UNIKO, Kimmo Pohjonen & Kronos Quartet

UNIKO, Kimmo Pohjonen & Kronos Quartet

Todo empezó en el año 2002. El prestigioso cuarteto de cuerda americano Kronos Quartet -especializado en música contemporánea- estaba tocando en un festival en Finlandia y tenía ganas de iniciar un nuevo proyecto, diferente al resto, que les supusiera un reto. En medio de esta búsqueda, un periodista se les acercó y les preguntó si conocían al acordeonista finlandés Kimmo Pohjonen. Al no tener constancia de su obra, el cuarteto escuchó algunas grabaciones suyas en el backstage, y el resultado fue que quedaron tan fascinados con su obra que acabaron comisionándole una obra conjunta.

El timing fue perfecto, ya que Kimmo Pohjonen junto con su compañero de dúo Samuli Kosminen -percusionista y sampling master-, después de trabajar en su último proyecto Kalmuk con la orquesta de cámara Tapiola Sinfonietta, ya habían pensado y reunido algunas ideas para trabajar con cuarteto de cuerda.

De esta manera, el Kronos Quartet, formado por aquel entonces por Dav­id Har­ring­ton, John Sherba, Hank Dutt y Jen­nifer Culp, y el Kosminen Kimmo Pohjonen Kluster se pusieron manos a la obra y decidieron crear UNIKO.

David Harrington, el primer violín fundador del Kronos Quartet, describió así la primera vez que escuchó la música de Pohjonen: «De vez en cuando escuchas a un músico y piensas: ¿por qué no había escuchado a este tipo antes? Eso fue lo que pensé la primera vez que escuché el CD de Kimmo… La música era vigorizante, manifestadora de la vida, perturbadora, increíble y algo temeraria. Era todas estas cosas combinadas en una experiencia».

¿Quién es Kimmo Pohjonen? ¿qué lo hace original? ¿y qué hizo para atraer la atención de uno de los cuartetos de música contemporánea más míticos?

Kimmo Pohjonen

«I’ve been lucky in that I ended up fitting in everywhere instead of falling through the cracks«

«He tenido suerte en que he acabado encajando en todos los sitios en vez de pasar desapercibido«


Kimmo Pohjonen

Antes de empezar a hablar de este virtuoso del acordeón es importante definir lo que es un loop y un sample. Los loops son el resultado de una técnica de grabación en que el intérprete graba material musical, ritmos o cualquier tipo de sonido, los reproduce en bucle y construye a partir de estos. Y el sample son muestras de sonido que han sido grabadas y procesadas electrónicamente. En un vídeo que grabó Kimmo Pohjonen para el festival de Dresdner Musikfestspiele en tiempos de cuarentena, explica así su proceso compositivo:

«Normalmente hago loops de mí mismo, looping equivale a tiempo real de grabación, y con ese loop construyo algunas estructuras y capas. ¿Cómo utilizas la electrónica con el acordeón? ¿Cómo es posible? Básicamente porque este instrumento es acústico, necesita archivos midi, parte acústica y parte electrónica. La electrónica es mi pedal, puedo combinar el sonido acústico y el sonido electrónico o tocarlos al mismo tiempo. Estas ideas me dan la posibilidad de encontrar nuevos sonidos, nuevos colores».

Su acordeón cromático de cinco filas está totalmente personalizado, armado con micrófonos y dispositivos que derivan en efectos electrónicos, hay cableado en cada tecla y un pedal desde donde lo controla todo. Su estilo, por lo tanto, traspasa las barreras del folk y es considerado de avant-garde donde experimenta con la música electrónica, rock y clásica. Asimismo le gusta incorporar sonidos externos en sus proyectos, «sonidos compartidos que se utilizan en el día a día». Sus grabaciones son características por ser composiciones dinámicas con sonidos audaces, y sus actuaciones, improvisaciones en forma de jam-sessions o conciertos de rock con un sonido envolvente y espectáculos de luz, crean un ambiente único y son toda una experiencia. Es por algo que le llaman «el Jimi Hendrix del acordeón».

Kimmo Pohjonen nació en Viiala, un pueblo al oeste de Finlandia, y cuando era niño, en los 70, siguió la tradición familiar de tocar música tradicional finlandesa un poco a regañadientes. «Los acordeonistas no molaban -confiesa Pohjonen-. No me atrevía a decírselo a mis amigos. Me daba mucha vergüenza porque era algo que sólo tocaban los ancianos».

Ya de adolescente decidió abandonar la Humppa, o la música tradicional finlandesa -favorita de su padre- parecida a la polka y empezó a experimentar con otros estilos como el clásico, folk, músicas del mundo y pop. Entonces en 1996, cuando le pidieron hacer un concierto a solo, se dirigió a una tienda de música y así es como lo relata: «Me miraron raro y entonces les dije ‘¿puedo probar algunos efectos especiales?’ -acto seguido puso micrófonos dentro del acordeón y empezó a improvisar- De golpe escuché algo nuevo. En un día creé mucha más música y me di cuenta de que esta es la dirección que quería. Hice mi primer concierto en solitario y pensé que sólo lo haría una vez, que se trataba de algo raro que nadie querría escuchar, pero a todo el mundo le gustó».

