Por una sociedad colombiana diversa. Columna de opinión respecto al problema de la homofobia en Colombia

Por una sociedad colombiana diversa. Columna de opinión respecto al problema de la homofobia en Colombia

Foto sacada de: http://www.pinknews.co.uk/2016/01/18/russia-is-actually-considering-jailing-gays-who-kiss-in-public/

Cuando hace unos meses la Corte Constitucional en Bogotá sacó la cara por todo Colombia, marcó una raya sin precedentes en la historia del país y le puso un tatequieto a la discriminación en materia de derechos entre los individuos con distintas orientaciones sexuales, algunos políticos reaccionaron y, ni cortos ni perezosos, levantaron una campaña mediática en contra del progreso en materias de igualdad e inclusión en el país. La corte defendió el derecho a la adopción y al matrimonio de las parejas del mismo sexo, algo que causó escozor en el conservadurismo colombiano. La bandera del movimiento homofóbico liderado entre otros por el archiconservador procurador general de la nación Alejandro Ordóñez y la senadora Vivianne Morales y su marido, lleva el slogan de “defensa de la familia” y “en contra de la ideología de género”. Sin embargo, el movimiento ha encontrado un auge excepcional en los últimos días con motivo de una implementación del Ministerio de Educación y de su ministra Gina Parody (la cual salió del closet hace un tiempo públicamente) en las políticas de inclusión y de aceptación de la diversidad sexual en los colegios. Estos cambios fueron motivados, entre otras cosas, por la tragedia de Sergio Urrego, alumno que llegó al suicidio por el matoneo homofóbico. Esta nueva bandera de la educación colombiana, en dirección a un país incluyente y diverso, llevó a algunas fuerzas políticas, motivadas claramente por el sector uribista, a implantar e propagar el chisme de que se habían repartido cartillas pornográficas para “convertir” a los niños a la “ideología de género”, es decir denunciaban que existía una maquinaria de ‘conversión homosexual’ en la educación escolar.

Se dice que la ignorancia es atrevida, pero en Colombia se es atrevido sin vergüenza y por eso se acepta la ignorancia sin vacilación. Basta echarle un ojo a la historia del país y darse cuenta que uno de los políticos más salpicados de escándalos en los últimos años sigue sentado en el parlamento, ya no como presidente sino ahora como senador (hasta el mismo Pablo Escobar estuvo sentado allí). Es por eso que ya la situación no sorprende, sin embargo quisiera aclarar un par de puntos importantes que, por más de que sean obvios para muchos de nosotros, deben ser recordados una y otra vez en un pueblo sordo, sin memoria:

  • Aunque ya se mostró que las famosas cartillas educativas no eran más que un cómic pornográfico belga, el procurador Ordóñez se lanzó en ristre contra lo obvio y ya descartado, y sigue diciendo que la ministra miente. En Colombia cuando una mentira es sostenida con testarudez, esta se vuelve verdad para muchos por más de que su irrealidad sea contundente (he allí un aspecto del realismo mágico colombiano).
  • Aunque las cartillas educativas no hayan sido más que un chisme y un saboteo de las políticas incluyentes del gobierno, cabe aclarar que la homosexualidad no es una ideología ni una religión como sí son las ideas de “familia” y “naturaleza” que defienden los homofóbicos. El deseo sexual no se enseña y la clara muestra de esto es que muchos fuimos bombardeados desde pequeños con erotismo heterosexual sin compartirlo nunca en ningún momento. El confrontar a los niños con dos hombres o dos mujeres dándose besos sí sería una confrontación necesaria en una sociedad que se estremece ante muchos actos de amor y se inmuta ante muchos de violencia y sevicia.
  • El llamar a los estudios de género (más conocidos como gender studies) como “ideología de género” es una clara muestra de la ignorancia y del subdesarrollo del país. Es justamente la ciencia la que por medio de métodos críticos ha llegado a desmantelar las ideologías ciegas y sordas que comparten muchos (piénsese por ejemplo en Galilei). La ciencia y la crítica es la cura de las ideologías, llamar a estas mismas como ideologías es un acto de ignorancia. La desfachatez de decir que los estudios críticos de género son una ideología raya con la desvergüenza (sin embargo para nadie ha sido un secreto que el procurado no carece mucho de ella).
  • Se le tiene un gran miedo a la libertad que puedan llegar a recibir los niños en su libre desarrollo personal y sexual. Tienen miedo por ejemplo de que tengan libertad de decidir entre una falda y un pantalón, y cuando se les pregunta por qué, remiten inmediatamente a palabras como “valores tradicionales”, “la naturaleza y el nacimiento” y demás. Ahora yo pregunto: ¿qué es ideología entonces? La naturaleza nos da solamente una constitución orgánica, lo que cada uno desee hacer con ella es parte del libre albedrío de cada individuo, de su libertad. ¿Dónde están esos libros de Dios, esas instrucciones de qué hacer con su cuerpo? El creer que ese libro es legible o, peor, que lo hemos leído, eso es ideología. Hay entonces un claro miedo a la libertad y es precisamente un miedo que radica en el asco a lo nuevo, a lo que se sale de su status quo, del estancamiento de sus vidas.
  • Hay un concepto clásico en la teoría de la ciencia que se llama “falacia naturalista” (naturalistic fallacy) y radica en la confusión entre lo que ES y lo que DEBER SER y se sabe, desde hace mucho tiempo, que es una falacia derivar de lo que se ve una ley moral. Ese es otro argumento de los homofóbicos: en la naturaleza no vemos que los animales tengan esas “inclinaciones impuras” (de lo cual yo no estaría tan seguro). Por cuestiones lógicas es una falacia decir que si vemos algo por eso tiene que ser así nuestro comportamiento. Por otro lado, la premisa en sí es falsa: el hecho es que observamos que los hombres, animales al fin y al cabo, tienen estas inclinaciones no convencionales. Se piensa entonces que el hombre se sale de la naturaleza, de alguna forma, ¿de cuál?, eso no lo aclaran. ¿Dónde está la frontera entre lo no-natural y lo natural, lo animal y lo no-animal? ¿No es esa frontera pura ideología?
  • Los homofóbicos dicen que tienen derecho a opinar lo que quieran y que sus opiniones tienen que ser respetadas. Hay un gran problema respecto a esto, ya que ninguno de ellos podría hoy en día decir lo mismo del racismo o del nazismo: nadie aceptaría que una opinión racista o nazi sea sostenible, de hecho todos sabemos que estas opiniones son peligrosas y la historia nos lo ha demostrado. Ahora bien, la opinión de que Dios nos hizo hombres y mujeres y la familia se compone entre hombre y mujer y que el resto no es natural o (como dijo la diputada archihomofóbica Ángela Hernández en una entrevista) ‘no es éticamente aceptable’, es de igual manera peligrosa y la historia nos lo ha mostrado (véanse los muchos casos de suicidios y matoneo en Colombia y EEUU, o bien las matanzas del EI a homosexuales). La opinión de que alguien es natural y otro extraño, perverso u obsceno, es una opinión segregante, odiosa y por ende peligrosa. El derecho a opinar es inquebrantable pero con argumentos y no con ideologías ciegas y en contra de la armonía entre la diversidad de una sociedad: la historia es testigo de los desastres de estas opiniones.
  • Colombia es un país laico, los argumentos que se basan en la Biblia y en Dios no son válidos en una discusión de derechos jurídicos.
  • Se dice que es una cuestión del pueblo decidir estas cuestiones y que la corte suprema o el gobierno no puede imponer políticas incluyentes. Es precisamente el estado (y gracias a Dios por lo menos esto funciona en ese país) el que tiene que cuidar a las minorías de una dictadura de la mayoría. Porque una gran masa de personas piense algo no quiere decir que esto sea bueno o verdadero. El gobierno y el estado tienen que garantizar la armonía, la seguridad y la funcionalidad del cuerpo social, ya sea inmiscuyéndose en el ámbito privado (de la misma forma que un hombre no puede maltratar a su mujer y a sus hijos por más de que este esté en su casa). Estos organismos vigilan y proporcionan políticas para que no se llegue a situaciones perjudiciales para la sociedad y esto ocurre en todos los estados modernos. Una minoría es minoría y es discriminada porque la mayoría la discrimina y si pusiéramos en manos de la democracia ciertos principios inquebrantables (como la igualdad de derechos) viviríamos en un caos absoluto ya que las masas pueden ser manejadas por los afectos como marionetas (recuérdese al Nazismo en donde las masas nunca por ser muchos tuvieron la razón).
  • El estado tiene que regular las políticas de educación del colegio y del hogar cuando estas ponen en riesgo la salud corporal y mental de los individuos. No es una intromisión en el hogar lo que hace el ministerio, es más bien su deber de controlar que mal llevadas informaciones no desemboquen en un desequilibrio social. El estado está comprometido con la salud y seguridad de todos los individuos y eso incluye también a aquellos como Sergio Urrego. Todas estas políticas son entonces pro-familia, es decir, tratan de garantizar la harmonía en todas las familias colombianas.

