“Zorra”, de Nebulossa. Porque “el feminismo es divertido”

“Zorra”, de Nebulossa. Porque “el feminismo es divertido”

“Zorra”, la canción ganadora del Benidorm Fest 2024, está superando todas las expectativas. Incluso las de sus propios autores e intérpretes, María Bas y Mark Dasousa (Nebulossa), abrumados por la intensa acogida. El tema es una de las canciones más virales de Spotify no solo en España, sino a nivel mundial, y ha suscitado un insólito debate en torno a su mensaje. De hecho, ya contamos con una parodia de TV3 en la que la misma Isabel Díaz Ayuso también se “empodera” a ritmo de otr¡o insulto como es “Facha”. Incluso Pedro Sánchez ha opinado sobre la propuesta en una entrevista. En ella, el presidente, también llamado “Perro” por sus detractores (en sustitución de su nombre de pila), nos ha legado una inenarrable sentencia para la posteridad: “El feminismo es divertido”.

Numerosos artículos se están haciendo eco del éxito de Nebulossa así como las tertulias televisivas de todo signo, como “TardeAR”. Por otro lado, desde el ámbito de la investigación académica comenzamos a contar con algunas aportaciones que, por lo pronto, ponen sobre la mesa ciertos temas. En concreto, un tema que los estetas lectores de Rancière tanto disfrutamos, pero que rara vez traspasa nuestro dominio disciplinar. Me refiero al debate en torno a dos términos que suenan y hasta operan de manera parecida, aunque en esencia se opongan diametralmente: ética y estética.

El término “Zorra”, como es sabido, tiene en castellano una connotación peyorativa cuando es dirigido a la mujer: “prostituta”. “Zorro”, sin embargo, es empleado para definir a un hombre “hábil” o “astuto”. Como vemos, hay una clara diferencia en ambas acepciones, y aunque el primero se emplea como un insulto, tampoco podemos afirmar que el segundo sea exactamente un halago. “Astuto” define a alguien habilidoso, que sabe cómo mover sus cartas o dirigir los recursos que tiene a su disposición para lograr un determinado fin. Pero este fin habitualmente comprende un beneficio personal, difícil de conseguir. Un fin que requiere el empleo de ciertas maniobras moral y hasta legalmente discutibles. Para ello el zorro precisa de una necesaria discreción. Que no le vean.

Esta definición nos puede remitir asimismo al contraste entre “listo” e “inteligente”. Aunque ser “listo” puede tomarse como un cumplido, también “encubre” –y de “ser visto” va en el fondo todo esto– un cierto modo de hacer o maquinar. Y en una concreta dirección, para un determinado fin, como vimos antes con “astuto”. Normalmente ese fin, lo hemos adelantado, es el beneficio propio. El término “inteligente”, sin embargo, no tiene el peso moral de adónde se dirige dicho potencial, dicha virtud.

Con esto quiero ejemplificar cómo, aunque obviamente el primero está tipificado por la RAE como un insulto y el segundo no, tanto “zorra” como “zorro” se hallan socialmente cargados de connotaciones que atañen a una astucia sospechosa o debatible a nivel moral. “El zorro” también es un héroe de ficción, todos lo sabemos. Pero llamar “zorro” a un hombre en la vida cotidiana difícilmente puede considerarse solo como un halago. Señala a una virtud, está claro, pero a una virtud que solo funciona en la sombra. Al ser pronunciado, el epíteto identifica y desenmascara a quien opera virtuosa y sigilosamente para conseguir su objetivo. El zorro, al ser identificado como tal, es desenmascarado. Y, por lo tanto, comienza a dejar de serlo.

Apuntada esta cuestión, procedamos a analizar la canción en cuestión. El tema fundamental de “Zorra” no es nada nuevo. Las reivindicaciones feministas en el pop tienen ya una larga historia, y muchos seguramente recordamos a Las Vulpes y Meredith Brooks cuando dimos con el tema de Nebulossa. Además, en los últimos años es interesante comprobar cómo otros géneros musicales se han sumado a dicha tendencia, como el reggaetón. Lo que sí sorprende es que el mensaje de “Zorra” sea ejecutado no por una chica joven sino por una mujer madura, de 56 años. “Estoy en un buen momento”, canta con rotundidad María Bas. A rasgos generales, podemos resumir que se trata de una letra irónica, divertida, que aunque hace uso de ciertas expresiones ya conocidas, no cae en lugares comunes. A diferencia de muchas otras canciones pop, el tema desarrolla una historia y resulta entretenido precisamente por articular una narración sin repetir machaconamente su estribillo o agotar todo el mensaje en las primeras líneas. Algo que contrasta en una industria dominada por canciones musical y líricamente más cortas, sencillas y directas (a excepción del rap, cuyas letras obviamente son más extensas). En este punto, advertimos tanto la sofisticación lírica pero también musical del dúo, con un gran habilidad en la construcción de la melodía. Dentro, por supuesto, de los cánones del pop.

Ese es el otro punto que caracteriza tanto a la composición. Suena a los años ochenta. Al igual que lo hiciera Rigoberta Bandini hace poco –o La Casa Azul ya en 2008–, la canción elabora una historia más allá de temáticas de amor predecibles y lo hace con referencias vintage en lo musical un tanto arriesgadas, pues no tienen porqué conectar con una juventud que ha nacido y crecido en el contexto de la “música urbana”. Además, el poco castellano que escucha esta generación, en contraste con la de los años noventa y principios de los dos mil (compárese, por ejemplo, la lista de Los 40 de entonces con la de ahora), procede mayoritariamente de América Latina. Incluso muchos cantantes españoles como Abraham Mateo han incorporado los modos de hablar en dichas regiones –y ya no solo los estilos de música latinos– para acercarse a esa audiencia (Lo llegó a hacer hasta Nena Daconte…).

