El futuro sobre arenas movedizas: algunas impresiones sobre Colonia, novela de Juan Carlos Martini (2004)

El futuro sobre arenas movedizas: algunas impresiones sobre Colonia, novela de Juan Carlos Martini (2004)

A veinte años de su primera edición, Colonia, la novela del escritor argentino Juan Carlos Martini, vuelve a reafirmar ante los ojos del lector que todo lo sólido se desvanece en el aire. Decir que el mundo está girando al revés no es novedoso, muchas son las experiencias que quedan grabadas en este joven cuarto de siglo. ¿Es posible confiar en lo novedoso y en las verdades cuando estas siguen manteniendo debajo de su alfombra el inhumano mareo de crueldades, hambrunas, guerras y genocidios? Pareciera que nada es nuevo, salvo el desasosiego que empeora. Sin embargo, el efecto de la literatura.

Cuando la realidad se vuelve profundamente despiadada y sin sentido, una novela podría ayudarnos a enloquecer mejor.

Colonia. La novela comienza por la indeterminación de su título. ¿Aislamiento, gueto, comunidad, una ciudad del Este, una casa, una institución con reglas? ¿Qué reglas?… Posiblemente estas sean algunas de las ideas que comienzan a aparecer en la mente de lxs lectorxs cuando se inician en la lectura. De este modo, podemos resaltar que estamos ante una marca de ambigüedad, y el transcurso de la lectura nos irá dando la razón. Si tuviéramos que comentar de qué va la historia, diríamos que se desencadena a partir de la llegada de Alejandro Balbi a la colonia, un sociólogo de 47 años quien se interna por voluntad propia. A simple vista no hay sentimientos que lo atraviesen, ni un pasado que quiera compartir al resto de los internos (o compartirnos a nosotrxs). En un cuaderno se dedica a escribir una frase que dará sentido a la estructura de la novela: «La vida es el recuerdo de la vida«. Si la memoria sirve para reparar algo del presente, ¿cuál es la idea de recuerdo/verdad que intenta reflejar Balbi? Sofía Garay, otro de los personajes dice “las mentiras de Balbi no matan”, porque en las mentiras de un internado hay, de repente, algo que puede asemejarse bastante a la realidad.

Este lugar pareciera ser un neuropsiquiátrico, y aunque nunca se termina de afirmar, no importa qué es, sino qué intuimos nosotrxs, sus lectorxs. Este lugar es una polisemia. Balbi, parece ser nuestro principal protagonista, pero como en este terreno todo es permeable, también podríamos afirmar que es una excusa para hilar esta historia desenmarcada. De Balbi tendremos mucha información o la información necesaria que el narrador nos quiera brindar, que no quiere decir que sepamos sobre él: cuando parece que lo tenemos entre las manos, aparece la duda o la mentira que hace tambalear de su identidad o nuestra certeza. Lo mismo ocurre con los demás personajes que irán construyendo el escenario, entre ellos, el doctor Alvaro Luque y su celador Amadeo Cantón; y sus compañeras y compañeros internos: Suárez, Julia Conte, Juana García, Sofía Garay, y el puntual Galván el Rechazado, que se destaca por dos cosas: primero por la vulgaridad en su lenguaje, y segundo, su discurso sobresale un monólogo interno, propio del fluir de la conciencia:

Ahora el diente de plástico muestra al hombre torcido yo tengo bien lo conozco miente siempre como una mujer la mujer engaña todas las mujeres le mienten hacen ¿qué? mienten todos mienten putas perros celadores de mierda muestran o mienten el diente que tiene yo no sé pero sé de qué manera a ella la envuelve ella se entrega envuelta se lleva ella misma sin que dude al fondo y en el fondo la espera qué la esperan los golpes la paliza una mujer pegada cabra de mierda (…)

Cada personaje tiene su propia voz dentro del relato, lo que la convierte en una narración coral. Todos nos hablan a la vez. Todos componen esta atmósfera que se desdobla, que se quiebra, que exhibe momentos intensos, oscuros, enigmáticos y sin salida, propios de la alienación de la colonia, que no son más que los reflejos de una sociedad enfermiza en un inolvidable comienzo de siglo agitado, roto y en crisis. La marca de esta historia se da en cómo se expresan y habitan nuestros protagonistas, con sus individualidades y en relación a su entorno. Esta colonia pareciera ser la nave de los locos, tanto promiscua como ingenua, perdida en el fondo del sudeste de un continente tercermundista, donde sus tripulantes aparecen en el mismo presente en el que se diluyen contra toda esperanza. Un lugar no lugar, en sentido de no sentido.

