Ni penar ni premiar. Sobre Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío de Robert Sapolsky

Ni penar ni premiar. Sobre Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío de Robert Sapolsky

Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío

Robert Sapolsky

Capitán Swing (2024)

551 pgs.

En Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío (2024) Robert Sapolsky retorna a la estructura que había empleado ya en Compórtate (también traducido por Capitán Swing en 2018), basada en la gradación temporal de los determinantes del comportamiento, para explicar, en este caso, el origen de nuestras intenciones, clavo ardiente al que se aferran los defensores del libre albedrío para defender la autonomía de los individuos. En lugar de considerar la intención como un fenómeno dado e intuitivo, el libro se pregunta de dónde vienen nuestras intenciones para concluir que «no puedes desear con éxito desear una intención diferente. Y no puedes conseguirlo en el nivel meta: no puedes desear con éxito las herramientas (digamos, más autodisciplina) que te harían mejor a la hora de desea con éxito lo que deseas» (62). Sin embargo, frente a grandes éxitos editoriales pasados que propugnaban haber encontrado un único factor a partir del cual explicar la vida y el comportamiento humano, la propuesta de Sapolsky está lejos de ser reduccionista. Quizá sea la profusión, coherencia e interrelación de las múltiples causas que explican nuestros comportamientos el aspecto más logrado del libro.  Sapolsky es capaz de ir sumando y relacionando estudios sobre funcionamiento neuronal, función de las hormonas, condicionamientos genéticos y epigenéticos, determinantes sociales en el desarrollo del feto y del niño y condicionantes culturales para explicar el comportamiento humano. De tal forma que el posicionamiento de Sapolsky frente al libre albedrío podría caracterizarse como un determinismo no reduccionista en el que ciertas causas están sujetas a propiedades emergentes que imposibilitan la predicción de nuestro curso de acción.

La distinción entre imprevisibilidad e indeterminación es pertinente pues nos permite responder a la sibilina pregunta del escéptico:

si todos nuestros comportamientos están determinados, ¿podrías predecir exactamente qué voy a hacer ahora?

El fracaso a la hora de predecir nuestros comportamientos no implica que nuestros comportamientos no estén determinados, pues «imprevisible no es lo mismo que indeterminado» (pg. 207). Los capítulos 5, 6, 7 y 8 están dedicados a analizar la complejidad emergente, la teoría del caos y la indeterminación cuántica casos en los que sistemas deterministas son imprevisibles. ¿Por qué dedica Sapolsky tanto esfuerzo explicativo a la complejidad emergente, la teoría del caos y la indeterminación cuántica? Porque son fenómenos imprevisibles y, en el caso de la indeterminación cuántica, aleatorios, que han sido argüidos como pruebas contra el determinismo y como modelos para el libre albedrío. ¿Por qué han sido propuestos como modelos para el libre albedrío? Porque entendemos que el libre albedrío es una causa incausada, en sus versiones más duras, o al menos una instancia que goza del suficiente grado de autonomía como para verse solo influida y no determinada por fenómenos exógenos. ¿Cuál es la posición de Sapolsky? Que la complejidad emergente y la teoría del caos son explicaciones de sistemas imprevisibles e irreductibles a sus componentes más elementales, pero, en cualquier caso, son sistemas deterministas. Si la intención fuera una propiedad emergente sería, de todos modos, un fenómeno determinado. En lo que respecta al indeterminismo cuántico, la aleatoriedad que lo caracteriza es incompatible con la racionalidad que atribuimos al libre albedrío.

Y entonces, ¿cuáles son esas determinaciones que explican nuestro comportamiento? He dedicado menos atención a esta cuestión porque constituye un esquemático resumen de su anterior libro Compórtate. Los lectores interesados pueden consultar ese libro. Quizá sí merezca más la pena explicar cuáles son las raíces causales de los atributos de carácter que, intuitivamente, consideramos como una manifestación del libre albedrío. Consideramos que ser perseverante, demostrar firmeza ante las desgracias o resistir el dolor o la tentación constituyen muestras de nuestra capacidad para autodeterminarnos, es decir, muestras de nuestro control para decidir quién somos. Para Sapolsky, estas virtudes son todas ellas producto de nuestra corteza prefrontal que, a su vez, es el «resultado de toda esta biología incontrolable interactuando con un entorno incontrolable» (pg. 143). La corteza prefrontal es fundamental en la función ejecutiva, es decir, es fundamental en la toma de decisiones, pero, especialmente, en la toma de decisiones costosas como: «posponer la gratificación, planificar a largo plazo, controlar los impulsos y regular las emociones» (pg. 130).