Todo ello hace de la candidatura de Nebulossa algo tan atípico en la industria musical generalista, quedándose en un lugar intermedio entre lo petardo, lo indie y la canción de Festival. Como los temas presentados al Benidorm Fest van destinados a representar a RTVE en Eurovisión, si uno quiere tener éxito en la competición internacional, debería tener en cuenta ciertas cuestiones. A nivel lírico es importante que la letra de la canción candidata sea lo más sencilla e impactante posible, a poder ser en inglés, para conectar con el gran público y abrir la puerta al mercado internacional. No es necesario una gran complejidad, pensemos en el “SloMo” de Chanel (“Apena’ hago doom, doom con mi boom, boom y le’ tengo dando zoom, zoom on my yummy”), sino de concretar, ejecutar (interpretación, coreografía) y empaquetar (vestuario, escenografía) el mensaje de la mejor manera posible. Esto es lo que llevó a Chanel a lo más alto de la tabla en Eurovisión 2022.

El debate moral suscitado por Nebulossa es muy interesante porque pone sobre el tapete dos cuestiones como son la resignificación de un insulto y el edadismo. Todo ello desde una comunidad autónoma, como la Valenciana, gobernada en coalición por Vox. Partido que, no lo olvidemos, ha censurado en la región tanto libros y revistas en valenciano como publicaciones de temática LGTBIQ+. Las críticas, obviamente, no han tardado en llegar. En cuanto a la resignificación del insulto, como podemos leer en dos investigaciones publicadas en The Conversation, esta tarea, se entiende, es potestad de quien lo sufre por cuanto es a él a quien va dirigido. Los significados están siempre en continuo cambio y negociación en función de su uso. Al apropiarse de un insulto y llevarlo al absurdo en su constante repetición y mofa, este pierde su operatividad. Asimismo, se lanza un mensaje a quien insulta: ya no me duele.  De este modo, como ocurre en la teoría queer, uno desactiva su carácter peyorativo. Las armas del enemigo, gracias a una sutil intervención, se vuelven absurdas. El insulto descarrila. Como proyecto, esta idea resulta estimulante por transformadora, pues si cambiamos los significados tenemos el poder de cambiar el modo en el que interpretamos la realidad. Y esto no es nada más y nada menos que, como diría Ludwig Wittgenstein, nuestro mundo.

Pero quisiera, si me permiten, “rebajar los humos” (tan apabullantes en estos escenarios, por cierto) y pensar el tema desde una óptica menos ambiciosa. Quisiera, por supuesto, no tanto generalizar, como se hace desde el feminismo transexcluyente –que por supuesto abomina de esta propuesta–, sino limitarme estrictamente a lo que la canción cuenta. Aunque de forma constante se está extrapolando el mensaje de “Zorra” a todas las mujeres, en realidad la canción parte de una experiencia personal de la propia cantante. De hecho, está escrita en primera persona: “Soy”, canta repetidamente María Bas. En ningún momento se promulga un “somos”. Si a ella, individualmente, le han llamado zorra y ha escrito esta canción para sanarse de la agresión verbal, todo el debate en torno a si empodera o no a la mujer (así, en abstracto), es secundario. Si “lo personal es político”, ¿porqué nos vamos directamente a lo político sin preguntarnos lo más mínimo por María Bas? ¿Dónde queda el individuo en todo esto? “Zorra” no habla tanto de “la mujer”, sino de ella como mujer. Y en lo que haya vivido y lo que quiera expresar poco más podemos decir, al margen de que nos identifiquemos más o menos. Extrapolar de primeras su mensaje a todas las mujeres (y en efecto, muchas se ven identificadas) implica pasar por alto la vivencia concreta de María Bas.

Además, es preciso recordar que estamos hablando de música, no de un mitin político. Toda propuesta artística “encarna” un significado, en palabras de Arthur C. Danto. Lo encarna, no lo ilustra. Es decir, necesita de una forma, de una corporeidad, de una materialidad para catalizarlo. Por este motivo, voy a incidir en la ejecución del tema: cómo es cantado e interpretado y cómo es planteada su puesta en escena. En Eurovisión, es bien sabido, no hay unos criterios de calidad definidos para elegir a la mejor canción (para ganar la competición), escribe Philipp Le Guern. No obstante, las propuestas más exitosas a lo largo de los años en el Festival suelen ser bien ejecutadas (a nivel vocal, interpretativo y escenográfico) y tener un mensaje sencillo, claro y conciso (letras simples, a menudo en inglés y con títulos cortos, lo cual no las exime de ser más o menos originales). Salvo lo escueto de la palabra “Zorra” y la concreción de su mensaje, todo lo demás en esta actuación no es especialmente destacable. La voz de la cantante suena algo ahogada en el directo, e incluso temblorosa en ciertos puntos. Su interpretación tampoco nos cuenta el tema: Bas sonríe indistintamente a lo largo del espectáculo, sin enfatizar de modo interpretativo los distintos y muy diversos pasajes de la canción. Aunque los elementos de atrezo están en consonancia con el tema (remiten al burlesque y al peep show), la realización tampoco ayuda a crear intimidad con la cantante, echando en falta primeros planos que nos permitan conectar con su rostro. Con su historia.