Lo rico de esta novela es la estructura y la trama que hacen que las palabras sean solo la punta del iceberg, tal como nos ha enseñado Hemingway. En ese sentido, Martini nos desafía a errar desde la introducción, donde cita a W. G. Sebald diciendo que “la realidad, como sabemos, siempre es diferente a todo”: es la/el lector quien erra, quien está en movimiento en las arenas movedizas de esta novela narrada en pedazos. ¿Por qué será que Martini elige construir esta realidad ficcional a través de fragmentos de la cotidianidad? La cosmovisión rupturista y experimental nos ofrece un abanico de posibilidades para reflexionar(nos), y cada posibilidad permite (re)pensar al mundo desde otras obras literarias. Por ejemplo, si pensamos en la figura del narrador, ¿con qué tipo de narrador nos encontramos? ¿Cuánto sabe, cuánto se limita? ¿Será parte del lugar? ¿Será parecido al narrador borgeano del cuento El hombre de la esquina rosada, o al de Hernán de Abelardo Castillo? Así como pensamos en este narrador enigmático, tenemos que pensar a la novela desde un enfoque narrativo múltiple, esta forma de ver la realidad nos lleva a obras actuales y frescas como La maestra rural, novela del cordobés Luciano Lamberti, donde se explota la coralidad. Si pensamos en un posible escenario social, ¿nos dirá Martini que Colonia es reflejo de Buenos Aires (o de Argentina o del mundo bajo una ultraderecha desquiciada) y viceversa, así como Shakespeare nombraba a Dinamarca o Italia cuando quería hablar de Inglaterra? Si pensamos en su forma, desde lo fragmentario o lo múltiple, ¿desde qué punto podríamos encontrar acercamientos de este estilo en Estrella distante de Bolaño o en Respiración artificial de Piglia? Tampoco podemos dejar de lado a Galván, el Rechazado, ¿hacia dónde nos lleva el concepto fluir de la conciencia y el absurdo, como historia y como artificio? Por ejemplo, ¿qué palabras tendrá para decir Winnie, en Los días felices, la obra de teatro de Beckett, autor citado por Martini en el último capítulo de Colonia?

¿Qué hay de la locura? ¿Cómo la pensamos? ¿Podremos invocar, por ejemplo, a Marisa Wagner, una poeta que vivió diez años internada en neuropsiquiátricos, quien se autodefinía como “poeta y loca”? ¿Cómo entra, este reflejo, como un artificio estratégico de sentidos? Michel Foucault en su texto La literatura y la locura dice:

La locura es el espejo de la literatura, es el espacio ficticio que le devuelve su propia imagen; (…) en la medida en que la literatura se pone a prueba como peligro absoluto, en el que la lengua corre el riesgo de perecer, la locura continúa siendo su imagen: locura que muestra el grito bajo la palabra y la derrota de todo sentido.

Por último, la novela presenta más elementos que la trama que la contiene, es interesante ver el sentido literario que propone Martini, un sentido que transgrede los tabúes del lenguaje, donde lxs lectorxs y los protagonistas nos vemos entrecruzados entre los límites de la existencia de la realidad y la ficción. Pensar cada obra literaria como un tejido hace que tengamos mejores sentidos. Así nos desafía Sofía Garay en diálogo con Alejandro Balbi:

Yo sé que es difícil decir bien lo que quiero decir y es difícil a lo mejor entenderlo. Pero es así: pensaba que lo que pasó entre Suárez y yo no pasó. Es decir, las cosas suceden cuando suceden, y cuando terminan queda esa baba estúpida, débil y sucia que llamamos recuerdo. El recuerdo no es real. El recuerdo es lo que inventamos para convencernos de que un sentimiento, a veces, existió.

Ni penar ni premiar. Sobre Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío de Robert Sapolsky

Ni penar ni premiar. Sobre Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío de Robert Sapolsky

Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío

Robert Sapolsky

Capitán Swing (2024)

551 pgs.

En Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío (2024) Robert Sapolsky retorna a la estructura que había empleado ya en Compórtate (también traducido por Capitán Swing en 2018), basada en la gradación temporal de los determinantes del comportamiento, para explicar, en este caso, el origen de nuestras intenciones, clavo ardiente al que se aferran los defensores del libre albedrío para defender la autonomía de los individuos. En lugar de considerar la intención como un fenómeno dado e intuitivo, el libro se pregunta de dónde vienen nuestras intenciones para concluir que «no puedes desear con éxito desear una intención diferente. Y no puedes conseguirlo en el nivel meta: no puedes desear con éxito las herramientas (digamos, más autodisciplina) que te harían mejor a la hora de desea con éxito lo que deseas» (62). Sin embargo, frente a grandes éxitos editoriales pasados que propugnaban haber encontrado un único factor a partir del cual explicar la vida y el comportamiento humano, la propuesta de Sapolsky está lejos de ser reduccionista. Quizá sea la profusión, coherencia e interrelación de las múltiples causas que explican nuestros comportamientos el aspecto más logrado del libro.  Sapolsky es capaz de ir sumando y relacionando estudios sobre funcionamiento neuronal, función de las hormonas, condicionamientos genéticos y epigenéticos, determinantes sociales en el desarrollo del feto y del niño y condicionantes culturales para explicar el comportamiento humano. De tal forma que el posicionamiento de Sapolsky frente al libre albedrío podría caracterizarse como un determinismo no reduccionista en el que ciertas causas están sujetas a propiedades emergentes que imposibilitan la predicción de nuestro curso de acción.

La distinción entre imprevisibilidad e indeterminación es pertinente pues nos permite responder a la sibilina pregunta del escéptico:

si todos nuestros comportamientos están determinados, ¿podrías predecir exactamente qué voy a hacer ahora?

