EUFORIA: festival de cine trans y no binarie

EUFORIA: festival de cine trans y no binarie

La primera edición del festival de cine trans y no binarie: Euforia se inauguró el pasado 23 de noviembre, con motivo del día internacional de la memoria trans, teniendo otras dos sesiones los días 25 y 28 del mismo mes. Los beneficios de las entradas de la muestra se destinaron a la caja de resistencia Nit de Reinonis, una agrupación de peña trans que surgió del grupo de apoyo mutuo (GAM) de Valencia. El festival presentó cortometrajes de Ángel Morales, Carlos Torres, Rio Molinengo, Colectivo Tekiero, Cande Lázaro, Álbert García, Savel Alonso, Saya Solana, Víctor Díez y Aikkke Hernández. Asimismo, se proyectaron videoclips de Asier Elgars, Leña Dora, Gadyola y Vinaixa, y contó con la exposición de obras plásticas de Pablo Salse y Yun Ping.

Natalia y Angie sirviendo. Imagen de Celia Dosal.

Angie y Natalia se conocen en el contexto del cine. Comienza el movimiento. Con marcada emoción hacia un día de memoria, ambas deciden organizar un festival de cine trans y no binarie. A partir de esto, y a través de una intensa búsqueda en redes sociales y el apoyo de algunas organizaciones comprometidas con la causa, se desarrolla un proceso de selección interna de piezas audiovisuales creadas por personas que formasen parte de esta realidad y que abordasen el tema de la identidad, de la transición y del cuerpo. La composición de este festival -que en un principio pudo entenderse como evento o certamen, y que vio la necesidad de ampliar fechas en vista del interés general- ha pasado por un camino orgánico dada la respuesta de su comunidad más cercana. Angie afirma:

“Terminamos considerando Euforia como un festival después de visionar todas las propuestas y quedar destrozadas con el potencial que prestaba cada una de ellas”.

Esto no fue un encuentro casual, sino un lugar de resignificación. Entonces, Euforia -nombre que, de hecho, se inspira en el cuerpo textual del cortometraje de Aikkke Hernández- llevó a sus organizadoras a sentir la necesidad de mantenerlo en el tiempo. Existe una narrativa en la que la representación está determinada por vórtices y relatos trágicos que llevan a quienes tienen la voluntad de contarlo a que las demás seamos testigos de algo así como un sueño febril. Alrededor de esto, Natalia y Angie quisieron lanzar reflejos que no siguieran un discurso preceptivo, sino que estuvieran atravesados por la ternura, la diversión y la vulnerabilidad.

Llegamos a una ambiciosa programación, de hora y media de duración, compuesta por catorce obras audiovisuales y cinco plásticas. Se configuraron tres bloques: uno musical, a saber, Poniendo el corazón en las cosas que me importan (Asier Elgars); Cliente (Leña Dora); Travesti de Perú (Gadyola) y Vecinas (Vinaixa), que atienden a lo queer dentro de la cultura del videoclip. El segundo, con tono documental, presentó Ancla (Ángel Morales); Cuerpo a cuerpo (Carlos Torres); Habitándome (Rio Molinengo); Uranite (Colectivo Tekiero); Mar(i)cona (Cande Lázaro); Enby (Álbert García); Versión Definitiva (Savel Alonso); Piropo Maniacs (Saya Solana); Montería (Víctor Díez) y Moratoria (Aikkke Hernández). Y un tercer bloque expositivo, sobre las paredes de la misma sala, donde se dispusieron las fotografías Self-portrait with sock as a penis y Self-portrait with dildo de Yun Ping, que a pesar de tener dos años de distancia de creación entre una y otra, comparten espacio con su serie de fotografías Be water, my friend. En frente, la obra CELIA de Pablo Salse, una pieza de gran formato que establece un diálogo entre el avatar digital y el transformismo.

(De izquierda a derecha) Ángel, Aikkke, Savel, Vinaixa y Carlos pasándoselo bien. Imagen de Celia Dosal.

“Por encima de cualquier cosa, Euforia ha sido vital, transformador, inspirador, único y necesario”.