La lista de determinaciones a la que está sometida la corteza prefontral es interminable y daré cuenta aquí solo de algunas. Hay un subgrupo de individuos que solemos caracterizar como impulsivo, imprudente y dado a reacciones pulsionales violentas: los adolescentes. En este conjunto, la CPF no se activa tanto lo que deja campar a sus anchas las reacciones derivadas de aquella región cerebral para el miedo, la ansiedad y la agresión: la amígdala. ¿Por qué? Porque el pleno desarrollo de la CPF no se produce hasta los veintitrés años. En el caso de los adolescentes, la responsabilización por comportamientos impulsivos o imprudentes se salda con el castigo o la condescendencia paterna. No es así en el caso de individuos adultos encarcelados por delitos violentos que tienen antecedentes de traumatismo craneoencefálico con conmoción cerebral —¿dónde?— en la corteza prefrontal. La literatura sobre daños frontales y criminalidad es amplia (pg. 137).

Asimismo, en función de lo afortunada que haya sido la infancia que te tocó mayor capacidad tendrás para demostrar lo que hemos considerado libre albedrío. ¿Cómo medir el grado de fortuna? Mediante su formalización en la puntuación de las experiencias adversas en la infancia. Este indicador recoge distintos factores en función de tres tipos —abusos, falta de cuidados y disfunción del hogar— obteniéndose por el cumplimiento de cada uno de estos factores un punto. «Por cada escalón más alto en la puntuación de EAI, hay aproximadamente un 35% de aumento en la probabilidad de comportamiento antisocial en la edad adulta, incluida la violencia; mala cognición dependiente de la corteza prefrontal; problemas con el control de los impulsos; abuso de sustancias…» (pg. 96). Se podría decir que se trata meramente de porcentajes y que, por tanto, no estamos hablando de determinación sino de influencia. Creo que Sapolsky aceptaría esta apreciación por cuanto la determinación no es monocausal, sino que se produce por una concatenación de factores o influencias que permiten configurar una corteza prefrontal y un carácter que entra dentro de los parámetros de lo que consideramos libre albedrío.

Las consecuencias de abrazar una idea del ser humano despojado de toda capacidad de autodeterminación son contraintuitivas y desafían siglos de reflexión política y antropológica sobre la autonomía individual, la libertad y la responsabilidad. Si todas nuestras decisiones y comportamientos están determinados por causas que, en muchos casos, desconocemos: ¿es toda justificación de una decisión tomada de forma aparentemente libre una racionalización de un comportamiento cuyas causas profundas no conocemos y nunca llegaremos a conocer en su totalidad? Y, lo que es quizá peor, ¿sirve dicha racionalización para encubrir que, en realidad, no somos soberanos sobre nuestras decisiones y comportamientos? Pero las consecuencias no atañen solo a la imagen del ser humano, sino también a la forma de organización de nuestras sociedades. El corolario de una sociedad sin libre albedrío podría resumirse en el lema: ni penar ni premiar.

Sapolsky no elabora las alternativas a la meritocracia como ideal de justicia y principal justificación del reconocimiento y premio de nuestros actos. Sí dedica bastantes esfuerzos a proponer un nuevo modelo frente al anacrónico sistema penal de justicia. Si no podemos atribuir responsabilidad a ningún individuo por sus actos no podemos tampoco castigarlo. ¿Camparán los criminales a sus anchas? Es el ámbito de las alternativas al sistema penal de justicia (cap. 14) donde la argumentación de Sapolsky se muestra más endeble. Apoyándose en otros autores, Sapolsky aboga por el modelo de la cuarentena por cuanto nos permitiría controlar a individuos potencialmente peligrosos para la sociedad, a los que, sin embargo, no podemos responsabilizar por sus actos y a quien, por tanto, tampoco podemos limitar absolutamente su libertad mediante el encarcelamiento. La cuarentena sería un modelo que restringe lo menos posible la libertad de estos individuos, únicamente hasta el punto en que asegure la seguridad del resto de la sociedad. Existen problemas con este modelo —que se pueden consultar en las páginas 452 y siguientes—, pero quizá la carencia principal sea lo poco elaboradas que están las trasformaciones necesarias para abordar los determinantes sociales del comportamiento delictivo.

Pese a frustrar nuestras intuiciones más arraigadas sobre quiénes somos,

creo que la negación del libre albedrío no constituye el último paso en el desencantamiento del mundo por cuanto la tarea de desentrañamiento de las causas que explican quiénes somos sigue vigente y es inacabable.

Como este libro al que esta reseña no ha conseguido hacer justicia.

#Imagen: portada del libro.

Con.con.cordia.senso. Conflicto. Sobre Lucha de clases, franquismo y democracia

Con.con.cordia.senso. Conflicto. Sobre Lucha de clases, franquismo y democracia

Lucha de clases, franquismo y democracia. Obreros y empresarios (1939-1979)

Xavier Domènech Sampere

Akal

411 pgs.