En 2012, Pohjonen recibió la Medalla Pro Finlandia del presidente finlandés por sus servicios a las artes y en 2016 recibió el Premio Estatal de Arte Multidisciplinario de Finlandia. Una buena manera de entender su trayectoria es a través del premiado documental Soundbreaker (2012, director Kimmo Koskela), donde habla sobre su vida como acordeonista aventurero y de vanguardia.

Dos obras icónicas suyas muy curiosas que comparten el concepto de incorporar a sus obras los «sonidos mundanos» son:

Accordion Wrestling y Earth Machine Music

Al parecer los acordeonistas eran estrellas a mediados de los 40 y 50 en Finlandia, cuando la lucha libre era el deporte más popular en este país. Se dieron cuenta que el acompañamiento de acordeón hacía más atractivos los encuentros, venían más mujeres de público y disimulaba el sonido de los «gases» que salían de los jugadores cuando la cosa estaba tensa. Un acordeonista veterano de la profesión le dijo a Pohjonen que le habían enseñado a mirar a los ojos de los luchadores, y cuando veía que el pedo estaba llegando, se las tenía que ingeniar para producir algún «efecto especial» para cubrirlo.

Con esta información, Pohjonen creó su obra Accordion Wrestling, donde se recrean en el escenario los torneos de lucha de los diez luchadores finlandeses -entre ellos dos mujeres- que ganaron la medalla de oro en la Historia. Mientras que se producen los encuentros, el acordeón acompaña las batallas, hace de ringmaster, fraterniza con los luchadores con baladas y hasta combate directamente «mano a mancha» con los luchadores.

Accordion Wrestling

Earth Machine Music, por otra parte, es una obra improvisada hecha en colaboración con granjeros británicos donde introdujo en su banco de samples el ruido de la maquinaria local, el sonido de los motores, equipo, implementos agrícolas, herramientas y en general de todo lo que pudo recoger, animales incluidos. Esta obra la compuso la primera vez que viajaba al Reino Unido. ¿Es posible que hubiera algún choque cultural?.

Earth Machine Music

Volviendo a UNIKO

UNIKO, que significa «único» es una suite formada por siete u ocho (según la versión) movimientos o creaciones interconectadas temáticamente con el mundo de los sueños.

En su página la describe así: «El cuarteto de cuerda, la forma más sofisticada de música de cámara se encuentra con el acordeón, terrenal e irreverente. UNIKO trata sobre los sueños y sobre la vida».

Desde su encargo por el Kronos Quartet en el 2002 a la primera representación pasaron dos años, y se estrenó en el Festival de Helsinki (Helsingin Juhlaviikot). También se ha representado en otros sitios como Moscú, Molde (Noruega), Nueva York (BAM NEXT WAVE Festival) y Ostrava (Festival Colours of Ostrava, Rep. Checa).

Algo muy particular de UNIKO que podemos apreciar en una primera escucha es la exploración de sonidos que hace el ensemble. Tenemos una combinación de los sonidos acústicos en directo de cada instrumento -incluida la voz de Pohjonen-, el timbre de los sonidos electrificados, los sonidos MIDI y la percusión electrónica de Samuli Kosminen. Además este último improvisa y reproduce individualmente muestras del acordeón, voz y de los instrumentos del Kronos Quartet que han sido procesadas y se mezclan con el sonido acústico en vivo, llegando entre todos los elementos a una nueva dimensión.

El sonido envolvente que llena el espacio, así como el aspecto visual de los directos, compuesto por un espectáculo de luces y vídeo, son elementos que completan la experiencia y permiten al público hacer un viaje completamente inmersivo de la obra. Pohjonen, quien utiliza mucho el aspecto visual en sus representaciones, opina que «tiene que haber una razón para hacer una representación en directo, hay una persona en vivo y hay algo extra, y esta es la razón por la que compras la entrada y vas al concierto».

Por último, el ensemble quería que la obra conectara emocionalmente con el público «Era muy importante para nosotros crear algo estimulante y con una gran carga emocional para llevar al oyente y a nosotros mismos a una aventura»

Esta obra ha evolucionado mucho desde su estreno en 2004. Las partes del cuarteto están definidas pero hay espacio para solos e improvisación. El ensemble es flexible y se adapta a la audiencia y al escenario, ya sea una sala de conciertos, una rock venue o un club de jazz. En 2021 UNIKO fue adaptado para orquesta de cámara con Pohjonen al acordeón y voz y Juuso Hannkainen a la electrónica. El estreno se hizo con la Tallin Chamber Orchestra (Estonia).

