Hace unos meses compré en una librería de segunda mano una edición antigua de El dia que va morir MariIyn (El día que murió Marilyn), novela escrita por Terenci Moix (1942-2003). Es un libro particularmente interesante, tanto por los avatares de su escritura como por lo que supuso y significó.

Moix escribió primero la novela en castellano y la tituló El desorden, pero no la publicó. Después la reescribió en catalán, y la publicó Edicions 62 en el año 1969, con el título El dia que va morir Marilyn. Ese año Moix había presentado la novela al premio Sant Jordi, que convoca Òmnium Cultural, y se especula que no se le concedió por lo escandaloso que resultó el texto, quedando así desierto el premio.

La lectura de la primera edición de la novela se hace algo farragosa. La narración consiste en diferentes monólogos interiores, en los que se arremolinan descripciones largas y minuciosas y se encadenan frases y más frases separadas por comas. Personalmente, estuve a punto de dejarla hasta que di con una conferencia del autor en la que contaba (minuto 5 del vídeo) que en el año 96 reescribió el libro de cabo a rabo. Dos eran las razones de ese cambio. La primera, específica de la versión catalana. Tras muchos años de no gozar de una presencia pública, los referentes cultos del catalán se buscaban en textos muy clásicos y antiguos, con lo cual a veces se incurría en una escritura pedante y artificiosa: no tenía sentido que unos adolescentes barceloneses de los años sesenta hablaran como los poetas románticos del siglo XIX. La segunda es generacional: un Moix inexperto jugó a ser Joyce y Proust con el lenguaje e intentó hilvanar una prosa demasiado indigerible. Con más experiencia y tablas en el oficio, la reescritura de la novela en 1996 la volvió mucho más ágil y fresca. La reedición en español, pergeñada por el mismo Moix, está publicada por Planeta de los libros. Edicions 62, en homenaje al 15º aniversario de la muerte del escritor del Raval, ha reeditado la versión en catalán más reciente. Tras saberlo, acudí a mi librería de referencia y me hice con un ejemplar de la misma.

 

Se ha dicho muchas veces que no existe la gran novela sobre Barcelona; pero existen muchas novelas, a menudo corales y con muchos personajes, que otorgan a la ciudad y a su sociedad un rol de protagonistas. Pensamos en Vida privada, de Sagarra; en La ciudad de los prodigios, de Mendoza; o en Incerta glòriade Joan Sales. En El dia que va morir Marilyn, la protagonista no es tanto la ciudad –que también– como una generación: los nacidos en la posguerra, los que vivieron su infancia y adolescencia en los cincuenta; como reza la dedicatoria, los que tenían 20 años el día que murió Marilyn.

Pero no solo vemos el retrato de la época, sino de una clase social característica. La que en los años 30 conformaba una pequeña burguesía, patrones de empresas modestas que, tras sobrevivir la guerra y tener las debidas amistades poderosas y favores gubernamentales, medraron hasta conseguir una fortuna, huir del Raval y comprarse un piso en la zona alta.

Las familias Quadreny y Llovet, para consolidar su ascensión, adoptan todo el sistema de valores del régimen, de forma hipócrita y despótica. Defienden a ultranza un modelo de familia tradicional y católico, a la vez que perpetran y toleran todo tipo de infidelidades; desprecian abiertamente y con un clasismo lacerante a los charnegos –venidos de fuera de Cataluña– por ser pobres, a la vez que ellos dejan de hablar en catalán y adoptan artificialmente el castellano por ser más “fino” y “elegante”, siendo el disimulo del acento un símbolo de distinción.

Los hijos de las familias Quadreny y Llovet (Bruno y Jordi) son amigos íntimos, crecidos con las comodidades y los caprichos de los niños bien, pero se sienten muy a disgusto con el sistema de valores encorsetado en el que viven. Así, la novela presenta un conflicto generacional en toda regla. Sin embargo, la hace especialmente interesante la multitud de puntos de vista adoptados. A pesar de que el libro supone una diatriba contra los valores burgueses decadentes, tiene la brillantez de presentar a todos los puntos de vista: también el de aquellos que vivieron los horrores de la guerra y el hambre y perdieron los sueños y los escrúpulos.

El libro está trufado de homenajes a referentes culturales de la época, y es un viaje en el espacio y el tiempo: el Raval de los años cincuenta, los cromos de Cenicienta, la película Quo Vadis?, los veranos en Sitges de las familias bien, la feria de Santa Llúcia, el mercadillo de Els Encants, los lupanares del barrio Chino, el paralelo, la zona alta de Barcelona, el mundillo de las editoriales y los escritores decadentes, los libros prohibidos de Sartre o Beauvoir, el resurgir de una literatura en catalán, las huelgas universitarias, los primeros amoríos adolescentes, la primera experiencia con la muerte… y sobre todo la homosexualidad.

Porque El dia que va morir Marilynes la primera novela catalana en la que se muestra abiertamente el punto de vista de un homosexual en primera persona, a través de Jordi, el hijo de los Llovet: ello implica sus sentimientos, sus contradicciones, su búsqueda de justificación, su aceptación, sus miedos y sus miserias, el amor y el desengaño, la sordidez de la clandestinidad, y el miedo a la soledad. Y también las reacciones de su entorno, que acabarán por recrudecer el conflicto generacional hasta extremos insostenibles.

Terenci  Moix fue uno de los primeros escritores que abordaron abiertamente la homosexualidad, la planteó en sus novelas y la reivindicó en público. Cabe recordar un genial artículo que le dedicó a Cela después de unas declaraciones del marqués que hace sólo veinte años no pasaban de ser consideradas como simples exabruptos polémicos.

El mismo Terenci Moix es hijo de la gauche divine: una generación de burgueses progresistas que habían gozado de una vida de comodidades pero que acabó por renegar de los valores del nacional-catolicismo. Con El dia que va morir Marilyn Moix rinde un homenaje a su generación, a su experiencia, a su sexualidad, a su ciudad y a su cultura. La lectura de este libro supone, quince años después de su muerte, un homenaje a su testimonio.