Una cuestión de clase

Una cuestión de clase

Podría comenzar este artículo citando a Pierre Bourdieu y su ya clásico libro “La distinción. Criterios y bases sociales del gusto”, escrito en 1979 y que realiza un acercamiento desde la sociología y la psicología social a los conceptos del gusto cultural y las interacciones sociales que se general alrededor de este objeto de estudio. Sin embargo, sería ésta una manera de establecer entre quien esto escribe y quien sea que lo lea, precisamente, una distancia y de remarcar esa distinción del otro de la que habla Bourdieu. La cita hablaría más de mí, por el mero hecho de haberla elegido, que de la idea que quiero desarrollar. De hecho, resulta verdaderamente complicado citar a otro sin establecer esa diferencia, sin incluirse en un grupo social determinado por ese gusto o capital cultural. La paradoja, pues, resulta inevitable si una quiere arrancar el artículo con una referencia a lo que ha dicho o escrito otro. Pero, asumiendo esta inevitabilidad, prefiero (perdóname Bourdieu) utilizar una cita de Groucho Marx para resumir la idea que iré desarrollando más adelante: nunca pertenecería a un club que me admitiera como socio.

Citar a Marx sigue hablando de mí, no tanto por la mención en sí, sino porque al citarlo decido dejar de aludir a otros. La referencia me une a quien también pueda conocerla y, de esta manera, proyecto una imagen de mí misma que no es más que la que yo decido proyectar. No dice demasiado sobre mí, pero es suficiente para que el lector se haga una idea de mi bagaje y mi consumo cultural. Pero esto no es más que una ilusión, porque, en realidad, no sé de dónde sale la cita, no he visto más que una película de los hermanos Marx y me sé la frase de habérsela oído a alguna otra persona, ya que forma parte de lo que llamamos el imaginario común. Así, la imagen de mí misma que pretendo mostrar no dice nada sobre mí. Podría haber escogido una frase de algún gag de Los Morancos, ya que he consumido más sketches de estos últimos que de los anteriores. Sin embargo, habría quien, nada más leer la referencia a este dúo de cómicos, dejaría el artículo de lado, por la simpleza que se le presupone a quien tiene semejantes gustos.

Esto es, precisamente, lo que ha sucedido los últimos días con la plataforma de cine online Filmin que se caracteriza por incluir en su catálogo cine de autor y cine independiente, aunque también tiene disponibles títulos de lo que hemos venido en llamar cine comercial. Filmin se distingue de otras plataformas similares en que pone a disposición de sus usuarios películas y documentales que no se encuentran en otras más relacionadas con el entretenimiento. La plataforma, pues, establece una distinción entre sus clientes y los del resto de las plataformas. Hacerte socio de Filmin en vez de Netflix, por ejemplo, dice, por tanto, “algo” sobre ti, aunque la cuota mensual sea similar y nadie más que tú sepa qué es lo que consumes y cómo lo consumes.

Pero parece que Filmin ha ofendido a sus usuarios incluyendo en su catálogo la saga de Torrente. Resulta ahora que, volviendo a Groucho, hay personas que ya no quieren formar parte del club en el que nadie les puso pegas ni les pidió referencias curriculares para entrar. La ofensa parece ser, entonces, no tanto que la plataforma ofrezca la posibilidad de ver estas películas (que es a lo que se dedica), sino en compartir espacio, aunque sea éste simbólico y virtual, con algo que huela a lo que supongo que los ofendidos llamarán “baja cultura”. Con la sola inclusión de la saga, Filmin ha conseguido que algunas personas se den baja como usuarios porque ya ni eso les queda para distinguirse del vulgo y no quieren seguir perteneciendo a un club que les admitió como socios.

Supongo que el pecado de Torrente es haber sido la película más taquillera del cine español hasta que fue destronada, creo, por Ocho apellidos vascos y, si lo ve tanta gente, tiene que ser malo. Claro, no sirve con que a uno le guste lo que le dé la gana, sino que es necesario (¿dónde estaría, si no, la distinción?) que a uno le guste lo que les gusta sólo a unos pocos. La paradoja está, sin embargo, en el democrático acceso a la cultura que facilita internet (y ocho euros al mes) y que pone a nuestro alcance miles y miles de películas. Y así seguimos, parece ser que encantados de mantener ese halo de elitismo pequeñoburgués de la distinción entre alta y baja cultura, en vez de permitir que cada cual consuma como quiera la ingente cantidad de material cultural y de entretenimiento que tenemos a nuestro alcance. Resulta, sin embargo, paradójico que, en este maremágnum, haya quien pretenda distinguirse del otro por el hecho de ver una u otra película desde el sofá Ikea de su casa. Y, por terminar con una referencia cinematográfica, “música para ahogarse. Ahora sé que estoy en primera clase”, decía el personaje de Leonardo di Caprio en Titanic. Por cierto, ¿se puede ver en Filmin?

Del espectáculo en tiempos de pandemia: la cancelación de Eurovisión 2020

Del espectáculo en tiempos de pandemia: la cancelación de Eurovisión 2020

Dima Krasilov, bailarín del conjunto Little Big (Rusia 2020). © EUROVISION.TV

 

El poeta José Miguel Ullán, comentarista de Eurovisión 1983, profería lo siguiente al inicio de la gala que culminaría con los célebres 0 puntos de Remedios Amaya: “Por favor, procuren ustedes tomárselo con parecida tranquilidad, sin dramatismos ni ataques al corazón. Es un festival más, (…) una cita con la música europea de consumo (…). Entre ese espectáculo y su mirada, usted es libre de apasionarse, permanecer indiferente, bostezar o soñar”.