En el proceso compositivo de la pieza, «[Kimmo] hablaba a menudo sobre la idea de sumergirse en la música, cerrando sus ojos, llegando a algún lugar muy profundo, perderse en él, imaginando el cuarteto de cuerda, allá en todo momento, en el lugar donde estaba escribiendo». Esta sería a su vez una manera interesante para escucharla, a oscuras y con el oído atento, sin perder detalle en este recorrido introspectivo en el mundo onírico.

A medida que Pohjonen iba escuchando las grabaciones de sus composiciones e improvisaciones sobre UNIKO, el acordeonista descubrió que había partes que sonaban como el clima finlandés:

«Algunas veces es tan bello que no lo puedes ni imaginar, y otras veces realmente feo y desagradable, y lo desagradable puede volverse bonito también, ya que me encanta el clima desagradable».

Y sigue así:

«Cuando estaba componiendo UNIKO sentí que me estaba dirigiendo hacia un agujero de hielo, hacia el agua templada, directo al sol y a la oscuridad. Es muy poderosa».

«El secreto de la fuerza sobrehumana» de Alison Bechdel: la viñeta y la vida

«El secreto de la fuerza sobrehumana» de Alison Bechdel: la viñeta y la vida

Dibujando viñetas desde siempre y publicándolas desde 1983, las historias que escribe Alison Bechdel hablan de la vida. De la suya, en tanto que son autobiográficas, pero también de la de otras muchas personas. Lo biográfico es el hilo por el que discurren las ilustraciones, pero beben de un contexto histórico, social y político que está reflejado en ellas. A veces ese contexto se manifiesta de forma explícita y cuenta cómo formando parte del colectivo LGTBI vivió los años duros del sida; otras veces se expresa como una nota al pie y viene ilustrado en la imagen de una tele encendida que da las noticias.

A finales 2021, se ha publicado en español su última obra, que ya se encuentra entre los 50 mejores libros del año. Y es que El secreto de la fuerza sobrehumana no tiene nada que envidiarles a obras anteriores como la mítica Funhome.

Esta última obra habla de ella, pero no como lo hacía en Funhome donde cuenta su relación con su padre y la experiencia de su muerte; o en ¿Eres mi madre? donde trata las relaciones y, en concreto, el vínculo con la madre. Esta es su historia, narrada a través del cuerpo y de cómo lo físico ha sido la vía para cohesionar las pasiones a lo largo de la vida.

Pero ¿qué es lo que hace que una «historietista» -así la define Wikipedia- ocupe un puesto entre los 50 mejores libros del año? En Bechdel se encuentran distintos estratos que la hacen una autora fundamental para este momento. Un primer estrato de su obra sería el paso del tiempo. Todas las historias están narradas en lapsos de tiempo muy amplios, lo que le permite jugar con el derecho al cambio. Comienzan en la infancia y llegan hasta el presente más inmediato. Y no se trata únicamente del cambio que acontece en la vida normal de los personajes, sino al cambio en la forma en que ella percibe las historias. Su historia. Quizás esto solo se aprecie con claridad si se han leído varias de ellas, pero en la historia consecutiva suele hacer repaso y crítica de la anterior. Con ello lo que se percibe es que no se ha blindado en sus propios recuerdos, sino que discurre por ellos a media que crece.

Ese elemento temporal engarza con un segundo estrato, lo autobiográfico. A través de ello Bechdel apela a la necesidad de representación y de ser representada. No es necesario mujer o lesbiana para empatizar con los devenires de su personaje principal, ella. Porque todos estamos llenos de contradicciones y eso está plasmado en cada una de las viñetas. Es extrañamente divertido ver cómo lidia con la muerte de su madre mientras hace sexting con una amante a distancia. En la vida situaciones muy dramáticas coexisten con momentos ridículos y pasamos de unas a otras con total naturalidad, normalmente ayudados por la risa. No es casual que tragicomedia fue el subtítulo elegido para Funhome y es un género que sigue cultivando casi 20 años después.

Alison Bechdel es lesbiana y habla de ello. La homosexualidad y algunos aspectos de cómo esta influye en la vida de las personas están presentes, pero no es el núcleo de su historia ni de sus historias. Y en cuanto a representación esto es fundamental, en tanto que la gente vive siendo homosexual sin que serlo sea en muchas ocasiones, cada vez lo es menos, un conflicto. Te enamoras, convives, te divorcias, se te muere el gato, familiares, odias tu trabajo y todo ello sucede al margen de tu sexualidad. Es imprescindible que haya historias donde hay lesbianas, gays, queers de todo tipo, donde la sexualidad sea un atributo más de los personajes y no un conflicto que inflige drama a las historias.

