Toda la saga de los dinosaurios parece resumirse en una frase que se dice en la primera entrega: «la vida se abre paso». El componente salvaje de la naturaleza, representado por los dinosaurios en todas sus formas y tamaños, siempre acaba por ganar al intento humano de someter la naturaleza a su voluntad. Si las tres primeras entregas no hacían más que darle vueltas a esta idea, siempre en la forma de una historia de víctimas rescatadas por el héroe de turno, la última película de la saga ya no sólo habla de ese componente incontrolable de la naturaleza de los dinosaurios, sino del que existe en las relaciones humanas.

Obviamente, la única forma que tiene Hollywood de tratar esta cuestión es presentar al protagonista como el eterno macho alfa: antiguo militar, amante de las motos (cómo no) y siempre al cargo de la situación. Por si esto no fuera poco, la reafirmación del macho dominante se representa de la forma más absurda posible: es capaz de adiestrar a los velociraptores, esos mismos animales que llevaban comiéndose gente en las tres entregas anteriores. Parece que no hay nada imposible para el verdadero hombre.

Sin embargo, el nuevo Mundo Jurásico está llevado por una mujer, a la que, desde el primer momento, se la presenta como desbordada por la situación. La historia de la película comienza cuando el nuevo engendro de Ingen (ya los primeros dinosaurios lo eran) consigue escaparse de su jaula y empieza a sembrar el caos. Desde el primer instante la mujer, que hasta ese momento había sido capaz de gestionar un parque con decenas de miles de visitantes, se ve incapaz de tomar alguna decisión para solucionar el problema que se plantea. Para según qué cosas se necesita a un hombre. En ese instante, el amaestrador de velociraptores toma el control de la situación, hasta el punto de que en un par de escenas, no puede más que esbozar una sonrisita de placer al ser recordada por sus sobrinos (siempre tiene que haber un niño o varios en esta saga) lo cool que es su novio (no hace falta explicitarla: el macho alfa atrae de forma natural y salvaje).
Para enfatizar más el rol del macho alfa y de la hembra sumisa se introduce el papel del informático (un guiño a la primera entrega pero ahora presentado de forma más humillante). Dos momentos: en el momento del desalojo del parque, él decide quedarse como acto de hombría. Al despedirse de su compañera de trabajo hace lo que todo macho haría (lo que el macho protagonista hace más adelante en la película): tomar lo que es suyo, en este caso a la chica. Sin embargo, un informático no puede ser un verdadero alfa: la chica le recuerda que tiene novio. Es normal que un informático se lleve esas decepciones, porque no es un verdadero alfa. En otro momento, la hembra sumisa decide abrir la puerta del Rex para que éste luche contra el nuevo engendro. Para ello, necesita de la ayuda del informático: «actúa como un hombre por primera vez en tu vida y haz lo que te digo». Por supuesto, el hombre de verdad se dedica a adiestrar a raptores y no a jugar con ordenadores y maquinitas.

Mientras tanto, discurre la enésima destrucción del nuevo Mundo Jurásico, ya que the life finds its way. Pero en todo momento se tiene la sensación de que el verdadero tema es la naturaleza y su esencial violencia, bestialidad y dominación. Por supuesto, los dinosaurios son sólo una metáfora de lo que se presenta del modo explícito en la relación de los protagonistas: en la hora de la verdad, sólo la autoridad, la personalidad afirmativa y dominadora puede controlar cualquier situación. Sólo los fuertes sobreviven. Y funciona.

Por Cristopher Morales Bonilla