Por tanto, el directo de Nebulossa no está a la altura de la calidad del tema. Y no es una cuestión de edad sino de experiencia en el escenario. Recordemos a los Olsen Brothers, ya entrados en la cincuentena, ganando el Festival de Eurovisión en 2001 con “Fly on the Wings of Love”. Tenían una dilatada experiencia en escenarios de medio mundo, tanta que “vinieron a servir” como se dice ahora, y la victoria fue arrolladora frente a otras candidaturas más jóvenes y joviales, aparentemente más atractivas para el gran público. Volviendo a Benidorm, de hecho, muchos otros cantantes de esta edición, y de distintas edades, también evidenciaron esa carencia de tablas. Y no pasa nada. La industria musical no necesita tanto artistas con buen directo, sino más bien propuestas sofisticadamente producidas y con una eficaz promoción detrás, que enganchen con el público. Si ya sintonizan con los temas del momento, tanto mejor.

Desde el debate surgido en torno al empleo del autotune en la música urbana esta cuestión alcanzó una gran visibilidad. Pero Eurovisión no es exactamente la industria musical. Es un OT a lo grande donde lo único en directo, la voz, al menos ha de sonar bien por respeto al enorme despliegue que implica. Lo sucedido con Nebulossa es muy parecido a la historia de Rigoberta Bandini en 2022. Pese a diseñar un número audiovisual excelente, insólito incluso, la inseguridad de su rostro se plasmó en los pocos primeros planos de la realización y su voz falló en varios momentos. Todo lo contrario al poderío que “sirvió” Chanel con un tema mucho menos sofisticado musicalmente. Pero gracias a cómo lo vendió y transmitió, aduciendo su experiencia en el teatro musical, acabó llegando a toda Europa y Australia. Todo ello con muy pocos elementos, apenas un juego de luces y un cuerpo de baile. Y lo que es más significativo: acabó llegando a los mismos eurofán que tanto la vilipendiaron al ser elegida ganadora en detrimento de Bandini y las Tanxugeiras. Esos mismos eurofán ahora la adoran. Por supuesto, ella en su momento también fue tildada de, como mínimo, “Zorra”.

Con el problema que acabo de plantear quisiera resaltar que, para traspasar nuestras fronteras (resto de Europa, Australia y el mundo entero) no solo es preciso que todo el armazón esté listo (una letra y una música, como es este el caso, muy dignas dentro de los cánones del pop), sino que, ante todo, sea transmitido. “El medio es el mensaje”, decía Marshall McLuhan. Por este motivo, debemos apuntar que el mensaje de momento no se ha transmitido con el mejor de los medios. En Benidorm “Zorra” ganó, pero en una final muy reñida donde no había nada escrito hasta el final. Tampoco ningún favorito que levantara demasiadas pasiones. Aún queda, de hecho, lo más decisivo, y si el tema pretende suscitar ese teórico empoderamiento que tantos ven en la composición, aún está por ver una vez llegue a Malmö. Así mismo, es preciso cuidar la promoción, no solo en los conciertos sino en las ruedas de prensa que el conjunto dará por diversos países. Pero ni María Bas ni Mark Dasousa se defienden en inglés, precisando de un intérprete en todo momento. Todos estos factores influirán en la posición en la que finalmente Nebulossa quede, y ese resultado marcará la trascendencia de la propuesta.

Las cosas hubieran sido muy distintas de no haber ganado “Zorra” el Benidorm Fest. Incluso mejores, asegurándose una trayectoria a nivel nacional algo menos arriesgada. No ganar la competición local, en efecto, ha dado buenos resultados en las carreras de Bandini, Tanxugueiras o Vicco (parece que también a St. Pedro o Angy). Pero ganarlo es una gran responsabilidad, para bien y para mal. Chanel, de hecho, sufrió una intensa campaña de odio en nuestro país, pero al conseguir el tercer puesto en 2022, regresó a España como una heroína nacional. La Casa Real la felicitó y gran parte del mismo público que la vilipendió, ahora la aclama. Acaba de publicar su primer disco. Pastora Soler y Ruth Lorenzo llegaron a sus respectivas ediciones con pocas expectativas, en momentos muy bajos de popularidad, pero sus entonces excelentes resultados han relanzado sus carreras. Sin embargo, como ocurrió con Blanca Paloma el año pasado, si finalmente el tema no convence en Eurovisión, por mucho que sea querido en casa, caerá en la ignominia. Tristemente, y pese a la gran calidad de su propuesta, su puesto en la competición acabó eclipsando el gran trabajo desarrollado por la alicantina, y quién sabe, también su carrera. A Remedios Amaya también le ocurrió, y solo después de muchos años conseguirá volver a la industria discográfica. Por lo pronto, Blanca Paloma no ha sido invitada a cantar en el Benidorm este año.

La única ventaja del dúo Nebulossa al respecto es que, como ellos mismos han dicho, precisamente a estas alturas de la película, saben cuáles son sus “limitaciones”. Lo importante para ellos es enviar el mensaje, más allá de ganar o perder. Tal y como trata la industria a las personas de mayor edad, puede que, en efecto, no tengan tanto que ganar o perder. Y quizás sea importante centrar la atención también en ese tema, el tema de la edad, en una sociedad cada vez más envejecida pero que, paradójicamente, deja atrás sistemáticamente a sus mayores, considerándolos no aptos, no válidos. Que además sea una mujer mayor quien lidere el mensaje de esta canción teniendo en cuenta cómo la brecha de género se potencia con la edad, es sin duda un golpe sobre la mesa. Ojalá ese golpe sea dado de la manera más precisa y certera posible en Malmö.