Quizá como reacción a la definitiva y tortuosa exhumación de Francisco Franco el 24 de octubre de 2019 —momento que nos ha legado estampas populares para el recuerdo como la de aquella enfervorecida católica que reivindicaba ardorosamente su deseo de ir a la última misa en el Valle de los Caídos cuerpo de Franco todavía presente—, como reacción a esta exhumación decía, han aparecido en el pasado 2022 una serie de libros que, en la línea de la reconsideración del pasado franquista y la transición iniciada en 2008, reevalúan la figura del dictador y su pervivencia espectral en la vida política y social española. Tanto Franco desenterrado de Sebastiaan Faber (Pasado&Presente) como Generalísimo. Las vidas de Franco 1892-2020de Javier Rodrigo (Galaxia Gutenberg) han contribuido a ofrecer nuevas perspectivas sobre la vida y legado del dictador español. A ellos se añadió La revolución pasiva de Franco (HarperCollins) de José Luis Villacañas que, desde los presupuestos teóricos de Maquiavelo —en su primera parte— y de Gramsci —en su segunda— reconstruye la figura de Franco como el último condotiero moderno que, gracias a la ayuda de los tecnócratas del Opus Dei, logró consumar una revolución pasiva en la España del siglo XX cuyos efectos sociológicos —el carácter hegemónico del ideal mesocrático y la restricción del proceso de modernización a la conversión de la sociedad española en una sociedad de consumo— siguen sintiéndose hoy en día.

 

El libro que Xavier Domènech Sempere publicaba en la editorial Akal a finales del año pasado también cubre un periodo histórico similar al de los libros mencionados previamente, con la salvedad de que Lucha de clases, franquismo y democracia. Obreros y empresarios (1939-1979) no está focalizado —y creo que la utilización de este concepto de la narratología es aquí pertinente— en la figura de Francisco Franco, de manera que la reconstrucción, aunque crítica, del pasado adquiere su sentido por cuanto todos los acontecimientos se refieren a su protagonista y todas las otras agencias quedan subordinadas a ese único centro de coordenadas que posibilita y asegura el sentido unívoco de la acción. En el caso de la obra del historiador Xavier Domènech, los acontecimientos narrados tienen un carácter más multívoco y multilateral por cuanto no se hayan focalizados en un protagonista, sino que pretenden más bien asumir la perspectiva de una historia desde abajo. Este contraste no ha de interpretarse, ni mucho menos, como un juicio negativo sobre la obra de José Luis Villacañas —fundamental para comprender el proceso de configuración final del Estado franquista y su proyecto de modernización de la sociedad—, sino, más bien, como una disolución que destaca las peculiaridades y logros del libro de Domènech: su capacidad para articular un relato no lineal de los movimientos sociales durante el franquismo donde queda iluminado no solo lo que fue sino también «lo que podría haber sido» y en «lo que aún podría ser». (Domènech, p. 43)

 

Las palabras previas están extraídas del prólogo al libro, de carácter más filosófico político, donde Domènech, aparte de considerarse heredero de la tradición de E.P. Thompson, realiza una discusión tan rigurosa como anclada en el presente de la noción de clase y clase obrera que, sin renunciar a la precisión analítica, logra desmontar algunas de las reivindicaciones peregrinas que, actualmente, se realizan de la clase obrera como una identidad. Como no deja de repetir el autor, la clase admite formas distintas y culturalmente diversas de identidad por lo que su elemento distintivo no descansa en la identificación sino, más bien, en la relación (conflictiva) que mantiene con otras clases. En este sentido, la clase no es una categoría prepolítica, fruto de la posición en el sistema productivo, sino una noción primordialmente política y su análisis ha de centrarse en rastrear los momentos de ascendencia o declive de su fuerza y en los movimientos que propician este vaivén. Domènech cierra esta reflexión citando a E. P. Thompson: «reducir a una clase a una identidad es olvidar dónde reside exactamente la facultad de actuar, no en la clase sino en los hombres». (Domènech, 55).

 

El libro hace justicia a este presupuesto metodológico pues consigue ilustrar las metamorfosis de la clase obrera, sus momentos de mayor consciencia y actividad y sus relaciones conflictivas tanto con el Estado franquista como con los empresarios, aunque este binomio constituyera, durante el franquismo, una fuerza unida. Si bien es cierto que esta tesis —aquella según la cual el franquismo fue una dictadura de clase que defendió la acumulación de capital y el beneficio empresarial— es apuntalada en los dos últimos capítulos del libro dedicados a reflejar tanto la relación y la participación del sector empresarial en algunas instituciones franquistas como su recomposición y reconfiguración tras la muerte de Franco, en un contexto donde su hegemonía estaba gravemente deteriorada. No obstante, el libro empieza mucho más atrás, en “Vino viejo en copas nuevas”, donde Domènech enjuicia el grado de transmisión de culturas obreras previas a la guerra en el contexto de la España de los años 40 y 50. A pesar de que la guerra no solamente supuso la aniquilación o el exilio del pueblo republicano, sino también la destrucción de su cultura, Domènech rastrea, a través del análisis de archivos y de testimonios orales obreras, la transmisión de culturas obreras, especialmente a partir de los 50, azuzadas por un incipiente clima de conflictividad de clase. Son particularmente fascinantes algunos de los testimonios obreros sobre la violenta trasposición de mundo rural a un contexto urbano e industrial donde el tiempo está estrictamente medido y racionalmente distribuido. Cito las palabras del obrero:

 