El fracaso a la hora de predecir nuestros comportamientos no implica que nuestros comportamientos no estén determinados, pues «imprevisible no es lo mismo que indeterminado» (pg. 207). Los capítulos 5, 6, 7 y 8 están dedicados a analizar la complejidad emergente, la teoría del caos y la indeterminación cuántica casos en los que sistemas deterministas son imprevisibles. ¿Por qué dedica Sapolsky tanto esfuerzo explicativo a la complejidad emergente, la teoría del caos y la indeterminación cuántica? Porque son fenómenos imprevisibles y, en el caso de la indeterminación cuántica, aleatorios, que han sido argüidos como pruebas contra el determinismo y como modelos para el libre albedrío. ¿Por qué han sido propuestos como modelos para el libre albedrío? Porque entendemos que el libre albedrío es una causa incausada, en sus versiones más duras, o al menos una instancia que goza del suficiente grado de autonomía como para verse solo influida y no determinada por fenómenos exógenos. ¿Cuál es la posición de Sapolsky? Que la complejidad emergente y la teoría del caos son explicaciones de sistemas imprevisibles e irreductibles a sus componentes más elementales, pero, en cualquier caso, son sistemas deterministas. Si la intención fuera una propiedad emergente sería, de todos modos, un fenómeno determinado. En lo que respecta al indeterminismo cuántico, la aleatoriedad que lo caracteriza es incompatible con la racionalidad que atribuimos al libre albedrío.

Y entonces, ¿cuáles son esas determinaciones que explican nuestro comportamiento? He dedicado menos atención a esta cuestión porque constituye un esquemático resumen de su anterior libro Compórtate. Los lectores interesados pueden consultar ese libro. Quizá sí merezca más la pena explicar cuáles son las raíces causales de los atributos de carácter que, intuitivamente, consideramos como una manifestación del libre albedrío. Consideramos que ser perseverante, demostrar firmeza ante las desgracias o resistir el dolor o la tentación constituyen muestras de nuestra capacidad para autodeterminarnos, es decir, muestras de nuestro control para decidir quién somos. Para Sapolsky, estas virtudes son todas ellas producto de nuestra corteza prefrontal que, a su vez, es el «resultado de toda esta biología incontrolable interactuando con un entorno incontrolable» (pg. 143). La corteza prefrontal es fundamental en la función ejecutiva, es decir, es fundamental en la toma de decisiones, pero, especialmente, en la toma de decisiones costosas como: «posponer la gratificación, planificar a largo plazo, controlar los impulsos y regular las emociones» (pg. 130).

La lista de determinaciones a la que está sometida la corteza prefontral es interminable y daré cuenta aquí solo de algunas. Hay un subgrupo de individuos que solemos caracterizar como impulsivo, imprudente y dado a reacciones pulsionales violentas: los adolescentes. En este conjunto, la CPF no se activa tanto lo que deja campar a sus anchas las reacciones derivadas de aquella región cerebral para el miedo, la ansiedad y la agresión: la amígdala. ¿Por qué? Porque el pleno desarrollo de la CPF no se produce hasta los veintitrés años. En el caso de los adolescentes, la responsabilización por comportamientos impulsivos o imprudentes se salda con el castigo o la condescendencia paterna. No es así en el caso de individuos adultos encarcelados por delitos violentos que tienen antecedentes de traumatismo craneoencefálico con conmoción cerebral —¿dónde?— en la corteza prefrontal. La literatura sobre daños frontales y criminalidad es amplia (pg. 137).

Asimismo, en función de lo afortunada que haya sido la infancia que te tocó mayor capacidad tendrás para demostrar lo que hemos considerado libre albedrío. ¿Cómo medir el grado de fortuna? Mediante su formalización en la puntuación de las experiencias adversas en la infancia. Este indicador recoge distintos factores en función de tres tipos —abusos, falta de cuidados y disfunción del hogar— obteniéndose por el cumplimiento de cada uno de estos factores un punto. «Por cada escalón más alto en la puntuación de EAI, hay aproximadamente un 35% de aumento en la probabilidad de comportamiento antisocial en la edad adulta, incluida la violencia; mala cognición dependiente de la corteza prefrontal; problemas con el control de los impulsos; abuso de sustancias…» (pg. 96). Se podría decir que se trata meramente de porcentajes y que, por tanto, no estamos hablando de determinación sino de influencia. Creo que Sapolsky aceptaría esta apreciación por cuanto la determinación no es monocausal, sino que se produce por una concatenación de factores o influencias que permiten configurar una corteza prefrontal y un carácter que entra dentro de los parámetros de lo que consideramos libre albedrío.

Las consecuencias de abrazar una idea del ser humano despojado de toda capacidad de autodeterminación son contraintuitivas y desafían siglos de reflexión política y antropológica sobre la autonomía individual, la libertad y la responsabilidad. Si todas nuestras decisiones y comportamientos están determinados por causas que, en muchos casos, desconocemos: ¿es toda justificación de una decisión tomada de forma aparentemente libre una racionalización de un comportamiento cuyas causas profundas no conocemos y nunca llegaremos a conocer en su totalidad? Y, lo que es quizá peor, ¿sirve dicha racionalización para encubrir que, en realidad, no somos soberanos sobre nuestras decisiones y comportamientos? Pero las consecuencias no atañen solo a la imagen del ser humano, sino también a la forma de organización de nuestras sociedades. El corolario de una sociedad sin libre albedrío podría resumirse en el lema: ni penar ni premiar.