En suma, aún celebrando la gran calidad de la composición, son tres las cuestiones que quisiera señalar para cerrar esta reflexión. Primera, la dimensión personal de la canción. Esto es, la experiencia de la propia cantante al recibir un insulto y no tanto la extrapolación a todas las mujeres y su hipotético empoderamiento. Segunda, la potencialidad de su ejecución. Toda propuesta creativa o artística en definitiva, expresa su contenido a través de una forma (de lo contrario, esta sería una proposición meramente informativa). En este caso, la ejecución de “Zorra” presenta ciertas carencias para el contexto al que va dirigida. Tercera, la recepción del tema, aún en construcción y que se forjará a través de la narrativa que se promueva durante los meses que quedan de promoción. El resultado obtenido, finalmente, decidirá si esta tentativa resignificadora será algo más que una tentativa. Mientras tanto, disfrutemos zorreando. “El feminismo es divertido”.

La comicidad involuntaria de la épica

La comicidad involuntaria de la épica

 

De niños creamos las normas de nuestros propios juegos y la libertad de la que hacemos uso para crearlas permite también su transformación permanente. El que gocemos de la libertad absoluta para establecer las normas del juego tiene, como contrapartida, el hastío que genera que se puedan imponer unas normas distintas en el curso mismo de la partida. En cierto modo, todos podemos recordar la sensación de aburrimiento que generaban los cambios constantes de normas y que convertían el juego en el puro capricho de quien las dictaba. Esa es la sensación que uno tiene con Dark (2017-2020), la serie alemana cuya tercera temporada cierra el relato.

De un universo ficcional espera uno que se rija por unas normas coherentes y constantes, normas tan perogrullescas como aquella que dicta que si un personaje ha perdido una chaqueta en un trance no puedo aparecer llevándolo en su siguiente periplo. En el contexto de las narraciones de ciencia ficción, el contrato ficticio permite subvertir algunas de las constantes espaciales y temporales que rigen nuestra experiencia inmediata del mundo e imaginar modalidades de este que, dadas las condiciones tecnológicas actuales, nos son técnicamente factibles. Sin embargo, el hecho de que se contravengan determinados principios de la física o, más sencillamente, nuestra experiencia cotidiana del mundo no implica que la constancia y la coherencia del universo ficcional no hayan de preservarse para que la inmersión lúdica del lector/espectador en él sea plena.

 No parece que en Dark se mantengan constantes las normas que regían el universo ficcional en sus momentos más embrionarios, cuando todo parecía orbitar en torno a la cuestión del tiempo y el eterno retorno de lo mismo, como anticipa la inocente frase del joven Mikkael – la pregunta no es cómo sino cuándo – en el primer capítulo. La desaparición del niño aspirante a mago desata una serie de desapariciones de jóvenes en el aparentemente tranquilo y boscoso pueblo alemán de Winden que la policía no consigue explicar. Como ocurría en el Twin Peaks de David Lynch, parecen ser los jóvenes amigos de los desaparecidos, reunidos también bajo un puente en el bosque, los más avezados en la búsqueda de las pesquisas y aquellos que determinan que todos los rastros conducen a las cuevas del pueblo y, en sus profundidades, a una puerta soldada que las conecta con la central nuclear.

Es en esta primera temporada donde la serie logra la inmersión plena del espectador en el universo ficcional, tanto porque las normas que componen el universo ficcional mantienen su coherencia y su constancia como por la hábil dosificación de los enigmas sobre las desapariciones que, si bien empiezan a conectarse con la cueva como un portal temporal, parecen implicar, en mayor o menor medida, a todos los habitantes del pueblo. Sin embargo, en la segunda temporada, la sospecha de una posible motivación humana para las desapariciones se sacrifica y el misterio empieza a orbitar exclusivamente en torno a las paradojas espaciotemporales y los personajes empiezan a hablar como si estuvieran recitando pasajes de Así habló Zaratustra que sirven como explicación al espectador de los fundamentos teóricos en los que descansa la trama: que esto es una serie sobre la repetición de lo mismo y que el principio es el final y el final es el principio y que, ay, estamos condenados a hacer lo mismo que ya hicimos.

Todos los conflictos morales a los que se ven sometidos los personajes se producen como consecuencia de los viajes en el tiempo que realizan y todas las decisiones que toman tienen por objetivo acabar con las paradojas que aquellos generan para reestablecer la armonía que regía su vida antes de la desaparición de Mikkael. La psicología de los personajes, sus deseos y sus motivaciones inconscientes devienen así una mera función del desenvolvimiento de los inescrutables hilos del destino que subyacen a los viajes en el tiempo.

En todo caso, se mantienen constantes hasta la segunda temporada las normas que regían el universo ficcional de la serie, aunque el grado de complejidad que el desarrollo de estas normas implica vaya en detrimento de su interés narrativo, únicamente consagrado a un restablecimiento artificioso, engolado y cultureta de la teleología y, en definitiva, a la resolución de la pregunta final, ¿cómo se resuelve el intricado puzzle?, ¿cuál es el fin del enrevesado laberinto? Asimismo, las referencias cultivadas a Goethe, Nietzsche, el mito de Ariadna o las edades del hombre no se engarzan significativamente en el desarrollo narrativo de los personajes, sino que constituyen un endulzado reclamo para aquellos especialmente receptivos al baño vivificador de la luz de la cultura y, por otra, un intento mortecino de reestablecer el vigor reconfortante del tiempo mítico y del remanente de sentido del que gozaban los héroes épicos, cuyo destino estaba asegurado. Es el destino kitsch de Jonas y Martha, spoiler máximo, que, pese a estar locamente enamorados y consagrados el uno al otro, tienen que poner fin al mundo que los permite existir. Su destino es el ancestral motivo dramático del amor imposible, imposible, en esta filigrana, porque pertenecen a dos mundos posibles emanados del vórtice que generó la máquina para viajar en el tiempo de un científico y relojero de apellido Tannhaus.

