Yo la busco (y no la encuentro)

Yo la busco (y no la encuentro)

Yo la busco, ópera prima de la directora Sara Gutiérrez Galve, es una de esas obras que cala lenta pero inexorablemente, cual gota malaya.

La idea-motor del film es simple: el paso del tiempo nos cambia o, más bien, nos exige cambio. Pero cabe resistir, creería el protagonista.

 

Max, el protagonista, es un joven barcelonés que está haciendo la transición a no ser ya tan joven: alrededor de la treintena, parece que conformarse con compartir piso con una amiga de toda la vida no es lo que se espera de alguien en esa edad y situación. Por ello, cuando Emma, su compañera de piso, decide marcharse para irse a vivir con su novio y, quién sabe, si acabar dando más puntadas al hilo de la vida esperada (¿matrimonio?, ¿hijos?), él  comienza a sentirse devorado por su vida. A través del costumbrismo de la vida urbana de Barcelona, con su cosmopolitismo y su ocio nocturno, el protagonista busca durante una noche aquello que que le ayude a comprender lo que se le ha escapado durante este tiempo. ¿Qué estaba haciendo él cuando los demás “maduraron”? El tiempo pasó, claro está, pues siempre pasa: pero no a todo el mundo por igual. Por eso la resistencia duele, porque significa no cumplir con las expectativas.

Al margen del gusto personal de este redactor (al que le hubiera satisfecho, tal vez, más un trato del tema desde una ruptura surrealista y no desde tanta dosis de realismo), es innegable que el mensaje de la película queda claro y se transmite de manera impecable. Más impecable, si cabe, porque no hay respuestas obvias: ¿acaso Max está viviendo “mal”? ¿acaso “madurar” es necesario? Y, si lo es, ¿significa esta maduración pasar siempre por el mismo conducto de la estrecha retícula social?

 

Oro, o cuando la metáfora mata

Oro, o cuando la metáfora mata

Oro, la nueva película de Agustín Díaz Yanes, es una obra que tiene el encanto especial de agradar con lo previsible, de entretener con la repetición y de reflexionar sobre la falta de raciocinio.

Basada en un relato de Arturo Pérez Reverte, Oro nos traslada a la América, aun no marchita del todo y sin embargo tampoco virgen, de mediados del s.XVI (1538). Una expedición de unos 30 españoles intenta hallar «El Dorado» para obtener «fama y fortuna». Obviamente, con este objetivo en el horizonte, el incremento de la violencia con el paso de los minutos de metraje era algo que se anticipaba.

 
Y, sin embargo, no todo es violencia en ese clima asfixiante que se genera alrededor del paisaje de una selva amazónica tan y tan viva. Es cierto que cuando no hay oponente externo, se busca dentro. Pero también hay en lo que creer: el poder de la letra, de aquello que, siguiendo a un célebre filósofo francés, deja huella. Pero el problema es que aquí no todos pueden llegar a detentar este poder, o eso parece. Porque el poder parece algo sólido y fijo, hasta que alguien se da cuenta de que se puede mover.

Cabe destacar la actuación de un Raúl Arévalo que parece ser uno de los hombres de moda del cine español. Todos sus personajes, hasta el momento, me resultan creíbles y bien armados. Si hubiera que poner un pero, tal vez, sería su carácter excesivamente taciturno y serio en todos sus papeles. Esto último, no obstante, debe ser consecuencia de lo que le piden, porque hasta el momento lo ha sabido ofrecer muy bien.

En definitiva, aunque Oro sea una historia de la que cualquiera puede tener un guión aproximado antes de verla, creo que es un film que merece la pena ver. La estética está muy bien trabajada, hay recursos: buenas actuaciones, sobriedad, un pequeño punto de reflexión y, sobre todo, crudeza, mucha crudeza.

 

Entrevista a David Arratibel

Entrevista a David Arratibel

Hace unas semanas tuve el gusto de poder ver la nueva película documental de David Arratibel: «Converso». En ésta, el director aborda la cuasi-abrupta irrupción de la fe religiosa (católica) en su familia. Dada la particularidad de este trabajo, consideré que antes de hacer cualquier reseña sobre el mismo, sería más interesante poder hablar con su creador. Y he aquí el resultado:

  1.   Como director, has utilizado un título muy sugerente para tu obra: Converso. A decir verdad, si lo pienso bien, sería difícil encontrar una palabra más precisa para el fenómeno que se vive en tu familia. Sin embargo, quizás no acabe de ser del todo adecuada pues, en mayor o menor medida, tu madre y Raúl, cuanto menos, ya habían creído con anterioridad. ¿Has encontrado alguna explicación que te satisfaga a esta re-intensificación del sentimiento religioso?