Lo que articula todos estos estratos es lo que hace su obra clave para este momento y quizás sea la clave de su éxito: la transversalidad. Lo subjetivo que se va solapando con el mundo en el que existe, condicionado por los estímulos que la nutren. Se puede presuponer que estos estímulos son muchos y de distinta índole, pero en sus novelas habla principalmente de las influencias literarias. Estas dan soporte teórico a la historia, la acompañan por los distintos derroteros y aportan un elemento añadido a la historia. Habla de su padre junto con las lecturas que compartieron y grandes obras de la literatura universal son compañeros de sus vivencias. Cuenta la historia de su madre en una búsqueda de analizar sus sentimientos, de la mano de Virginia Woolf o Sigmund Freud. Y emprende este viaje a la fuerza sobrehumana tomando algunos de los caminos que tomó Jack Keruac. Entra en un diálogo con estos autores a la vez que se cuestiona su propia historia y la conversación con ellos va abriendo nuevos focos y ofreciendo respuestas. Los autores y sus obras se convierten también en personajes. La vida está llena de matices y contar una historia que es biográfica limitándose a los hechos sería solo una forma de empobrecer la literatura.

Bechdel aprovecha todos esos estímulos y los plasma en novelas gráficas, un formato que quizás no ha tenido mucho protagonismo hasta ahora. Pero es ese formato lo que le aporta un valor añadido a las historias ya que le permite aunar y separar, según sea necesario, lo gráfico de lo literario, creando dos planos narrativos.

La retrospectiva en que aparece El secreto de la fuerza sobrehumana se titula «Lo mejor de la cultura en el año del reencuentro». No es baladí el título ya que reencontrarse es lo que hace la autora a lo largo de sus páginas. Así nos ofrece a sus lectores la posibilidad también de reencontrarnos a nosotros; nos presenta nuevos interlocutores y nos acompaña en el camino de encontrar un hilo del que ir tirando para llegar a algún sitio de nosotros mismos.

Gente rota

Gente rota

Leer “Tiempo muerto” (2017), novela corta de Margarita García Robayo, resulta incómodo y aun así engancha, interesa, vincula, inspira: Presenciamos la imagen congelada del desmoronamiento de un matrimonio y percibimos las manchas de una diáspora (latinos en EEUU). Irreversibles. La familia con la que lidiamos en la lectura, está compuesta por Lucía, su esposo Pablo, y los 2 hijos comunes, mellizos, Rosa y Tomás. Su residencia habitual es New Haven, un espacio en el que, en la percepción de Lucía, uno puede convertirse en “un punto indistinto en el paisaje frondoso y civilizado” a poco que se descuide. Un lugar donde mezclarse significa “desaparecer”, algo que -y este es un centro existencial de la protagonista- a ella no le importa; New Haven es un hábitat donde cada cual está “a lo suyo” (p. 110) donde no hay nada “roto ni virulento” (p. 111) como en Colombia.

ELLA

Lucía experimenta su existencia situada en un hueco, un espacio vital donde se deja llevar por inercia, por ejemplo, al asumir que “[S]u vida estaba llena de cenas importantes que no servían para nada” (p. 146). La protagonista vive a regañadientes consigo misma, es más, parece que todo lo hace contra su voluntad, pero lo hace: escribir artículos para la revista Elle, comer, abrazar fuerte a sus hijos, emborracharse, meterse en el agua del mar hasta casi perder la conciencia. Y, sobre todo, pensar. Su vida se asemeja a un gruñido anímico y mental.

 

Ahora bien, con su pareja no actúa, pues ni ella ni su esposo mueven ficha para cambiar algo de su descalabrado matrimonio: están asentados en un “tiempo muerto que ninguno se ha dignado a remover” (p 54). Las únicas escenas de sosiego y silencio, que contrastan con la mayoría de situaciones donde se plasman retazos de vidas rotas, son aquellas en las que Lucía contempla el mar, abrazada a sus hijos: con ellos dos a sus costados se levanta y se cierra el telón. De ahí que podamos afirmar que ese “tiempo muerto” de la protagonista que se nos ofrece en la lectura se enmarca en un fragmento de espacio temporal anímico ubicado en la Tierra al borde de un mar. Aunque en realidad, Lucía no reside en ningún lugar identificable geográficamente, ni es su deseo arraigarse a ningún sitio concreto. Solo se pertenece a sí misma en su vacío de relación vinculante con el mundo.

ÉL

Pablo, su esposo, colombiano, es un individuo destartalado. Una ruina de sí mismo. Trabaja como profesor en una secundaria que “pretendía favorecer a la comunidad hispana. Todos los chicos hablaban español. Inglés también. Pero mal. Ambos idiomas terriblemente mal” (p. 31). Marido, padre, profesor, amante convulsivo de vecinas, drogadicto, alcohólico. La afirmación del médico de confianza de la familia lo retrata: un “fiestero de puta madre” (p. 16).