Este festival, organizado de manera autónoma, no sirvió exclusivamente como plataforma de representación. Fue, durante toda su jornada, un espacio íntimo que permitió tener un coloquio compuesto por quienes acudieron, tratando lo sustantivo dentro de las realidades de cada une, con naturalidad y confianza, como si formásemos parte de un grupo de apoyo. Natalia, emocionada y satisfecha, confiesa:

“Al final de cada día de presentación, pensaba en que ojalá la Natalia de hace un tiempo hubiese tenido la oportunidad de vivir algo así. Me llevó a sentirme plena con lo que hicimos”.

Esto va a durar. Esto no se acaba aquí. Y ahora, en momentos afilados, de cuestionamiento y derogación de los derechos más básicos de nuestra comunidad, seguirá arrojándose desde el activismo; la academia; desde lo público y lo privado; desde la educación; cualquier plataforma y, sobre todo; desde la cultura, toda una luz capaz de perforar la normatividad e iluminar ese cosmos en el que han de convivir todas las realidades con la mayor sensibilidad identitaria, conciencia de clase, perspectiva de género y mucha -de verdad, mucha- euforia.

Vista general de una de las sesiones del festival. Imagen de Celia Dosal.

2023, Un año de amor y desamor a través del cine (I)

2023, Un año de amor y desamor a través del cine (I)

Creo que es de justicia definir 2023 como un año intenso a nivel sociocultural en torno a la idea instituida de amor y no son pocos los debates que se han puesto sobre la mesa y los productos culturales que se han hecho eco de estos. El año ya empezó fuerte con Shakira sacando un tema con Bizarrap en el que destripaba su ruptura con Gerard Piqué. Las redes ardieron sobre si tal exposición era lícita o no y sobre como deben o no deben vivirse las rupturas. Alexandra Lores hizo un artículo en Vogue recogiendo algunos de los debates que se abrieron en el que tuve el gusto de participar. No fue la única ruptura que generó revuelo, ya que pocos meses después supimos que Rosalía y Rauw Alejandro, ya prometidos y con su casa en Manresa, pusieron fin a su relación. «Todas las parejas están cortando menos la mía, necesito cortar» ironizaba la actriz y influencer argentina Julieta Coria en uno de sus vídeos virales a propósito de Venus retrogrado, un fenómeno astrológico que parecía ser el responsable de que este verano muchas parejas que parecía que nunca cortarían cortaron. El clima social se volvió raro y muchas personas en redes empezaron a decir que si Rosalía ponía fin a una relación que se nos mostró en redes como idílica, no tenía sentido seguir creyendo en el amor.

El cine no ha estado aislado de este debate público y no tardaron en aparecer memes que asociaron la ruptura de Rosalía con la película de Barbie, por ejemplo. ¿Es todo una gran coincidencia? Los nacidos en los noventa estamos presenciando últimamente muchas rupturas si, pero también muchas bodas. Muchos de los que poblamos las redes estamos entrando en al década de los treinta. Es un momento vital en que para bien o para mal las cosas se ponen serias y deben tomarse decisiones. Los artistas y cineastas que consumimos también viven momentos vitales similares a nosotros y, de forma inevitable, su obra queda impregnada de ello.

Son muchas las películas españolas recientes que giran en torno a una crisis de pareja a menudo vinculadas al espacio rural. Ya en 2022 tuvimos la premiada Cinco Lobitos donde Laia Costa interpretaba a una madre primeriza que veía como su relación se iba haciendo añicos poco a poco ante el desinterés de un novio/padre que no estaba en los momentos que tenía que estar y decidia irse a vivir con sus padres, en un pequeño pueblo del país vasco. En Suro, Vicky Luengo y Pol López interpretaban a una pareja de neorrurales que veían como su nueva vida conjunta en el campo ponía sobre la mesa sus evidentes diferencias sociales y morales. Anna Castillo en Girasoles Silvestres, atravesaba tres relaciones en la década de los veinte plagadas de conflictos e incomprensión. Una película que toca muchos temas interesantes y que creo que pasó muy desapercibida y en la que Anna Castillo hace un gran papel, con un estelar Oriol Pla en el papel de un perfecto chulo de extrarradio que es la pesadilla de cualquiera.