«había quién se paraba en el ángelus a rezar […] y que si tenía la vaca enferma o el caballo, pues lo cuidaba y tal […] entonces, aunque trabajaban para un patrón y trabajaban eventualmente, tenían un orgullo de pertenencia a su pueblo […] que cuando llegan aquí, en una fábrica donde había 1.000 personas, eran un número, no eran nadie […] y lo que primero regalaba la empresa era un reloj, para saber que tenías que venir a esta hora, que a la hora del ángelus no se paraba y tal» (Domènech, 77)

 

 «La otra cara del milagro español. Cambio económico y emergencia del movimiento obrero» es el capítulo donde se discute una de las principales tesis que construyen el relato hegemónico sobre el franquismo; aquella según la cual el deterioro y la muere del régimen serían el producto indeseado de las fuerzas desatadas por el propio régimen al acabar con la autarquía y permitir la liberalización de la economía española. De acuerdo con esta tesis, la progresiva integración internacional del Estado franquista en diversas instituciones, unidas a una mayor permisividad censora, habrían propiciado la paulatina infiltración de ideas liberales y la asimilación de referencias culturales europeas que minaron la base de valores morales católicos y tradicionales en los que se sostenía la legitimidad popular del régimen. El propósito de Domènech en esta sección es restaurar la importancia de la acción obrera y la incipiente configuración de comunidades de trabajadores en industrias y empresas a partir de la emigración política del campo a la ciudad. En esta fase inicial de configuración del movimiento obrero, la protesta se articularía por oleadas en distintas fábricas e industrias —de una chispa inicial se irían extendiendo conflictos que se definían por rituales y ceremonias propios, como el esparcimiento de granos de trigo frente a algunas fábricas—. Siendo coherente con su planteamiento propedéutico, el libro refleja bien cuál fue la reacción del Estado franquista ante esta nueva ola de conflictividad obrera que consistió en la promulgación de la Ley de Convenios de 1958 con la que se logró desactivar este primer momento de lucha de clases.

 

El tercer capítulo está dedicado a «La conflictividad obrera bajo el franquismo» y constituye un extraordinario estudio de caso a partir del cual demoler la dicotomía entre economía y política. Mediante el análisis de las causas de la conflictividad obrera —¿fueron protestas motivadas por intereses pecuniarios de los trabajadores o alentaban también una protesta en pos de la transformación política del régimen?— Domènech impugna esta dicotomía mostrando cómo el modelo de explotación empresarial estaba asegurado y sostenido por el aparato represivo franquista, que constituía un apéndice armado para el disciplinamiento de la clase obrera. En esa represión confluían los intereses políticos del régimen —eliminar cualquier elemento de politización social al margen de las estructuras orgánicas de Falange— y los intereses económicos de las empresas —asegurar su tasa de beneficio mediante la explotación de los trabajadores. Así también en los trabajadores, sus intereses económicos —mejorar las condiciones de la clase obrera— confluían con sus intereses políticos —asegurar que esta no era violentada o incluso eliminada mediante la violencia estatal—. Asimismo, el capítulo realiza una crítica de las elaboraciones estadísticas sobre los conflictos obreros, señalando que sus motivaciones podían variar a lo largo de su curso y que, por tanto, lo que comenzaba como una reivindicación pecuniaria podía convertirse en una protexta política, por lo que los criterios de clasificación y taxonomía deberían de considerar su naturaleza metamórfica.

 

El cuarto capítulo «El factor inesperado. Movimiento obrero y cambio político» investiga los efectos del Plan de Estabilización en la legislación laboral y las transformaciones a las que obligó a la lucha obrera. En un contexto donde la legitimidad del régimen no podía emanar del orgullo de la victoria bélica, sino que había de fundarse también en una mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, la dictadura se encontraba ante la necesidad de un desarrollo político que generara afección por el gobierno, sin que este estuviera fundado en el miedo o el orgullo bélico. Las elecciones sindicales de 1966 constituyen el paradigma de esta nueva búsqueda de hegemonía por parte del régimen que se salda, sin embargo, con la infiltración de la oposición franquista en las estructuras del Sindicato Vertical y con la constitución clandestina de las Comisiones Obreras. Esa infiltración posibilitó una mayor organización y coordinación de la clase obrera lo que hizo que la conflictividad aumentará en los setenta, incluso en aquellos territorios donde la tradición de lucha no había estado históricamente arraigada. Asimismo, y de forma determinante, la ampliación de la nómina de militantes obreros con ciudadanos que no tenían un pasado activista frustró las expectativas de control del régimen, que carecía de registros de estos nuevos militantes obreros. A este conjunto de factores se añadió «el desarrollo de un modelo que se muestra efectivo en términos de crecimiento de la protesta social», (Domènech, 221), protesta social que será determinante en las victorias democráticas tras la muerte de Franco.