Sapolsky no elabora las alternativas a la meritocracia como ideal de justicia y principal justificación del reconocimiento y premio de nuestros actos. Sí dedica bastantes esfuerzos a proponer un nuevo modelo frente al anacrónico sistema penal de justicia. Si no podemos atribuir responsabilidad a ningún individuo por sus actos no podemos tampoco castigarlo. ¿Camparán los criminales a sus anchas? Es el ámbito de las alternativas al sistema penal de justicia (cap. 14) donde la argumentación de Sapolsky se muestra más endeble. Apoyándose en otros autores, Sapolsky aboga por el modelo de la cuarentena por cuanto nos permitiría controlar a individuos potencialmente peligrosos para la sociedad, a los que, sin embargo, no podemos responsabilizar por sus actos y a quien, por tanto, tampoco podemos limitar absolutamente su libertad mediante el encarcelamiento. La cuarentena sería un modelo que restringe lo menos posible la libertad de estos individuos, únicamente hasta el punto en que asegure la seguridad del resto de la sociedad. Existen problemas con este modelo —que se pueden consultar en las páginas 452 y siguientes—, pero quizá la carencia principal sea lo poco elaboradas que están las trasformaciones necesarias para abordar los determinantes sociales del comportamiento delictivo.

Pese a frustrar nuestras intuiciones más arraigadas sobre quiénes somos,

creo que la negación del libre albedrío no constituye el último paso en el desencantamiento del mundo por cuanto la tarea de desentrañamiento de las causas que explican quiénes somos sigue vigente y es inacabable.

Como este libro al que esta reseña no ha conseguido hacer justicia.

#Imagen: portada del libro.

Qué viçio para amar tienen los hombres

Qué viçio para amar tienen los hombres

Hombres fatales. Metamorfosis del deseo masculino en la literatura y el cine

Elisande Julibert

Editorial Acantilado (2022)

162 pgs.

 

E si las mujeres amar quisieren los ombres, vean quién aman, qué

provecho se les seguirá de los amar, qué virtudes, qué viçio para amar

tiene los ombres (204).

Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera o Corbacho

 

No son pocas las virtudes del último ensayo de Elisande Julibert Hombres fatales. Metamorfosis del deseo masculino en la literatura y el cine y quizá una de las más sobresalientes sea la aguda selección de obras literarias y cinematográficas en las que se recrea el mito que es objeto de estudio en el libro: los hombres fatales. Sin embargo, su virtud más señalada quizá sea su elegante y persuasiva capacidad para trabar una argumentación teórica a partir de reconstrucciones interpretativas de las obras tratadas, de modo que la tesis del libro, que en una exposición abstracta podría resultar prosaica, queda encarnada en las ingeniosas exégesis de obras como Lolita de Vladimir Navokob, Ese oscuro del deseo de Luis Buñuel o Bouvard y Pécuchet.

La tesis principal del libro —que el motivo de la mujer fatal no es una descripción de un tipo de mujer cuyas dotes para la seducción tienen un designio funesto sino la proyección de un deseo masculino enajenado e incontrolable— va adquiriendo cuerpo y matices en el curso mismo de la interpretación de las obras concretas y va tornándose más persuasiva y convincente a medida que se comprende con más profundidad el modo en que se ha elaborado históricamente este mito. La obra avanza desde las representaciones románticas de la mujer fatal en Carmen hasta representaciones cinematográficas más cercanas a nuestro tiempo como Ese oscuro del deseo o Con faldas y a lo loco pero el criterio de ordenación de las obras no se rige por el encorsetado marco filológico de la sucesión cronológica, sino que tiene como principio rector el grado de distanciamiento de las obras con respecto a las representaciones más ortodoxas de la mujer fatal. En este sentido, de la Carmen “picaresca, indócil y taimada, que pertenece a una comunidad proscrita, condenada a menudo a la marginalidad” (pg. 57) y que acaba provocando la perdición de don José y su conversión en criminal, pasamos a la Conchita de Buñuel que empieza a delatar “la irrenunciable subjetividad de lo que ve el protagonista” (pg. 63) dejando así entrever que lo que de enajenante y condenatorio pudiera tener el objeto quizá no sea más que una proyección de la subjetividad masculina.