Claramente hay muchos otros puntos importantes pero podríamos resumir que salta a la vista que el problema es uno de carácter educativo: yo, además de promover más exposición ante la otredad que se esconde, es decir, exposición al homoerotismo, propongo que sería bueno educar más en historia y no solamente en historia de Colombia sino en historia universal. A todos nos quedó claro que aquellos que marcharon la semana pasada en masas por ‘la familia’ se rajaron en historia y esto significa una vergüenza para la educación colombiana. ¡Ánimo ministra Parody, que esto solamente es muestra de que todavía le (nos) queda mucho por hacer!

El hilo frágil de la voz amorosa. Sobre la última película de Charlie Kaufmann, Anomalisa (2015).

El hilo frágil de la voz amorosa. Sobre la última película de Charlie Kaufmann, Anomalisa (2015).

Foto sacada de: http://www.the-numbers.com/movie/Anomalisa/Australia#tab=summary

Al estrenarse en 2015 la última película de Charlie Kaufmann Anomalisa, se hablaba irónicamente de la película más humana del año en la que no aparecía ningún ser humano. El título del filme podría verse como una clara referencia a esta peculiar anormalidad. En efecto, la película de Kaufmann expone al público ante una humanidad innegable, sin embargo una humanidad enajenada, no cualquier humanidad sino la condición humana de nuestros días, la soledad insondable del hombre del presente. La película hecha exclusivamente en stop-motion, muestra al ser humano sumergido en una sociedad donde todos se ven iguales y donde su soledad y el tedio que esta monotonía trae consigo, lo llevan hasta la desesperación. Se trata pues de una película donde sus contenidos kafkianos son multiplicados hasta el infinito: el sujeto naufragando en un espacio impersonal del hotel y del avión hasta mostrar el hogar despojado de todo tipo de personalidad, de estructura. El hombre moderno en su laberinto de soledad, ese es el tema de la película, sin embargo otro tema fundamental, el cual se deriva de este mismo, es la búsqueda del amor, la búsqueda de aquello que devuelva al hombre contemporáneo la vida y lo salve del tedio.

La película trata principalmente sobre la estadía de Michael Stone, un escritor popular de libros de marketing, en un hotel. Stone llega a otra ciudad para dar una conferencia sobre servicio al cliente, sin embargo su tedio y su vacío interno lo lleva a acordarse nostálgicamente de una novia del pasado a la cual tuvo que romperle el corazón. Independientemente de la trama hay un aspecto que salta a la vista al ver el filme, un aspecto formal pero tal vez uno de los más importantes de la película: lo que el público no entiende es por qué todos los personajes tienen la misma voz, una voz masculina, todos los personajes son percibidos por Michael de la misma manera, con una indiferencia ácida. Ahora bien, en la película irrumpe la voz femenina como aquel elemento que trae de vuelta, por un momento, la vida, la felicidad y la motivación. La voz femenina proviene de una mujer sin atributos, más bien carente de hermosura e insignificante, pero que por medio de su voz adquiere una anormalidad que hace que Michael quiera dejar el resto de su vida por ella. Sin embargo tanto el público como Michael se dan cuenta de que aquella característica extraña que hace de la fea una bella, es justamente ese delicado hilo de la química que hace que dos cuerpos se encuentren, un hilo tan frágil cuyo rompimiento nos deja caer de nuevo en la tristeza y el sinsentido absoluto. La atracción de Michael es solamente por la voz, por ese pequeño gesto, su amor es fetichista, superficial, vacío. La voz de quien se desea es una voz que no se entiende, es ese olor que se desea sin saber, pero que se desea fuera de la cotidianidad ya que una vez, se unta de cotidianidad, nos sumergimos de nuevo en las aguas venenosas de la indiferencia.

La película de Kaufmann logra a la perfección retratar los miedos y los deseos de nuestra sociedad actual: el miedo al compromiso y el deseo por compañía, la sed de novedad y el miedo a la cotidianidad, el miedo a dejar de sentir y el deseo por sentir cada vez más, la desesperanza absoluta y la esperanza incesante. El problema de mantener el acto inicial del amor, aquel momento de vida pura, esa sería una tarea del virtuoso, una tarea imposible, ya que pareciera que estuviéramos destinados a fracasar constantemente: estamos destinados a vivir en nuestra soledad absoluta en la que buscamos desesperadamente la comunión con un otro. La sociedad post-romántica es una sociedad que vive de la nostalgia de un romanticismo al que se teme y se desea al mismo tiempo. Somos unos románticos post-románticos, unos románticos absolutamente desahuciados. Tal vez esa sea la ironía que señalaba yo al comienzo: somos infinitamente humanos al estar despojados y deseosos de humanidad. Anomalisa es un hermoso y profundísimo retrato de esa sociedad en busca de una anormalidad, de lo nuevo, de la vida, cuya estandarización sin embargo nos hace regresar inevitablemente, en un abrir y cerrar de ojos, todos los días a nuestra soledad y monotonía.