Hoy, casi cuarenta años después nos hacemos eco de sus palabras en una retransmisión insólita del Festival para tratar de dialogar con lo que Eurovisión es en estos momentos y a la vez coincidiendo con su histórica cancelación en este 2020 debido a la crisis del Coronavirus. Conocidas son las turbulencias de un concurso que ha estado en riesgo de ser cancelado en múltiples ocasiones debido a desacuerdos en su organización o conflictos entre los países que debían acogerlo. Esto no hace más que demostrar el cariz político del concurso en tanto reflejo de la sociedad y de los deseos de la sociedad de su momento (en este caso, en el ámbito europeo). En este sentido, es un deseo que se construye simbólicamente de manera continuada: hemos de recordar que el proyecto Eurovisión no se vive solo una semana al año, sino durante todo el año a través de las preselecciones nacionales, las apuestas, los salseos, las pre-parties y promociones, los ensayos y finalmente las galas televisadas.

Por tanto, el inminente cierre al Festival en una de las sedes más amables, primaverales y asequibles de Europa, Róterdam, ha dejado desprovistas a 41 canciones que llevaban meses gestándose (puesto que van incorporando revamp conforme son testadas frente al público, lo cual rompe cierta ingenuidad) y que el mismo día 12 de marzo eran reveladas en su totalidad. Tan solo seis días más tarde se indicaría que ya no concursarían más. Eurodrama. La desangelada posición en la que ahora quedan estas canciones las coloca en un lugar insólito en la historia del certamen, ininterrumpido en sus (hasta ahora) 64 años, afirma el historiador Dean Vuletic. Por ello, no nos gustaría dejar de aportar una impresión acerca de las propuestas de este año retornando al espíritu crítico, irónico y rocambolesco de Ullán quien pronunciaba acerca de los intérpretes de los años en que fue comentarista lindezas como “la emprende con una canción que tiene la equívoca virtud de parecer que ya la hemos escuchado”, o “son tres mozalbetes rubiales con caparazón de saltamontes, inmóviles pestañas y sonrisa ecológica. Su habilidad suprema, cruzar las piernas” (sí, se refería a los pizpiretos Herreys).

Eso sí, sin compartir su tono misógino por mucho que suscribamos la primera parte de este comentario: “Silencio y tanta gente [título de la canción portuguesa de 1984] define a la perfección el drama de temas como este en un concurso donde predomina el ruido. Para colmo, la canción está servida de manera fúnebre por una mujer de su casa, sacada de sus casillas y visiblemente deseosa de esconderse bajo el piano”. Tono reprobable y del que comentaristas célebres como José María Íñigo e incluso José Luis Uribarri han pecado, este último en la edición de 2008 (min. 01:30:18, entre muchos otros momentos). Aclarado esto, y en línea con todos los festivales paralelos para rendir tributo a las canciones que se están celebrando en estas semanas, no debemos librar a todas estas propuestas de su merecido comentario, que es al final por lo que Eurovisión merece la pena y lo que le da razón de ser: la generación de narrativas alrededor del despliegue de la imagen en movimiento en el marco espectacular de la cultura televisiva de consumo.

Una vez lanzada semejante diatriba, podríamos comenzar con Rusia, favoritos, como siempre. Europa precisa de un antagonista para dar sentido a un certamen que trata efectivamente de construir una cierta idea de Europeidad (al menos en sus inicios) a través del audiovisual y los hitos técnicos del momento. Rusia es a menudo interpretado como un enemigo astuto a batir, por lo de que las exrepúblicas soviéticas le votan, porque suele publicar su propuesta eurovisiva casi al final de plazo (haciéndose desear), además de evidentemente sus políticas gubernamentales anti-LGBTQ+ y los paradójicos mensajes a menudo pacíficos de sus canciones. Este año concursaban con un conjunto, Little Big, que según ellos mismos, eran una propuesta estética que parodia de los estereotipos rusos a partir de una música rave de referencias eclécticas. El resultado una canción que, sorprendentemente, lleva un título en castellano, “Uno” y parece una especie de instrucciones cantadas de Zumba para aprender a bailar, aunque con moralina de por medio: pues se tienta al espectador a reírse de la figura del bailarín obeso que copa todo el protagonismo de la escena, además de este tema “apropiarse culturalmente” de “otros ritmos” como el chachachá y adoptar una estética muy setentera (la de los vecinos del Oeste en tiempos de la URSS), con pantalones de campana y camisas de cuello de pico… Juzguen ustedes mismos.

El Este iba fuerte. No contentos con la paradoja de un grupo que se hace llamar Pequeño Grande (pensemos en las comunes denominaciones grandilocuentes de Madre Rusia, el Gigante con Pies de Barro, o el Oso como símbolo nacional), Lituania también nos tienta a otro dilema identitario. Si aún teníamos dudas con el ser en sí y el ser para sí sartreano, “Soy un humano, no una piedra” sentencia el cantante de The Roop al inicio de su tema. Incapaces de llegar a una buena posición desde su debut, este año partían como favoritos. Captar, capta la atención del espectador además de hacer gala de un baile en el que parece hacernos muecas pero no, no se trata de una tomadura de pelo: el ritmo de la canción es tan easy going que entra al primer segundo y pese a ser radiofórmula incorpora una melodía electrónica no tan común por, siguiendo a Ullán, estos “pagos”. A una estética que pone de relieve un debate sobre la masculinidad en gestos y vestimenta le sumamos el estribillo: “El calor está incrementando, creo que estoy a tope (on fire)”. Probablemente nada resuma mejor este tiempo que nos ha tocado vivir que una oda al calentamiento.