Si bien a Anna Castillo le han dado un papel más alegre en la divertida a la par que absurda El fantastico caso del Golem, a Laia Costa le ha tocado repetir en personajes que sufren de desamor. En Els Encantats de Elena Trapé (Las distancias) y en la esperada Un amor de Isabel Coixet, adaptación de la novela homónima de Sara Mesa. En Els encantats vemos un personaje casualmente muy similar al de Cinco Lobitos, casi como si de una continuación de esta se tratara. Irene se ha separado recientemente de su pareja con la que tiene una hija de cuatro años. Durante el transcurso del largometraje vemos como ella debe lidiar con la primera vez que experimenta la separación de su hija, que está con su padre. Para llevar la soledad va a pasar unos días en una casa familiar de los Pirineos de Lleida. Es una película esencialmente intimista, casi introspectiva, en la que Irene decidirá quitarse de encima a un pesado Daniel Pérez, con mucha prisa para formalizar una relación que solo él parece ver. Las dudas asaltan a una recién divorciada que ve como la estabilidad de su vida ha desaparecido por completo y los remordimientos afloran, a pesar de que las constantes recriminaciones cruzadas con su expareja no cesan tras la ruptura. Destacable el papel de Pep Cruz, que hace de vecino de Irene, casi el último superviviente de un pueblo fantasma y es un importante apoyo para ella.

Un amor habla de un conflicto más incómodo, como nos tiene acostumbrados ya Sara Mesa. Laia Costa interpreta a Nat, una traductora que aterriza en una casa de pueblo que se cae a pedazos y que intuimos que tiene un pasado complicado que le ha impulsado a huir. Ante la necesidad de reparar el tejado de su casa, Nat recibe con incredulidad el intercambio sexual que le propone Andreas (Hovik Keuchkerian), pero pronto vemos como termina cediendo a una relación a la que acude repetidamente, con necesidad. Me hizo sufrir mucho Nat, ya que tiene tanta necesidad de cariño y compañía que accede a una relación que no le hace bien y busca un conjunto de cuidados en personas que desde un inicio ya le han dejado claro que no van a poder dárselos. Termina completamente desquiciada por la impotencia de sufrir en una situación en la que se ha puesto ella sola y de la que no sabe huir a tiempo. Nat nos demuestra que el tipo de relaciones que tenemos muchas veces dicen más de nosotros que de los demás.

No quería cerrar esta sección dedicada al cine peninsular sin hablar de la que es para mí una de las películas del año. Creatura, dirigida y protagonizada por Elena Martin (Júlia ist, Suc de síndria) con la participación en el guion de Clara Roquet (Libertad) ahonda todavía más en el amor y también en el sexo desde una perspectiva personal, casi psicoanalítica. Mila se va a vivir a una casa familiar en un pueblo con Marcel (Oriol Pla) que es su pareja. La vuelta al pueblo en el que creció hace aflorar en Mila un conflicto personal vinculado al sexo que tiene su origen en la infancia y hace su acto de presencia a través de una dolorosa urticaria en su piel. La infancia y la adolescencia de Mila son recordadas por medio de flashbacks mientras vemos como la pareja va entrando en una crisis cada vez más importante. La falta de confianza y deseo sexual de Mila hace que Marcel, que en muchos momentos es torpe y poco empático, se sienta cada vez más inseguro. Se convierte en un conflicto que pone en juego la relación entera y que ninguno de los dos sabe como resolver. Crece entre ambos una distancia cada vez más grande, incapaces de comunicarse, incapaces de entenderse. El cuestionamiento social del deseo femenino y la presión que las mujeres sienten para expresarlo de manera libre, protagonizan una película que no tiene miedo en buscar el origen del trauma. A pesar de tocar temas delicados, no cae en el cringe, la falta de sensibilidad o la simplificación, aunque no por ello deja de ser incómoda. Creatura habla de conflictos personales, íntimos, que muchas veces nos cuesta reconocer o nos cuesta saber de donde vienen y que afectan a como nos relacionamos. Habla también de la importancia de la relación con los padres y de como esta afecta a la construcción de nuestra personalidad sin caer en debates psicoanalíticos, sin explicar más de lo necesario para el desarrollo de la trama que quiere contar.

En el resto del mundo el cine también ha dialogado sobre temas comunes y nos ha dado películas que desarollan temáticas que creo que pueden servir de referente para la ficción de los próximos años. Sería abrir muchos temas y saldría un artículo con una extensión tal que asustaría a cualquier lector, así que me emplazo a mí mismo a una segunda parte de este pronto.

