido en los últimos meses sobre Rosalía, me planteo: ¿se quedará en un buen trabajo (casi) inicial, tirará por su propio y particular estilo o acabará abrazando la música (aún más) comercial como ya sucedió con tantos otros artistas?

(Fotos: rosalia.com y Cultura Genial)

El lobo vestido de corderito: sobre el nuevo anuncio de Gillette

El lobo vestido de corderito: sobre el nuevo anuncio de Gillette

Desconocía las reacciones celebratorias y condenatorias del anuncio de Gillette cuando lo vi. Así que, si eso es posible, mi primer acceso a él fue todo lo neutral que puede ser una (audio)visión sin “spoilers” ni prejuicios.

Al comentarlo con mis amistades -que en tiempos de posverdad piensan parecido a mí en casi todo-, no nos comprendimos. Ellxs piensan que el anuncio representa (resumo argumentos): i) que la sociedad se ha dado cuenta de que el feminismo ya no se puede pasar por alto; ii) que hay una intención evidente de cambiar las cosas por parte de hombres y mujeres; y iii) que da igual que el mensaje venga de una marca o un producto, pues lo fundamental es que llegue. Algunxs que, además, se dedican al mundo del marketing, celebran que haya i) atrevimiento y ii) buenas prácticas en la autorevisión del mensaje de Gillette (“The best a man can get” era el eslogan de su campaña de 1990, nada sospechosa de feminista). Ha habido críticas y censuras del anuncio por parte de colectivos de extrema derecha y por muchos hombres, señalando lo poco identificados que se sienten con la crítica a las masculinidades tóxicas que se encuentra en el vídeo y acudiendo al comentario que diría tu cuñado Fernando después de dos vermús en la cena de navidad: que somos unas exageradas, que el feminismo está hasta en la sopa y que no hay que sacar las cosas de quicio.

A mí el anuncio me pareció terrorífico. ¡Qué pavor el mío, al verme tan poco de un lado de unxs y de otrxs! Solucionemos cuanto antes el asunto de las opiniones de los últimos: ¡cuánto os queda por escucharnos y aguantarnos! ¡Cuántas cosas nos quedan por desquiciar! De hecho, justamente desquiciaremos lo que haga falta hasta que ya no tengamos que tener miedo ni nos sintamos amenazadas, ni nos paguen menos, nos nieguen el acceso a puestos de trabajo o nos recorten derechos. Por no hablar de la violencia simbólica e institucional (no quiere una despeinarse mucho aún). Pero, ¿cómo puedo estar tan poco contagiada del optimismo de mis compañerxs, que celebran que un anuncio así esté generando debate y piensan que, aunque sea con las peores artimañas del capital, al menos aparece el asunto en la opinión pública? El «al menos» me produce escalofríos. Vayamos por partes: el punto de partida de mi disconformidad es mi alianza con la “esperanza sin optimismo” de Terry Eagleton. El optimismo se “alimenta a sí mismo”, es una “postura primordial frente al mundo”. Se relaciona con la confianza. Sin embargo, para la esperanza -en tanto espera- se necesitan buenas razones. Y no creo que haya razones para la alegría en este anuncio. Sigo de cerca las reflexiones de Th. W. Adorno, como bien saben algunos, también en materia de soluciones cosméticas (nunca mejor dicho) del capitalismo. Al igual que las Doc Martens comenzaron siendo botas características del punk y ahora las lleva Aitana (de OT) después de haber abonado -supongo- los 120 euros de media que cuestan, las palestinas ocuparon escaparates, hace unos años, en la Primavera de El Corte Inglés, o que ahora hay concursos de belleza (solo para mujeres) “curvy”, Gillette ha detectado cuál es la presa que integrar dentro de sus lógicas. Adorno entiende así, mediante la estructura de depredadores y presas, los mecanismos capitalistas y creo que no está alejado con lo que sucede en este caso. Esta campaña es perfecta: políticamente correcta, inclusiva en con un público que nunca se había identificado con estructuras de belleza canónica y que se sentía explícitamente excluido; y, además, potencialmente -y en acto, como vemos, también- viral. Terminar con la presa es difícil hoy en día, así que la estrategia consiste en devorarla y convertirse en ella, como el lobo vestido de corderito: el sistema es vientre y, esta vez, la presa ha sido nuestra lucha. Para mí, por eso, el anuncio de Gillette es una derrota: nos han arrebatado una lucha, convirtiéndola en una suerte de vídeo viral de PlayGround para compartir y aliviar conciencias. El depredador se muestra como aliado: “es el triunfo del capital invertido”. Su estrategia consiste en “imprimir con letras de fuego su omnipotencia, como omnipotencia de sus amos, en el corazón de todos los desposeídos”.