El siglo XX se iniciaba, en el campo de la novela, con narraciones como el Ulises de Joyce o Mientras agonizo de Faulkner, que ensayaban formas de relato refractarias a la teleología. Si bien es cierto que siguieron escribiéndose novelas con desarrollo lineal en las que la organización consecutiva de las acciones revestía de significación teleológica los acontecimientos ubicados a su final, parecería que los cambios tecnológicos y culturales que experimentaron las sociedades occidentales a lo largo del siglo XX requerían de una forma de representación narrativa de la realidad que renunciaba a la teleología y que buscaba nuevas formas de articulación del sentido. En Dark se transgrede la secuenciación lineal de los acontecimientos, de modo tal que actos realizados en el futuro, como la creación de una máquina del tiempo, tienen consecuencias en el pasado de un grado tal como el engendramiento de dos mundos alternativos al mundo origen, en la jerga de la serie. Sin embargo, la subversión de la exposición lineal de los acontecimientos deja intacta su articulación teleológica pues todo finalmente ocurre como debería haber ocurrido y los personajes no son sino meras piezas de la intricada filigrana narrativa que los hace saltar por diferentes épocas. La metáfora del libro encontrado es ilustrativa: todo lo que les acontece a los personajes ha sido ya escrito y debe ser cumplido según dicta la letra.

Si esta intricada trama temporal ya exige mucho del espectador en la labor de completar las lagunas elididas en el universo ficcional, el cambio de las normas del juego que, en la tercera temporada, se consagra al dios de los giros de guión, trae la sensación infantil de hastío y enfado que sentíamos hacia  el amigo de la infancia que no dejaba de cambiar las normas del juego. Todo orbitaba en torno a la cuestión de los viajes en el tiempo y a la hipotética reversión de las acciones futuras mediante su transformación pasada, pero, en la tercera temporada, se cambia el paradigma para que todos los problemas radiquen en la existencia de dos mundos paralelos, emanados del mundo origen, donde se encuentra la clave del asunto. La cuestión ya no es cuándo, como decía el joven Mikkael, sino dónde.

Y, por último, más allá de que las normas del universo ficcional se transgredan como un sacrificio al dios de los giros de guión y de que se utilice el recurso narrativo de las analepsis y las prolepsis como un efecto de superficie que deja indemne el sentido teleológico del relato, ¿qué valor tiene una ficción en la que la totalidad de los conflictos morales que viven los personajes se deducen de una tecnología que a día de hoy no existe? Si la ficción constituye una herramienta a través de la cual activar un proceso de modelización mimética que nos permita anticipar la actitud que adoptaríamos si nos encontrásemos realmente en esa situación, ¿qué valor tiene un relato en el que las acciones de los personajes son todas consecuencia de la posibilidad de viajar en el tiempo? ¿Qué tipo de actitud representacional, perceptiva o actancial adquirimos al ver Dark si nunca nos encontraremos en una situación como la que se representa?

Operación Triunfo y Mecano: entre mariconez y estupidez

Operación Triunfo y Mecano: entre mariconez y estupidez

Y de nuevo estalló la polémica en esta renovada andadura de Operación Triunfo. Esta vez de la mano de María Villar, al querer cantar el tema de Mecano Quédate en Madrid (1988) modificando parte de la letra porque en ella se dice «mariconez» y lo considera ofensivo, así que quería cambiarlo por «gilipollez» para más tarde proponer «estupidez». El debate fue mucho más allá de las paredes de la academia-producto y se ha podido leer de todo. Pero, en este debate, ¿quién tiene razón?

«Siempre los cariñitos me han parecido una mariconez». He ahí la oración de la discordia. A mi parecer la canción es de lo más ñoña y la letra es para analizarla entera, no solo esa parte. Pero vayamos al meollo del asunto.

Por un lado está el tener a Ana Torroja como miembro del jurado de esta edición y seleccionar una de las canciones de Mecano. Por otro, tenemos las diferentes manifestaciones de integrantes de diversos sectores de OT -cuya existencia muchos desconocíamos- que han defendido ese cambio por considerarlo ofensivo y que estos chicos nos están dando lecciones a todos. Tampoco les veo cantando algo de La Polla Records, por ejemplo, y eso sí que sería sorprendente. Bien es cierto que en OT se suelen ceñir a unos géneros musicales determinados muy comerciales y aunque se pretenda ser políticamente correcto tanto a nivel personal como producto comerciable que se es, hay que contextualizar.

Así que vayamos unos años atrás, entre 1981 y 1992, cuando Mecano vivía un auténtico boom y sonaban sin parar en todas partes por aquello de la misma industria musical. En aquel entonces ya tenían un sonido bastante característico y unas letras que en muchos casos no brillaban precisamente por su profundidad. Sin embargo, en estos días en que se les ha tildado de homófobos, hay que recordar que crearon Mujer contra mujer cuando no se luchaba tan abiertamente por los derechos del colectivo de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales (LGTB). Por lo que denominarles homófobos resulta bastante paradójico.

No obstante, los tiempos han cambiado y la sociedad está en constante evolución. ¿Que ese término nos choca a bastantes más de dos décadas después? Claro. Como tantas otras cosas a las que antes no se les ponía voz o no se hablaba de ellas, como ya comenté en Alexandre Vidal Porto en Hay Festival: vida, política y cultura. Mecano en su día podría haber utilizado el término «estupidez» pero eligieron ese otro porque en aquel entonces no se le daría la dimensión de hoy en día.