«Samsara»: un viaje sensorial a través de la reencarnación

«Samsara»: un viaje sensorial a través de la reencarnación

El pasado 22 de noviembre pudimos asistir, gracias a la programación de Conde Duque, a la premier de Samsara, la última película de Lois Patiño que obtuvo el Premio Especial del Jurado en Berlinale.

Samsara se revela como un tapiz visual que nos envuelve en un viaje transcendental atravesando paisajes impresionantes y culturas que percibimos lejanas. Esta película nos sumerge en la exploración de la conexión universal entre la humanidad y la belleza efímera de la existencia. Se nos invita a desafiar la literalidad del tiempo en tres partes diferenciadas.

Comenzamos el viaje conviviendo con los monjes de los templos de Laos, el libro tibetano de los muertos nos guía por los paisajes impresionantes y la esencia contemplativa de las imágenes.

Tras habitar en esta primera parte una sensibilidad hacia la belleza visual que constantemente evoca la inevitabilidad de la muerte, la narrativa, poco tradicional del cineasta, llega a su punto álgido; a través del cine expandido, transitamos entre la muerte y la vida en una experiencia cinematográfica cruda, en la cual las emociones más primarias desbordan el cuerpo. En este punto pasamos a ver la película con los ojos cerrados y a corazón abierto.

Al finalizar este viaje por el más allá, la belleza de la poesía visual vuelve a reconfortarnos. Nos encontramos ahora en Zanzíbar, reflexionando sobre la conexión humana con la naturaleza, algo que se siente recurrente en la obra del cineasta. En lugar de abordar la muerte de manera sombría, su presencia es utilizada en pantalla para fomentar la contemplación y la apreciación de la vida en todas sus manifestaciones, con un enfoque tan interesante como es la búsqueda activa de la belleza mediante la quietud. Emerge una danza entre lo real y lo onírico donde el paisaje natural se fusiona con la introspección humana.

Importantísimo el diseño de sonido y los paisajes sonoros de Xabier Erkizia, que completa la experiencia inmersiva. La elección del formato de 16 mm hace que la cinematografía, a cargo de Jessica Sarah Rinland y Mauro Herce, se presente como un testigo íntimo de la fragilidad/fuerza de la realidad. Cada fotograma se convierte en una reliquia visual. Las texturas y matices del celuloide añaden una capa de nostalgia y autenticidad y agrega una calidad táctil a las imágenes que consigue convertir cada frame en una ventana a esas culturas y comunidades.

El hecho de que cada directora de fotografía se encargue de un tramo del viaje, fundamenta todavía más la idea de cambio, de la transmutación mediante la reencarnación que sufrimos en ese tránsito intermedio. La fotografía de Laos (Herce) se siente etérea, vaporosa, meditativa; la de Zanzíbar (Rinland) se siente en cambio vibrante, tierna, vital.

De alguna forma, la estética poética de la película me ha llevado a pensar en el cine de Chick Strand y reflexionar que el cine etnográfico no trata solamente sobre la observación objetiva, sino que aborda también temas relacionados con la inmersión, la participación y la captura de la verdad subjetiva de una cultura. A su vez, en ambos cineastas, existe una distancia crítica, por lo que considero que Samsara contempla la representación de estas comunidades de una forma ética y autoconsciente. Así mismo, pretende no caer en exotismos, lo que implica una consideración cuidadosa de cómo se retratan las personas, culturas y entornos en la pantalla.

El cine es un espejo que refleja y refracta no solo nuestras realidades, sino también nuestras esperanzas, temores y, sobre todo, nuestras complejidades humanas. Samsara es una película que te hace pensar:

“que hermoso sería tener otro cuerpo, ahora que he muerto.”

Berlinale 2023: “20.000 especies de abejas”, de Estíbaliz Urresola (Competición)

Berlinale 2023: “20.000 especies de abejas”, de Estíbaliz Urresola (Competición)

¿No es este rostro de una pureza evocadora? La película más emotiva de la Berlinale llega de manos de una debutante en el largometraje, la bilbaína Estíbaliz Urresola. La más clara candidata al Oso de Oro, si no la gran favorita, es muchas cosas, entre ellas la película más redonda, más completa del festival, pero es que además es una película adelantada a su tiempo.

