Este verano en Cultural Resuena os invitamos a la primera edición de un evento imaginario que tendrá lugar en ninguna parte: un festival que no se rige por las leyes del tiempo ni del espacio y que reunirá a grandes glorias y a injustos olvidados del pop y el rock en sendos escenarios (el mastodóntico Escenario Anís del Tigre y el más modesto Escenario Aceitunas Liaño). Cada semana desvelamos dos grupos de este cartel imposible y os invitamos a escuchar la lista con las canciones de su improbable concierto.

CUARTA SEMANA:

ESCENARIO ANÍS DEL TIGRE
Pink Floyd en 1979

Pink Floyd ocupa un puesto privilegiado en la historia del rock y fue una de las primeras bandas en llevar la espectacularidad a los conciertos de estadio. Sus kilométricas piezas, con una sabia mezcla de riffs de guitarra y melodías sintéticas, eran ejecutadas de forma impecable ante miles de personas en un festival de luces, fuegos artificiales y cerdos hinchables. En 1979, tras una década sin el genio inestable de Syd Barrett, la banda de Londres era una máquina mal avenida (debido a los polos opuestos de Roger Waters y David Gilmour) pero bien engrasada. En verano de ese año, Pink Floyd acababa de terminar su último gran disco, The Wall, pero todavía no habían iniciado la ambiciosa y fallida gira que lo acompañaría. Así pues, el escenario Anís del Tigre estallaría libre de muros de porexpán y dejaría espacio para los grandes temas de discos anteriores.

ESCENARIO ACEITUNAS LIAÑO
Grizzly Bear en 2016

Tanta espectacularidad pirotécnica contrasta con la intimidad, casi de bajona, de esta rareza acústica llamada Grizzly Bear. El grupo de Brooklyn sólo es conocido por estos lares por uno de sus temas, Two Weeks, que acompañaba al anuncio de una marca de automóviles hace algunos años. Una lástima, porque, si bien se trata de su canción más accesible, es muy poco representativa del estilo de la banda en general y de Daniel Rossen en particular (mención aparte merecen su disco en solitario y los que ha sacado con su otro proyecto, Department of Eagles). La música de Grizzly Bear emana una fragilidad muy adecuada para la madrugada y para un escenario pequeño como el nuestro, aunque no le teme a la experimentación ni a las melodías difíciles. Avisados estáis.