Pasemos ahora a Ucrania ya, por favor. Es la primera vez en su historia que este país interpreta su canción enteramente en ucraniano. Una críptica banda de folk, Go_A (que no nos regala sonrisas forzadas así como así como suelen hacer los conjuntos folclóricos en el Festival para hacerlo más fácil) de vocalista impasible e hierática que cualquier eurofan tendría como objetivo llevar a su fiesta para adorarla e incluso sacarla a bailar para ver si es real. En honor a la verdad, seguimos asombrados con su reacción tras ganar la final nacional, definición de entereza y estoicismo que no pasotismo como el de Salvador Sobral. Hartos de Shady ladies, Anti-crisis girls y demás divas afectadas que no hacen más que reforzar unos estereotipos de género heterocentrados poco halagüeños, encontramos aquí una propuesta que parece sacada de un encuentro de bailes regionales, que no ha intentado traducir su estribillo. Y que, todo sea dicho, resulta complicada de tararear: precisamente por eso nos parece que está aportando una autenticidad e independencia a costa de no pasar a la final (evidentemente no ha sido de los gustos del gran público).

Aunque lo queramos, no podemos irnos del este. Por Letonia tenemos a la todopoderosa Samanta Tina, otra diva que a lo Shady lady hace gala con orgullo de una feminidad exultante y que comete la osadía de hablar de liberación femenina rodeada de un grupo de bailarinas que también siguen todos los chichés del deseo masculino blanco y heterosexual. Ellas proféticas, con mamparas y guantes en su vestuario ¡además nos disparan fru-frú! (real) y aportan una propuesta electrónica, con un estribillo instrumental sobreproducido que nos recuerda aquello del tecktonik e incluso el dubstep. No obstante, acaba derivando en una de las propuestas más coherentes en tanto a que la estética está concienzudamente definida y planteada (no se han puesto lo primero que han visto). En este sentido es de justicia destacar a Efendi, la abanderada por Azerbaiyán, que en un tema autooriental titulado Cleopatra (sacrilegio a Dana International) con mantra budista incluido es capaz de juntar a Marc Anthony y Marco Antonio en una misma letra donde a lo Rosalía entona para el estribillo un trapero “tra” (pero de Cleopla“tra”). Era otra de las grandes favoritas, y además con un guiño a la libertad sexual insólito en su geografía: “Cleopatra was a queen like me (…) Straight or gay or in between, In between, yeah, in between”.

Rumanía y Bulgaria. Parecen hermanas. Además ambos nombres se escriben con mayúsculas tal vez para destacar entre los motores de búsqueda. Son dos jovencitas (ROXEN, por Rumanía y VICTORIA, por Bulgaria) con sendas alusiones al alcohol en la letra de sus canciones, sí… La primera con el irreverente juego de palabras Alcohol you (I will call you) a lo que sigue “when I am drunk” (te llamaré cuando esté borracha) y la segunda que habla de Tears getting sober (lágrimas que se vuelven sobrias) y una herida que aunque “le duele” dice que es “dulce” y “con el tiempo se convertirá en cicatriz”. Pese a lo truculento del mensaje de ambas estamos ante dos intérpretes muy capaces, con temas apenas prefabricados y sin abalorios sino más bien minimalistas y van al centro de lo que se supone que es este concurso (la canción en sí) y que sin duda iban a colmar el top 10, adoradas por el público juvenil que ahora se derrite con Billie Eilish y encuentra que no hay que volverse una SUPERG!RL para molar… (esa es la canción “teen” griega que apenas nos limitaremos a nombrar en tanto intento de helenizar a Britney Spears, ahora es la canción la que se escribe en mayúsculas). Pero por favor, sigan juzgando por ustedes mismos.

Es el momento de acudir al otro gran “bloque” (si es que seguirse refiriendo a los países en bloques no es adherirse a cierto lugar común para los que impugnan el certamen), el de los nórdicos. Siguiendo la estela de la brillante propuesta artística del año pasado que realizó Islandia, burlando la “censura” con el proyecto Hatari, este país ahora nos enviaba una banda indie llamada Daði og Gagnamagnið (a la que han estilizado como Dadi para que sea más traducible e incluso risible) que parodian a la diva de ventilador (cliché eurovisivo) con sentimentalismo en un determinado momento de la canción (el minuto 02:00) y tocan instrumentos de mentira (otro cliché eurovisivo) y ataviados en una estética vaporwave, todo con unas notas muy funky que hacen las delicias incluso de los eurofans más capillitas (Nos sigue sorprendiendo como una banda tan aparentemente “alternativa” ha encandilado a fans de divas helénicas virtuosas y Biebers de Petrogrado, al fin y al cabo la mayoría de los fans del Festival). Esto nos sorprende y nos gusta, porque de hecho este concurso sigue teniendo genuinidad y actualidad por apuestas tan sofisticadas como esta: reírse de uno mismo haciéndolo con clase es toda una virtud.