Dedica también Elisande Julibert un capítulo a la obra de Proust, así como otro a realizar una interpretación atípica y audaz de Vértigo, la obra de Alfred Hitchcock. Los dos últimos capítulos están consagrados, respectivamente, a la Lolita de Nabokov, que, en la lectura de la autora, constituye una paródica sátira de un maníaco que con un lenguaje sofisticado, pomposo y engolado, un lenguaje de “poeta frustrado” (pg. 116),  trata de imponer la fantasía de que una colegiala de apenas 13 años es niña un poco perversa y a Bouvard y Pécuchet, la obra póstuma de Gustave Flaubert, que le sirve a la autora para trabar una reflexión sobre el carácter insaciable del deseo —que no ha de reducirse burdamente al deseo sexual— y sobre la terapéutica costumbre de dejarlo vagar por distintos objetos —como la voraz curiosidad de Bouvard y Pecuchet vaga por distintos objetos de estudio—. En este punto, quizá merezca la pena citar un pasaje especialmente luminoso:

“A veces, sin embargo, la conversión de la persona deseada en la solución de las propias insatisfacciones no es un estado transitorio, sino que constituye la estructura misma del vínculo. Entonces, la persona amada queda fatídicamente convertida en una simple cosa y jamás abandona su condición de objeto mágico, es decir, de fetiche o de ídolo; pero como irremediablemente defraudará las expectativas puestas en ella, el enamorado atribuirá tradicionalmente al objeto de su deseo la responsabilidad del sufrimiento” (pg. 143)

En este último capítulo es donde Elisande Julibert vincula más estrechamente el motivo de la mujer fatal con nuestras representaciones sobre el amor romántico como un proceso de enajenación y extravío, que, en sus variantes más radicales, termina desencadenando “una particular forma de locura que consiste precisamente en la alienación del objeto de deseo” (pg. 143).

La introducción y el epílogo son géneros propedéuticos,nuestro horizonte de expectativas nos hace admisible que estos textos ubicados al principio y al final del cuerpo de una obra tengan un carácter más teórico, en tanto que servirían para presentar la propuesta metodológica del ensayo, los criterios de sucesión de los capítulos o, sencillamente, una síntesis del tema a tratar; el epílogo es convencionalmente destinado a hacer una recolección de las ideas principales tratadas o a culminar el curso de argumentación seguida en el libro. En el caso de Hombres fatales el criterio que guía la reflexión a lo largo del ensayo se mantiene incólume tanto en la introducción como en el epílogo: todas las reflexiones emanan del análisis de obras artísticas, así en el prólogo las representaciones pictóricas de Susana y los viejos y en epílogo a la interpretación de Con faldas y a lo loco, y esta disciplina en el apego a la interpretación de obras concretas hace del libro un interesantísimo ensayo bifronte: por una parte, nos ofrece nuevas lecturas de obras canónicas en la tradición y, por otra, desvela cómo bajo la lectura ortodoxa de esas mismas obras se hallaba el objeto del libro: la mirada y el deseo masculinos. El libro de Elisande Julibert no ha recibido quizá la atención que mereciera pues consigue conectar con temas candentes de nuestra actualidad deshaciendo la significación del mito de la mujer fatal y mostrándolo en su más desnuda impostura, desde una atención minuciosa, delicada y corrosiva hacia nuestra tradición cultural y con una prosa precisa y transparente que elude cualquier jerga académica. 

Dando esplendor al capital

Dando esplendor al capital

Título: Curling

Autor: Yaiza Berrocal

Editorial: Hurtado y Ortega

227 pgs.

Que la cita que sirve como frontispicio de un texto se reserve para unas declaraciones de Margaret Thatcher en las que la mujer que no veía grupos sociales sino, simplemente, familias y, en todo caso, individuos dice: «Economics are the method: the object is to change the soul» constituye una buena anticipación de aquello que vamos a encontrar en la primera novela de Yaiza Berrocal, una disección tan afilada e implacable como satírica e ingeniosa de las transformaciones que la precariedad laboral y el clima de atomización social instaurado tras el triunfo del neoliberalismo han causado en la subjetividad de los trabajadores, en este caso, en los trabajadores de la industria cultural. Editada por Hurtado & Ortega, Curling (2022) se constituye a partir de los materiales escritos, sonoros o visuales que producen los trabajadores del Gran Teatro Walhall, de modo tal que la voz narradora desaparece para que un narrador en sombra asuma la función de recopilador de fragmentos de habla —secciones del diario de Eusebio Morcillo, barridos automáticos de las grabaciones de los walkie-talkies de los acomodadores presentaciones en Power Point realizadas por un coach empresarial, correos electrónicos del coordinador de acomodadores del teatro, etcétera—. En este sentido, Curling se inserta dentro de la tradición de la novela experimental, aquella que asumía que la novela es un género que se forma a partir de la mezcla y acumulación de discursos textuales diversos y radicalmente heterogéneos. Sin embargo, nada hay en esta decisión radical de juego formalista o de reto narrativo pues la acumulación de géneros textuales de tipo administrativo-empresarial-motivacional se conjuga con los fragmentos del diario de Eusebio Morcillo para establecer una fuerte conexión causal entre los discursos en favor de hacerse un empresario de uno mismo y la subjetividad de los trabajadores del Gran Teatro Walhall, reducidos a una identidad vacía y abúlica.