Para mí el título tiene como mínimo dos significados: uno, el de las personas, ellos, que se convierten a una nueva religión; y otro, la primera persona del presente del verbo conversar. Este segundo sentido es para mí el verdadero del título, porque, para mí, ésta es una película sobre conversaciones pendientes que, por fin, en presente, frente a la cámara, se producen.

Respecto al reencuentro o re-intensificación de Raúl y mi madre con la fe, creo que ellos explican en la película cuál ha sido ese camino de vuelta. A mí, desde fuera, me cuesta mucho responder a ese tipo de cuestiones.

  1. Durante la película, mientras hablas con Paula, hay un momento en el cual comentas que el sentido de reunir a tus hermanas, tu madre y tu cuñado, está en ver qué tienen en común para entender el origen de sus “conversiones”, de su fe renovada, ¿Crees haber hallado un hilo conductor entre todos o algún tipo de respuesta? 

El capítulo en el que le pregunto eso a mi hermana Paula se titula “No se puede filmar el Espíritu Santo”. En ese capítulo recojo los momentos en los que yo intento entender cómo se cree, cómo es ese proceso de llegar a tener la certeza de que Dios existe. Y se lo pregunto a mi hermana pequeña porque ella es neuróloga y pienso que quizá me pueda dar una respuesta. Pero ni ella ni nadie me ha podido dar una explicación que no tenga un componente abstracto e inenarrable. En ese sentido, la película admite su incapacidad de documentar el proceso de tener fe.

David Arratíbel (izquierda), con su cuñado, su madre y sus dos hermanas, en un fotograma de ‘Converso’.

  1. Siguiendo con tu conversación con tu hermana Paula, tu manifiestas la sensación de lástima que sentiste al ver que la capacidad crítica de tu hermana podría verse mermada al adquirir un dogma religioso (digamos, un paquete cerrado). Sin embargo, tal y como hablan los integrantes de tu familia, no está tan claro que ellos sigan de pe a pa toda la doctrina católica sino que anteponen su fe en un ser que los reconcilia con algo a unos preceptos religiosos concretos. ¿Piensas que se puede desligar la Fe de la Iglesia (o, cuanto menos, restarla a esta última un papel crucial)? ¿Qué crees que piensa tu familia al respecto?

Con mi hermana mayor he hablado mucho sobre esto, sobre la distancia entre tener fe y una vivencia religiosa, y estar de acuerdo con los preceptos de la Iglesia católica. Ella me da una explicación que, a mí, me vale: me dice que la iglesia es el legado de Jesucristo y que, con todos sus defectos, ellos quieren estar dentro para, si se puede, mejorarla en lo que les sea posible. Para mí es algo parecido la la democracia: sabes que es imperfecta, que tiene mil vías de agua, pero no se me ocurre salir de ella para intentar cambiarla.

  1. En algún momento de tu obra, comentas la frustración que te generó ver que te quedabas “sólo”, sobre todo después de la conversión de tu hermana pequeña. ¿No te viste atraído en ningún momento por la fe de ellos o, de alguna forma, deseaste creer igual que ellos? Y al hilo de esto, ¿Cómo te explicas la conversión masiva, casi por contagio, en el seno de tu familia?

Durante el proceso de hacer la película, y también en el diálogo con el público, no he tenido momentos en los que “peligrase” mi agnosticismo (risas). Pero es curioso que, después de tanto hablar de religión, el primer momento en el que he mirado hacia adentro -o hacia el cielo- con cierta actitud de búsqueda ha sido debido a que un gran amigo mío está luchando contra un cáncer muy fuerte. Soy una persona poco espiritual pero creo que la presencia de la muerte nos hace asomarnos a todos a ese abismo que comenta Raúl en la película.

