Como una llave que está medio abierta, y va dejando caer un fino hilo de agua, así, muy poco a poco van llegando hasta nuestros escenarios, conciertos de una calidad indiscutible. La pandemia, con la que llevamos ya casi un año conviviendo, lo ha revolucionado todo, las agendas de conciertos de muchos de los artistas más reconocidos del medio, antes pletóricas de actividad, ahora están, casi en su mayoría, invernando. No hay que olvidar que, no solo se trata de que las autoridades locales, como es el caso de las nuestras, permitan una cierta actividad cultural, si no que, en el caso de la música, es literalmente imposible que una orquesta sinfónica, pueda viajar por Europa para venir hasta nuestra ciudad para realizar un concierto. Ello ha llevado a la cancelación de muchos conciertos con orquestas de gran renombre o en el mejor de los casos, estos han sido prorrogados a la espera de que la pandemia remita y las medidas de protección se flexibilicen. 

Ante este escenario, las agrupaciones pequeñas, como es el caso de una orquesta de música antigua, cuentan con más posibilidades de moverse dentro del continente, sobre todo con países vecinos. Esta proximidad geográfica, y yo diría que también anímica, ha permitido que podamos escuchar el pasado martes 16 de febrero, en l’Auditori, a una de las agrupaciones más importantes del mundo de la música históricamente informada, me refiero a Les Musiciens du Louvre.

Orquesta de reconocido prestigio que desde hace ya casi 30 años ha realizado una labor musical impecable. Primero, haciendo lecturas que son de absoluta referencia dentro del barroco francés. Con el tiempo, abriendo muy poco a poco su radio de acción a estilos y épocas que, bajo la ortodoxia interpretativa en vigencia, no serían su ámbito más “natural”, así, bajo la dirección de su director fundador el maestro Marc Minkowski, encontramos no sólo fantásticas lecturas de obras firmadas por un Lully o Rameau, si no también de partituras de Mozart, Schubert, Berlioz, Wagner e inclusive Stravinski, siempre con una calidad excepcional y con un cuidado de los detalles que hace que tras tres décadas de trabajo, Les Musiciens du Louvre sea sin lugar a dudas garantía de calidad. 

El programa presentado en nuestra ciudad estuvo consagrado a la figura de G.F Handel. La velada se inició con un par de números de su oratorio Theodora, HWV 68, en donde la soprano húngara Emőke Baráth mostró porqué su nombre va ganando en prestigio conforme van pasando los años. Una voz hermosamente timbrada, articulaciones muy meticulosas y fraseos perfectamente cuidados, son solo algunas de las características que hacen un deleite absoluto escuchar a esta espléndida cantante. Su voz potente y llena de armónicos corrió perfectamente por la sala de conciertos, encontrando en el repertorio presentado, una fantástica oportunidad de mostrar no solo sus enormes habilidades vocales, sino la fantástica artista que ha conseguido ser actualmente. 

Tras estas primeras obras pertenecientes a Theodora, pudimos disfrutar el Concierto para órgano n. 4 en Fa, op. 4, HWV 292, que fue ejecutada tanto en la parte solista como al frente de la orquesta por el maestro Francesco Corti. La relación que Corti mantiene con Les Musiciens du Louvre viene ya desde hace años, primero siendo parte de la orquesta en algunos proyectos puntuales, para posteriormente pasar a ser director huésped desde 2015.  Los resultados de tal relación musical son simplemente fantásticos, pues la orquesta pese a no contar con su titular, el afamado Marc Minkowski, conserva ese sello sonoro tan distintivo de la agrupación francesa, que entre otros elementos muestra un sonido extraordinariamente dulce y delicado, perfectamente balanceado en todas sus secciones o cuando es necesario, logra crear fortísimos llenos de cuerpo y contundencia no muy escuchados en orquestas incluso de instrumentos modernos. A estas características, ya distintivas de la orquesta francesa, se unió la energía rítmica del maestro Corti, que abordó tanto en el caso del concierto de órgano en que actuó como solista, como en la obra que finalizó la velada, el motete Silete Venti, HWV 242, en tempos rápidos, que ayudaron a que la orquesta luciera luminosa, y llena de la energía. 

La imagen de ese fino hilo de agua que mencionamos al inicio de esta pequeña crónica representa muy bien lo que para muchos de los asistentes fue aquel concierto. Poco a poco, la actividad de nuestros centros culturales se mantiene, o en algunos casos se va intensificando. Conciertos de esta calidad, transforman el páramo en que puede convertirse la vida que nos está tocando vivir en estos días. La música y en general el arte y la cultura, son sin lugar a duda parte de la clave, para que de esta situación salgamos, quizás, un poco mejores como seres humanos. Seguimos.