¿Qué es un padre? Sobre «El coratge de matar» en el TNC de Barcelona

¿Qué es un padre? Sobre «El coratge de matar» en el TNC de Barcelona

El coratge de matar, de Lars Norén
Teatre Nacional de Catalunya. Espectáculo en catalán
Dirección: Magda Puyo

¿Qué es un padre? A mí entender, ésta es la pregunta que domina gran parte de este montaje teatral, el cual, de forma sumamente lúcida, presenta los personajes interpretados por Nao Albet y Manel Barceló como dos arquetipos, dos elementos simbólicos cuya encarnación no cesa de darse en la historia, si bien sus materializaciones están siempre sujetas a la contingencia de todo discurso. No en vano, sus dos personajes no responden más que a la nominación simbólica de “padre” e “hijo”, encargándose el texto y la vibrante dirección de Magda Puyo de dotarlos de un contenido asfixiante, próximo a la locura en no pocos puntos de la obra.

De hecho, este montaje teatral, de una clara vocación expresionista donde los afectos son puestos en escena primando una textualidad sumamente gestual y emocional por encima de cualquier naturalismo, retoma la pregunta con la que he empezado mi crítica como una cuestión que, a día hoy, se ha agudizado. Especialmente porque los ideales culturales que habían prometido una solución a este enigma se han desmoronado, a mi entender, de manera irrevocable. En este sentido, la escenografía del espectáculo nos sitúa en un destartalado apartamento que ubica a los personajes en un limbo del cual poco se sabe, como si escenificase la imposibilidad por inventar un sitio que sirva de morada al personaje del hijo, absorbido por lo que interpreta como el desinterés de un padre obsceno y narcisista. Una figura paterna que en no pocos momentos del espectáculo recoge destellos de aquella figura despótica y tiránica que Sigmund Freud, en su lúcido ensayo Tótem y Tabú (1912-1913), presentó como figura temida por los hermanos de la horda primitiva. Era un padre al que los hijos le suponían la capacidad de satisfacer sus pulsiones sexuales sin límite alguno, pudiendo servirse para su disfrute perverso de todas las mujeres.

Ésta es la figura paterna que el hijo no soporta, tirándole en cara durante lo que equivaldría al primer acto de la pieza teatral un desenfreno sexual que conllevó que él se sintiera desplazado y olvidado por su progenitor. De nuevo le acecha la pregunta: ¿qué es un padre? Por su parte, el padre, encarnado magistralmente por Manel Barceló, se valdrá de su aspecto frágil y precario, cuyo símbolo más preciso es esa pierna inutilizada, auténtica metáfora de lo que el hijo no puede soportar: ser un padre conlleva que uno nunca pueda satisfacer el deseo filial, y ahí cada cual debe apañárselas para dar una respuesta a un sino que no deja de repetirse.

En medio de esta escenografía decrépita, repleta de bustos masculinos que simulan la búsqueda incesante del padre soñado por parte del hijo, atrapado en su telaraña de reproches y rencores, aparecerá el elemento en discordia que configurará un auténtico triángulo edípico: Radka, pareja del hijo. Su entrada en escena remueve todo un pasado tumultuoso entre los personajes masculinos, marcados por la muerte de la madre. Lástima que la actuación de Maria Rodríguez no sepa sostener la tensión sexual que llevará al enfrentamiento final entre el progenitor y su vástago, recurriendo en demasía a tópicos algo ya vistos en torno a la simbolización del objeto del deseo que conlleva una lucha a muerte entre dos hombres devastados por su mutua incomprensión. Digo que es una lástima porque el clímax que protagonizan Maria Rodríguez y Manel Barceló queda algo desdibujado por su actuación, así como por la reacción algo fría de Nao Albet, quien oscila a lo largo de toda la función entre la verdad atormentadora de lo no dicho y cierta impostura mecánica.

El deseo salvaje de este padre, capaz de justificarse con cualquier excusa ruin, se tambalea ante la falta de energía de su partenaire femenina. Quizás un poco más de mimo por parte de la directora hubiera salvado su actuación, la cual termina siendo demasiado anecdótica. Este déficit, tristemente, termina influyendo en el desenlace de esta tragedia, donde el hijo mata al padre por su perversa desfachatez y para poner punto y final a su calvario. Algo precipitado, un mayor esmero en el ritmo de las escenas entre los tres actores hubiese permitido redondear lo que prometía ser una de las grandes sorpresas de esta temporada. No defrauda en absoluto, pero podría haber sido mucho más interesante.

