Hay veces que la estrecha línea que separa la cultura de la política se difumina de tal manera, que se mezcla la una con la otra como lo hacen las manchas de color pastel en un cuadro impresionista. La relación de la cultura con la política ha sido muchas veces tratada, de una manera o de otra, en esta revista. Y es, quizá, uno de los temas que a quien esto escribe más le impulsan a sentarse ante el teclado. Por eso, no he podido dejar pasar esta oportunidad para, en este caso, tratar sobre las implicaciones políticas del gusto cultural.

Otra de las cuestiones que más fascinación me crea son las batallas campales que se generan en las redes sociales. La última gran polémica en Twitter ha sido en torno a la información que la revista Tiempo publicó sobre los gustos culturales de la princesa Leonor. El titular de la portada, escrito sobre la foto de un primer plano a página completa de la niña, decía lo siguiente: “Leonor de Borbón. Así es la futura Reina de España. Lee a Stevenson y Carroll, le gustan las películas de Kurosawa, domina el inglés y tiene una perrita llamada Sara”. Fueron, pues, suficiente estas pocas palabras para que la mofa y la ofensa, a partes iguales, estallaran en las redes sociales. Hubo quienes se lo tomaron muy en serio y se dedicaron a opinar sobre lo adecuado o no de que una niña de su edad consuma esta cultura tan “elevada”. Otros, como es natural en este medio, comenzaron a hacer chistes sobre el tema. Y, los últimos, entre ellos una republicana declarada que se hizo viral por sus publicaciones al respecto en Twitter, se ofendieron de que unos adultos cazurros se metieran con una niña, en vez de aplaudirla, por tener un consumo cultural de estas características y no perder su vida con bobadas como Hora de aventuras. El tema, sin embargo, es más complejo que todo esto. Así que, en las siguientes líneas intentaré desentrañar lo que este aparentemente simple titular nos quiere decir.

Lo primero que llama la atención es eso de “la futura Reina de España”, no tanto porque se dé por hecho que tendremos monarquía para rato, sino porque se sobreentiende que el prácticamente recién estrenado reinado de Felipe VI se ha dado ya por vendido -o por vencido, o por perdido- y ha llegado ya la hora de hacer propaganda de su sucesora. El titular, pues, comienza con un mensaje político y de marketing -valga la redundancia-, para continuar por la misma línea. Porque, no nos engañemos, el subtítulo con el que Tiempo completa la portada no es más que eso: política y marketing.

¿Qué hay de político en los gustos literarios y cinematográficos de una niña? Pues mucho. Por un lado, y de tan obvio resulta hasta ofensivo tener que decirlo, esta niña pertenece a una institución que, si las cosas no cambian, le garantiza, de nacimiento, la jefatura del Estado -cosa que Tiempo nos deja muy clara-. Por lo tanto, sería ingenuo pensar que cualquier comunicación pública que esta institución realiza no está absolutamente medida y controlada. Así pues, hay que entender que la Casa Real nos está enviando un mensaje a través de dos medios: la revista y la propia infanta. En este punto, se podría abrir el debate -ya que en las redes sociales también se ha hablado de acoso hacia la niña- de si la exposición pública de una menor y su uso como medio propagandístico es del todo adecuado. Pero no es mi intención abrir aquí esa veda.

Lo que sí me interesa es reflexionar sobre el mensaje que la institución monárquica nos está queriendo enviar. Y aquí es donde entra la otra dimensión política del asunto: el gusto cultural. Cabría pensar que, si hay algo que en esta vida elegimos, es lo que nos gusta. Puede que sea así, pero la comunicación pública de nuestros gustos culturales tiene sus implicaciones políticas, porque elegimos “decir” lo que nos gusta para proyectar una imagen determinada de nosotros mismos y decidimos, según la situación, sacar a la luz una faceta u otra. Porque, en realidad, elegimos lo que nos gusta por un sinfín de cuestiones que van más allá de la cosa en sí. Por ejemplo, las diferencias meramente musicales entre un grupo de pop-rock y otro son muy pequeñas. Pero ahí están enfrentados los fans de Daddy Yankee y los de Calle 13, los de los Beatles y los Stones, los de Beyoncé y Lady Gaga, los de Ludovico Einaudi o Philip Glass. Y ahí están también las fotos de nuestro menú diario en Instagram. Porque el hecho de que seas vegetariano no tiene implicaciones, pero comunicar públicamente que lo eres, sí. Por eso nadie dice ver Sálvame, pero es el programa de más audiencia de la parrilla televisiva, por continuar con metáforas gastronómicas. Nadie quiere formar parte de ese grupo de personas, precisamente, por lo que social y políticamente implica.

No dudo que a Leonor le guste Kurosawa ni que lea a Stevenson. En realidad, me trae sin cuidado. Pero estoy segura de que habrá muchas más cosas que le guste hacer. Jugar al fútbol, las Sailor Moon, arrancarles la cabeza a las muñecas, chincharle a su hermana pequeña, vaguear todo el día o ver Bob Esponja. Sin embargo, ninguna de esas aficiones encajaría en la imagen que de ella quieren mostrar los adultos. Porque todavía hoy existe eso que se llama “el buen gusto”, un gusto que es bueno, porque, sencillamente, nos hace mejores frente al público objetivo al que queremos llegar. Además, a las personas con “buen gusto” cultural, o con gusto por la “alta cultura”, se les atribuyen otras bondades personales. No se trata, por tanto, de lo que le guste hacer o no a la princesa, sino de que nos lo comuniquen. El mensaje, al venir de una institución pública, y más allá del chismorreo, es político. Lo que nos han querido decir con este reportaje en Tiempo es que confiemos en Leonor, que en el futuro estaremos en buenas manos, pero no porque tenga una perrita que se llama Sara, sino porque le gusta Kurosawa. Y claro, ver el cine de Kurosawa es mejor que escuchar a los Sex Pistols, sobre todo si pretendes ser reina.