20.000 especies de abejas afronta una temática hasta ahora casi inexplorada en el cine, la transexualidad en la infancia. El único precedente conocido con cierta repercusión internacional es el de Petite Fille, el sentido y sincero documental del francés Sébastien Lifshitz, estrenado hace tres años en la sección Panorama de la Berlinale.

En el caso de la película de Urresola la comprensión y la sensibilidad son apabullantes, una incursión en la sociología alrededor de la infancia trans con el punto de vista más inteligente de todos: el de los otros. ¿Cómo nos perciben los demás? La pequeña Lucía (que aún no es Lucía) nos representa, nos metemos bajo su piel y atónitos observamos la parálisis y estupefacción de los adultos ante un ser humano en evolución. Porque, ¿qué es Lucía? El nacido y conocido como Aitor transita una etapa de pupa, una intermedia y necesaria para su desarrollo, conocida como Coco. Con este nombre unisex se presenta ante los otros niños, pero, sin embargo, no gusta que su familia le llame por ese nombre. Efectivamente, esto resulta muy confuso. En uno de los videos, podríamos decir, de autoayuda de Alejandro Jodorowsky se nos indican unos pasos necesarios para la liberación: libérate de tu nacionalidad, de tu sexo, de tu profesión (que tampoco te define) y de tu nombre. Una vez liberados de todas las etiquetas, podremos ser nosotros mismos. La labor de deconstrucción de las identidades es un tema capital en el discurso político actual, es casi un rugido en las calles.

Una excepcional Patricia López Arnaiz interpreta a Anne, la madre de la inminente Lucía, quien proyecta en su hija sus inseguridades, fruto de unos padres conservadores, hijos de una época y contexto heteropatriarcal y machista. Anne es una excelente escultora, igual o más que lo fue su padre, pero la condescendencia de ambos con su talento devino en una cierta cárcel de frustración en la que Anne vive. Una falta de confianza que es un velo que le impide ver lo que tiene delante: el desconcierto que está atravesando su crianza con su identidad.

La película es una representación de la sociedad a través del panal que forman los miembros de la familia de Aitor/Coco/Lucía y su entorno. Y la reina de 20.000 especies de abejas es la niña, quien ayuda a su madre tras atravesar un proceso trascendental ante el asombro del espectador. Explicaba la directora en rueda de prensa que su relación con el cine era el de construir puentes, tratando con esta película de unir diferentes mundos para ayudar a la comprensión. Estos dos mundos están hábilmente representados por las dos abuelas de Lucía: por un lado, la conservadora Lita, que culpa a Anne de la confusión de su hijo, asegurando que es solo una fase que ya pasará. Y por otro la apicultora Lourdes, un alma libre, el verso suelto de la familia, una mujer atípica acostumbrada a ser señalada por miradas ajenas y a luchar contra adversidades; esto hará que tenga una empatía especial con esa niña a la que todo el mundo llama Aitor. Junto a Lourdes, el gesto de la niña (portentosa actuación de Sofía Otero) es de una sororidad liberadora y sonriente.

En el guion sagaz de 20.000 especies de abejas encontramos sirenas, esculturas abstractas y un ramillete de referencias a lo corpóreo, a identidades no normativas, que maridan una trama soportada por fantásticas actuaciones durante las dos horas de película. Todo ello conforma un tejido social y psicológico que, en última instancia, deviene en una pangea emocional. Y es que, gracias a un fluido montaje, el parpadeo es más inconsciente que nunca ante la historia que acontece ante nuestros ojos. Unos ojos exhaustos los de Estíbaliz Urresola cuando nos cruzábamos durante estos días en los correcalles habituales del festival. Iba de compromiso en compromiso, de entrevista a entrevista, nacionales e internacionales, me decía. Y yo la animaba y sentía una tremenda admiración por esta mujer y por todo el mundo que intervino en hacer esta película posible. Además, si un rayo de hielo nos traspasara el corazón tornándonos insensibles, podríamos apreciar más siquiera la excelente película que es en sí misma, por su talento cinematográfico y su lección de planteamiento, desarrollo y conclusión de una historia.