De entre la diversidad de fuentes textuales emana un argumento que podría resumirse como el frustrado motín de un sindicato clandestino de acomodadores del Gran Teatro Walhall contra unas condiciones laborales de extrema explotación. Frustrado por los desgraciados problemas estructurales del edificio del teatro Walhall que ve inundadas sus salas por las aguas freáticas que circulan bajo los cimientos del edificio, causando múltiples daños y heridos y propiciando el suicidio del coordinador de los acomodadores Ajenjo Wünder. La desgracia de la inundación del teatro adquiere proporciones míticas si atendemos a la inicial descripción de las tragedias que ha vivido el teatro a lo largo de su historia, entre las que se cuentan dos incendios y un atentado bomba. Esta historia de infortunios es aprovechada por los directores de la empresa que gestiona el teatro como un efecto especial más en el espectáculo que allí se ofrece y, en este sentido, esta decisión de Yaiza Berrocal es una ingeniosa forma de presentar el insaciable proceso de espectacularización de nuestra vida cotidiana que también define las sociedades posteriores a los 80. Sin embargo, a pesar de las menciones en la novela a referentes reales —detrás del Walhall asoma la sombra del Liceu—, su cronología, aunque inespecífica, parece ser otra que la del presente. En Curling parecemos hallarnos en un futuro —distópico— donde ciertas tendencias de vigilancia, explotación y precariedad propias de la sociedad actual se han radicalizado hasta el punto de que la neolengua coach se ha impuesto: no existen trabajadores, solo «colaboradores voluntarios», no existen salarios solo «acuerdos de colaboración». Curiosamente, este proceso de deformación discursiva de la realidad laboral, que aspira a erradicar cualquier resto de la alienación y la subordinación que definen los trabajos por cuenta ajena, se proyecta también a la esfera del mundo del arte, de modo que los acomodadores del teatro son «facilitadores de la experiencia del espectador», los espectadores son clientes en busca de un buen servicio y la obra es una experiencia total de satisfacción de sí.

En su forma de representar un futuro distópico que presenta inquietantes y estremecedoras similitudes con el presente, Curling se parece a otra novela publicada este año. Me refiero a Lugar seguro de Isaac Rosa, que se ubica en un tiempo donde el mito de la meritocracia, así como los sueños de ascenso social que llevaba aparejados, han desaparecido por completo para dejar paso a una realidad donde conviven las utilizaciones ventajistas y cínicas de una inseguridad alimentada con la construcción utópica de comunidades cooperativas. No solo radica la similitud entre Curling y Lugar seguro en su realismo distópico sino también en la particularidad de que dicha distopia se articula en torno al mundo del trabajo. En este sentido, Curling se suma a una serie de novelas que han hecho de la precariedad laboral tema de elaboración literaria, como podrían ser Supersaurio de Meryem El Mehdati, Los sueños asequibles de Josefina Jarama de Manuel Guedán o Simón de Miqui Otero. La particularidad de la novela de Yaiza Berrocal quizá descanse en que dicha precariedad se da en el campo de la industria cultural y en hacer a los trabajadores precarios que hacen posible la función los protagonistas de la novela, quedando las grandilocuentes y extáticas ensoñaciones sobre un arte total y autónomo severamente burladas en el personaje de Teodoro Bravo, un caricaturesco defensor de la pureza del arte operístico.

«Veré las cosas de otra forma»

«Veré las cosas de otra forma»

Supersaurio

Meryem El Mehdati

Blackie Books (2022)

316 pgs.

«Hija de inmigrantes, el discurso de la meritocracia y el trabajo duro está en mi ADN, por mucho que la meritocracia sea una falacia o que el trabajo duro solo beneficie al que no ha dado un palo al agua.»

Si tecleas en Twitter «Supersaurio Meryem» en busca de reacciones sobre la última novela de Meryem El Mehdati encontrarás una larga ristra de perfiles manifestando cuán identificados se sienten con el relato de autoficción que la autora canaria ha construido. El arco argumental se construye en torno al ascenso laboral de la antiheroína por la jerarquía empresarial de la cadena de supermercados Supersaurio y los conflictos la enfrentan a su némesis—Yolanda, pasivo-agresividad y displicencia sobre unos tacones rojos— como a un decepcionante amor de oficina —Omar, una especie de Jano con una cara sensible y atenta y otra cara desaprensiva y cínica—. Pese a que, aparentemente, el relato parece constituirse a base de unos elementos básicos y mundanos que únicamente nos informarían sobre las peripecias de unos personajes concretos, Supersaurio constituye una crónica valiente y honesta del carácter alienante del trabajo asalariado, pero, sobre todo, constituye una descripción tan irónica como llena de ira de la precariedad que asola nuestro futuro. Que las reacciones a la novela se basen, primordialmente, en la identificación con la voz de la protagonista no hace sino reforzar el valor descriptivo del texto y saca a la luz la base sociológica sobre la cual se construye la narración —un grupo mayoritario de la población que se ve forzado a aceptar trabajos temporales mal pagados que únicamente les sirven para cubrir penosamente sus necesidades más inmediatas—. Si a la hora de trabar la acción, el texto es sencillo, dicha sencillez sirve para narrar con un ritmo tan frenético como hilarante la precariedad laboral en la era de las desigualdades más sangrantes —y no las dificultades del escritor para enfrentarse a su propio infierno literario, como tendía a ocurrir en otros relatos de autoficción célebres. En este sentido Supersaurio no constituye un caso aislado en campo literario español, sino que dialoga con un número creciente de novelas que hacen de la precariedad en el trabajo el centro en torno al cual se tejen las historias; es el caso de Los sueños asequibles de Josefina Jarama de Manuel Guedán, Existiríamos el mar de Belén Gopegui, Curling de Yaiza Berrocal, Lugar seguro de Isaac Rosa, Simón de Miqui Otero o Facendera de Óscar García Sierra, todas ellas publicadas entre 2020 y 2022 y otras tantas que si me olvide ruego me dén un toquecito. Pese a las diferencias tanto formales como temáticas entre ellas, todas tratan de identificar las causas estructurales que subyacen al fenómeno de la precariedad y, en este sentido, constituyen buenas guías para hacer de dicha situación de desposesión una cuestión política.