La tierra árida y su sombra violenta.  Sobre la nueva película colombiana «La tierra y la sombra» en el festival de cine latinoamericano de Berlín, ‚Lakino’.

La tierra árida y su sombra violenta. Sobre la nueva película colombiana «La tierra y la sombra» en el festival de cine latinoamericano de Berlín, ‚Lakino’.

Imagen sacada de: http://elzarzorevista.com/la-tierra-y-la-sombra.html

El cine colombiano ha girado desde sus comienzos inevitablemente en torno a la conflictiva realidad del país. En el contexto de los diálogos de paz en La Habana, no hacen falta películas que muestran el conflicto interno de forma descarnada y violenta. Uno piensa por ejemplo en Saluda al diablo de mi parte (2011) y en otra serie de películas, en las que la violencia del conflicto es el tema principal, tratándola sin rodeos, directamente y haciendo de las películas meros documentos históricos, filmes educativos, obras cinematográficas banales. Sin embargo, parece que el cine colombiano está virando a un tono más sobrio y frío, parece estar haciéndose cada vez más a una mirada fría cinematográfica de la violencia que lleve a una reflexión más eficaz sobre ella (siguiendo inconscientemente un llamado de Zizek a no seguir la ‘urgencia’ acalorada de lo violento). Esto se puede ver ya en la muy interesante película colombiana presentada en la Berlinale de este año, Violencia (2015) de Jorge Forero, cuya trama violenta solamente deja ver directamente la sangre de un animal y de esta forma deja meramente sugerida la violencia descarnada de la guerra entre la guerrilla, los paramilitares y el ejército. Sin embargo la semana pasada se presentó una vez más en Berlín una nueva propuesta de esta mirada de soslayo al conflicto: La tierra y la sombra (2015) de César Acevedo, la cual fue presentada dentro del marco de la inauguración del festival de cine latinoamericano de Berlín (Lakino). Esta vez el tema de la violencia está implícito pero ya ni siquiera sugerido, lo que se muestra es la cruda y seca raíz de aquella violencia, su trasfondo sistémico, el horizonte de la guerra el cual se ignora recurrentemente: la desigualdad social, la pobreza, la explotación y sobre todo, la inercia de una sociedad cansada y sumisa. La tierra colombiana se muestra como lo que es: una tierra árida para el hombre, fértil para el explotador, para el latifundista y para la Plantación; una tierra que despliega una sombra oscurísima que se extiende por todo el territorio nacional.

La película retrata el regreso de un hombre al hogar abandonado muchos años atrás. Este hombre, que ha sido llamado por su hijo que se encuentra convaleciendo con una mortal enfermedad pulmonar, se ve entonces confrontado con el rencor acumulado por años de su mujer y con los cambios que han hecho de lo que era antes una colorida plantación frutal, la Plantación de caña de azúcar (con mayúscula siguiendo la argumentación de Antonio Benítez Rojo y todas las terribles implicaciones que esta conlleva). Este miserable hombre melancólico, abuelo de un niño sin futuro, encuentra entonces a una familia que se ha tenido que subyugar al imperialismo de la caña para poder sobrevivir, a una mujer vieja que ha tenido que sacar la cara por la familia para combatir el hambre. Pero es justamente esa mujer la que representa la fatalidad de la familia, con sus raíces gruesas e inertes, duras e inamovibles dentro de una tierra polvorienta e infértil para el hombre. La familia se asemeja a una planta resistente a la aridez pero moribunda y sedienta, cuya raíz es aquella mujer testaruda, la Madre escrita con mayúscula, la dolorosa patria, la mujer ultrajada. La mujer es aquella moral implantada en el trabajador que encuentra en su explotación el ‘normal’ curso de su cotidianidad. Un pasado mejor se mantiene en la memoria melancólica de ese hombre que regresa a confrontar de nuevo una realidad de la que ya había huido, regresa para salvar a aquellos que había abandonado. La madre de la familia y su nuera se ven obligadas a reemplazar a su hijo en la Plantación justo en el momento en el que se intenta (simplemente se intenta, como todo en Colombia) armar una huelga por falta de pago. Aunque los trabajadores de la Plantación se organizan para no trabajar, el miedo y el hambre es una constante amenaza que no deja que se geste de verdad una revolución. Con las bocas vacías parece haber poca energía para resistirse ante la explotación. El cansancio y la inercia de la clase explotada lleva al público de la película a plantearse una solución cuya inmediata salida son claramente las armas, la violencia. Una guerrilla pareciera una sensata salida a ese infierno. En medio del desierto la indignación de una sed sin agua para saciarla solo puede llevar al levantamiento, el cual queda solamente sugerido, nunca planteado directamente sino permanece en un estado virtual, en potencia.