En cuanto al resto del bloque nórdico, poco más que declarar. Las coristas del año pasado de Suecia este año han pasado a ser las cantantes principales –The Mamas– con una canción genérica de superación personal, la noruega Ulrikke con la típica balada dramática de diosa afectada pero que nos lo dice honestamente: “solo quiero tu atención”, los daneses con una apuesta tan machacona como improvisada (porque eso de elegir un cantante hombre y una cantante mujer y hacerlos cantar como si fueran un matrimonio consolidado no es nada nuevo) que parecen suplicarnos pasar a la final conscientes de que ese sería su techo y un señor por Finlandia, Aksel que, pese a resultar muy válido, ha sido el elegido en una tormentosa final nacional en la que iba a ganar Erika Vikman y no sabemos qué pudo ir mal. Bueno sí, su tema Cicciolina era una apuesta polémica que rozaba un tema tabú (el porno), y enteramente en finés (ya apenas se saborean canciones en idiomas distintos al inglés en un festival post-Brexit) que tenía todo cuanto deseamos: un vestido rosa chillón, un trono para ella sola y dos osos custodiándola (además de fuego a su alrededor). Pero ganó una canción de probador de tienda de ropa, y no pasa nada.

Culminando, nuestro recorrido hemos que recalar en la isla de Chipre con Sandro, un chico fit que es coherente con su cuerpo. Running, se llama la canción. Parece que estaban haciendo precisamente eso: corriendo porque no llegaban al plazo los chipriotas para escoger representante de entre los reservas de la discográfica y se quedaron con este señor que al menos en su nombre da el pego (pero es alemán). Poco que destacar en una canción hecha a destiempo. Y para destiempo, o incluso contratiempos, Francia. En el videoclip del tema este galán de anuncio de colonias aparecía encaramado a la torre Eiffel para parecer que la canción sonaba más francesa que inglesa, ya que gran parte de ella la interpretaba en inglés y esta sí, “tiene la equívoca virtud de parecer que ya la hemos escuchado”, citando de nuevo a Ullán. Como se ha comentado anteriormente con el tema de los revamp, luego recularon y la afrancesaron para no incomodar mucho al ministro de cultura (aquí hasta la RAE se encaramó con Barei). No nos podemos olvidar de nuestro estimado Blas Cantó, uno de los cantantes del momento en España del que hubiéramos esperado alguna propuesta menos “internacional” en la que sus posibilidades vocales no quedaran supeditadas ante el deseo de agradar a las masas, o peor aún al “uni-universo”.

En conclusión, nos quedamos con un año lleno de propuestas escénicas trufadas de rasgos identitarios (o incluso postidentitarios) que nos dan que pensar acerca de cómo estas naciones desean construir/negociar su imagen en la arena internacional que es Eurovisión. Nos quedaremos con las ganas a medias. Dada la cancelación y el hecho de que no se van a poder reciclar estas canciones para la edición de 2021 (que tendrá lugar “de nuevo” en Róterdam) muchas de las televisiones participantes han decidido “llevar” a estos mismos representantes a la edición del año que viene (entre ellos la RTVE). Así, cerramos este 2020 no tanto con un adiós sino con un Hasta la vista, baby, tomando evidentemente las palabras de Schwarzenegger en Terminator 2, y como decía otra de las canciones de este 2020, Serbia, en su estribillo (e incluso otras dos canciones más de Eurovisión, en 2003 Ucrania, y en 2008 Bielorrusia).

 

Gala de clausura y palmarés de la Berlinale 2020

Gala de clausura y palmarés de la Berlinale 2020

Y como tenía que suceder, sucedió. La actriz Baran Rasoulof, hija de Mohammad Rasoulof, recogió en nombre de su padre el Oso de Oro a mejor película por THERE IS NO EVIL, la gran ganadora de esta Berlinale. Estoy increíblemente contenta pero a la vez muy triste, porque este premio es para un cineasta que hoy no puede estar aquí. En nombre de todo el equipo, este premio es para él, agradeció entre aplausos del Berlinale Palast. Como vaticiné el día anterior a la ceremonia (crítica de la película aquí), la hija del director iraní recibió el máximo galardón del festival, acompañada por los dos productores. “No hay Maldad” es una película de gran nivel técnico y artístico que invita a la reflexión: el clima de extrañeza en el primer episodio, la excelente banda sonora que transforma en thriller al segundo, la desesperanza del protagonista en el tercero, y el engaño a Baran, hija de Mohammad Rasoulof, en el cuarto y último episodio, que cierra el círculo de THERE IS NO EVIL y cierra un Oso de Oro incontestable, en el setenta aniversario de la Berlinale.

Si merecido fue el Oso de Oro, igualmente lo fue el Gran Premio del Jurado para la estadounidense NEVER RARELY SOMETIMES ALWAYS: una película sobre una adolescente embarazada que, acompañada por su prima, se sube a un autobús para dejar su pueblo natal en dirección a Nueva York para conseguir abortar. La directora Eliza Hittman dedicó el galardón a «los trabajadores sociales y los médicos que protegen la vida y los derechos de esas mujeres». El éxito de la película está en no separarse de la protagonista, manteniendo la cámara siempre cerca de su rostro y captando cada reacción, cada emoción en la odisea de Autumn, maravillosamente interpretada por la actriz no profesional Sidney Flanigan. El título NEVER RARELY SOMETIMES ALWAYS alude a las cuatro opciones de respuesta -nunca, raramente, a veces, siempre- entre las que Autumn debe elegir ante preguntas de una asistenta social sobre abusos sexuales. La escena cumbre de esta gran revelación del cine independiente de EEUU.