Quien esto escribe, yo, Diego Zorita, no es sino otro de los que componen ese gran grupo de jóvenes precarios y que, por tanto, no puede evitar la identificación con las realidades que Meryem El Mehdati narra en Supersaurio, pero podría ser divertido imaginarse, en un ejercicio de reseña ficción, cómo leerían esta novela personajes como Arturo Pérez Reverte o Estefanía Molina para quienes la reacción más inmediata no sería, creo, la identificación. ¿Qué dirían si llegaran a leer novela? ¿Cuál sería su reacción si no es la identificación? Imaginémoslo:

«La novela de Mariam [sic] es la última lamentación de una generación frágil que, enfrentada a la necesidad del esfuerzo, recién llegada a la edad adulta, decide dar la espalda a la virtuosa asociación entre trabajo y mérito y mendigar la asistencia del Estado. Con este gemido de víctima que pretende estigmatizar los valores del esfuerzo y que acicatea el odio entre géneros, Meryem se encadena a una voz lastimera que dudo mucho que no desemboque en otro libelo identitario que repetirá los mismos errores».

Estefanía Molina sería meridiana:

«Mi personaje preferido es, sin lugar a duda, Yolanda, una mujer que ha llegado a la cima de la fortuna con su esfuerzo y que es vilipendiada en el texto. No entiendo por qué se ofrece un retrato tan esperpéntico de su comportamiento cuando se trata, a las claras, de una mujer exitosa que representa las victorias de todas nosotras. Creo que el libro hubiera sido mucho más meritorio si no se hubieran disociado los intereses del feminismo entre las mujeres que triunfan con su trabajo y las mujeres que, pese a terminar triunfando, no dejan de señalar la desigualdad».

¿Qué nos dicen estas reacciones ficticias sobre la novela? Creo que por parte de este tipo de personalidades, baluartes de la cultura del esfuerzo y del mito de la meritocracia, la novela no desataría identificación, sino que sería entendida más bien como un intento de presentar a una minoría como víctima, como si las críticas a la naturaleza alienante del trabajo asalariado, a la imposibilidad de vivir una vida digna mediante empleos precarios encadenados o los comportamientos machistas en el trabajo fueran problemáticas psicológicas fruto de la hipersensibilidad de una generación de cristal. Sin embargo, de la novela de Meryem y de su recepción se pueden extraer dos conclusiones significativas: que la ira y la rabia a la que el texto da forma y sentido conectan con un sentimiento de injusticia generalizado ante el mundo del trabajo asalariado y el mito de la meritocracia y que dicha ira y dicha rabia arraigan en un relato del ascenso social que el libro consigue burlar y criticar. Bis: otra conclusión de la que el libro es un buen testimonio es que no hay una incompatibilidad entre las identidades minoritarias y una supuesta clase obrera olvidada, sino que las injusticias de clase confluyen, se solapan y se refuerzan con injusticias culturales. Pero esa es ya otra cuestión.

No quería dejar de abordar una de las contradicciones principales que vive la protagonista, de la que es consciente y sobre la que reflexiona en uno de los pasajes del libro, tras haber conseguido un contrato fijo en la empresa. Mezclado con el júbilo por haber logrado un contrato indefinido y un sueldo digno que le permite llevar una vida más allá de un mes vista, la protagonista experimenta un conflicto de identidad. Merece la pena citarlo: «Tenía claro quién era mi enemigo. Ahora ya no sé quién soy. Odio estar aquí pero no me voy. Mis preocupaciones ya no son las que tenía cuando entré, ahora se parecen a las de ellos. Mis ¿enemigos? Los otros, los que no son yo» (pg. 220). La seguridad que le reporta empezar a formar parte del equipo de la empresa no deja de ser agridulce porque la experiencia del trabajo le sigue resultando igualmente alienante y teme participar de los mecanismos de abuso de poder que ella misma padeció al entrar en la empresa. Si, como Pérez Reverte, alguien pudiera pensar que el último libro de Meryem constituye un panfleto ideológico plano y unidireccional es que no ha llegado al final de sus páginas donde encontramos a la protagonista dirigiéndole a la nueva becaria que ahora está a su cargo las mismas palabras que a ella le espetaba Yolanda cuando accedió a la empresa: «Date vida y sígueme, por favor, que no tengo todo el día» (pg. 316). Las palabras de la protagonista, que ocupa ahora una posición consolidada en la empresa, tiñen de complejidad al personaje y cuestionan su identidad. ¿Ha dejado de llevar Meryem una antorcha a Supersaurio para ejercer sencilla e implacablemente su función en la estructura de trabajo? ¿Cuál es la responsabilidad individual cuando uno empieza a formar parte de una forma de organización social del trabajo que se rige por injusticias estructurales?