 

Las criadas, de Jean Genet, en el Teatre La Seca-Espai Brossa. Una invitación al gozo

Las criadas, de Jean Genet, en el Teatre La Seca-Espai Brossa. Una invitación al gozo

Teatre La Seca-Espai Brossa. Espectáculo en catalán. Dirección: Genoveva Pellicer. [Imagen tomada de aquí]

En 1933, un asesinato conmocionó e indignó a partes iguales a la sociedad francesa de la época. Dos hermanas, criadas en una casa de una familia pudiente, habían asesinado a sangre fría a la señora y a su hija, descuartizándolas, esparciendo sus vísceras por el inmueble y, lo más escalofriante, les arrancaron los ojos cuando todavía no habían perecido a manos de sus verdugas. Los discursos oscilaron desde la exigencia de mano férrea ante semejante atrocidad a la fetichización de estas dos hermanas, erigidas en símbolo de la opresión proletaria que sufría el servicio doméstico en esos tiempos ya de por sí oscuros en toda Europa. En medio de este debate, que movilizó a la izquierda francesa, representada por figuras como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Jean Genet – personaje singular donde los haya – escribió una corta pieza teatral. Obra donde, a partir de los datos de los interrogatorios, el juicio y el informe psiquiátrico de un médico llamado Jacques Lacan, recrea el laberinto demencial y angustiante de dos hermanas atrapadas en su delirio. Una obra que, por cierto, se convertiría en una de las piezas clave del siglo XX, donde la locura deviene arma de denuncia de la miseria social.

Actualmente, hay una nueva versión de este texto a partir de un montaje teatral que puede verse en el austero, aunque estimulante y atrevido, teatro La Seca-Joan Brossa, en Barcelona. Teatro pequeño que suele ofrecer propuestas sugerentes, algo arriesgadas y alejadas de las grandes salas. El montaje que ha dirigido Genoveva Pellicer, protagonizado por las actrices Elisenda Bautista y Meritxell Sabaté, no sólo es sugerente, sino que diría que jamás había visto un retrato de la psicosis paranoide digno del mejor de los cirujanos en una obra teatral. En su apuesta por una escenografía mínima, donde, eso sí, los espejos son fundamentales para dar cuenta de la asfixiante y viscosa relación entre las dos hermanas, el espectáculo se centra fundamentalmente en el texto para dar voz y cuerpo a dos psicóticas castigadas por su propio delirio y la miseria. Un delirio cuyos trances, saltos, matices y elementos sadomasoquistas son retratados de forma sublime por ambas actrices.

Encarnar a dos hermanas que se hallan inmersas en un mismo personaje mediante una identificación absolutamente especular no es tarea fácil. De ahí que se agradezca el detalle, el cariño y la precisión con que cada frase es pronunciada, sin caer en tópicos ni en el morbo por encarnar a dos asesinas a sangre fría. Todo lo contrario: el espacio escénico y el uso intimista de la luz en una sala pequeña permiten que el espectador tenga la sensación de hallarse dentro de la psique de ambos personajes, pudiendo ser testigo de sus miedos, desamores, tristezas, desamparos y de la crueldad con que viven en carne propia la tiranía de la señora. Una señora que, dicho sea de paso, es una auténtica metáfora de la figura de una madre caprichosa y despótica, capaz de martirizarlas sin fin.

Es en este aspecto donde creo que reside la mayor osadía y originalidad de la adaptación del texto que nos propone la directora: señora y criada no son in strictu sensu dos personajes distintos, sino que se trata de dos facetas de las mismas criadas en su delirio infernal. Alejados de todo naturalismo y optando por una actuación mucho más expresionista y cercana al clown, los momentos en que el asesinato de la señora es planeado ofrecen un auténtico recital interpretativo cargado de erotismo incestuoso, donde los gestos rápidos y limpios, acompañados de cuchillos textuales, salpimientan el montaje con momentos álgidos y sublimes. Solange y Clara, los nombres de Las criadas, se nos muestran así como dos figuras poliédricas que terminan siendo consumidas por un desarraigo que no les permitió salir de las cloacas donde se habían criado.

Dicho todo esto, para quien guste del teatro contemporáneo bien hecho, como si se tratase de una labor de orfebrería, le recomiendo encarecidamente el espectáculo. Y si encima le atrae el psicoanálisis – como quien esto escribe –, gozará sin cesar.