DIRECCIÓN MUSICAL: Renato Palumbo
DIRECCIÓN DE ESCENA: Kevin Newbury
ESCENOGRAFÍA : David Korins
VESTUARIO : Jessica Jahn
ILUMINACIÓN: D. M. Wood
NUEVA COPRODUCCIÓN
Gran Teatre del Liceu, San Francisco Opera, Chicago Lyric Opera y
Canadian Opera Company
Orquesta Sinfónica y Coro del Gran Teatre del Liceu

 

Pollione
Gregory Kunde
8, 11, 14 y 17 Feb
Andrea Carè
9, 12 y 15 Feb
Oroveso
Raymond Aceto
8, 11, 14 y 17 Feb
Simón Orfila
9, 12 y 15 Feb
Norma
Sondra
Radvanovsky
8, 11, 14 y 17 Feb
Tamara Wilson
9, 12 y 15 Feb
Adalgisa
Ekaterina
Gubanova
8, 11, 14 y 17 Feb
Annalisa
Stroppa
9, 12 y 15 Feb
Clotilde
Ana Puche
Flavio
Francisco Vas

Copyright: Opera San Francisco / Cory  Weaver

 

El estreno de Norma (8 de febrero) era uno de los eventos más esperados de la temporada. No sólo porque es una ópera muy querida (más allá de la archiconocida «Casta diva»), sino porque contábamos con voces espectaculares y una puesta en escena por parte del Kevin Newbury, escenógrafo que no suele dejar indiferente, algo que no había hecho más que generar altas expectativas. No las desfraudaron, desde luego, aunque hubo algunos aspectos que no estuvieron del todo a la altura. Los iremos detallando.
Nos sobreviene un escenario robusto, de madera oscura, con dos toros (?) mirándonos imponentes. Una portón que comunica el afuera y el interior, que a veces es la ciudad y a veces la propia existencia de Norma, su intimidad y conflicto interior y su responsabilidad civil. El primer acto empezó estático y con bastantes carencias de tensión por parte de los miembros del coro y los protagonistas. Era frío y poco pasional, algo fuera de lo deseable cuando se ponen sobre la mesa temas de guerra y enfrentamientos territoriales. Quizá por eso la actuación de Raymond Aceto estuvo un tanto agarrotada: no tenía hueco para sentirse cómodo entre el estatismo del coro que, a veces, parecía que posasen para un cuadro. Es una verdadera pena que a nivel interpretativo el coro fuese tan pobre, ya que a nivel vocal mantuvo durante toda la representación un nivel altísimo, con momentos bellísimos. Poco a poco, la tensión fue in crescendo, con una calidad extaordinaria de Sondra Radvanovsky y Ekaterina Gubanova, ambas excelentes en todos los sentidos: sensibles, emocionales, duras y muy convincentes. Su proyección vocal y musicalidad fueron, quizá, los aspectos de su interpretación más notables, tanto solas como a dúo. Consiguieron alcanzar texturas similares en sus voces para empastar -casi como en un abrazo- en momentos como el «Ah! si! fa core i abbracciami!«. Vimos a un frío Gregory Kunde, que no fue sino hasta el segundo acto donde volvió a tener sangre en las venas. Vocalmente, aunque sus primeros compases no tuvieron la redondez de proyección a la que nos suele tener acostumbrados, enseguida volvió a su color. Verle era un tanto contradicctorio: cantaba de una manera pero se movía por el escenario de forma opuesta. Le vimos poco guerrero y poco amante hasta la escena final del segundo acto, donde supo derrumbarse junto a Norma de una forma muy brillante. Pero un poco tarde.
El segundo acto mantuvo el sabor del final del primero. Parece que en los veinte minutos del descanso hubo una reflexión sobre los errores del primero y se fue muy consciente de la necesidad de poner en movimiento el espectáculo. Volvió la fuerza y vimos, por fin, una Norma acompañada por personajes a la altura de su tragedia. Norma, que es una mujer llena de contradicciones y con la carga de lo peor de los dos mundos al que pertenece (al divino, por tener que tomar decisiones que afectan a un pueblo entero; al humano, por sufrir sus desvelos e imperfecciones), necesita un marco en el que desatar el conflicto del triángulo amoroso y las consecuencias políticas del amor prohibido.
Echamos un poco de menos más preciosismo en la escenografía, que explotaba mucho sus claroscuros y sus momentos tétricos, pero que sólo creo contrastes tonales al inicio de la ópera con los árboles blancos, de una elegancia exquisita. Sin embargo, pese al juego visual que mostraba árboles sanos y altos al principio y esos mismos árboles talados al final del mismo como metáfora del desgarramiento de Norma al saberse traicionada, nos faltó explotar esos momentos de contrastes y de relato visual. Por ejemplo ¿por qué la hoguera de Norma es en un toro de madera? Pese a que estéticamente funciona, no parece tan clara su función semántica.
Y ahora viene lo que definitivamente es inaceptable: los problemas de afinación de la sección de vientos en la orquesta. No sé si fue la calefacción u otro tipo de problemas pero, desde luego, no estuvo a la altura de una orquesta profesional. Cabe destacar, no obstante, la calidad de los solos de clarinete y flauta, con una excelente compenetración con los cantantes y la lógica discursiva. En este sentido, también debemos destacar a la sección de cuerda y, especialmente, a los bajos y chelos.
Pese a estos elementos negativos, el balance es más que positivo. Lo que intentamos destacar es que podría haber sido una ópera muy redonda sin esos descuidos que parece que obedecen a una discrepancia de comprensión de la obra entre los intérpretes. Muy merecida fue la gran ovación que le otorgó el Teatre del Liceu a Radvanosky, que tuvo al público hasta el final con el corazón en un puño y mantuvo todo el tiempo la concentración para una interpretación impecable. Muy recomendable.
Para aquellos que no puedan estar en el Liceu… Estén atentos. El 17 de febrero el Liceu emitirá Norma en cines de todo el mundo.  Marina Hervás Muñoz