 

P.S: Otra cuestión final que merece ser aquí señalada: la edición de Blackie Books es bellísima.

C Pam Zhang y el retorno del western

C Pam Zhang y el retorno del western

La primera novela de C Pam Zhang , publicada por Gatopardo ediciones a principios de año, es una singular exploración del western buscando aquellos espacios que no aparecen en la habitual imagen de postal del género. Relata el viaje que se ven obligadas a emprender dos jóvenes hermanas chinas, apenas adolescentes, cuando su padre muere, dejándolas huérfanas. Después de pedir un préstamo sin éxito y de perder los nervios en el intento, se ven obligadas a huir del poblado minero en el que vivían. Ambas son la encarnación de aquello que nunca es tenido en cuenta en los Estados Unidos de la fiebre del oro, mujeres e inmigrantes, acostumbradas a espabilarse solas, con una madre fallecida hacía tiempo y un padre ausente, a causa de su alcoholismo. 

Las dos hermanas brillan por sus diferencias, Sam es el hijo que sus padres nunca tuvieron, siempre pendiente de su padre al que admiraba, convertida prácticamente en miembro del género masculino, vestía como hombre y trabajaba en la mina como hombre. Lucy a su vez, ha vivido a la sombra de su hermana, despreciada por su progenitor, acusada de débil, tiene una sensibilidad que la hace más consciente de su entorno y también más práctica. Las dos bagan por una tierra áspera y casi desierta, con el cadáver de su padre metido en un baúl, arrastrado un caballo robado, buscando sin mucho éxito un lugar adecuado para enterrar a su padre. 

Mientras Lucy busca respuestas a la inestabilidad permanente de sus vidas, Sam ha heredado el inconformismo iluso de su padre. El de tantos hombres de la época pensando en qué el próximo lugar será mejor; tendrá más posibilidades de encontrar oro, tendrá mejores condiciones laborales. El destino suele ser siempre la misma tierra árida, vacía, los mismos huesos del búfalo ya extinguido, testimonio de un pasado más abundante. 

Ambas están condenadas a entenderse, aunque el viaje hacia ninguna parte termina por convertirse en un viaje al pasado, en el que afloran recelos entre ambas. Buscan encontrar su identidad en un territorio que no las reconoce y que no duda en repudiarlas siempre que puede. Sus padres han luchado para conseguirles un futuro digno, pero acaban frustrados y divididos en el intento, terminando por recurrir a la fortuna, el juego y el engaño intentando conseguir aquello de lo que son negados. Aquello que más les aleja de la prosperidad es algo que no se puede borrar, sus rasgos asiáticos. Las niñas negadas de educación, el padre negado de un sueldo digno. Nos encontramos ante una novela anticlimática que viene a contestar a los relatos épicos del género mostrando todo aquello que una nación en construcción está dejando atrás, todo aquello que excluye.

Es por eso que en algunos momentos me ha resultado algo lenta. Una lentitud que parece responder a la voluntad de la autora de mostrar aquellas vidas en las que no sucede nada y aquellos territorios desiertos. Lugares de paso, lejos de los grandes núcleos de población, centros de la historia, pero insignificantes en las vastas tierras que los envuelven. 

Los breves momentos en los que aparece el oro, no hace más que construir una ilusión de un futuro próspero en el que podrán comprar tierras y dejar de trabajar en la mina, pero tan rápido como el oro aparece desaparece. La novela muestra como el oro que todos buscan solo muy pocos lo encuentran, mostrándose como aquella opulencia que los demás no tendrán jamás. 

Si gran parte de la novela es un flashback, he disfrutado más el final, en el que se nos presenta un futuro en el que ambas hermanas han terminado por separarse, buscando su manera de vivir en el mundo. Lo hacen aprendiendo que la sociedad americana del momento no quiere saber la verdad, quiere saber una mentira plausible que permita mantener una relación cordial entre extraño o entre viejos conocidos.

Pam Zhang se desplaza al viejo oeste para excavar en los orígenes de los Estados Unidos y de los orígenes de las familias migrantes. Un país que justo empieza a construirse, pero que ya excluye a los recién llegados aunque no haga muchas más décadas que han llegado que ellos. Sobrevuela durante todo el relato algo que es más importante que la raza, la clase social. La novela muestra como el dinero lo puede comprar casi todo, pero precisamente son los migrantes los que están desprovistos de él. Es por eso que el entendimiento entre personas de origen social tan diferente se muestra casi imposible en la novela, sus preocupaciones son muy diferentes. También es una reflexión en torno a la familia y el pasado, un pasado que siempre acaba volviendo. Alberga una reflexión en torno a cómo los hijos repiten de algún modo la historia de sus padres, llevan consigo los anhelos de estos el resto de sus vidas.