Se utilizan unas lógicas que ya conocemos. Un vídeo corto, con un mensaje en off claro y poético, imágenes rápidas -unas pensadas para que nos enfademos (como la escena de la barbacoa), otras para que sintamos rabia y nos identifiquemos (como la escena del mansplaining), otras para que sintamos que no todo está perdido (como el papá diciéndole a su hija “I’m strong!”)- y una música… ¡ah, la música! Qué desapercibida pasa siempre. Pero qué bien hecha está. Parte de una estética minimalista, típica en películas que mezclan acción y amor, que básicamente consiste en la repetición de motivos sencillos. Escuchad cómo, sobre un colchón armónico, se construye una melodía como en loop en las cuerdas que “respira” con la voz en off. En 0:49, cuando el mensaje se posiciona, cambia y crece, hasta llegar al climax (también sube el volumen) de 1:28 y se detiene en 1:34, concluyendo armónicamente, es decir, solucionando la inestabilidad armónica en la que empieza. Emocionalmente, por su relación con el cine, el anuncio está construido como una épica. En la que nos promete que estaremos en el mismo barco. Es una tendencia en publicidad ahora. Fijaos, si no, cómo es la imagen y la música del Museo del Prado, donde se nos promete que seremos mejores personas después de ver el anuncio y aliarnos con su producto. La emocionalización musical, por cierto, traspasó los cines para llegar, por ejemplo, a los campos de concentración. Porque en el mundo espectacularizado, hace falta algo más para que lo mostrado nos afecte. Nada es gratuito en este anuncio. Tampoco el supuesto gesto de derrota frente a un movimiento imparable, como es el feminismo. Con este anuncio, nos acaban de convertir en moda. Y, en tanto moda, en algo que hay que absorber para que pase cuanto antes. Y en algo que, además, se puede convertir en producto: Stradivarius lo hizo mucho antes poniendo en sus camisetas el “I’m a feminist”. El anuncio de Gillette reconvierte su eslogan de los años 90 y nos promete que ellos configurarán al hombre del futuro. Ya lo hicieron en el pasado, así que saben cómo hacerlo. Confiemos, ellos saben lo que es bueno para nosotros. Ellos nos proponen construir el imaginario en el que identificarnos. Ellos saben lo que es mejor para el hombre y, por tanto, para las mujeres.

Conclusión: capitalismo invertido fagocitador paternalista. Si no puedes comerte a la presa, hazte pasar por una de ellas. Por eso, criticar este anuncio no es aliarse con la extrema derecha o defender la masculinidad tóxica. Es no aliarse con una empresa que está sacando mucho rédito viralizando su lavado de cara, su presentación en sociedad como corderito. Yo misma estoy colaborando en ello. Quizá porque no soy optimista y, por tanto, creo que esa nueva cara estaba prevista muy a nuestro pesar. Estamos haciendo justo lo que se esperaba. Participo del juego desde esa esperanza sin optimismo. Por dos razones: i) hasta ahora, las lógicas del capitalismo no nos ha dado razones para el optimismo. Y ii) la esperanza, como decía Benjamin, solo es dada a los desesperanzados. “La desolación… puede ser una postura radical. […] Si tenemos necesidad de la virtud es porque estamos rodeados de villanos”. Yo permanezco alerta, por si un día Gillette decide rasgarse las vestiduras de corderito y nos damos cuenta de que la reconciliación nunca sucedió.