Pablo, en un rincón apartado de su escasa voluntad, pretende buscar sus raíces volviendo a su patria mental, atrapándola con las palabras metidas en una novela. Reconoce que su deseo es dejar las clases y dedicarse solo a escribir, pero en el trazo vital que abarca la novela este personaje también se encuentra en un punto muerto: ni avanza ni retrocede. Vive al lado de sí mismo, encenagado, “llevaba cerca de un año escribiendo una novela sobre una isla colombiana donde había vivido parte de su infancia” (p. 14). Él, al contrario de su esposa, sí que se siente arraigado a Colombia –“patria lejana” (p. 43) y aguanta –“sobrevive”- en los EEUU. Vive -transita- por la vida familiar con un desinterés pasmoso por sus hijos, por su mujer, quien pone a los pequeños como parapeto entre ambos quedándose ella con la mayor parte de sus vidas. Los consejos de Lucía o no llegan a Pablo o le sobrepasan. Desea crearse un destino de escritor, pero no hace nada fundamental para llevarlo a cabo. Su tía Lety -mujer hacendosa, empresaria, pragmática, con un hobby que la arraiga al mundo: el bingo-, le comenta lacónica después de leer el manuscrito de su novela: “¿Tú quieres volver, Pablito? ¿Es eso lo que te pasa?” (p. 53). La novela es el hilo que le une a sus raíces pues según él “un hombre sin raíces es un hombre muerto” (p. 41). La visión de su Colombia, la de su infancia es a todas luces lo que lo mantiene a flote, le facilita la supervivencia.

LOS HIJOS

Han nacido en Estados Unidos. Hablan indiferentemente español e inglés, son “bellos, avispados y extraños” (p. 29). Rosa se sorprende de que haya venezolanos en Miami y le pregunta a su madre por qué no viven en Venezuela. Cuestión cuya respuesta queda en el aire y hace pensar en su propia familia migrante en EEUU.  En ningún pasaje de la novela se ofrece etiqueta alguna a esta familia: ni colombiana ni estadounidense. Están los cuatro en Tiempo muerto. En un limbo de identidades nacionales.

Tomás revela una facilidad exuberante por retener palabras inusuales: pterodáctilo, guayaba, shitty place (p. 76). Como la propia voz narrativa cuando emplea -siempre en el contexto argumental de Lucía- términos inusitados del tipo: voces ríspidas (p. 9), para referirse al sonido de la lengua rusa; ácido muriático; o el neologismo “proxemia”, refiriéndose a la mirada de Lucía sobre la gestualidad de Cindy, la niñera: “su sentido de la proxemia era la de un perro faldero” (p. 12). Lucía necesita distancia. La importancia que para ella tiene la expresión verbal de sus hijos se refleja no solo en sus quejas cuando dice que resulta trabajoso que los niños construyan frases largas (p. 29). También en sus conversaciones es obvio que fomenta la capacidad imaginativa de su hijo varón. Este se inventa historias y “sabe palabras. Es un pequeño adulto. Y es tan parecido a ella”. En cuanto a su hija, más interesada por el deporte y los deportistas, Lucía se alegra de que Rosa haya incubado una “rebeldía fabulosa”. Sin embargo, hay algo que diferencia fundamentalmente a las generaciones: Si sus hijos asumen la lengua inglesa como algo natural, propio, ella, la madre, se excluye conscientemente en el ámbito de esa lengua, no porque no la domine, sino porque no forma parte intrínseca de su estar en el mundo. Cuando ella se dirige a un fan de su hija (se trata de un tal David Rodríguez, “tercera generación de dominicanos en Estados Unidos”) y le pregunta si se tomaría una foto con ellas (Lucía y su hija), piensa que el joven nieto de dominicanos no habla “ni gota de español”. Cuando le repite la misma pregunta en inglés, “se excluye, dice “the girl”, refiriéndose ya solo a su hija, la llama “the girl”. ¿Por qué hace eso?” (p. 61). ¿Es una inercia no querer involucrarse en la lengua inglesa? Creo que no. Creo que es consciente de que ella no cuaja en el mundo anglosajón. Lucía pertenece a sus palabras: Su vínculo a la lengua, a su lengua materna, que es el español, es su patria, que es eso “que se muda contigo” (p. 113).

También se traslada con uno mismo el sabor primigenio, el que se lleva consigo desde la infancia. Cuando cocina comida “calórica y grasienta”, pasando por alto dietas y curas de salud, todos comen en abundancia y disfrutan: “Es el día que se siente más querida. Es el día que se siente su madre y su abuela” (p. 65). Palabras originales (del origen hispanohablante), comida primitiva (de los orígenes de aquellos países de Latinoamérica por donde pasaron sus padres) son sus herramientas sensitivas de ubicación terrestre. El resto en su vida es parálisis. Y contemplación.

EL HORIZONTE

Cuando al final de la historia se encuentra de nuevo sola con sus hijos en una playa mirando hacia el horizonte se adueña de ese pequeño espacio de arena húmeda que ocupan. Y ¿qué es lo que hace? Respirar. Su única forma de arraigarse. El aire del arraigo. Pide a sus hijos que respiren también en cuatro tiempos, para elevar sus pulsaciones, y porque quiere “limpiarlos, llenarlos de oxígeno, preservar sus corazones.” Pero ellos se niegan y se alejan. La siguiente actividad de los mellizos es el negocio insertado en el juego -la ilusión- infantil. Rosa, que es quien más se afianza en la tierra agarra una caracucha (flor ornamental) y se la ofrece a Tomás, su hermano, por siete dólares. Este hace el gesto de sacar dinero del bolsillo y le reta: “Tengo cinco”. Están anclados en el terreno que pisan.