Y aquí entramos de lleno en los derechos de autor, algo que de vez en cuando se olvida (a conveniencia o no). Y fue precisamente Ana Torroja quien lo explicó vía red social con varias declaraciones como la siguiente:

YO NO HE AUTORIZADO a nadie cambiar la letra de una canción que sigo cantando hoy en día. No estoy de acuerdo en cambiarla y no soy quien para hacerlo. El autor de la canción es José María Cano, él la escribió para Mecano y NADIE puede modificar una letra sin el permiso del autor

Efectivamente, no lo pudo autorizar puesto que, como ella misma dice, no es la autora, sino José María Cano, que es quien decide si autoriza cualquier cambio en la letra o no. No una intérprete, sea Ana Torroja, María Villar o cualquier otra persona. Es decir, que como autores nos podemos amparar en la libertad de expresión (o no, según el caso) y utilizar diferentes términos (tampoco veo a los de OT cantando Puto de Molotov) pero se debe contextualizar todo. ¿Que la cantante no quiere utilizar ese término? Que no lo haga. Puede hasta poner el micro como hacen tantos cantantes en sus conciertos para que coree el público. Hasta puede negarse a cantar esa canción. ¿Que el término es ofensivo? Desde mi punto de vista sí pero cogiendo toda la letra y añadiéndole la música, es evidente que es una canción más bien ñoña y hace varias décadas ese término no se veía tan denigrante como ahora.

Y ahora les planteo lo siguiente: si tanto apoyan el no utilizar ese término en la academia, ¿por qué no escogieron otra canción, de ese grupo o de cualquier otro, que no contuviera términos que se puedan interpretar como ofensivos? Tal vez ahí esté el quid de la cuestión.

Entonces, al autor se le ha pedido mediante presión mediática que acepte el cambio propuesto para esa palabra. Escribí sobre grandísimos artistas que hablaron de sexo, drogas, guerras y matanzas. Ninguno se autocensuró. Lo que sucede con la telerrealidad es que se puede caer en la trampa de creer todo lo que se está viendo cuando te están poniendo una realidad artificial diseccionada para venderla como un producto y que el espectador se sienta identificado con esos chicos. Sumémosle la publicidad y las redes sociales y el cocktail comercial está servido, sean cuales fueren las manifestaciones que hagan. Show business lo llaman. Será por algo.

(Foto: ABC)

Las chicas son guerreras: superheroínas de película

Las chicas son guerreras: superheroínas de película

De un tiempo a esta parte estamos viviendo una evolución en los medios de comunicación y entretenimiento porque proliferan los personajes que tienen un perfil muy distinto al del prototipo de mujer que sigue siendo mayoritario en series, películas y libros. Esto es, lo que podríamos denominar «mujeres princesas» porque viven por y para ser rescatadas por un hombre y así supuestamente alcanzar la felicidad. Sin embargo, algo está cambiando, las chicas son guerreras, y nos podríamos plantear ¿por qué ahora hay esta explosión de superheroínas/personajes femeninos tan activos con un carácter tan marcado?


El tipo de protagonistas dependientes tienen una connotación histórica y cultural muy arraigada en la sociedad desde hace siglos y este estereotipo se repite constantemente ya adentrados en el siglo XXI y a veces nos llega disfrazado con dosis de (supuesto) humor. Sirva como ejemplo la serie La que se avecina. Aquí tenemos todo un elenco de personajes femeninos que, en su inmensa mayoría, están desesperadas por encontrar un hombre -pasada determinada edad nos transmiten que ya da igual el que sea porque lo importante es estar con uno- y hacen todo tipo de disparates para conseguirlo, incluyendo someterse a cirugía y mentir sobre si tienen o no hijos dependiendo de lo que esté buscando el hombre en cuestión.

Otro ejemplo lo constituyen las arquetípicas películas románticas en las que las mujeres suspiran y ponen ojitos (nada que ver con las miradas de la gran Marlene Dietrich) y todo tipo de mohines para enamorar a su objeto de deseo en situaciones en las que, de una o varias maneras, las protagonistas dependen del amado.

No obstante, algo está cambiando y cada vez podemos ver más mujeres de otro tipo tanto en las series como en la gran pantalla. Son inteligentes, independientes, seguras, fuertes, decididas y bellas. Luchan por lo que quieren en la vida, hasta de manera literal. Con el universo de los cómics Marvel y DC, se han hecho aún más populares las superheroínas como Viuda Negra de The Avengers (Los vengadores) y la película Wonder Woman (2017) fue un éxito en taquilla. En este último trabajo se nos muestra el lado humano de la supuesta hija de Zeus en esta versión y su capacidad de lucha a todos los niveles. Hay que resaltar el dato de que al contrario que sus compañeros masculinos cuyas películas podemos disfrutar desde hace años, Wonder Woman ha tenido una película propia en 2017 y que incluso se vaticinó que sería un fracaso. Cabe plantearse si es por el antecedente de la película Elektra (2005), por ser la protagonista encarnada por Gal Gadot una superheroína y/o si tuvo que ver en la formulación de esa hipótesis que la dirección estuviera a cargo de una mujer, Patty Jenkins.

Otro caso es el de la evolucionada Alice Abernathy, interpretada por Milla Jovovich en la saga de seis películas de Resident Evil (2002-2017), dirigida mayoritariamente por Paul W. S. Anderson y que está basada en una colección de videojuegos. Esta mujer se enfrenta a su amnesia, sus temores, malvados seres humanos sobrevivientes y un desolado mundo infestado de zombis y monstruos. Para ello cuenta con sus increíbles habilidades y su inteligencia.

Una de las actrices a quien más se ha criticado por cómo vive su vida es Charlize Theron, quien juega a placer en su papel de ¿heroína o antiheroína? durante todo el largometraje de Atomic Blonde (2017). Este personaje está sacado de la novela gráfica The Coldest City (2012) de Antony Johnston y Sam Hart. En esta película vemos a una mujer con lesiones por todo el cuerpo tras haber realizado su trabajo como espía más que eficaz, luchando en la época de la caída del muro de Berlín en 1989 y además podemos escuchar una banda sonora representativa de esa década. Ella es preciosa, inteligente, eficaz y letal. 