 

THE WOMAN WHO RAN discurre con la misma naturalidad y paz con la que me respondió el maestro coreano en la rueda de prensa. Con sus brillantes diálogos, ante los que es imposible no reír, de sus brillantes actrices. A ellas precisamente les dedicó Hong Sang-soo el Oso de Plata a la mejor dirección, un premio al minimalismo fértil, el de conseguir más con menos. Incluso con una grabación deficiente de iPhone de unas melodías compuestas en casa por él mismo. Genialidades de uno de los grandes directores vivos, quién tras diversos galardones en Cannes, Locarno y San Sebastián consigue en THE WOMAN WHO RAN su merecido reconocimiento en Berlín, sobre la mujer que corría (critica aquí).

Questa è stata una Berlinale molto italiana. Desde 2007 no encontrábamos tres titulos italianos en Competición. Dos de ellos resultaron premiados: Elio Germano se alzó con el Oso a mejor actor por su formidable papel en VOLEVO NASCONDERMI, donde interpreta al excéntrico pintor italiano Antonio Ligabue, cuya enfermedad mental le llevo a vivir como un salvaje entre los bosques, usando su arte como terapia. Germano ganó en 2010 el premio a mejor actor en Cannes y ahora en 2020 lo logra en Berlin. ¿El Oscar en 2030?. El segundo film italiano en ganar un premio fue FAVOLACCE y su merecidísimo Oso de Plata a mejor guión: los hermanos d´Innocenzo irrumpieron en la Competición con una historia tan original, detallista e inteligente como pocas se han visto en los últimos años (podéis leer la crítica aquí) Un talento que augura el Oro a mejor película en el próximo lustro, bien sea el Oso en Berlín, el León en Venecia o la Palma en Cannes. Apuntad el vaticinio. Los directores gemelos de FAVOLACCE nos enamoraron con sus muestras de cariño, convirtiéndose en habitual verlos pasear cogidos de la mano o posar abrazados ante las cámaras.

El palmarés  lo completaron la alemana Paula Beer con el Oso a mejor actriz por su interpretación de ninfa moderna en Undine (que llegará a los cines de España de la mano de Golem Films), el premio a mejor documental a Rithy Pahn por Irradiated, un duro tríptico sobre los efectos de las bombas y la irradiación en la población, y el Oso a la mejor contribución artística al veteranísimo Jürgen Jürges, por su labor como director de fotografía en DAU Natasha, película que forma parte de un oscuro experimento ruso-soviético-estalinista, un proyecto denigrante con denuncias de abusos a mujeres que jamás tuvo que entrar en la Berlinale.

Al contrario que EL PRÓFUGO, con la que cierro el resumen del festival, la excelente película argentina presente en Competición. El segundo largometraje de Natalia Meta es una original mezcla de géneros, donde thriller, drama, comedia y terror giran en torno a unas voces intrusas que atormentan a Inés, artista de doblaje y cantante en un coro. Protagonizada por una genial Érica Rivas, los intrusos empiezan a materializarse en EL PRÓFUGO, que rema contra los clichés machistas del cine, resolviendo escenas al contrario de lo que cabría esperar. La propia Érica Rivas, no en vano, ve en esta película “una nueva ola del feminismo” La canción de cierre “Amor” de EL PRÓFUGO puso punto y final a esta edición número 70 de la Berlinale, que fue puro amor, mucho amor, todo el amor.

 

«There is No Evil», de Mohammad Rasoulof (Competición) en la #Berlinale2020

«There is No Evil», de Mohammad Rasoulof (Competición) en la #Berlinale2020

Lo ha vuelto a hacer. La Berlinale nos golpea terminando el festival y lo hace dejando lo mejor para el final, como ya hiciera con Touch Me Not en 2018. THERE IS NO EVIL es la última película presentada a Competición y nos deja sensación a Oso de Oro.

Primero porque las circunstancias que rodean a THERE IS NO EVIL (que vendría a traducirse como No hay Mal o No hay Maldad) son merecedoras de otra película, un thriller de persecuciones. Desde 2010 su director, el iraní Mohammad Rasoulof, es perseguido por el gobierno de su país por mostrar la represión y la tiranía en su cine. Desde aquel año ha sido arrestado en mitad de un rodaje, acusado de rodar sin permiso, acusado de realizar propaganda contra el régimen, sentenciado a 6 años de cárcel por el gobierno de Irán -pena que se rebajó finalmente a uno- retirada del pasaporte y recientemente, prohibición de salir del país. A día de hoy, Rasoulof vive en libertad bajo fianza a la espera de que se cumpla la sentencia. Pero sigue trabajando y haciendo películas.

Y menudas películas. THERE IS NO EVIL está compuesta por cuatro historias interconectadas y centradas en hombres “obligados” a ejercer de verdugos en Irán: mientras hacen el servicio militar obligatorio, son designados a presionar un botón de un mecanismo automático para ahorcar o a retirar el taburete al condenado. Pero la libertad del individuo para negarse a estas prácticas existe y es ahí donde brilla la excelencia de esta película, en ofrecer vías de resistencia. Los cuatro capítulos son retratos de esta resistencia, la de aquellos que se negaron a ejercer de verdugos y las consecuencias para ellos y sus familias. Y la parsimonia con la que fluyen por la narración, con esa lírica y poesía persa tan particulares, es tan desconcertante como feroz.

