El sábado 23 de septiembre el Teatro Real Coliseo de Carlos III de San Lorenzo de El Escorial (Madrid) acogió el espectáculo «Domenico Scarlatti, antiguos mitos y sombras» con el grupo Delirivm Musica y Pilpira Teatro. Con esta propuesta se fusiona la música del siglo XVIII con los mitos de la Antigua Grecia y el teatro de sombras, con lo que consiguieron agotar las entradas y obtuvieron el Premio a la Innovación en los Premios GEMA 2015.

Esta obra nos traslada al siglo XVIII, a la época del rey Carlos III (responsable de la construcción de este teatro) con la música de Domenico Scarlatti. Este músico tuvo una relación muy estrecha con la realeza europea porque trabajó como compositor en varias cortes, como en España y Portugal. Además, el hijo del rey, el infante don Gabriel, en San Lorenzo de El Escorial tenía un palacete denominado la Casita del Infante, también conocido como la Casita de Arriba, donde ofrecía conciertos y representaciones como la representada en esta actuación.

El grupo de música barroca está integrado por flautas (Juan Portilla), violín (Beatriz Amezúa), viola da gamba (Laura Salinas), archilaúd y guitarra barroca (Ramiro Morales) y clave (Jorge López). Con ellos comienza esta obra en la que se nos introduce en el ambiente sonoro de la época con su majestuosidad en la que el elemento visual que aparece en escena es una gran maleta que van abriendo los actores (Álvaro Paz Maudes y Vicent Ortola), de manera que durante toda la representación una de sus partes nos muestra un escenario teatral que se abre y en otra parte de manera perpetua tenemos la flor de lis, símbolo de la dinastía de los Borbones.

A través de la simbiosis de la música de Scarlatti, las luces, las sombras y las imágenes, nos adentramos en los mitos griegos en los que los mortales no suelen salir bien parados por la osadía que tienen de retar a dioses o enamorarse de mujeres divinas. Tal es el caso de Acis, que se enamoró de Galatea y el temible cíclope Polifemo lo mató por estar también enamorado de la ninfa. En el relato que nos presentan, asistimos a uno de los momentos más emotivos de la obra, con el llanto de Galatea por la muerte de su amado y el color azul de las aguas que nos envolvió.

Las marionetas tuvieron momentos de hieratismo -como si estuvieran pintadas en vasijas de la Antigua Grecia- porque así lo requería el argumento pero uno de los aspectos más llamativos es que a través de las figuras (de las marionetas y de los actores) y sus sombras consiguieron transmitirnos las emociones y sentimientos de cada uno de los personajes y de las circunstancias que estos vivieron.

Uno de los instrumentos-símbolo que aparecieron a menudo fue la lira, por ser el instrumento del dios Apolo y de su hijo Orfeo, quien intenta rescatar del Inframundo a su amada Eurídice. A través de sus respectivos mitos, conocemos cómo la música puede curar y conmover pero también puede ser motivo de disputas cruentas entre un mero mortal -como Marsias– y el dios del sol.

La música de esta época se caracteriza por utilizar movimientos contrastantes. Las obras de Scarlatti seleccionadas son todas sonatas. En el caso de este tipo de obras de esta época, es habitual que se dividan en dos partes que se repiten. Sin embargo, en la fusión de artes propuesta, esas repeticiones le conceden a las historias planteadas no solo un hilo argumental, sino también una cohesión. En ella, destacan los diálogos establecidos entre el clave, la viola da gamba y el archilaúd, y por otro lado los que crean el violín y la especialmente expresiva flauta, ya que Juan Portilla consiguió dotarlas de un timbre evocativo y llamativo. Sin duda, este sonido ayudó a crear ese ambiente pastoral y bucólico de la mayoría de los mitos.

El final del espectáculo fue desapareciendo poco a poco: primero los personajes, se fueron atenuando las luces y se bajó el telón del teatro del baúl hasta que prácticamente solo quedó la música, al igual que sucedió al principio pero esta vez a la inversa. Y así es como nos sumimos en la penumbra con Apolo.

(Foto: Delirivm Musica)