 

Tal vez el ejemplo más notorio de los últimos años de que las chicas son guerreras, lo tenemos en Game of Thrones (Juego de tronos). Hace un tiempo escribí sobre cuatro de las mujeres que son reinas de hielo y fuego en esta serie (las que encabezarían este elenco serían las reinas Cersei Lannister y Daenerys Targaryen) pero podría incluir a muchas más por diferentes razones. Aquí nos volvemos a encontrar con superheroínas y antiheroínas, con y sin poderes, que luchan por ellas y por lo que quieren. Son inteligentes, astutas y casi todas son letales con estilos muy dispares.

Esta evolución que podemos contemplar en la pequeña y en la gran pantalla, en general, está sacada del mundo de la literatura, de los videojuegos y del cómic, donde las protagonistas no están tan limitadas como estamos acostumbrados a ver. Dejando a un lado la importancia que supone la industria en todo esto, lo que planteo es ¿por qué no seguimos con esta re-evolución y que se extienda a otros/todos los campos?

(Foto: fotograma de Wonder Woman)

The Deuce: 42nd Street

The Deuce: 42nd Street

El tándem Simon – Pelecanos ha vuelto a la acción con una nueva ficción televisiva para HBO: The Deuce. Ficción cuyo cuarto capítulo se estrenará el 1 de Octubre y cuya producción ya ha renovado con HBO para una segunda temporada.

The Deuce narra el nacimiento de la industria pornográfica en el corazón de la Manhattan de los 70. Sus personajes trasladaran a la pantalla la marginalidad, la picaresca y el abuso de poder que se vivía en la 42nd Street con Broadway. Una realidad que nada tiene que ver con la actual Manhattan; donde vecinos y multinacionales han conseguido limpiar los restos de aquella Nueva York de los 70. Dentro del elenco actoral destacan James Franco haciendo doblete interpretando a los dos hermanos gemelos: Vincent Martino y Frankie Martino, y Maggie Gyllenhaal en el papel de Candy, una mujer prostituta que trata de superar las dificultades que encuentra entre su vida laboral y personal.

Según una crónica de The New York Times, ni Simons ni Pelecanos estaban convencidos de poder desarrollar una ficción basada en el lado este de la 42nd Street de Manhattan. Sus famosas historia de burdeles, clubs de striptease y salas XX ambientadas en esos años eran demasiado recurrentes y usadas.

Fue un técnico de localizaciones de Treme quien instó a Simons y a Pelecanos a que visitasen a un viejo amigo suyo de Manhattan cuyas vivencias podrían inspirarles. Esta persona (que falleció poco antes de que se estrenara la serie y cuyo nombre se mantiene en el anonimato) fue quien les desentrañó las historias de chulos, prostitutas, policías y mafias que se movían en los años 70 alrededor de aquella industria naciente del porno.

Crear una narración coral, basada en relatos reales, para sacar a relucir los secretos de una industria de poder, como puede ser el porno, era algo que sí coincidía con el modus operandi del tándem Simons- Pelecanos.

Después de los tres primeros capítulos de la serie, y a juzgar por las entrevistas realizadas a David Simon, James Franco y Maggie Gyllenhaal, podemos deducir lo que nos deparará The Deuce: Simon y Pelecanos escanean y retratan la Manhattan de los años 70 de forma similar a como lo hicieron con el Baltimore de los 90 en The Wire y el Nueva Orleans post Katrina en Treme.

Además, en The Deuce el centro narrativo vuelve a girar entorno “la ilegalidad” y el abuso de poder, con toda la violencia y desesperanza que ello conlleva. El propio Simon en una entrevista mencionaba como estéticamente se habían inspirado en films oscuros como Report to the commissioner (1975), Serpico (1973) o Taxi Driver (1976), consiguiendo retratar esos años setenta no con nostalgia, sino con un aire de decadencia y desasosiego.

Uno de los aspectos más interesantes de The Deuce es la inclusión de una perspectiva de género que hace de esta ficción una obra muy interesante dentro de la trayectoria de Simon. Esta nueva perspectiva, construida bajo diferentes visiones, abre las puertas a la reflexión y a un debate necesario y de actualidad: ¿qué papel juega el feminismo a la hora de considerar el trabajo sexual?

La mujer que tiene necesidad de explotar su cuerpo a cambio de un beneficio económico se convierte en el punto angular de esta ficción. Para simplificar: la objetificación de la mujer, dentro de un sistema patriarcal, produce beneficio económico; y es este hecho el que mueve los intereses de chulos, inversores, mafiosos y hasta de la policía.
La narrativa de The Deuce no trata de construir un arquetipo sobre las mujeres prostitutas, tampoco se reduce a representarlas como personaje colectivo que sufre conjuntamente los mismos problemas y aplica las mismas soluciones. Por el contrario, encontramos personajes explotando su cuerpo sexualmente por diferentes motivos y en diferentes condiciones, con voz y presencia individual, algo que, dentro de la ficción televisiva jamás se había visto.
El vínculo chulo-prostituta también es retratado en la serie: chulos que velan por “sus mujeres” a cambio de un porcentaje del beneficio que estas reciben. No solo eso, sino que se encargan de sacar el máximo rendimiento económico de sus jornadas de trabajo. En el primer capítulo, Lori (interpretada por Emily Meade), la nueva prostituta de la zona, les cuenta a las chicas como prefiere trabajar para un chulo porque si no tiene esa presión se vuelve “vaga y perezosa” para trabajar. También el maltrato emocional y el sometimiento de las chicas hacia los chulos queda patente: los vínculos emocionales y de dependencia que generan ellas hacia ellos.

