El pasado domingo 20 de noviembre, se publicó en el suplemento de El País el último artículo de Javier Marías titulado Trabajo equitativo, talento azaroso que pueden leer aquí. El novelista nos tiene acostumbrados a cierto nivel de disparate últimamente. Sin embargo, cuando una ya pensaba que Marías había tocado techo en este sentido, con su artículo del domingo ha demostrado que, en lo que a ciertos talentos se refiere, el escritor parece no tener límites, como tampoco parece tener el talento de autolimitarse.

Comienza el señor Marías su artículo autoproclamándose feminista. Agárrense los machos, que vienen curvas (y nunca mejor dicho). No hay peor comienzo que una justificación hecha de antemano. Ese “vaya por delante que yo no soy machista” no hace sino ponerle a una en guardia a la espera de la bomba que no tardará en explotar. Nos habla, entonces, de la brecha salarial entre hombres y mujeres, esa injusticia social ante la que nadie, independientemente de su sexo, género o condición, debería quedarse de brazos cruzados. Ilustra con datos sus afirmaciones, a través de porcentajes que hablan por sí solos. A las cifras nadie puede oponerse. ¿Quién en su sano juicio estaría en desacuerdo? Sin embargo, lo que viene después no es más que una sarta de falsedades, creencias no revisadas y opiniones algo ofensivas e indignantes. Llegan las curvas, la bomba, el despropósito. El delirio.

Arranca Marías el grotesco espectáculo haciendo pedagogía de lo que las “supuestas ultrafeministas” (él no es un supuesto, él es un feminista, no nos equivoquemos) deberían estar haciendo en vez de preocuparse por nimiedades como la visibilidad de la mujer en el mundo de la cultura y del arte. Porque claro, “el trabajo es mensurable y cuantificable en términos objetivos; las artes y lo que llevan implícito –talento, genio, como quieran llamarlo– no lo son”. Por lo tanto, según Marías, las artes no son trabajo, además de no ser éste mensurable. Sólo unos pocos son capaces de reconocer y medir la genialidad (como veremos más adelante). El talento es algo, pues, que te toca por azar (¿divino?, ¿genético?) y se acabó. No se hable más. Y es, además, la artística la única actividad que requiere de ese talento que la historia se encargará de premiar tarde o temprano, porque la historia es justa y equitativa. Faltaría más. Por eso, no importa dónde hayas nacido, tu nivel económico, tu entorno social y familiar, haber estudiado en la Universidad de Oxford o no haber tenido la opción de sacarte el graduado escolar. El talento te toca, como le toca a uno la lotería o un piso de protección oficial. Si no está de Dios, olvídate de escribir, de pintar, de componer, de esforzarte y de trabajar tu técnica. Asume tu condición de miserable carente de talento. Es lo que hay.

En el caso de las artes, los datos parecen no importarle al autor y la invisibilidad de la mujer en el mundo de la cultura parece no regirse por las mismas normas que en el resto de ámbitos de la vida civil y laboral. A pesar de que, según las cifras de los años 2013-2014 del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes que pueden consultarse aquí, el 61% de estudiantes de la rama de Artes y Humanidades de grado y máster en las universidades españolas son mujeres, frente a un 39% de hombres y éstas poseen una calificación media superior en dichos estudios. En cambio, por poner sólo un ejemplo, las mujeres sólo representan un 32% en las plantillas orquestales españolas, según un estudio realizado en 2011. Es curioso cómo la balanza del azar se inclina siempre hacia el mismo lado. Caprichos de la ciencia de la probabilidad, será.

Y continúa el columnista haciendo referencias al saber popular, a la memoria colectiva, al «es de cajón» con afirmaciones tan delirantes como: “de todos es sabido que en los siglos XVIII y XIX hubo una concentración de genio musical en Alemania y Austria, incomparable con el existente en cualquier otro lugar [y] se debió en gran medida al azar”. Llama la atención leer este tipo de afirmaciones de la pluma de una persona con la trayectoria académica del señor Marías. La falta de visión crítica hacia la historiografía, digamos, oficial resulta, cuanto menos, chocante. La asunción de la historia escrita como algo incuestionable, irrevisable e infalible podría considerarse un error de principiante, pero en el caso de Marías es sencillamente imperdonable. Si algo no es azaroso, eso es la lectura del pasado, como tampoco lo es que todos los compositores que menciona desarrollaran sus carreras en un espacio geográfico concreto. Además, la visión de la historia del arte como la historia de los grandes nombres y hombres (y algunas mujeres, que representan para el escritor algo como el cisne negro de Popper), así como la concepción del “genio” artístico como algo que se reconoce o se reconocerá por unas personas con las capacidades y el talento necesario para hacerlo es, permítanme la expresión, carca y elitista, a la par que ingenua (aunque no creo que este sea el caso de Marías) y peligrosa. Y digo peligrosa porque el mensaje que nos está enviando el autor desde su palestra es que aceptemos, nosotras, las mujeres, nuestra condición, porque no podemos escapar de ella. Que no busquemos explicación ni razones a la situación de desigualdad e invisibilidad en la que nos encontramos en el mundo del arte y que dejemos de empeñarnos en ser lo que no nos corresponde. Porque, si no tenemos nuestro espacio en el mundo de la cultura, es porque no nos han sido otorgadas las capacidades necesarias para merecerlo. Y ojo, que lo dice un feminista.