Heshmat, un marido y padre ejemplar, se levanta muy temprano todos los días. ¿Adónde va? Pouya no puede imaginarse matando a otro hombre, sin embargo se le dice que debe hacerlo. Javad va a pedir matrimonio a su novia el día de su cumpleaños, pero la encuentra extrañamente triste. Bahram es médico, pero no puede practicar la medicina. Decide explicarle a su sobrina el porqué de su vida solitaria haciéndola volar desde Alemania. Las cuatro historias que componen THERE IS NO EVIL se preguntan hasta qué punto la libertad individual puede expresarse bajo un régimen autoritario. Y, como siempre en el cine, más allá del qué lo más importante es el cómo: Rasoulof da una lección de manejo de los tempos, captando la atención del espectador de principio a fin, algo muy complicado en cuatro historias con ritmos y personajes distintos. El cine iraní está hecho de una pasta especial.

En una entrevista concedida a Deutsche Welle, el director desveló que todo nació al reconocer por la calle a uno de sus interrogadores. Lo vi cruzando la calle sin verme. Yo estaba sentado en el coche y lo ví salir del banco. Fue un momento extraño. Se subió a un Peugeot blanco y comencé a perseguirlo. Sentía una ira y un odio indescriptibles. Mientras lo perseguía, los recuerdos de la prisión y los interrogatorios pasaron por mi mente, pero mientras más lo observaba sentía cuán ordinario era este tipo, cuán similar es a todas las personas que ves en la calle, sin monstruos, «sin maldad». Es una persona que compra fruta y hace otras cosas normales. Después de unas horas, giré el auto hacia la casa, pensando en el concepto del mal. Esta colisión accidental creó la primera parte de la película.

El asiento del director estuvo vacío en la rueda de prensa. Otra vez. Se repite algo que ya sucedió en 2015 con el también cineasta iraní Jafar Panahi, condenado a 6 años de cárcel, 20 años de inhabilitación para hacer cine, viajar al extranjero y conceder entrevistas. En aquella edición Taxi Teheran se alzó con el Oso de oro y fue su sobrina, entre lágrimas, la que subió a recibir el galardón. Tanto Rasoulof como Panahi estuvieron en la misma cárcel, la prisión de Evin, famosa por sus presos políticos. La historia del ganador ausente puede volver a repetirse. Pero estará ella para recoger el premio.

Ella sí pudo estar en Berlín, su hija: la actriz Baran Rasoulof, a la izquierda en la foto, protagoniza el cuarto y último capítulo en el que interpreta a una iraní crecida en Alemania. Una joven viaja a Irán por primera vez desde su niñez, en una extraña petición de su padre de visitar a sus tíos. Esta película significa mucho para mí, es un reflejo de mis propias experiencias con mi padre y los ideales políticos que le mantienen en la represión, comentó Baran. La actriz vive con su madre desde hace diez años en Hamburgo, a salvo del régimen, un régimen contra el que sigue luchando su padre desde su país. A través de su cine.

THERE IS NO EVIL golpea como lo hacen las grandes películas, haciéndonos pensar. ¿Cómo aceptar la responsabilidad de nuestras acciones en un contexto autoritario? ¿Cuál es el mecanismo interior en una persona cuando seguimos o no estos comandos, cuando nos vemos obligados a actuar como sabemos que es contrario a la ética y a la moral humana? En síntesis, la película plantea si asumimos la responsabilidad de lo que hacemos, aceptándola en un contexto despótico o si nos deshacemos de ella. Y lo más importante de todo, además de su evidente carga política, THERE IS NO EVIL es una creación artística de muchísima calidad, con un ritmo frenético y atmósfera angustiosa cuando la historia lo requiere, bellos planos del desierto o la naturaleza acompañados de suave música o un extraño clima de tensión ante la observación de algo ordinario. Todo realizado por buenas interpretaciones – incluso alguna excelente- de un reparto a la altura de las historias. El Oso de Oro moral de esta Berlinale 2020.

              Mohammad Rasoulof

 

Generación de niñas en el Zoo y adolescentes berlinesas en la #Berlinale2020

Generación de niñas en el Zoo y adolescentes berlinesas en la #Berlinale2020

Tres películas, las tres dirigidas por mujeres, las tres protagonizadas por mujeres y las tres de Generación. Y las tres excepcionales.

Como cada año, el precioso Zoo Palast al oeste de Berlin abrió sus puertas a Generación, mi sección favorita del festival. Apenas llegué al cine me encontré con Sol Berruezo Pichón-Rivière, o segura y simplemente Sol para los amigos. La directora de Mamá, mamá, mamá me dejó hacernos un selfie pese a los nervios y correcalles previos a un estreno mundial. Después de unos años realizando cortometrajes, maravillosa su página de vimeo, la argentina Sol se lanzó a por el largo y nos dejó una de las mejores películas hasta el momento: Mamá, mamá, mamá

La pequeña Cleo de 12 años y sus primas están envueltas en una capa poética y sensible, mientras hablan de temas como la muerte, la menstruación, el cuerpo femenino e incluso la depresión desde un plano como solo unas niñas pueden hacerlo. Cuando a Cleo le baja la regla llama a su prima mayor Nerina, que tiene 15, quien le explica que esa sangre son bebes que no pueden venir al mundo, se mueren y entonces se caen. ”Ven, vamos a hacerles un funeral” Las niñas se sientan en círculo a modo de ritual, sitúan las bragas ensangrentadas en el centro y dedican entre oraciones palabras solemnes, una despedida. O que decir del despertar sexual, el de la propia Nerina jugando a seducir a un operario de la piscina, quien observa atónito como ésta se derrama agua con una manguera sobre el cuerpo, mientras baila sensualmente. Todo sucede, sin embargo, en un calmado clima de tristeza por la ausencia irreparable de una niña.