 

La confluencia del movimiento de protesta obrera con otros sectores de la sociedad civil franquista como profesionales del sector de servicios, del mundo de la cultura o de ciudadanos organizados en torno al movimiento vecinal, posibilitaron la toma del espacio público por parte de la oposición antifranquista y marcan, de acuerdo con el autor, en este capítulo titulado “El cambio político. Lucha de clases, franquismo y democracia”, la pérdida de la hegemonía social del régimen. Si algo destaca en este capítulo —«El cambio político. Lucha de clases, franquismo y democracia»— es el cuestionamiento de la llegada de la democracia como una ofrenda caída del cielo de las élites y su pormenorizada argumentación para mostrar el papel determinante del movimiento huelguístico y la oposición antifranquista en su consolidación. Este momento de extraordinario protagonismo político de los movimientos sociales será, sin embargo, desactivado con la apertura de un marco institucional liberal que confinará los fenómenos de participación ciudadana al acto del voto y que erigirá a los partidos políticos y, en menor medida, a los sindicatos como interlocutores privilegiados y privativos en la discusión sobre el futuro del país.

 

Como señalaba al principio de este texto, el libro se cierra con la reconstitución de la hegemonía empresarial por medio de la creación de la CEOE, en un contexto —el de los últimos años del franquismo— donde la imagen del empresario estaba muy deteriorada por ser vista como un apéndice del régimen franquista. Son los años de Numax presenta (1980), el documental de Joaquim Jordà que refleja la experiencia de autogestión de la fábrica Numax durante 1977, un año antes de la presentación de la Ley de Acción Sindical que, como recuerda Domènech en su artículo 9 obligaba

 

«a los empresarios a informar al comité de empresa sobre la evolución de la empresa (situación económica), programas de producción y previsión de inversiones. […] Esto daba conocimiento a los trabajadores sobre la marcha de las empresas y, a su vez, permitía discutir en mejores condiciones la distribución de la renta en el seno de las mismas. […] En realidad, en torno a estos debates parecía dirimirse […] el contenido de la democracia, si estaba sería una democracia basada en el pluripartidismo, en un proceso de distribución de poder muy marcado en los partidos y el Estado, o si se extendería a formas de poder popular» (Domènech, 386).

 

El documental de Jordà refleja bien los últimos destellos del impulso utópico que alimentó la oposición antifranquista y que, en la esfera del trabajo, podían concretarse en una democratización de las empresas que abriera las puertas a la autogestión. Sin embargo, el proceso de organización de clase que los empresarios inician a partir de los setenta propicia la creación de una patronal fuertemente cohesionada y sectorialmente transversal que logra tener una influencia directa en los primeros gobiernos democráticos y que termina por orientar sus políticas económicas hacia la protección de la acumulación capitalista. Ello unido a los vientos de cambio en la política económica global terminan por convertir el proyecto colectivo de Numax en una experiencia de transformación individual.

 

Lucha de clases, franquismo y democracia. Obreros y empresarios (1939-1979) aparte de constituir un relato alternativo sobre el franquismo y la transición, constituye una lograda explicación del triunfo definitivo de los ideales mesocráticos en la España democrático, triunfo no solo debido al éxito de la revolución pasiva llevada a cabo por Franco, sino también propiciado por unas narraciones de nuestro pasado que han minusvalorado y obliterado la importancia fundamental de los movimientos sociales y, especialmente, del movimiento obrero en el cambio político.

 

 

 

 

Qué viçio para amar tienen los hombres

Qué viçio para amar tienen los hombres

Hombres fatales. Metamorfosis del deseo masculino en la literatura y el cine

Elisande Julibert

Editorial Acantilado (2022)

162 pgs.

 

E si las mujeres amar quisieren los ombres, vean quién aman, qué

provecho se les seguirá de los amar, qué virtudes, qué viçio para amar

tiene los ombres (204).

Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera o Corbacho

 

No son pocas las virtudes del último ensayo de Elisande Julibert Hombres fatales. Metamorfosis del deseo masculino en la literatura y el cine y quizá una de las más sobresalientes sea la aguda selección de obras literarias y cinematográficas en las que se recrea el mito que es objeto de estudio en el libro: los hombres fatales. Sin embargo, su virtud más señalada quizá sea su elegante y persuasiva capacidad para trabar una argumentación teórica a partir de reconstrucciones interpretativas de las obras tratadas, de modo que la tesis del libro, que en una exposición abstracta podría resultar prosaica, queda encarnada en las ingeniosas exégesis de obras como Lolita de Vladimir Navokob, Ese oscuro del deseo de Luis Buñuel o Bouvard y Pécuchet.