  1. Por más que yo intentara visionar el documental desde una perspectiva neutral, no me podía quitar de mi cabeza el hecho de que una película documental sobre personas que, de repente, se arraigan de nuevo a unas convicciones religiosas muy poderosas y que ocurre en Navarra tiene algo de no-casual (no podía evitar pensar en el Opus Dei y otras órdenes religiosas, lo lamento). ¿Crees que el contexto socio-religioso de la región tuvo un papel relevante en la “conversión” de tu familia?

Es una pregunta bastante recurrente a la que sólo puedo responder que mi familia no está dentro del Opus Dei. Podría estarlo, porque en Navarra tiene mucha presencia, pero no es el caso.

  1. En tu documental se puede apreciar un uso muy meticuloso de la estética. Y, de hecho, el tema de la estética emerge de forma recurrente en tus entrevistas. Tu madre admite, de forma directa, que ella siempre estuvo detrás de la búsqueda de la hermosura y tu hermana se “convirtió” a través de la visión interna (estetizada) de toda la pasión de Cristo. Me gustaría saber si has sacado alguna conclusión respecto a la importancia que la estética católica tiene en la fe de sus feligreses.

Es algo muy presente en la película, sobre todo en la música. Como dice Raúl, ya Santo Tomás de Aquino dijo que la música del órgano “arrebata el alma a lo celestial”. Así, en la película, vemos llegar algo abstracto, desmontado en un camión. Esa cosa va tomando forma y se crea, por la mano de hombre, un instrumento que es una metáfora de la Iglesia, porque el viento del Espíritu Santo entra en el órgano y hace que todos los tubos, como todos los miembros de la Iglesia, generen un acorde armónico. Yo estaba y estoy fuera de ese acorde del órgano-Iglesia, pero intento buscar la armonía sin pasar por el instrumento -en el sentido de doble de la palabra- cantando a capella, con sólo la voz humana.

  1. Raúl, tu cuñado, te comenta en un momento de la película que la fe es compleja porque nadie se la merece ni está preparado para recibirla, simplemente es un regalo que se da y por eso cuesta tanto hablar de ella. ¿Piensas haberte puesto en la piel de tu familia para sentir lo que ellos sienten pese a que no creas en lo que ellos creen?

Eso he intentado y, aunque no haya conseguido entender o vivir su experiencia trascendental, sí que me he he puesto en su piel para tratar de acercarme a su “sentir” religioso.

 

Rick, Morty y la sempiterna lucha entre Identidad y Diferencia

Rick, Morty y la sempiterna lucha entre Identidad y Diferencia

Este verano dediqué una parte de mi tiempo libre a conocer y visionar la serie americana de AdultSwim «Rick and Morty» (ya lo sé: es bastante imperdonable que no la conociera de antes). Este producto televisivo me pareció muy interesante. En él se daba un humor transgresor del estilo de «Family Guy», con temas remotamente relacionados con la Ciencia (al estilo de «The Big Bang Theory») pero, sin embargo, en ningún caso daba la sensación de estar visionando un plagio de ninguna otra serie. Hay algo original que rezuma en el ambiente de ese espectáculo.

En cualquier caso, lo más interesante de esta serie televisiva es, en mi opinión, algunos debates clásicos del pensamiento que saca a relucir. Me centraré en uno sugerente para mí, que surge en el 3r episodio de la 2ª temporada. El susodicho episodio, titulado «Erotic Assimilation», pone sobre la mesa el debate recurrente sobre Identidad y Diferencia. Una entidad llamada «Unity», coloniza un planeta haciendo que todos sus habitantes sean parasitados por ella y, por ende, pierdan su personalidad y voluntad propia. Es decir, se elimina toda Diferencia y sólo prevalece una voluntad.

Sin embargo, cuando Rick llega a dicho planeta (acompañado, por supuesto, de su nieto Morty y también, esta vez, de su nieta Summer), pervierte a «Unity» (que es una antigua amante) y esto posibilita que su control sobre el planeta se desvanezca. Esta situación provoca conflictos, violencia, desorden, etc. Es decir, en otros términos: una Identidad fuerte prevalece eliminando/arrinconando toda Diferencia pero, en cuanto esta Diferencia consigue abrirse de nuevo paso, genera problemas. A pesar de la convicción de Summer, que creía que era importante dar cabida a esa Diferencia. Era importante, en términos de Summer, que cada uno pudiera ser sí mismo. Pero esto, parece ser, no resulta efectivo…

Toda esta historia podría quedarse en otro pasaje cómico, sin más, de la serie. No obstante, creo que la sátira que se desprende de todo ello, no es baladí. De forma habitual, a muchas personas les gusta reivindicar el derecho a que todas las opiniones y todos los pareceres tengan cabida. Sin embargo, a menudo se concibe (puede que incluso por las mismas personas), que una Identidad fuerte tiene sus ventajas. Esto se puede deber a que se entiende que es «más fácil de gestionar».