Los personajes de la película deciden huir, pero no por la guerra como millones de desplazados en Colombia, sino por la falta de un estado social, por la pobreza y la injusticia en un estado donde la naturaleza se ha vuelto un desierto, donde la madre naturaleza se ha vuelto hostil. La patria ya no es un hogar sino un mero árbol en medio del desierto. Colombia es aquel desierto del que se huye, aquella tierra infértil y explotada. La Plantación (y no la guerra) es el dispositivo del desplazamiento y de la violencia más importante en Colombia; la Plantación es ese dispositivo resultante de una reforma agraria que nunca se dio. La Plantación es la máquina de aquella ‘violencia sistémica’ de la que habla Zizek cuyos brotes de violencia inmediata solamente son su superficie, su síntoma. La Plantación es ese gran setting colombiano que incluso en Cien años de soledad adquiere ya la importancia que realmente mantiene en el contexto nacional. La película retrata perfectamente la aridez y la violencia desértica de este espacio laberíntico, el espacio vacío, inhabitable y deprimente del campesino colombiano. La hermosura de ese desierto es ácida y la película es una gran muestra de ello: La belleza del filme es violenta, sus imágenes hermosas son desgarradoras. El sueño americano, o bien el latinoamericano, la tierra del libre comercio con sus crueles injusticias adquiere un rostro con esta película, su rostro infértil. La película muestra aquel rostro revelando así mismo que es justamente el subsuelo del conflicto colombiano, mostrando tal vez cuáles son los problemas, las heridas por sanar y en qué debe basarse un posible tratado de paz. Ese sueño, que es solamente idílico para unos es una pesadilla para otros, y deja solamente la posibilidad de una huida, de un escape. La huida y el escape que ya fueron contemplados alguna vez por el moribundo Simón Bolívar el cual entendió que de Latinoamérica no habrá otra opción que huir, que partir en busca de otras tierras más fértiles, efectuar un éxodo a un Edén añorado desesperanzadamente.

Sobre el fracaso. Amy Whinehouse y Enrique Vila-Matas

Sobre el fracaso. Amy Whinehouse y Enrique Vila-Matas

Foto Aurélien Arbet and Jérémie Egry, I would prefer not to (2005)

Al parecer el arte se gesta como un coqueteo con el fracaso, una inclinación al vacío, al silencio, pero solamente una inclinación cuya acrobacia es el centro y la esencia de la producción artística. El objeto artístico como aquel objeto que está allí por sí y para sí mismo, esa maquina inservible se rebela desde adentro en el contexto capitalista de la producción en masa. Detrás de un empleado inservible, de un Bartleby callado y melancólico, se esconde el artista que se rebela constantemente, con su silencio incómodo. El arte es producción pero producción inservible, sin progreso, no comprable ni vendible. El arte tiene que desertar a la sociedad y en una segunda instancia, para poder sobrevivir, vuelve a ella inevitablemente dejando que esta se lo devore y lo convierta de nuevo en un objeto de consumo. El arte se fracasa entonces en su última instancia inevitablemente a sí mismo; del fracaso dentro de la sociedad al fracaso a sí mismo. Todo comienza con la acrobacia, una acrobacia sobre el vacío. Esto por lo menos en nuestros tiempos: el arte todavía como vanguardia, como revolución, renuncia y es rebelión contra los axiomas de la sociedad de consumo, todo esto parece colarse entre las líneas poco comerciales pero muy bien consumidas de Enrique Vila-Matas, pero sobre todo en la nueva exitosa película sobre la vida llena de fracasos de Amy Whinehouse.

