A menudo hemos criticado la poca coherencia de los programas sinfónicos de la OBC (aunque, de hecho, se trata de un mal generalizado). En esta ocasión han logrado una interesante unidad recogiendo tres piezas muy diferentes pero con un importante punto en común: las sugerentes melodías y sonoridades tomadas del folclore propio o ajeno. A esta última categoría pertenece la obra que abrió el programa: Imatges d’un món efímer (imágenes de un mundo efímero) de Josep Maria Guix. Esta composición, encargo de la JONC y estrenada el 2011, está inspirada en unos haiku japoneses que figuraban en catalán en el programa, y que a continuación traducimos al castellano:

I. Broken light (Introducción)
Un sonido de campana
se esparce en la niebla,
al amanecer.

La niebla apacigua
voces lejanas de un templo
y una vieja campana

II. Endless rain (Desarrollo-Canon)
Después del relámpago,
un estallido de gotas
sobre el bambú.

Si escuchas
atento la tormenta,
miles de ecos.

III. Restless wind (Scherzo)
El viento de invierno
se ha escondido
en el bosque de bambú.

Bailan y danzan,
y el remolino engulle
la hojarasca.

IV. Shades of life (Nocturno)
La lluvia para,
el viento se detiene,
la noche permanece en calma.

En medio del estanque
renace
una brizna de hierba.

Como vemos la composición se divide en cuatro partes que son interpretadas sin pausa. El propio compositor se dirigió al público para hacer una breve, pedagógica y amena presentación de su obra. Admitió que su estilo huye de lo épico y tiende a la contemplación. Por ese motivo, y a pesar de contar con una orquesta ampliada (el día del estreno se interpretó también la Consagración de la Primavera y aprovechó la misma plantilla orquestal), la obra se desarrolla en un rango dinámico que va desde sonidos muy sutiles al piano o mezzoforte, llegando raramente al forte. Guix utiliza la extensa plantilla para conseguir sugerentes combinaciones de timbres con las que pretende evocar estados de ánimo, más que imágenes concretas. El resultado fue altamente satisfactorio: Netopil y la OBC cuidaron mucho los detalles y ofrecieron una interpretación precisa y delicada de la partitura, logrando transmitir al espectador estados de ánimo que encajaban perfectamente con las imágenes de los haiku.

Después de la aproximación de Guix a la tradición japonesa, llegó el turno de Bohemia y Armenia, con dos obras claramente inspiradas en el folclore propio: el concierto para violín de Aram Khachaturian y Mi Patria (Má Vlast) de Smetana. El primero es una obra que seduce por su ritmo y sus melodías irregulares e imprevisibles que sin duda tienen origen en la música tradicional, pero que no sigue ningún programa definido, como si es el caso de Mi Patria, cuyas seis partes independientes ilustran musicalmente diferentes elementos de la imaginería popular checa. La calidad del conjunto es irregular, por lo que la decisión de la OBC de interpretar una selección de solo tres poemas sinfónicos parece acertada. El primero, Vyšehrad, ilustra la fortaleza homónima situada en una colina al borde del rio Vltava. La leyenda sitúa allí los orígenes de Praga. El segundo y más popular poema es el Vltava – o Moldava (derivado del alemán Moldau) para los que tiemblan ante los clústeres consonánticos del checo- que narra musicalmente el curso del gran rio. En la partitura están detallados los distintos episodios narrados: su nacimiento en dos fuentes separadas y su confluencia, su paso por los bosques, una boda rústica celebrada en su orilla, una reunión nocturna de ninfas acuáticas -las rusalkas-, los rápidos de San Juan y, finalmente, su paso frente al Vyšehrad y la llegada a Praga. El último poema de la selección y tercero de la colección, Šarka, nos acerca a la sanguinaria leyenda checa de la guerra de las doncellas. Después de la muerte de Libuše, mítica fundadora de Praga, los derechos de las mujeres empiezan a ser ignorados, lo que las lleva a una conspiración masiva contra los hombres. La guerrera Šarka protagoniza el episodio más famoso, en el que prepara una emboscada y masacra al ejercito del príncipe Přemysl.

Después de la buen resultado conseguido con la obra de Guix, el rendimiento de la OBC bajó alarmantemente. Abundaron las imprecisiones y hubo poca coordinación en las entradas. Tampoco el sonido global mostraba la solidez y calidad de otras ocasiones. La sección de maderas, a la que tantas veces hemos elogiado, fue la más decepcionante. Sorprendía el gran número de colaboradores presentes en la orquesta, algunos ocupando puestos de solista. Hace algunos años, con la titularidad de Eiji Oue, la OBC alcanzó un nivel muy alto que parece que le cuesta trabajo mantener. Se esperaba que la llegada de Kazuchi Ono sirviera para revertir la dinámica de estancamiento de los años de Pablo González, pero de momento no parece notarse mejora, más bien lo contrario. El potencial no se ha perdido, la OBC sigue ofreciendo conciertos de altísimo nivel cuando tienen un buen día, el problema es que los buenos días se están convirtiendo en la excepción. El director checo Tomáš Netopil no fue capaz de conjurar la mejor versión de la OBC y, además, a su dirección le faltó personalidad. En el concierto para violín se limitó a acompañar con corrección al solista -como suele pasar- y en los poemas sinfónicos de su compatriota se quedó en lo superficial. Absolutamente distinta fue la intervención del joven solista Sergey Khachatryan, quien mostró una profunda comprensión del concierto de Aram Khachaturian. A parte de salvar las innumerables dificultades técnicas de la obra sin ningún problema, su interpretación destacó por su fraseo y la forma en que mantenía la tensión en las largas frases. De propina regaló al público una preciosa y delicada canción armenia que interpretó con gran sensibilidad y una gran atención al sonido. Es de agradecer que en lugar de las típicas piezas de exhibición que los solistas reservan para estas ocasiones Khachatrian aprovechara para darnos a conocer esa pequeña perla de su tradición.