Lucía representa aún y todavía la pertenencia a su pasado, porque ante esta últimísima escena de la novela “Piensa en la ambición inútil de fijar momentos”, es decir, acumular experiencia, hacerla consciente allá donde se encuentre. Por el contrario, sus hijos, ya están instalados en otra esfera: la más pragmática del presente. Allá donde estén, actúan.

Según Lucía es necesario “aprender a orientarse”, parece que eso es lo que importa. En esta novela corta del desarraigo, la orientación de la mirada de la protagonista es literalmente el horizonte, una línea inexistente que divide dos elementos coexistentes en un mismo espacio: La esencia del migrante. Esa persona que se ha movido, ha salido de su hueco y co-existe.

El canto del mundo

El canto del mundo

La lectura de un libro singular de Marina Perezagua (Sevilla, 1978), publicado en septiembre de 2019, me ha provocado un fogonazo, una sacudida mental, en unos momentos de publicaciones literarias, en el ámbito hispanohablante, en los que me encontraba a punto de tirar la toalla y retirarme para volver a los clásicos. ¿Había alguna novedad que valiera la pena leer a finales de 2019? Sí, la había: Seis formas de morir en Texas (Barcelona, Anagrama). En esta novela se cuenta, por un lado, la historia de un hombre que busca la paz para su familia china en el seno de una tradición budista. En su búsqueda comete crímenes, sobornos, depreda y huye finalmente desistiendo de su empeño. Pero el verdadero hilo conductor de la obra lo constituyen las palabras de una mujer que se (re)construye a sí misma desde las cuatro paredes de una celda en el corredor de la muerte, en una prisión estadounidense.

El chispazo desencadenante de la trama argumental es la bala que le disparan a Zhou Hongqing, un preso del centro penitenciario de Guangzhou (China), que no le produce la muerte inmediata para así poder extraerle el corazón del cuerpo aún vivo. Este órgano lo recibe un estadounidense quien ha pagado una elevada suma por él.  A Linwei, hijo del ejecutado, y más tarde a Xinzàng, el nieto, les embarga una única ambición: concluir la búsqueda del corazón de su padre-abuelo para apagarle la vida, pues según su creencia, una parte de su shen, que se transfiere y anida en los hijos, está en el corazón, y hasta que este no deje de latir, el espíritu de la persona muerta no descansa. Edward Peterson (Austin, Texas), que recibe el órgano, muere de muerte natural. Su hijo, James T. Peterson será el donador de esperma para que la madre de la protagonista, de la segunda, aunque más importante línea argumental, pueda tener descendencia. Ahí se juntan los recorridos vitales: Xinzàng, quien en EEUU se hace pasar por Zhao, y Robyn, la joven e inocente portadora del shen de aquel abuelo chino, que es ciega desde un accidente sufrido a los 7 años, en 1992. Esta desgraciada persona – “niña topo” (p. 24)-, al regresar una noche a su caravana, alcoholizada y drogada, encuentra a su madre muerta de once cuchilladas. Según le cuentan a Robyn, le falta el corazón. El asesino no aparece y es a la hija a quien acusan de haber matado a su madre. Aquí empieza lo que se desarrollará durante toda la novela como una puesta en abismo de las actuaciones policiales y judiciales en EEUU; y de forma paralela, la revelación de las prácticas de asesinatos en la República Popular China, pues Zhou Hongqing fue solo uno de los casi once mil ejecutados (p. 19) cada año durante la década de los ochenta por los mismos motivos. Robyn es encarcelada, maltratada, juzgada a los 16 años. Su sentencia es la pena de muerte, cuya forma (una de las «seis formas de morir en Texas») podrá ella elegir por ley. Después de 16 años en el corredor de la muerte, a los 32, decide ponerse a escribir cartas “como testimonio y como despedida” sobre su vida. Se las dirige o bien a su padre – quien a cambio de devolverle la vista a su hija biológica dándole sus propias córneas recibirá el corazón de Robyn -; o bien a Zhao, quien se convierte en su representante legal. El arco temporal-espacial abarca desde el 2 de febrero de 1984 en el patio central del centro penitenciario de Guangzhou, hasta el 31 de diciembre de 2017 en el zoológico del Bronx, Nueva York. Esta exactitud documental es solo una gota de agua en el océano novelesco. Sabemos que la inserción de elementos documentales en un universo de ficción ha producido numerosas obras de arte el las últimas décadas, tanto en el cine como en literatura. Pero la dimensión de lo documentado en este libro de 281 páginas, se compensa con la franqueza límpida, diáfana, de la voz de un narrador omnisciente que mueve y organiza los capítulos, rompe expectativas, hilvana un desarrollo saltarín de la trama, teje una urdimbre que pone entre las cuerdas nuestra propia y asimilada cordura de lectoras. En nota a pie de página (p. 149-150) se explica: “Tanto esta como todas las escenas y descripciones referidas en este libro a la práctica ilegal de trasplantes de órganos en China están documentadas y se corresponden con casos reales. (…) Fuentes e indagaciones rigurosas atestiguan que estas operaciones siguen practicándose”; y a continuación se dan detalles bibliográficos de estudios e investigaciones sobre los asesinatos masivos. A las informaciones adicionales en forma de notas a pie de página se le añaden varias páginas de notas con datos bibliográficos y referencias online.