Mientras algunas entonan canciones y juegan, la madre de Cleo se encierra en su cuarto, deprimida por el aniversario de la muerte de Erin, su primera hija. El hecho de que nunca lo superara y de que su tia no se despegue de ella hace que las niñas crezcan sin adultos con quienes hablar. Y de los maridos nunca sabemos nada. La hermosa Mamá, mamá, mamá tiene un equipo conformado únicamente por mujeres: a excepción del secundario papel del operario, ni rastro alguno de hombres, apenas dos en los títulos de crédito. “La idea era hacer un equipo solo de mujeres, tanto de actrices como de técnicos. Un par de compañeros sí participaron, pero en la fase de posproducción. Fue como un experimento, no por desmerecer el trabajo que hacen los hombres, ni mucho menos” respondía Sol preguntada por un niño al término de la proyección. “Quería que nos sintiéramos cómodas y no expuestas, porque eran temas muy íntimos y delicados” añadió. Este es uno de los lujos de la Berlinale, el poder interactuar en persona con la creadora de la obra.

Mignonnes. Conseguir un alegato como, me atrevo a decir, nunca antes visto contra la cosificación y sexualización de la mujer, y hacerlo con cuatro niñas de 11 años bailando reguetón y twerking, maquilladas y ataviadas con tops y pantalones ajustados. La segunda película de la jornada en el Zoo venia ya con aureola: Mignonnes había conseguido en enero el premio a la mejor dirección en el festival de Sundance.  Diferenciada en dos partes, la primera más luminosa y la segunda más oscura, el debut en el largometraje de la francesa Maïmouna Doucouré es una película autobiográfica que refleja los orígenes senegaleses de su familia y las dificultades de criarse entre dos culturas: las libres calles de Paris y un hogar muy conservador. “Tenemos que ser modestas y obedecer a nuestros maridos. Allah nos tiene un amor especial y es por eso que debemos contentarle, no avergonzarle, y llevar el pañuelo” alecciona una anciana a otras mujeres. El contraste no podría ser mas abrumador en la siguiente escena, con ombligos al aire y perreos de niñas en la ciudad, ante el asombro de Amy, la protagonista de la película (en primer plano en la foto).  Sus intentos de navegar por ambos mundos, sus nuevas amigas y las ferreas tradiciones en su casa, le exigen una transformacion constante a su corta edad. 

Este grupo de niñas se hacen llamar les mignonnes (las bonitas) y ensayan día y noche para ganar una competición de baile, contra candidatas mucho mayores que ellas. El efecto que consigue Maïmouna Doucouré es divertidísimo, llenando la película de carcajadas y secuencias muy graciosas, de estas Mignonnes que se han criado entre insultos de “bitches” y redes sociales con adolescentes perreando. Sufrí dentro mío una transformación, igual que Amy sufrió la suya. Al principio renegaba y me preguntaba si todo eso no era precisamente contraproducente. Después pensé que la directora trataba de hacer suyo el problema, como suyo han hecho los negros el termino nigger en los Estados Unidos, igual aquí pretende empoderarlas con el término bitch y su estilo de vida particular. Y por ultimo fui consciente de que siendo niñas de 11 años todo esto era un absurdo, eran demasiado jóvenes: lo que se pretende es mostrar la realidad en la que viven, en la que vivimos, desde la perspectiva de las niñas, no la de los adultos, no con nuestros prejuicios o ideas preconcebidas. Y así la película escala a tonos mas turbios convirtiéndose en un Tour de Force imprevisible y nos zarandea de un lado a otro, sin poder adelantar lo que pasara a continuación. Un verdadero «lo que viene a continuación te sorprenderá». Excelentes actuaciones de todas ellas, de estas Mignonnes que carecían de experiencia previa en cine o teatro y fueron seleccionadas en un macrocasting de entre setecientas niñas. Fabulosas.

La imagen vale más que mil palabras. Esa mirada entre las dos, las sonrisas de amor y felicidad, los tonos cálidos del verano, la caricia de afecto.

Después del éxito de su debut Looping en 2016, había una gran expectación en Berlín por Kokon, la segunda película de Leonie Krippendorff. Porque Leonie es berlinesa y la película transcurre en Berlín. Y no en cualquier sitio: Kottbuser Tor, uno de los centros neurálgicos más representativos de la capital alemana, multicultural y de fuerte predominancia turca, bares de shisha, ingente actividad nocturna, fiestas, drogas y un largo etcétera. Así como en Looping tres mujeres eran las protagonistas, tres mujeres de diferentes edades que se apoyaban y amaban, en Kokon son tres adolescentes berlinesas, dos hermanas y la mejor amiga de una de ellas. Kokon significa en alemán capullo, la fase previa a la metamorfosis de la mariposa. Y así presenciamos la transformación, lenta pero constante como la de un capullo, de los catorce años de Nora -interpretada por Lena Urzendowsky– la protagonista de la historia: es verano, hace calor y el acaloramiento sexual lleva a las miradas curiosas y a las primeras masturbaciones. Al igual que en la película de Sol Berruezo, aquí las figuras maternas están semiausentes y las paternas apenas se mencionan: Nora y su hermana mayor Jule bajan al bar para ver a su madre, donde pasa tanto o más tiempo que en casa. Y al igual que en la película argentina, aquí también vemos unas bragas con sangre cuando a Nora le baja la regla. Parecería que se están empezando a normalizar en el cine ciertos momentos que son normales en la vida real. Ya era hora.

