© Internationale Filmfestspiele Berlin / Velvet Creative Office

Anoche soñé que volvía a Manderley. Me encontraba ante la verja, pero no podía entrar, porque el camino estaba cerrado. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí poseída por un poder sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que se alzaba ante mí. El camino iba serpenteando, retorcido y tortuoso como siempre. Pero a medida que avanzaba, me di cuenta del cambio que se había operado: la naturaleza había vuelto a lo que fue suyo y, poco a poco, se había posesionado del camino con sus tenaces dedos. El pobre hilillo que había sido nuestro camino avanzaba y, finalmente, allí estaba Manderley. Manderley, reservado y silencioso.   (Rebecca, 1951)

335.000 entradas vendidas, 500.000 visitantes, 1085 proyecciones, 20.000 profesionales acreditados de 127 países, 9.000.000.000 de lectores potenciales online…son números de la Berlinale 2017. Con un incremento en la venta de entradas de casi un 50% en la última década, el festival engorda acorde a la expansión de la ciudad.

Pero ¿qué hay detrás de unas cifras tan grandes como un oso berlinés y tan largas como la alfombra roja de Potsdamer Platz?

De dónde venimos

El 6 de junio de 1951, Hitchcock viajó con Joan Fontaine desde Manderley a Berlín, inaugurando con el film Rebecca la primera Berlinale de la historia. Como un viejo rico que no se ha olvidado de sus orígenes, el festival de público más grande del mundo rinde culto desde 1977 a sus clásicos en cada certamen. Así, detrás del glamour de la sección estrella Competition, encontraremos los Berlinale Classics, restauraciones en alta calidad de grandes clásicos –El Cielo sobre Berlín – o a la sección Retrospektive, que se centra este año en el cine de la República de Weimar, la historia de Alemania comprendida entre 1918 y 1933.

Donde estamos

Estamos en la innovación, en el atrevimiento y en la experimentación. Abundan los cortos, las películas heterodoxas y los formatos vanguardistas. Tenemos decenas de talleres, charlas, exposiciones y nuevas formas de interacción que se ramifican cada jornada por la ciudad, transformando el evento en un mastodóntico punto de encuentro para todos. El cine es una excusa para intentar explicar la realidad y reivindicar el derecho a que todos podamos expresarnos libremente. Por supuesto, siempre habrá gente que lo conciba como puro entretenimiento y eso está bien, faltaría más.

Estamos junto a quienes volverán a decir que el festival está politizado, porque esta edición vuelve a poner un foco potente en los refugiados y en las guerras. Asimismo, es alta la presencia de películas africanas, de protagonistas homosexuales y transgénero, de filmes en un sinfín de lenguas, como farsi, quechua o gallego, de sexo explícito e incluso una que toca el canibalismo. La diversidad es fundamental para que el amor gane terreno al odio. Para que el conocimiento se imponga a la ignorancia. Básicamente de eso se trata todo esto. De amplitud de miras. La Berlinale intenta generar conciencia y deconstruir el lenguaje: hablar de temática social, sexual o política es quedarse corto. Se habla de la realidad. Y los cientos de formas que ésta toma tienen visibilidad durante diez días en la capital alemana, en un total de 385 producciones, entre largometrajes, cortos y documentales.

También estamos en la época de la búsqueda de espacio y la contraprogramación. Paralelamente a la Berlinale, durante exactamente las mismas fechas, confluyen dos peculiares festivales: Woche der Kritik, donde críticos de cine y cineastas debaten sobre el cine de autor antes de cada película, y la Boddinale, con películas, conciertos y fiestas de acceso gratuito en el R.A.W, la zona de arte urbano más alternativa de la ciudad y un hervidero de cultura callejera.

Y por supuesto estamos en el #metoo y el speak up, en unos meses históricos cuya dimensión alcanzaremos a valorar pasado un tiempo. Donde cada vez más mujeres se atreven a denunciar a sus agresores, el cine da ahora un paso de gigante. Berlín es tan pionera que ha instalado una asesoría para asistentes al festival, una asesoría para aquellas que se hayan sentido violentadas o abusadas durante el transcurso del mismo.

Adónde vamos

Nos encaminamos a una Berlinale, no muy lejana, en la que el festival lo abrirá un corto, un clásico de los sesenta remasterizado por su aniversario o, quien sabe, un mediometraje grabado enteramente con un iPhone. A un futuro donde Netflix no es el enemigo sino un aliado. Los directores de la exitosa serie Dark charlaran en Berlín sobre el making of y los secretos de una de las series de moda.

Y, por último, vamos hacia el final de una era. El año que viene concluye el contrato de Dieter Kosslick, director de la Berlinale durante los últimos 17 años, el periodo de mayor expansión y éxito del festival. Una comisión de expertos trabaja desde hace meses en la búsqueda de un sucesor. Para ser sinceros, en Berlín se respira melancolía y miedo en el ambiente. El listón está muy alto. Pero hasta entonces, hasta que pase o no todo esto, nos permitiremos disfrutar de esta edición, del presente. Y ser valientes y temerarios, tratando de apartar al oso de la alfombra roja y mirar la realidad, esa otra que hay debajo.

Algunos nombres a seguir en la Berlinale 2018

El prolífico y polifacético Williem Dafoe (Platoon, Arde Misissippi, La última tentación de Cristo) será galardonado con un Oso de Oro honorífico por su trayectoria.

Nuestra Carla Simón -que nos llevará a los Oscar con Verano 1993– será cabeza de cartel en una charla pública dentro de la sección Berlinale Talents, donde expondrá sus estrategias para poner de nuevo en boga al cine de autor. Dicha sección reúne a 250 jóvenes cineastas en Berlín, procedentes de 81 países y con amplia mayoría femenina.

Kim Ki Duk, que estrena una nueva película no apta para todos los estómagos: Human, Time, Space and Human. El director coreano nada como pez en el agua en la controversia y lo subversivo.

Nuestra Isabel Coixet con La Librería, recientemente multipremiada en los premios Goya. Pese a estar fuera de concurso por el Oso de Oro, la expectación entre el público es notable.

Y la miel para el postre con Lav Díaz, un extraño filipino que hace poesía en blanco y negro con películas kilométricas.Season of the Devil es su última obra, de «tan solo» cuatro horas. En la Berlinale 2016 estrenó una cinta de ocho. Cuatrocientos ochenta y seis minutos. El impacto de su duración, unido a unas imágenes que eran versos, le cambió el ADN a Meryl Streep, dicho literalmente.Nunca he escuchado una mejor definición del cine.