Dentro de esta norma general de la calle, en la que cada chica pertenece a un chulo, existen excepciones y Candy (Maggie Gyllenhaal) es el reflejo de ellas: prefiere no tener que rendir cuentas a nadie y obtener todo el beneficio económico de su trabajo a pesar del peligro que eso conlleva.

El personaje de Candy representa de una forma muy viva una parte del movimiento feminista que equipara la prostitución con cualquier otro trabajo: cada una puede obtener beneficio económico como quiera y de forma libre, y la prostitución es un modo más de hacerlo. En una secuencia, la propia Candy iguala su trabajo con el trabajador de una tienda de automóviles: la función de uno es vender automóviles y la de la otra es hacer que el cliente se corra.

A pesar de que todas estas visiones tejen un retrato diverso de la sociedad de la Manhattan de la época, aquello que late debajo de cada una de estas historias parece deslumbrar la completa incapacidad del sistema capitalista para construir una sociedad que conviva con justicia e igualdad. La corrupción, la utilización del cuerpo como producto económico, la desigualdad de clase, raza y sexo y la marginación social se consolidaran como moles inamovibles.

Todo apunta a que Simons y Pelecanos volverán a introducirnos en una ficción con una fuerte crítica a otra estructura socioeconómica de poder, consiguiendo, una vez más, hacer visible aquello que incomoda mostrar.

Rick, Morty y la sempiterna lucha entre Identidad y Diferencia

Rick, Morty y la sempiterna lucha entre Identidad y Diferencia

Este verano dediqué una parte de mi tiempo libre a conocer y visionar la serie americana de AdultSwim «Rick and Morty» (ya lo sé: es bastante imperdonable que no la conociera de antes). Este producto televisivo me pareció muy interesante. En él se daba un humor transgresor del estilo de «Family Guy», con temas remotamente relacionados con la Ciencia (al estilo de «The Big Bang Theory») pero, sin embargo, en ningún caso daba la sensación de estar visionando un plagio de ninguna otra serie. Hay algo original que rezuma en el ambiente de ese espectáculo.

En cualquier caso, lo más interesante de esta serie televisiva es, en mi opinión, algunos debates clásicos del pensamiento que saca a relucir. Me centraré en uno sugerente para mí, que surge en el 3r episodio de la 2ª temporada. El susodicho episodio, titulado «Erotic Assimilation», pone sobre la mesa el debate recurrente sobre Identidad y Diferencia. Una entidad llamada «Unity», coloniza un planeta haciendo que todos sus habitantes sean parasitados por ella y, por ende, pierdan su personalidad y voluntad propia. Es decir, se elimina toda Diferencia y sólo prevalece una voluntad.

Sin embargo, cuando Rick llega a dicho planeta (acompañado, por supuesto, de su nieto Morty y también, esta vez, de su nieta Summer), pervierte a «Unity» (que es una antigua amante) y esto posibilita que su control sobre el planeta se desvanezca. Esta situación provoca conflictos, violencia, desorden, etc. Es decir, en otros términos: una Identidad fuerte prevalece eliminando/arrinconando toda Diferencia pero, en cuanto esta Diferencia consigue abrirse de nuevo paso, genera problemas. A pesar de la convicción de Summer, que creía que era importante dar cabida a esa Diferencia. Era importante, en términos de Summer, que cada uno pudiera ser sí mismo. Pero esto, parece ser, no resulta efectivo…

Toda esta historia podría quedarse en otro pasaje cómico, sin más, de la serie. No obstante, creo que la sátira que se desprende de todo ello, no es baladí. De forma habitual, a muchas personas les gusta reivindicar el derecho a que todas las opiniones y todos los pareceres tengan cabida. Sin embargo, a menudo se concibe (puede que incluso por las mismas personas), que una Identidad fuerte tiene sus ventajas. Esto se puede deber a que se entiende que es «más fácil de gestionar».

En un pensamiento único no hay discusión y conflicto, hay «paz». Pero, según yo lo veo, esta dicotomía entre dar paso a la Diferencia o negarla es falsa. Parte de un error de principio: estipular que la discusión y el conflicto es intrínsecamente «malo», que no estar de acuerdo en todo es un problema de por sí. Obviamente: la mayoría abominará la violencia y la destrucción. Pero entre el intercambio de pareceres y la destrucción no hay sólo un paso cuantitativo, sino, sobre todo, cualitativo. No son los que reclaman, de hecho, la legitimidad de la Diferencia los que acaban produciendo esa violencia si no que son los que creen en una Identidad fuerte y sin fisuras los que suelen abusar de esa violencia para, precisamente, no dar lugar a esa Diferencia. Es decir, a través de la violencia se gana una «paz» que realmente no merece ese nombre porque es un eufemismo de «muerte».

Si hablaramos de termodinámica, los que aspiran a una Identidad fuerte que no admita Diferencia aspiran a eliminar toda entropía. Es decir, en la no-admisión de la Diferencia hay una pulsión de muerte. Y sí, sin Diferencia conseguiremos un mundo tranquilo: un mundo muerto.

De hecho, si no hubiera Diferencia no habría cabido para el humor. Ni, por supuesto, para «Rick and Morty». Porque bastaría con afirmar la «Verdad» y no se admitiría cuestionarla.

PD: Me reservo para otro momento hablar de este mismo capítulo con otra clave y tema importante: el amor. En concreto, con otro tópico: sobre el potencial destructivo del amor.