Amy Whinehouse, aunque suene ridículo, fue realmente una fracasada, eso parece ser el mensaje de la película; Amy fracasó en su intento por fracasar. La fama y sus intentos en vano por auto-sabotearse le impidieron lograr lo que siempre había querido, vivir la música como una rebelde, una cantante de jazz disidente de toda aquella absorbente industria del pop. Quería ser una cantante de cantina no una vedette del mundo plástico. Antes de lograrlo la sociedad se la devoró y la convirtió en un símbolo hipster, en un nuevo símbolo pop. La fama era lo último que buscaba con la música, y su vida parece ser la prueba vehemente de esto. Una ingenua, una eterna adolescente, una perdedora de verdad, una artista. Su mayor intento de fracaso fue entonces el enamorarse de un perdedor, y la película le da la importancia necesaria a este hecho. Fue ese amor adolescente, el amor que la llevó a hacerse a un cuerpo vacío de drogas y alcohol; él significaba entonces la única oportunidad para sabotear su vida exitosa que cualquier Britney Spears hubiera deseado. Él era la salida a ese camino asfixiante de la fama, la puerta al fracaso, a su íntimo éxito. El amor fue aquella mano que se le tendió, una mano desde la oscuridad del fracaso, sí, la mano de la muerte. Pero fracasa incluso en el fracaso, una y otra vez y esta racha llega a su mayor esplendor, ya llegando al final de la película, cuando frente a unos cincuenta mil espectadores, haciendo un berrinche de niña chiquita se niega a cantar, se planta enfrente de un bullicio de chiflidos y linchamientos y decide no cantar, decide renunciar, sabotear toda la maquinaria de fama en la que estaba ya sumergida hasta la coronilla, mucho más de lo que se hubiera imaginado. La cámara entonces muestra por primera y última vez una cara feliz, satisfecha; la cámara captura tal vez los únicos minutos de felicidad de su vida. Ese es el clímax de la película y el de su vida, y muy bien acentuado en la película, ya que su muerte carece en definitiva de importancia existencial. Después de aquel concierto en Belgrado, justo después de haber alcanzado su libertad como artista, lo que le sigue es, una vez más, otra cadena de fracasos. Decide volverse la nueva Ella Fitzgerald y seguir el camino de su ídolo Tony Benett, pero la sociedad ya la ha aprisionado demasiado, es demasiado débil y sucumbe ya de forma definitiva en la muerte. Justo después de haber saboteado el destino de su desgracia, la fama, ya es demasiado tarde para tomar las riendas de su vida miserable. La película lo deja a uno con un sinsabor extraño, entre conmiseración y desesperanza, y al mismo tiempo con la impresión de habernos reflejado nuestra realidad de la forma más directa, nuestra muy contemporánea forma nihilista de ver la vida, nuestra vida que solamente es una racha de fracasos a la búsqueda de un fracaso mayor. Nuestra vida en la que el arte parece ser un tipo de acrobacia sobre un vacío con el que no se deja de coquetear hasta desaparecer. El arte es entonces efímero como aquellos momentos de libertad, silenciosos frente a miles y miles de personas. I would prefer not to, decimos entonces con una tristeza ácida.

Enrique Vila-Matas escribe libros sobre fracasados, libros en los que no pasa absolutamente nada y en los que solamente se habla sobre el vacío del mismo libro. Escribir sobre autores que no quieren escribir nada es al mismo tiempo coquetear literariamente con la nada. El resultado es fantástico, la literatura termina siendo sin embargo todo lo contrario al entretenimiento, por otro lado el aburrimiento se vuelve exquisito. El escritor catalán es tal vez uno de los autores más aclamados en Europa de los últimos tiempos. Su fama es una fama igualmente hipster: se vende como alternativo, como rareza, pero lo que es claro es que su literatura es demasiado aburrida para ser un best seller. Al hipster le gusta apartarse de lo «mainstream» y coquetear con lo aburridor, con lo no consumible, con el tedio; la literatura Vila-matesca pasa entonces muy bien con esta tendencia, se vuelve popular sin dejar de ser interesante de verdad. Y allí radica el mayor humor de su obra, su mayor grandeza, lo extraordinario de su juego literario. Vila-Matas acepta la fama que le es dada pero la sabotea a cada instante dejando juegos abiertos, imágenes que no se dejan consumir, profundidades que se escapan al ojo lector-consumidor. Cada libro es una llaga abierta en todos nosotros, y se consumen, se leen como hamburguesas de McDonalds sin saber el veneno que se está consumiendo. Un veneno exquisito al fin y al cabo, pero para el que sabe que se trata de un veneno. El autor barcelonés sabotea constantemente su literatura y con una gran carcajada se da cuenta de cómo el auto-sabotaje no es más que aquello que la sociedad espera de él, el producto que se ha vuelto contra sí mismo y por consiguiente Vila-Matas fracasa constantemente al igual que Amy. Pero es precisamente su humor el que lo salva, su literatura refresca por eso mismo, porque es autosuficiente, autodestructiva. Nos damos cuenta entonces que el arte hipster, aquel arte que coquetea con el fracaso para tratar de salirse de la cárcel del consumo en la que ha sido encerrado está destinado a fracasar, está destinado a ser uno más de los productos del estante: Nos hemos vuelto grandes consumidores del fracaso, tal vez conforme a nuestra nueva forma de vivir la vida, una acrobacia sobre el vacío.