Bryn Terfel es Sweeney Todd en Zúrich

Bryn Terfel es Sweeney Todd en Zúrich

Sweeney Todd es uno de los musicales más complejos y con mayor porcentaje de texto cantado. Es por ello que muchos lo consideran prácticamente una ópera y en varias ocasiones se ha representado como tal. Es el caso de la nueva producción de la Opernhaus de Zúrich, que cuenta como principal atractivo con Bryn Terfel en el papel del barbero diabólico.

Llevar un musical como Sweeney Todd a un teatro de ópera de primer nivel tiene beneficios indudables, especialmente en lo que respecta a la orquesta y al sonido global. Escuchar en el foso a la Philharmonia Zürich -orquesta titular de la casa-, con unos excelentes músicos y una nutrida sección de cuerdas, fue todo un lujo, y bajo la batuta de David Charles Abell dio la relevancia merecida a la inspirada orquestación de Jonathan Tunick. Por otro lado, contar con cantantes acostumbrados a proyectar sus voces sin ayuda de micrófonos parecería una buena manera de evitar la tan molesta amplificación característica del teatro musical, pero lo cierto es que las partes vocales no están pensadas para las peculiaridades del canto lírico, y fue necesaria una ligera amplificación para hacer audibles los numerosos pasajes en los que la melodía adquiere un carácter declamatorio. A pesar de ello, la cuidada sonorización consiguió una calidad de sonido muy superior a lo habitual en las producciones de Broadway o el West End.

Todd (Terfel) y Mrs. Lovett (Kirschlager) planean una exitosa colaboración empresarial. Foto: Monika Rittershaus.

El gran triunfador, como era de esperar, fue Bryn Terfel, quien ya demostró en su reciente recital en Barcelona que se le dan bien los musicales. Su voz grave y generosa, que se adapta perfectamente a la vocalidad de Todd, junto a su imponente envergadura le permiten crear un barbero escénicamente impactante, y muy convincente gracias a su expresividad, carisma e instinto dramático. Terfel domina a la perfección todos los registros, dando a cada frase la intención necesaria, también en las breves partes habladas. Sus magníficas versiones de «My friends» y «Epiphany» mostraron un Todd atormentado por el pasado y los deseos de venganza, y en sus encuentros con el juez Turpin logró momentos de palpitante tensión, especialmente en «Pretty Women», con gestos medidos y un fraseo sugerente que jugaba con la ironía y los dobles sentidos del texto.

Si Todd es un personaje trágico al que le sienta bien el tratamiento operístico, Mrs. Lovett necesita por encima de todo una buena actriz con sentido del humor. Angelika Kirchschlager cantó bella y elegantemente, quizás demasiado bien para un papel que, recordemos, se escribió pensando en Angela Lansbury, quien hizo una hilarante creación del mismo gracias, en parte, a su imperfecta afinación. Kirschlager empezó algo contenida en «The worst pies in London», pero estuvo espléndida en «A Little Priest», mostrando una gran química con Terfel, y también en «By the Sea», donde se atrevió con unos desternillantes graznidos de gaviota.

Sweeney Todd (Terfel) se dispone a «afeitar» a su enemigo, el juez Turpin (Sherratt). Foto: Monika Rittershaus.

El papel de Anthony suele confiarse a una voz aguda, y por ello sorprendió escuchar la voz densa y grave del joven barítono Elliot Madore, que lució un fraseo elegante y compuso un apasionado marinero. El juez Turpin de Brindley Sherratt resultó adecuadamente amenazador y repulsivo gracias a su profunda voz de bajo y a una caracterización algo cadavérica, mientras que el Beadle de Iain Milne destacó por sus sólidos agudos. Barry Banks fue un divertido Pirelli y Spencer Lang un Tobby algo crecidito pero muy bien cantado. Mélissa Petit fue la única que no supo adaptar la técnica del canto lírico a las necesidades del teatro musical. A su Johanna le falto frescura y el fraseo resultó obstaculizado por el vibrato. El Coro de la Ópera de Zúrich cumplió con solvencia en los importantes números corales.