Y en la vida de Nora aparece uno de los grandes alicientes para ver Kokon: Jella Haase, una de las jóvenes europeas más talentosas de la actualidad, que interpreta a Romy, un alma libre y enigmática que ayudara a Nora con su transformación a mariposa.  A Haase la encontramos en otra película de esta Berlinale, la esperadísima Berlin Alexanderplatz que opta a los premios en Competición, donde podría ganar el Oso de Plata a mejor actriz. Haase, al igual que la directora y las otras chicas, es también berlinesa. Todo queda en casa. Una casa de la que salir, disfrutar y experimentar en una ciudad libre como ésta, donde amar y ser amada, con los tonos cálidos de Kokon y su música envolvente, sus planos delicados y en definitiva, la sensibilidad y belleza con la que filma Leonie Krippendorff.

Una generación espectacular, sorprendente y poderosa de películas realizadas y protagonizadas por mujeres, un aire fresco que trae nuevas perspectivas al cine. Kokon, Mignonnes y Mamá, mamá, mamá son perfectos ejemplos de ello. De renovación del cine. De un nuevo cine.

El Bien, el Mal y los números de Oleg Sentsov en la #Berlinale2020

El Bien, el Mal y los números de Oleg Sentsov en la #Berlinale2020

Doscientos minutos nos tuvo el rumano Cristi Puiu escuchando a cinco aristócratas rusos del siglo XIX filosofar acerca de la muerte, la guerra, el progreso y la moral. Nada más y nada menos que tres horas y veinte minutos de debate sobre, en definitiva, el Bien y el Mal. Al término de la película, el director subió al pedestal agradeciendo a los presentes por permanecer hasta el final en este porno del duro intelectual.

Malmkrog, que inauguró la sección Encounters, cuenta con unos cuarenta planos donde tan solo dos escenas -y breves- son de exteriores. El resto de la historia transcurre dentro de una lujosa mansión con, a ojos de Nikolai, la victoria incontestable del Mal sobre el Bien y de la muerte por encima de todo. La Joven Olga recurre a su férreo cristianismo y a los evangelios argumentando a favor de la fe en la vida y en el mundo, donde matar a una persona nunca, y bajo ninguna circunstancia, es moralmente aceptable. Similar piensa Ingrid, quien además se pregunta si es posible tener una buena guerra y una mala paz. Y así, como decía, durante doscientos minutos, que escrito es mucho menos que vivido, se filosofa sobre los grandes temas y se hace en francés, porque estos aristócratas de primer nivel eligen la lengua de Voltaire por encima del alemán o el inglés, lenguas que dominan también. Y todo esto a las 11:30 de la mañana, un ejercicio de resistencia y concentración que muy pocas audiencias pueden reunir. La Berlinale es a veces un deporte de alto riesgo solo recomendado para los más in(sensatos)trépidos.

En sus marcas, listos… ¡fuera! A Oleg Sentsov lo liberaron en septiembre de 2019 tras pasar cinco años y medio en prisión. El activismo político y la oposición a las autoridades rusas llevaron al cineasta nacido en Crimea a ser arrestado por el servicio secreto ruso, acusado de “supuestos“ actos terroristas durante la crisis de Crimea en 2014. Y ahí, desde la cárcel, dirigió la película Numbers, basada en una obra de teatro escrita por él mismo: una sátira universal sobre el sometimiento de los regímenes a sus pueblos, las cadenas de la religión y sobre la cárcel que, en definitiva, es la vida si uno no goza de libre albedrío. En Numbers observamos la vida de diez números, donde la jerarquía lleva a 1 a repetir día a día unos absurdos ejercicios: todo está en Los Reglamentos, un gran libro del que 1 nunca se separa y donde Cero figura como el creador de todo y al que todos obedecen, pese a que ninguno nunca lo ha visto. El ingenio de la película es brillante, plagada de sarcasmo y conflictos tan burdos que llevan a 8 a rebelarse y terminar en prisión. Este hecho y el nacimiento de 11 desencadenan unos acontecimientos…muy sorprendentes.

Desde la cárcel, Sentsov contó con la ayuda de fuera del también cineasta crimeo Akhtem Seitablaiev, quien iba filmando la película en base a las indicaciones y dibujos que Sentsov le enviaba en sus cartas. Esta correspondencia de dos años fructiferó en una película que vimos en la sección Berlinale Special. Si hay una historia especial, es sin duda ésta. Seitablaiev nos contó en la rueda de prensa que las revoluciones están hechas por románticos y son otros los que se benefician de ellas. Pero lejos de amilanarse, hizo un llamamiento a la resistencia: ”Si guardo silencio sobre la situación en tu país, algún día puedo terminar yo en prisión. No guardéis silencio”.