Amy sucumbe, mientras que Enrique triunfa en el coqueteo; es cuestión de peripecia, no todos son tan acrobáticos al margen del vacío. Dos síntomas con valores distintos, expresiones de un mismo diagnóstico: búsquedas en el silencio, en nuestro auto-sabotaje, búsquedas de nosotros mismos lejos de lo que hemos sido. I would prefer not to, seguimos diciendo con ahínco como si ya nos estuvieran empujando al precipicio.

La eterna sumisión del hombre. Sobre ‘Sumisión’, la última novela ensayística del enfant terrible Michel Houellebecq

La eterna sumisión del hombre. Sobre ‘Sumisión’, la última novela ensayística del enfant terrible Michel Houellebecq

La nueva novela de Michel Houellebecq se trata en efecto de la sumisión, sí, de una que produce una gran carcajada. La carcajada que damos al vernos ante el espejo repitiendo las mismas muecas, al vernos inevitablemente efectuando una acción vergonzosa del pasado. Nos vemos de nuevo, siendo irremediablemente ese humano que se equivoca una y otra vez, entonces nos reímos a carcajadas. La nueva novela del escritor francés publicada en París el pasado siete de enero, no solamente trata con un humor muy negro la principal problemática europea del momento, el terror y el hecho de la islamización del continente, sino que plantea una idea propia del tiempo y de la historia que nos deja perplejos, como ante un thriller que nos revela nuestro futuro e irrefutable rostro, el más íntimo.

La novela retrata a Europa en un futuro próximo (el año 2022) que no es más que el reflejo de la Europa de un pasado no muy lejano. El personaje principal, un profesor un tanto deprimente, dedicado a la obra de un no menos triste autor canónico de la literatura francesa (Joris-Karl Huysmans), presencia el cambio definitivo de la sociedad en la que vive. El candidato oficial del partido islámico francés le gana a la candidata de la extrema derecha (Jean Marie Le Pen de Le Front National), cambiando así por completo el panorama de la sociedad. Este cambio de valores morales conlleva a uno burocrático que hace que el personaje pierda su empleo y emprenda así un muy novelesco viaje hacia sí mismo y, al mismo tiempo sin saberlo, hacia lo más profundo de su alter ego, el autor francés del fin de siècle. Los dos principios de siglo se entrecruzan en la novela, haciendo de la idea del fin de la cultura europea una idea a-histórica, un sentimiento perenne desde hace siglos, tal vez el fantasma principal de toda nuestra modernidad. Pero en la decadencia de la imagen de Europa, que comienza tal vez con la secularización del renacimiento y con la despedida de la edad media, asistimos al mismo tiempo al entierro de la religión que no es más que los preparativos para su inevitable regreso. Y es que en el centro de la novela está ese temible regreso ocasionado por una nostalgia de la religión. Según la novela de Houellebecq nuestra sociedad está virando de nuevo, de nuevo a una era religiosa, donde nos desprenderemos por fin del materialismo del liberalismo que nos ha llevado a este caos social. Pero para que esto ocurra tenemos que devenir en otras personas, en «la otredad», rechazar nuestra realidad y dar la bienvenida a otra, en este caso al islam.