En un pensamiento único no hay discusión y conflicto, hay «paz». Pero, según yo lo veo, esta dicotomía entre dar paso a la Diferencia o negarla es falsa. Parte de un error de principio: estipular que la discusión y el conflicto es intrínsecamente «malo», que no estar de acuerdo en todo es un problema de por sí. Obviamente: la mayoría abominará la violencia y la destrucción. Pero entre el intercambio de pareceres y la destrucción no hay sólo un paso cuantitativo, sino, sobre todo, cualitativo. No son los que reclaman, de hecho, la legitimidad de la Diferencia los que acaban produciendo esa violencia si no que son los que creen en una Identidad fuerte y sin fisuras los que suelen abusar de esa violencia para, precisamente, no dar lugar a esa Diferencia. Es decir, a través de la violencia se gana una «paz» que realmente no merece ese nombre porque es un eufemismo de «muerte».

Si hablaramos de termodinámica, los que aspiran a una Identidad fuerte que no admita Diferencia aspiran a eliminar toda entropía. Es decir, en la no-admisión de la Diferencia hay una pulsión de muerte. Y sí, sin Diferencia conseguiremos un mundo tranquilo: un mundo muerto.

De hecho, si no hubiera Diferencia no habría cabido para el humor. Ni, por supuesto, para «Rick and Morty». Porque bastaría con afirmar la «Verdad» y no se admitiría cuestionarla.

PD: Me reservo para otro momento hablar de este mismo capítulo con otra clave y tema importante: el amor. En concreto, con otro tópico: sobre el potencial destructivo del amor.

Selfie: o cuando lo inconcluso provoca hilaridad

Selfie: o cuando lo inconcluso provoca hilaridad

En el universo de la comedia española post-8 apellidos vascos parece que hay hueco para un humor diferente.

Selfie, la nueva película de Victor García León, es una comedia de inspiración política. Pero tampoco se puede decir que sea una comedia puramente política. La clave de la trama reside en testimoniar la caída de un joven adinerado cuando su padre, ministro del gobierno, es detenido por corrupción. Más allá de la obvia sátira sobre la situación política que atraviesa España, este film consigue llevar a la risa a través de la inadecuación de su protagonista principal.

Alguien me ha comentado que el rodaje como falso documental le puede restar verosimilitud a la historia. Creo, no obstante, que cabe señalar que las historias no tienen porque resultar creíbles: sino potentes. Y Selfie tiene potencia.

Es importante preguntarse porque la caída de Bosco (protagonista) no nos inspira piedad y sí risa. La respuesta tradicional pasa por decir que no podemos empatizar con el personaje porque es muy diferente a nosotros. O, cuanto menos,  porque vivía de forma muy diferente a nosotros. Si bien esto es innegable, se debe, cuanto menos, completar esta justificación. La caída del protagonista nos provoca hilaridad porque juega continuamente con lo inconcluso. El director ha trabajado muy bien una de las reglas fundamentales de la comedia: la transgresión debe ser supuesta y conocida con anterioridad. Por eso reímos ante los silencios y la falta de respuestas de Bosco. Así como reímos ante la ingenuidad de Macarena. Pues ella es la buena samaritana cuando debe y cuando no.

El único gran pero que se le puede objetar al film es la caída de ritmo que experimenta después de los primeros 40-45 minutos. La fórmula parece agotarse pronto aunque, según mi parecer, podría haberse alargado un poco más. Ese cierto espesor en la segunda parte del metraje nubla una obra que, tanto por su enfoque y su intención como por su resultado, consigue convertirse en una comedia rompedora y diferente.

En cualesquiera de los casos, merece la pena el visionado de Selfie. A menudo, con la comedia, el resultado que provoca es hijo de lo inesperado. Y este es un claro ejemplo.