 Seis formas de morir en Texas es una novela unívoca y plural a un tiempo. La unicidad viene dada por el tema central: “la extracción de órganos humanos de prisioneros para abastecer el floreciente negocio de trasplantes” (p. 150). Ahora bien, en el universo de ficción que divisamos a través de una inteligente composición y una trama sub-versiva, desestabilizante, aparece una pluralidad de voces y de materiales narrativos. La mirada (voz) omnisciente revela desde las primerísimas líneas que “de todas las crónicas, ninguna entraña tanta dificultad a quien intenta comunicarla como la que sucede dentro de los límites del ser humano … Yo, que cuento la historia que leerán a continuación, puedo distinguir a vista de pájaro las grandezas y las ruindades de las mentes que la pueblan. Allí donde el lector ve solo una frase a mí se me despliega la panorámica de las conductas” (p. 13). Por un lado, se nos coloca en el interior de quien vive y experimenta la certeza de que va a morir. Esta persona que hasta el momento de su escritura no “ha vivido” sino que solo es, va creciendo como persona con entidad propia conforme va adquiriendo saberes y sabores reales. Quienes leemos somos testigos de los entresijos y redes de su mundo interior, que, por ficticio, no deja de ser real. A su vez, nos presenta la relación que ella misma establece con el mundo a sus costados: otras reas pendientes de ser ejecutadas, maltratadas como ella misma por los guardianes. Las vejaciones que sufren se condensan en tres palabras en la entrada de su diario del día 10 de octubre de 2017: “Me han violado.” El resto de la página queda en blanco. Silencio. Es la voz del narrador quien retoma el hilo del relato contando cómo reacciona Robyn después de la violación: lavándose de forma convulsiva. No denuncia: “Sabe que las violaciones son comunes y conoce la impunidad de los guardias” (174). Como en un acto de globalización, la voz narradora explica y expone que “A la misma hora en que Robyn escribió esas palabras, en el mundo sucedían infinidad de cosas tan ajenas como, en cierto modo, conectadas a su violación, al sudeste de un país que se llama España“ (pp. 175-179).  Se describen hechos reales acaecidos en 2012 en una finca de Fuente el Álamo (Murcia): cómo tres trabajadores de una granja y su dueño matan a palos golpeándolos en la cabeza y en todo el cuerpo a cinco cerdos sin razón aparente. Una granja fácil de ubicar en nuestra geografía dado que aparece el nombre real. A continuación, se nos lleva al noreste de China, en las riberas del río Liao, donde existe lo que se denomina una granja de personas: los sótanos de un hospital donde se extraen de personas vivas sus órganos para trasplantarlos a otras que han pagado grandes sumas de dinero por ellos. Es esta la importancia de ver lo que se nos oculta, porque “Lo que se nos oculta significa” (p. 246).

Ya sabemos, pues, qué está pasando. Fogonazo. Robyn, la joven que no fue y ha devenido en ser, inventa y crea gracias a sus textos -poéticos, narrativos, reflexivos, descriptivos- su libertad interior, la convierte en “el canto del mundo” y nos la ofrece englobándonos en su/nuestra realidad. Al final, somos depredadores si no pertenecemos a esa especie particular que ve en el otro el creador del canto del mundo.

Dar la voz, hablar del conflicto: sobre Ciro y yo, de Miguel Salazar

Dar la voz, hablar del conflicto: sobre Ciro y yo, de Miguel Salazar

Basada en la historia personal de Ciro Galindo,  Ciro y Yo (2018) reconstruye la dolorosa historia de Colombia, más concretamente de las más de seis décadas de conflicto armado que ha vivido el país. Desde el nacimiento de la guerrilla hasta la firma del famoso acuerdo de paz firmado en septiembre de 2016.

Ciro y yo es un documental fácil en cuanto a su narrativa y su construcción audiovisual. Basándose en la entrevista y en la voz en off del propio director, Miguel Salazar conduce al espectador a través de una historia personal dolorosa, que sirve como eje para articular los diferentes sucesos acontecidos en la historia del conflicto armado colombiano . La historia personal es la de Ciro, desplazado por el conflicto armado y cuya vida se vio rodeada de la muerte y el asesinato de sus seres queridos: “donde quiera que ha ido la guerra lo ha encontrado…”.

