El pasado fin de semana saltó la noticia de que Donald Trump había rechazado asistir a la tradicional cena de periodistas que tiene a bien organizar la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca desde los años 20 del pasado siglo. Por esta cita han pasado casi todos los presidentes de los Estados Unidos desde entonces. La última ausencia, excusable, fue la de Ronald Reagan en 1981.

El motivo principal que me mueve a escribir este post es la propuesta que algunos corresponsales habrían lanzado tras el desplante: llamar a Alec Baldwin. Desde hace algún tiempo, es bien conocida la imitación que el actor norteamericano hace del presidente Trump. De hecho, algún medio de comunicación ha tenido serios problemas a la hora de discernir quién es quién. En esta idea de sustitución, por tanto, hay algo más que un mero comentario jocoso. Está la intención real de llevar el juego de la imitación hasta sus últimas consecuencias: la suplantación.

 

Pese a que el magnate/presidente americano no se ha pronunciado (todavía), al respecto de que Baldwin pueda sustituirlo en dicha cena, es presumible pensar que no debe ser una idea que le entusiasme, habida cuenta de las críticas furibundas dirigidas al actor que ha osado darle vida a una caricatura de su imagen.

Pero, ¿es, o puede ser, la imitación de Baldwin una herramienta subversiva? ¿O es, más bien, una válvula de escape? Es decir, ¿representa realmente este tipo de ejercicios un desafío? O, tal vez, ¿el «desfogue» de dicha válvula de escape no hace sino fortalecer la regla/código que se viola? En el fondo se trata de observar si hay una verdadera crítica que pueda «socavar algo» o si, simplemente, como no se puede cambiar (por el momento) el hecho de que ese hombre esté donde está, se intenta que al menos pueda resultar vulnerable por unos instantes.

No puede decirse que el enfado de Trump, hasta ahora, pueda deberse al peligro que su imitación representa. El ejercicio de Baldwin parece, por resumirlo, un intersticio en la realidad: una válvula de escape. Como tal, su potencial subversivo dista de ser tal. Si acaso, es plausible pensar que  que se relaciona con una falta de comprensión de la importancia que tiene la transgresión cómica para estabilizar las sociedades. Y, sobre todo, de un ego desmesurado e inquebrantable.

Sin embargo, la potencia de insertar al Trump de Baldwin en la cena de Corresponsales es un giro que debe valorarse. Esta sustitución puede ser importante en la medida en la que puede significar la colisión entre el mundo al revés que representa la caricatura, y el mundo «real» que representa la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca (curiosamente, es posible plantear que la razón sobre la que subyace la negación de Trump a participar en dicha cena, es la que de ese mundo de los periodistas «no es real», pues el mantra es: «Fake news»).

 

Hacer explícito este choque de trenes entre una forma de entender la realidad y una forma de entender lo cómico, podría derivar en una crítica mucho más potente que la que se ha hecho hasta ahora: evidenciando las penurias de Donald Trump. Todo dependerá no únicamente de la asistencia o no de Baldwin a esta cena sino de la intención última de éste: ¿entretener a los asistentes o hacer que el presidente se arrepienta de su ausencia?