En el nivel superior vemos representada la historia que Mrs. Lovett (Kirschkager) cuenta a Todd (Terfel) en el nivel inferior: como su esposa Lucy fue violada por el juez Turpin en un baile de máscaras. Foto: Monika Rittershaus.

La propuesta escénica de Andreas Homoki siguió fielmente las acotaciones del libreto, con unos decorados de Michal Levine que permitían dividir el escenario en dos niveles, y unos pocos elementos escénicos, entre los que destacaba la silla de barbero. El aspecto lúgubre de la trama se vio realzado por los colores oscuros que dominaban en el vestuario y los decorados, así como puntuales estallidos de color en los sangrientos atardeceres. Los movimientos escénicos eran muy cuidados, tanto en las escenas más íntimas como en las colectivas, como en el concurso entre Todd y Pirelli. Los siempre esperados asesinatos de Todd también fueron bien resueltos: cuando Todd empieza a afeitar la plataforma del escenario se eleva un par de metros, dejando a la vista la trampilla por la que caen los cadáveres. Cuando la víctima ya está lista, inclina la silla hacia atrás, dejando que el desdichado se deslice, y acto seguido un muñeco cae por la trampilla situada justo debajo de la butaca, tras lo que la plataforma desciende de nuevo, lista para empezar con un nuevo cliente. El proceso era muy fluido y funcionó a la perfección durante el cuarteto del principio del segundo acto, contribuyendo al efecto rítmico del acompañamiento y de la propia estructura de la pieza.

Todd (Terfel) manda el cuerpo de su víctima al sótano a través de la trampilla.  Foto: Monika Rittershaus.

Un paseo con la Tonhalle Orquesta entre poleas

Un paseo con la Tonhalle Orquesta entre poleas

La antigua fábrica de engranajes Maag convertida en un edificio de salas de conciertos, tiene un singular encanto. Los arquitectos de la firma Spillmann Eschle Architekten se aseguraron cuando la adaptaron que se siguiera percibiendo su significado inicial, su funcionalidad industrial. Una polea enorme en la sala de espera, el guardaropa con percheros de hierro y el horario de los trenes, y las estancias grises con carteles colgados por cables son algunos de los ejemplos que hacen de la Maag Halle de Zürich un edificio con un aire moderno y distendido, abierto para todos los públicos y con un concepto nuevo que dista mucho del aire elitista típico de las salas de concierto. El auditorio, contrastante con el resto, es una gran caja hecha de madera de abeto barnizado donde se le han colocado asientos y un escenario, y es la sede provisional de la Tonhalle-Orchestre Zürich en el proceso de renovación del Tonhalle y el Kongresshaus Zurich.

En este mismo espacio se celebró el pasado sábado 15 de diciembre un concierto con la Tonhalle-Orchestre Zurich y su Artist in Residence, la violinista internacional Janine Jansen.

El primer sonido del concierto, procedente de la overtura de la ópera rusa de Michail Glinka «Ruslan und Ljundmila», presentó a la orquesta con una acústica llena y vibrante. La orquesta demostró desde el principio una interpretación activa, vital, en que cada uno de los músicos al borde de la silla, se sumergía en las obras y en el sonido de ensemble en general, revelando una gran conexión su el director, Daniel Blendulf, y culminando en una interpretación muy entusiasta de la Sinfonía número 5 de S. Prokofiev. La violinista Janine Jansen, hizo su aparición en la segunda obra, el concierto para violín y orquesta del compositor sueco Anders Eliasson titulado «Un camino solitario», una obra llena de elementos diversos y texturas cambiantes, en estado permanente de transición, que según Mischa Greuli -quien dio un pequeño speech de introducción a la pieza-, refleja nuestro estado de ánimo en la vida y la conclusión de que en el tránsito de nuestra existencia al final siempre nos sentimos solitarios. Janine Jansen, sugirió este estado espiritual con la interpretación de un sonido redondo, mullido, preparando los ataques del arco con ayuda de un vibrato amplio, y de esta manera desdibujando los contornos de las partes o secciones de la obra y creando un estado de confusión e incertidumbre interior en que el viajero se encuentra.