Quien me suela leer, conocerá de mi cierta tendencia a la grandilocuencia, la cual no responde a la exacerbación gratuita sino a una sensibilidad consecuente, sustentada por un considerable conocimiento y estima por el buen cine. Dicho lo cual, sin el menor atisbo de duda, llegará un día, dentro de mucho tiempo (esperaríamos que no tanto) en el que se hayan producido enormes avances en la integración de la visibilización y comprensión de la transexualidad en la infancia. En ese día, la desmemoria del paso del tiempo hará que muchos no sean conscientes de que 20.000 especies de abejas fue una piedra de toque para haber llegado hasta ahí.

Berlinale 2023: «TÓTEM», de Lila Avilés (Competición)

Berlinale 2023: «TÓTEM», de Lila Avilés (Competición)

Lila Avilés aborda en TÓTEM en apenas hora y media una cantidad ingente de temas: el hogar, la familia, la muerte, la niñez, la enfermedad, la fauna, las tradiciones o las creencias. Y el resultado es, permítase el término, cercano a lo milagroso. La película funciona como un todo, como si hubiera un solo tema que todos estos aunase. Y quizás así sea: el Tótem, como indicó la directora mexicana en rueda de prensa, entendido como la casa, allí donde habitamos todos los días. Y por ello ahí es donde todo tiene lugar, todos los temas posibles. Dentro de la casa de Sol.

Sol tiene siete años y le pregunta a una tía cuándo terminará el mundo y a otra si su papa se va a morir. Un padre enfermo en su habitación al que veremos a cuentagotas. Su cuidadora es Cruz, una mujer amorosa y una más de la familia (interpretada por la maravillosa Teresita Sánchez, quien también aparecía en La Camarista, la ópera prima de Avilés) Y una madre que juega con Sol al principio de la película y apenas volveremos a ver.

El dinamismo en la casa es incesante allí donde intervienen hijas, tías, sobrinos, abuelos, amigos…las niñas que juegan, mujeres que conversan y preparan la cena o se acicalan, el abuelo terapeuta en plena sesión con un paciente. Y así.

Este dinamismo tan solo se detiene por hermosos momentos de observación de insectos y animales, que forman parte de la vida, y cuya abundante presencia también está relacionada con los seres humanos, que también somos animales aunque a veces lo olvidemos. Todo forma parte de un uno. No tenemos música en TÓTEM, pues el ritmo emana de los propios personajes. Y emana asimismo de su sentido del humor, esporádico e ingenioso, que impregna muchos diálogos. Al final del día, se han reunido para celebrar.

Porque el motivo de la reunión de tanta gente es el cumpleaños del papá de Sol, quien, dado su delicado estado de salud, adivinaríamos que podría ser el último. Es bien conocida la festiva manera de los mexicanos de celebrar la muerte, tan unida a una cultura rica y atávica. En este caso, interpretamos que es una doble celebración, de la vida y de la muerte.

Quizás estas largas ausencias en pantalla del padre y madre de Sol, así como de la propia Sol a lo largo de muchos minutos, viniera a simbolizar los avisos de lo que pronto sucederá, la desaparición del núcleo familiar. Y es que los tres nunca aparezcan juntos en una escena, sino de a dos o por separado. Uno tiene la sensación de que en TÓTEM todo está preconcebido y es intencionado, dada la enorme lógica interna de la película, donde incluso para los interrogantes podemos encontrar interpretaciones que cobran sentido. Esta armonía nació de la libertad, como confirmó el equipo en rueda de prensa, una que todos los actores gozaron durante el rodaje.

“Sí, esto es una película, ¡pero juguemos!” decía la directora. “Juguemos como si fuéramos niños, preguntemos, riamos, bailemos y lloremos, cantemos y celebremos. Porque todo forma parte de la vida” apuntaba ahora Naíma Sentíes, la pequeña actriz que interpreta a Sol. Una de las estrellas del festival.

Todos recordamos algunas películas recientes con familias numerosas y la naturalidad con el transcurrir de sus vidas. TÓTEM alcanza un nivel tan realista casi mayor que la propia realidad.