La tesis principal del libro —que el motivo de la mujer fatal no es una descripción de un tipo de mujer cuyas dotes para la seducción tienen un designio funesto sino la proyección de un deseo masculino enajenado e incontrolable— va adquiriendo cuerpo y matices en el curso mismo de la interpretación de las obras concretas y va tornándose más persuasiva y convincente a medida que se comprende con más profundidad el modo en que se ha elaborado históricamente este mito. La obra avanza desde las representaciones románticas de la mujer fatal en Carmen hasta representaciones cinematográficas más cercanas a nuestro tiempo como Ese oscuro del deseo o Con faldas y a lo loco pero el criterio de ordenación de las obras no se rige por el encorsetado marco filológico de la sucesión cronológica, sino que tiene como principio rector el grado de distanciamiento de las obras con respecto a las representaciones más ortodoxas de la mujer fatal. En este sentido, de la Carmen “picaresca, indócil y taimada, que pertenece a una comunidad proscrita, condenada a menudo a la marginalidad” (pg. 57) y que acaba provocando la perdición de don José y su conversión en criminal, pasamos a la Conchita de Buñuel que empieza a delatar “la irrenunciable subjetividad de lo que ve el protagonista” (pg. 63) dejando así entrever que lo que de enajenante y condenatorio pudiera tener el objeto quizá no sea más que una proyección de la subjetividad masculina.

Dedica también Elisande Julibert un capítulo a la obra de Proust, así como otro a realizar una interpretación atípica y audaz de Vértigo, la obra de Alfred Hitchcock. Los dos últimos capítulos están consagrados, respectivamente, a la Lolita de Nabokov, que, en la lectura de la autora, constituye una paródica sátira de un maníaco que con un lenguaje sofisticado, pomposo y engolado, un lenguaje de “poeta frustrado” (pg. 116),  trata de imponer la fantasía de que una colegiala de apenas 13 años es niña un poco perversa y a Bouvard y Pécuchet, la obra póstuma de Gustave Flaubert, que le sirve a la autora para trabar una reflexión sobre el carácter insaciable del deseo —que no ha de reducirse burdamente al deseo sexual— y sobre la terapéutica costumbre de dejarlo vagar por distintos objetos —como la voraz curiosidad de Bouvard y Pecuchet vaga por distintos objetos de estudio—. En este punto, quizá merezca la pena citar un pasaje especialmente luminoso:

“A veces, sin embargo, la conversión de la persona deseada en la solución de las propias insatisfacciones no es un estado transitorio, sino que constituye la estructura misma del vínculo. Entonces, la persona amada queda fatídicamente convertida en una simple cosa y jamás abandona su condición de objeto mágico, es decir, de fetiche o de ídolo; pero como irremediablemente defraudará las expectativas puestas en ella, el enamorado atribuirá tradicionalmente al objeto de su deseo la responsabilidad del sufrimiento” (pg. 143)

En este último capítulo es donde Elisande Julibert vincula más estrechamente el motivo de la mujer fatal con nuestras representaciones sobre el amor romántico como un proceso de enajenación y extravío, que, en sus variantes más radicales, termina desencadenando “una particular forma de locura que consiste precisamente en la alienación del objeto de deseo” (pg. 143).

La introducción y el epílogo son géneros propedéuticos,nuestro horizonte de expectativas nos hace admisible que estos textos ubicados al principio y al final del cuerpo de una obra tengan un carácter más teórico, en tanto que servirían para presentar la propuesta metodológica del ensayo, los criterios de sucesión de los capítulos o, sencillamente, una síntesis del tema a tratar; el epílogo es convencionalmente destinado a hacer una recolección de las ideas principales tratadas o a culminar el curso de argumentación seguida en el libro. En el caso de Hombres fatales el criterio que guía la reflexión a lo largo del ensayo se mantiene incólume tanto en la introducción como en el epílogo: todas las reflexiones emanan del análisis de obras artísticas, así en el prólogo las representaciones pictóricas de Susana y los viejos y en epílogo a la interpretación de Con faldas y a lo loco, y esta disciplina en el apego a la interpretación de obras concretas hace del libro un interesantísimo ensayo bifronte: por una parte, nos ofrece nuevas lecturas de obras canónicas en la tradición y, por otra, desvela cómo bajo la lectura ortodoxa de esas mismas obras se hallaba el objeto del libro: la mirada y el deseo masculinos. El libro de Elisande Julibert no ha recibido quizá la atención que mereciera pues consigue conectar con temas candentes de nuestra actualidad deshaciendo la significación del mito de la mujer fatal y mostrándolo en su más desnuda impostura, desde una atención minuciosa, delicada y corrosiva hacia nuestra tradición cultural y con una prosa precisa y transparente que elude cualquier jerga académica. 

Auge y declive de la identidad de clase obrera

Auge y declive de la identidad de clase obrera

Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario

Antonio Gómez Villar

Bellaterra Edicions (2022)

256 pgs.

