El pasado 21 de abril tuvieron lugar en la Wigmore Hall de Londres dos conciertos de su serie dedicada a la canción, pero con artistas de perfiles muy distintos. Alumno de Fischer-Dieskau y asiduo a la Wigmore Hall así como a diversas Schubertiadas, el barítono Benjamin Appl es un especialista en el género de la canción. El tenor Michael Fabiano, en cambio, centra su carrera en la ópera, con compromisos en los principales teatros. Sus trayectorias marcan claramente el contenido de sus recitales, así como su estilo a la hora de afrontarlos.

Benjamin Appl y James Baillieu

Se trató en ambos casos de programas interesantes, con piezas poco usuales y combinaciones sugerentes. Appl se inspira en la tradición del ciclo de canciones (especialmente los del romanticismo alemán) para confeccionar su proprio ciclo con canciones de diversos compositores. Bajo el título Heimat (generalmente traducido como patria, aunque como explicó el propio Appl, en realidad se trata de un concepto más amplio sin equivalente en español, que denota la relación del individuo con su entorno y su sentido de pertenencia), ofreció un recital en seis bloques temáticos que exploran elementos clave en la tradición del lied germánico: Prólogo, Lugares, Personas, En el Camino, Anhelo, y Sin Fronteras; los cinco primeros con lieder de Schubert, Reger, Schreker, Brahms, Richard Strauss, y Adolf Strauss; mientras que el último bloque incluía canciones de Poulenc, Vaughan Williams, Bishop, Warlock, Ireland, y Grieg, mostrando que si bien Heimat no tiene traducción, el sentimiento que representa no es exclusivo del pueblo germano. Un programa variado y bien diseñado que demuestra la inquietud y talla artística del barítono, que lo acaba de grabar con Sony.

 

Como buen liederista, Appl se caracteriza por una dicción impecable y un control perfecto de la emisión, lo que se traduce en un timbre sólido en todos los registros, capaz de producir delicados pianissimos sin perder riqueza tímbrica. En cuanto a la expresión, se centra en lo pequeño, con matices sutiles y efectivos. Especialmente inspirado se mostró en Mein Mädel hat einen Rosenmund de Brahms y Ich weiß bestimmt, ich werd’ dich wiedersehen! de Adolf Strauss (cuesta creer que Strauss compusiera esta deliciosa canción en un campo de concentración, días antes de ser asesinado) con una interpretación extremadamente seductora. A su lado, el pianista James Baillieu le acompañó con gran sensibilidad, adaptándose sin dificultades a la variedad estilística del programa.

Michael Fabiano y Julius Drake

Por su lado, Fabiano presentó un programa en cuatro bloques sin ninguna relación entre ellos pero con obras muy atractivas, algunas de ellas absolutas rarezas. La primera parte consistió en siete canciones de Henry Duparc y cuatro de Franz Liszt, todas en francés. La segunda parte tenia un enfoque más operístico, con canciones de Giacomo Puccini y Arturo Toscanini, y para finalizar las magníficas Tres Canciones Op.10 de Samuel Barber sobre poemas de James Joyce. Sin duda lo más curioso fueron las canciones de Toscanini, que afortunadamente abandonó la composición para convertirse en un legendario director de orquesta.

El hábitat natural de Fabiano es el teatro de ópera, y en efecto cantó como si estuviera en una sala de dos mil butacas, en lugar los pocos más de quinientos asientos que tiene la Wigmore Hall. Es cierto que su voz es de natural generosa, pero era evidente que la llevaba innecesariamente al límite, ya que el sonido llegaba saturado y sobrepasaba en exceso al piano. Esto resultó de lo más inadecuado para un repertorio de carácter tan íntimo como son las canciones de Duparc y Liszt. Menos fuera de lugar estuvo en la segunda parte, con las melodías apasionadas de Puccini y el dramatismo de las canciones de Barber. En la última de ellas, I hear an army, así como en Terra e mare de Puccini, fue donde las virtudes de Fabiano destacaron más, con un canto entregado y un fraseo natural. Pero en general le falta elegancia y sutileza para afrontar este tipo de recitales. Su aproximación se basa en exhibir su potencia vocal descuidando la emisión -el timbre es muy bonito por encima de mezzoforte, pero cuando baja a piano pierde consistencia, y los agudos resultan potentes pero sordos- y el fraseo, que suple con un encomiable entusiasmo y entrega. El pianista Julius Drake, acostumbrado a las salas de cámara, no sucumbió en ningún momento a la búsqueda de espectacularidad de su compañero. Su interpretación al piano fue una lección de estilo, desde la sutileza de Duparc hasta la intensidad de Barber.

El público de la Wigmore Hall no es inmune a las exhibiciones de fuerza vocal, y aplaudió la actuación de Fabiano con un fervor un tanto injustificado, especialmente después de la lección de canto impartida por Appl en la misma sala tan solo unas horas antes. Fabiano recompensó las muestras de entusiasmo con tres propinas, la primera de ellas, como era de esperar, el aria de Lenski, de la ópera Yevgueni Oneguin, que tanto éxito le cosechó la pasada temporada en la Royal Opera House. A su apasionada interpretación le faltó un punto más reflexivo -acorde con el personage- y esa elasticidad en el fraseo propia de Chaikovski.