Nacido en el Tolima, tras varias idas y venidas debido a la guerra y a la precariedad, Ciro acabó asentándose cerca del paradisiaco Caño Cristales en los noventa, en el parque nacional de la Sierra de la Macarena. Justo antes de que en el 99 fuera convertido, por el entonces presidente Pastrana, en la famosa zona de distensión o de despeje. Allá vivirá del incipiente turismo junto con su esposa Ana Margarita Barreto, y sus tres hijos: John, Elkin (o Memín) y Esnéider. En este punto, más de veinte años atrás, la vida de Ciro y la del director, Miguel Salazar, se entrecruzaron. Partiendo de unas fotografías que el director tomó a la familia de Ciro cuando los conoció en Caño Cristales, inicia la historia de Ciro y de su familia.

El film se articula alrededor de diferentes medios que le sirven al director para acercar lo personal a la historia mediática del país en estos años. La película se construirá mediante el uso de fotografías, entrevistas a Ciro y a su hijo menor Esnéider en la actualidad, materiales personales del director, diferentes vídeos de archivo de los canales de televisión Caracol y RCN, archivos que difundían las FARC y también tomas de seguimiento rodadas en la actualidad con Ciro. En la proyección del film, el propio Miguel Salazar explicaba cómo prácticamente todos los materiales de archivo que se encuentran en el documental son materiales que todos los colombianos y colombianas han visto en los medios de comunicación en alguna ocasión, solo que fragmentados y sin una unión de tipo causa-consecuencia entre ellos. La película consigue recapitular de forma muy resumida, todos estos acontecimientos, dándoles un recorrido histórico y sí, causal, pero obviamente limitado, tal vez, poco reflexivo.

Ciro y yo no puede huir de cierto tipo de panfleto político, pues el director sabe cómo conducir las emociones del espectador hacia una dirección: alabar la labor realizada por el gobierno del presidente Santos. La articulación del discurso, con toques melodramáticos (acentuados por la música), acerca al film a un documental, en muchos aspectos, gubernamental.

Supongo que tras tantas décadas de conflicto, la cinematografía colombiana necesita de películas que pretendan retratar las vidas de aquellos que sufrieron la guerra y el desplazamiento en primera persona. Como bien Juan Carlos Arias escribía en Fronteras Expandidas. El documental Iberoamericano “dar voz” a las “víctimas” del conflicto es uno de los métodos más recurrentes e institucionalizados:

Hoy en Colombia parece haber un consenso alrededor de la importancia histórica de darles voz a las diversas víctimas que han sido afectadas por más de seis décadas de conflicto interno. A pesa de que todavía puedan darse discusiones acerca de cómo definir a través de casos particulares qué tipo de personas o grupos poblacionales deben considerarse como “víctimas”, el ejercicio de dar la voz a quienes han sido reconocidos como tales, ha sido aceptado y hasta promocionado como un propósito nacional .

Después de la proyección, en la Cinemateca Distral de Bogotá, un espectador preguntaba al director: “¿Y no quiere realizar otra película documental que cuente la historia de otra víctima del conflicto?”, a lo que el director respondió que no, que había sido un proceso muy intenso y que en la actualidad se encontraba realizando una ficción. Las “víctimas” y esa necesidad de retratarlas, y al mismo tiempo esa necesidad de escucharlas, como para curar una herida difícil de sanar. De nuevo, en palabras del propio Juan Carlos Aria : “Hoy dar la voz ya no parece ser iniciativa de unos pocos; por el contrario, este ánimo se corresponde con un movimiento institucional que abarca diversos ámbitos sociales y culturales, empezando, claro está, por los medios masivos y la producción de imágenes. Estas se han constituido en un medio fundamental para vehicular los testimonios a través de los cuales se busca acceder a una faceta del conflicto que hasta ahora había permanecido oculta. La voz de las víctimas, amplificada en la forma de testimonio audiovisual, se ha convertido en un medio privilegiado para hacer imaginable una realidad intolerable que de otro modo permanecería inaccesible para los espectadores del conflicto.”

No hay duda alguna, de que films documentales como Ciro y Yo serán aplaudidos y llorados, en Colombia y fuera de ella, pues los espectadores y espectadoras necesitan escuchar y entender. Aún así, el cine como medio, tiene fuertes implicaciones ideológicas; y la construcción y reconstrucción de la historia que queda marcada en esos 90 minutos de “verdad” nunca escapa de la subjetividad del realizador y de todos los intermediarios que se implican en la producción del film. Dar la voz implica escuchar, entender y poder escribir (filmar), pero la materialización final del film siempre quedará inscrita bajo la ideología del realizador/realizadora. En el caso de Ciro y Yo, la materialización del film une lo personal a lo político pero siempre desde una subjetividad muy marcada, la del propio Miguel Salazar, quien reconstruye estas dos historias (la personal y la política) encaminándolas en una dirección política, para él, esperanzadora.