 

Los olvidados. Ficción de un proletariado reaccionario es el último libro de Antonio Gómez Villar publicado por Bellaterra. Una buena forma de exponer sintéticamente su tesis principal puede consistir en un análisis de su título. ¿Quiénes son los olvidados? ¿Cuál es el referente que se esconde bajo este sintagma? Los olvidados serían aquella clase social blanca trabajadora que ha resultado perdedora en el proceso de globalización y que se constituye políticamente en torno al resentimiento contra las diversas identidades sociales minoritarias que han surgido desde la experiencia de mayo del 68. Históricamente protegida y asociada en sindicatos y representada por los partidos socialistas y obreros, mira con rabia que la clase obrera y la preocupación por las condiciones materiales de existencia hayan sido condenadas al ostracismo por los partidos de izquierda, en beneficio de demandas identitarias y simbólicas. Los olvidados serían, por tanto, aquel sujeto político que se estructura en torno a las abandonadas demandas de redistribución de la riqueza y protección social y que se cohesiona frente a las diversidades identidades culturales, raciales y de género como clase obrera. ¿Cuál sería la ficción sociológica? Esta clase constituiría una ficción por dos razones: I. carece de un fundamento sociológico objetivo que dote de contenido a esta categoría analítica y II. carece de fundamento subjetivo, en tanto que los olvidados no tienen consciencia de la clase a la que pertenecen siendo el objetivo político iluminar dicha realidad subyacente. Como señala el propio autor, «es un absoluto sin sentido atribuir el concepto “clase” a un colectivo que carece de conciencia de clase o que no actúa conforme a sus patrones de pensamiento» (pg. 186). El título es capaz de condensar con sagaz ingenio crítico los contenidos y anticipa la potencia del libro a la hora de hacer un análisis exhaustivo y pormenorizado de los conflictos entre diversidad y clase obrera que han articulado uno de los ejes fundamentales de la política contemporánea al menos desde el ascenso de Donald Trump al poder.

 

Desde una perspectiva teórica cercana al marxismo humanista de E. P. Thompson y al populismo de izquierda de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, Antonio Gómez Villar se propone desactivar aquella ficción según la cual la clase obrera se alinearía en contra de algunas de las demandas emancipatorias más potentes de nuestro tiempo, al considerarlas como reivindicaciones propias de una «izquierda woke» o «caviar» que ha alineado sus objetivos ideológicos con las dinámicas culturales del neoliberalismo hasta el punto de mimetizarse con ellas. Este propósito crítico se articula en tres ejes: I. cuestionamiento de la categoría de posmodernidad como categoría ideológica y afirmación de su carácter histórico o descriptivo, II. análisis de la historicidad del concepto político de clase obrera, desde su origen en la sociedad industrial con el marxismo, hasta su disolución en mayo del 68 y crítica del esencialismo con que se reivindica su retorno y III. rehabilitación de las demandas identitarias como proyectos de emancipación. A lo largo del libro y recorriendo estos ejes se tejen otros argumentos fundamentales: que la dicotomía esencialista entre demandas materiales y demandas simbólicas conlleva también la oposición entre clase obrera y luchas por la diversidad, en la medida en que aquellas únicamente defenderían políticas de redistribución y estas solamente políticas de reconocimiento o que la Internacional Reaccionaria incurre en un fetichismo sociológico apelando a la unidad de la clase obrera como si  la mención de dicha clase propiciara y conjurara la asociación de los obreros del mundo, como si la arenga del manifiesto comunista —¡proletarios del mundo, uníos!— hubiera congregado a los trabajadores por la sencilla razón de que los obreros ocupaban una posición objetiva en el sistema de producción. Como el propio autor señala «no existen leyes inmanentes del desarrollo histórico ni causas transcendentes» (pg. 186). Que quienes no detentan la propiedad de los medios de producción constituyeran una clase unida con potencial emancipatorio desde mediados del siglo XIX hasta la década de los 60 no fue producto de su posición objetiva en el sistema de producción capitalista sino «resultado de haber obtenido la capacidad de conquistar una hegemonía política» (pg. 184).  Que a día de hoy no constituyan una clase hegemónica —sino que retornen fantasmal y nostálgicamente al modo de una idealizada identidad perdida— no es índice del fin de la explotación capitalista, ni señal de la utopía de la sociedad sin clases, tampoco es producto de la emergencia de los feminismos, el poscolonialismo y las luchas por la diversidad sexual y de género y su olvido de lo material, sino resultado de que la identidad de clase obrera ya ha sido cooptada por el capitalismo en el proceso que, después de la segunda Guerra Mundial, mejoró sus condiciones de vida pero reordenó su estructura en torno al consumo y el deseo de ascenso social.

 

 Junto con otros libros recientemente como El efecto clase media de Emmanuel Chamorro o El capitalismo de hoy, la incertidumbre de mañana, Los olvidados constituye una contribución fundamental para orientarse en el movedizo campo político del presente y articular un programa emancipatorio que renuncie a ninguna de las luchas y colectivos que han conseguido los últimos avances en derechos de nuestro tiempo. Late en el libro un enigma que quizá el autor deseaba dejar abierto: ¿puede la clase obrera articular los movimientos emancipatorios del presente o es una identidad que ha de ser definitivamente abandonada, no solo por haberse construido en torno a ella la ficción de un proletariado reaccionario, sino también porque ha perdido su potencial hegemónico?

Dando esplendor al capital

Dando esplendor al capital

Título: Curling

Autor: Yaiza Berrocal

Editorial: Hurtado y Ortega

227 pgs.