Huysmans marca en la novela el hilo conductor de ese futuro y su vertimiento. Su vida, y sobre todo la del personaje principal de su mayor novela (À rebour) des Esseintes, es lo que nos deja anticipar el advenimiento de una nueva era religiosa. Huysmans escribe À rebours de la misma forma que Houellebecq escribe su novela, como un desdoblamiento de sí mismo. Los dos libros no son otra cosa que la expresión de odio a una sociedad que se pierde entre el crash de culturas que se vive en dos antesalas de la guerra. El contexto de Huysmans es muy parecido al nuestro: El crecimiento de las ciudades, el fin de la hegemonía religiosa, la muerte de Dios, la ciudad como la torre de babel, el inicio de la sociedad de consumo como regla general, etc. Des Esseintes se retira entonces de la sociedad para reencontrar en el pasado de la decadencia latina (la caída del imperio romano) esa otra época que se repite inevitablemente en la Francia del fin de siglo. El decadente busca en el pasado el éxtasis de una estética perdida que lo llevará inevitablemente a una conversión al catolicismo. Al referirse a la caída del imperio romano, va des Esseintes mucho más atrás que el inicio de la modernidad que es la cuna de su tragedia, huyendo así a una especie de alteridad en su propia cultura. Pero el que al final se convierte al catolicismo es el mismo autor, Huysmans, el cual logra reflexionar sobre su propia vida en el libro, y encuentra que no existe otra salida distinta al regreso a la religión. Houellebecq opera de una forma similar en su novela, no va hasta el siglo III para encontrar una solución, prefiere referirse sin embargo a la situación parecida en la época de Huysmans y marca así una línea entre el pasado, el presente y el futuro, cuya única constante es el hombre y sus pasiones.

La novela parece plantear la tesis, partiendo de una perspectiva a-histórica, de que las ideologías solamente son efectos superficiales, efectos en la superficie de un hombre que siempre ha sido lo mismo: deseo. Sea el islam o el cristianismo, sea Le Front National o la NSDAP, todo está destinado a repetirse en el marco general de las pasiones humanas. La novela refracta e invierte la política actual y muestra un ambiente en el que los valores que tomábamos como universales (la igualdad entre la mujer y el hombre, el libre desarrollo de la academia, la secularización del estado, el rechazo al antisemitismo, etc.) pueden muy fácilmente venirse abajo. Se presenta al hombre en este ambiente apocalíptico con una tranquilidad y una aceptabilidad que hace del cuadro completo un panorama grotesco y sarcástico. Sin embargo algo es claro, el ambiente propicio para la llegada de los despotismos al comienzo del siglo pasado, no es algo que hayamos dejado detrás de nosotros, es el reflejo de la realidad de nuestra sociedad que se sigue reengendrando constantemente. Seguimos habitados por los mismos fantasmas, seguimos siendo víctimas y, como el protagonista de la novela y su deseo insatisfecho de macho, cegados por el deseo y lo seguiremos estando, ya que nuestra historia no es más que la respuesta a ese único deseo.

La novela retrata, por otro lado, la irrisoria maquinaria de la academia de los estudios literarios. Se trata pues también de la academia, esa institución política que solamente produce monografías largas, inservibles y aparatosas sobre literatura ignorando tal vez el valor principal de esta misma: la literatura es comunión con el otro que soy yo mismo, es el contacto con esa otra consciencia que abre espacios en mi vida y no se deja reducir a referencias bibliográficas o a análisis etimológicos. La literatura adquiere, al igual que la religión en ese futuro próximo, de nuevo en la sociedad que ha perdido tal vez el gusto por la lectura, un nuevo protagonismo. La visión futura de Houellebecq no representa más que el regreso de anacronismos, la destrucción de nuestro ideal de progreso: la decadencia de ayer es la misma de hoy.

El hombre no tiene más remedio que someterse a esa naturaleza y a esa historia que lo ata a un futuro ya pre-escrito, ya señalado, nuestra propia naturaleza. La sumisión no se refiere pues, como han querido ver muchos, a aquella frente el islam; ese es su significado superficial, cuyo fondo irónicamente revelado va mucho más allá de eso. Soumission es una mezcla entre ensayo (su trama no es libre y está subordinada a un discurso que quiere sobresalir constantemente), una novela histórica y un tratado de teoría literaria, una sátira social y un documento histórico. Ignorando sus grandes y aburridores pasajes sobre la política interna francesa, la obra trata de ser espejo del hombre común y corriente. Todos estamos sometidos a ese ciclo demoníaco de la historia que parece no ofrecer otra salida más que la del regreso a la fe, y he allí donde el nihilismo y la religión se reconcilian, he allí donde Nietzsche deviene Cristo, donde la vida de Huysmans cobra colorido. ¿Estamos destinados, nosotros humanos desilusionados de este mundo, a repetir la vida de aquel decadente escritor? Hace mucho tiempo que ningún libro resumía de tan perfecta manera el Zeitgeist de nuestra época, remontándolo a otra anterior. Si pensábamos que íbamos en línea recta, en progreso, Houellebecq nos muestra lo ilusorio de ese sueño, mostrándonos nuestro caminar en círculos, y entonces claro, nos morimos de risa.

por Camilo Del Valle Lattanzio