Un tótem es un elemento de la naturaleza, generalmente un animal o una talla pintada, que en la mitología de algunas sociedades representa un emblema protector de la tribu y del individuo. Cuando cerramos los ojos y pensamos en nuestro centro protector, generalmente veremos la casa de nuestra infancia. Lila Avilés opinaba que hoy en día vivimos la vida hacia afuera, por lo que para ella era importante construir desde adentro, desde la casa. Y la vorágine armónica de la vida en TÓTEM no terminó con la película. En la rueda de prensa, Naíma Sentíes (Sol) se levantaba frecuentemente para abrazar e incluso llorar junto a la directora y a otras actrices, todas emocionadas, todas celebrando la vida delante de las cámaras y las preguntas de los periodistas, algunos de los cuales también lloramos, fruto de la preciosa película y de la celebración de la vida de Naíma, una pequeña gran niña tan grande como el Oso de la Berlinale.

Está siendo esta edición del festival una especialmente familiar, con muchas películas que giran en torno a estos dos conceptos, la casa y la familia; bien por su presencia, bien por su ausencia, anhelo o transformación. Abordadas desde distintos puntos de vista, si nos alejáramos y observásemos cual enorme cuadro en un museo, se uniformarían todas ellas en un TÓTEM, un lugar donde celebrar la vida y la muerte, un espacio donde reír, llorar, trabajar y bailar. Un lugar llamado Berlinale.

 

Berlinale 2023: «The Survival of Kindness», de Rolf de Heer (Competición)

Berlinale 2023: «The Survival of Kindness», de Rolf de Heer (Competición)

The Survival of Kindness (en español, La supervivencia de la amabilidad) comienza con la imagen de una mujer negra dentro de una jaula en mitad del desierto. Abandonada allí a su suerte, a una muerte segura, por unos personajes siniestros ataviados con máscaras de gas, quienes se comunican con unos balbuceos ininteligibles. La película es una distopía de un mundo en el que la comunicación entre los seres humanos ha fallado, así pues, el idioma es una herramienta inservible.

Pese al evidente pesimismo y desesperanza de la película, sobresale asimismo el valor de la amabilidad. A este respecto Rolf de Heer, director de la película, indicó en la rueda de prensa que el mundo está lleno de bondad, pero que estamos en peligro de perderla.

Paradójicamente, los enmascarados logran hacerse entender con su idioma absurdo, mientras que los perseguidos, la gente de raza negra, se comunican solo por gestos. Hasta la palabra les han quitado. O quizás la película vendría a referirse a esa bondad inherente al ser humano de lenguaje universal, que no es la palabra, sino la mirada, un movimiento de cabeza, una gesticulación. Esto me recuerda a una escena de la excelente Las Mil y Una, una película argentina plagada de hermosas escenas de silencios. En ella, Renata le dice a Iris que la gente habla demasiado y que el ochenta por ciento de lo que dicen son pelotudeces (leer entrevista a su directora aquí).

La actriz natural Mwajemi Hussein (quien nunca había puesto un pie en un set de rodaje) provee una actuación memorable, con un gesto perenne de fortaleza y fragilidad, de valentía y miedo. Nacida y criada en el Congo, Mwajemi escapó de la guerra hacia Tanzania, donde vivió casi una década en un campo de refugiados con su marido y sus hijos. Entonces la familia consiguió asilo en Adelaida, Australia, donde actualmente reside a sus 51 años.

Con esta historia en mente resulta más poderoso aún su personaje en The Survival of Kindness, una mujer con una convicción inquebrantable que escapa de una jaula y avanza incansable por el desierto, donde le esperan los horrores de un mundo que se vino abajo. La amabilidad de Blackwoman (su personaje no tiene nombre, símbolo de la deshumanización derivada del racismo) con las personas perdidas que se va encontrando es enternecedora. Personas de diversas razas que se tratan con amabilidad y amor mediante el lenguaje de los gestos.

Las parábolas y representaciones se nos hacen visibles gracias a la casi absoluta ausencia de comunicación verbal, otorgando al espectador la posibilidad de concentrarse en los imponentes y desolados parajes, en la travesía de su protagonista y sus interacciones, en búsqueda de un país que ya no existe, representado por una bandera que terminará por arder.

Rolf de Heer ha trabajado durante su larga y dilatada carrera con las comunidades indígenas, conviviendo con ellas y ofreciendo retratos de su pasado y su presente. En The Survival of Kindness da un salto hacia el futuro recreando una distopía no dialogada, una donde pese a la desesperanza y los infiernos la fuerza de voluntad se presenta como el último bastión por el que luchar.