La exótica crueldad de «Turandot» de Puccini en el Teatro Real

La exótica crueldad de «Turandot» de Puccini en el Teatro Real

El Teatro Real representa desde el pasado 30 de noviembre Turandot de Giacomo Puccini, en una coproducción con la Canadian Opera Company de Toronto, el Teatro Nacional de Lituania y la Houston Grand Opera, bajo la dirección de Nicola Luisotti.

Esta obra está basada en la fábula homónima de Carlo Grozzi (1762) y para ellos se inspiró en la commedia dell’arte. Esta ópera tiene el libreto de Guiseppe Adami y Renato Simoni y fue estrenada en 1926.

En esta representación de una lejana y desconocida China a la que viajan príncipes de otros exóticos países para someterse a los temibles enigmas de la princesa Turandot (interpretada por Oksana Dyka) para tratar de poseer su amor,conocemos una corte y un pueblo sometidos al egoísmo y la crueldad de una bella princesa que quiere ser libre a cualquier precio, sin importarle el sufrimiento que con ello ocasione. La gran orquestación de Puccini plasma la evolución orquestal y nos adentra en ese orientalismo que tanto interesó a principios del siglo XX. En contraposición a esta riqueza tímbrica, el hieratismo de los personajes es una de las constantes en las que físicamente se plasma ese hieratismo interno del que son presa, ya sea por el miedo o el amor. En este entramado se mezclan el exotismo, la aventura, el riesgo, la valentía, el amor y la muerte.

En la propuesta del director de escena y escenógrafo Robert Wilson, los personajes hiératicos están acompañados por un decorado minimalista en el que la iluminación cobra una especial importancia porque da paso a cada uno de los temas que se amalgaman. El vestuario representa la visión moderna de aquella antigua y exótica China en el que el vestido rojo de Turandot tiene una especial relevancia por representar la sangre de la muerte y del amor. En contrapartida, el héroe que vence a la muerte y a la frialdad de la princesa está representada de color blanco con tonos dorados porque el príncipe Calaf consigue llevar la luz a esta oscura noble, quien alcanza la redención gracias a su amor, no sin antes tener un duelo de inteligencia, ingenio y fuertes convicciones plasmadas en bellos pasajes musicales.

Otros personajes que destacaron tanto por el libreto como por las interpretaciones tienen su tradición en la commedia dell’arte con esas grotescas máscaras que simbolizan personajes con caracteres y defectos bien marcados. En este caso son Ping, PangPong (interpretados por Joan Martín Royo, Vincenç Esteve y Juan Antonio Sanabria, respectivamente) que tienen tres personalidades distintas, con gestos y andares diferentes y que hacen un constante juego con lo macabro, ya que la corte está imbuida en una decadencia de todo tipo. Estos cantantes hicieron un magnífico trabajo sobre la escena transmitiendo ese siniestro y a la vez divertido juego.

El pasado 8 de diciembre Nicola Luisotti dio una lección magistral de conocimiento de la obra de Puccini y de esta partitura en particular al conseguir transmitir una sublime expresividad tanto en los momentos de grandiosidad de coro y orquesta como en los momentos más conmovedores. En cuanto a las interpretaciones, tras una correcta princesa Turandot, destacaron Roberto Aronica con su gran actuación como el príncipe Calaf, quien tuvo una gran compañera en Yolanda Auyanet con su majestuosa interpretación de la dulce y valiente Liù, que conmovió con sus expresivas arias.