Que la cita que sirve como frontispicio de un texto se reserve para unas declaraciones de Margaret Thatcher en las que la mujer que no veía grupos sociales sino, simplemente, familias y, en todo caso, individuos dice: «Economics are the method: the object is to change the soul» constituye una buena anticipación de aquello que vamos a encontrar en la primera novela de Yaiza Berrocal, una disección tan afilada e implacable como satírica e ingeniosa de las transformaciones que la precariedad laboral y el clima de atomización social instaurado tras el triunfo del neoliberalismo han causado en la subjetividad de los trabajadores, en este caso, en los trabajadores de la industria cultural. Editada por Hurtado & Ortega, Curling (2022) se constituye a partir de los materiales escritos, sonoros o visuales que producen los trabajadores del Gran Teatro Walhall, de modo tal que la voz narradora desaparece para que un narrador en sombra asuma la función de recopilador de fragmentos de habla —secciones del diario de Eusebio Morcillo, barridos automáticos de las grabaciones de los walkie-talkies de los acomodadores presentaciones en Power Point realizadas por un coach empresarial, correos electrónicos del coordinador de acomodadores del teatro, etcétera—. En este sentido, Curling se inserta dentro de la tradición de la novela experimental, aquella que asumía que la novela es un género que se forma a partir de la mezcla y acumulación de discursos textuales diversos y radicalmente heterogéneos. Sin embargo, nada hay en esta decisión radical de juego formalista o de reto narrativo pues la acumulación de géneros textuales de tipo administrativo-empresarial-motivacional se conjuga con los fragmentos del diario de Eusebio Morcillo para establecer una fuerte conexión causal entre los discursos en favor de hacerse un empresario de uno mismo y la subjetividad de los trabajadores del Gran Teatro Walhall, reducidos a una identidad vacía y abúlica.

De entre la diversidad de fuentes textuales emana un argumento que podría resumirse como el frustrado motín de un sindicato clandestino de acomodadores del Gran Teatro Walhall contra unas condiciones laborales de extrema explotación. Frustrado por los desgraciados problemas estructurales del edificio del teatro Walhall que ve inundadas sus salas por las aguas freáticas que circulan bajo los cimientos del edificio, causando múltiples daños y heridos y propiciando el suicidio del coordinador de los acomodadores Ajenjo Wünder. La desgracia de la inundación del teatro adquiere proporciones míticas si atendemos a la inicial descripción de las tragedias que ha vivido el teatro a lo largo de su historia, entre las que se cuentan dos incendios y un atentado bomba. Esta historia de infortunios es aprovechada por los directores de la empresa que gestiona el teatro como un efecto especial más en el espectáculo que allí se ofrece y, en este sentido, esta decisión de Yaiza Berrocal es una ingeniosa forma de presentar el insaciable proceso de espectacularización de nuestra vida cotidiana que también define las sociedades posteriores a los 80. Sin embargo, a pesar de las menciones en la novela a referentes reales —detrás del Walhall asoma la sombra del Liceu—, su cronología, aunque inespecífica, parece ser otra que la del presente. En Curling parecemos hallarnos en un futuro —distópico— donde ciertas tendencias de vigilancia, explotación y precariedad propias de la sociedad actual se han radicalizado hasta el punto de que la neolengua coach se ha impuesto: no existen trabajadores, solo «colaboradores voluntarios», no existen salarios solo «acuerdos de colaboración». Curiosamente, este proceso de deformación discursiva de la realidad laboral, que aspira a erradicar cualquier resto de la alienación y la subordinación que definen los trabajos por cuenta ajena, se proyecta también a la esfera del mundo del arte, de modo que los acomodadores del teatro son «facilitadores de la experiencia del espectador», los espectadores son clientes en busca de un buen servicio y la obra es una experiencia total de satisfacción de sí.

En su forma de representar un futuro distópico que presenta inquietantes y estremecedoras similitudes con el presente, Curling se parece a otra novela publicada este año. Me refiero a Lugar seguro de Isaac Rosa, que se ubica en un tiempo donde el mito de la meritocracia, así como los sueños de ascenso social que llevaba aparejados, han desaparecido por completo para dejar paso a una realidad donde conviven las utilizaciones ventajistas y cínicas de una inseguridad alimentada con la construcción utópica de comunidades cooperativas. No solo radica la similitud entre Curling y Lugar seguro en su realismo distópico sino también en la particularidad de que dicha distopia se articula en torno al mundo del trabajo. En este sentido, Curling se suma a una serie de novelas que han hecho de la precariedad laboral tema de elaboración literaria, como podrían ser Supersaurio de Meryem El Mehdati, Los sueños asequibles de Josefina Jarama de Manuel Guedán o Simón de Miqui Otero. La particularidad de la novela de Yaiza Berrocal quizá descanse en que dicha precariedad se da en el campo de la industria cultural y en hacer a los trabajadores precarios que hacen posible la función los protagonistas de la novela, quedando las grandilocuentes y extáticas ensoñaciones sobre un arte total y autónomo severamente burladas en el personaje de Teodoro Bravo, un caricaturesco defensor de la pureza del arte operístico.